Después del almuerzo siempre hace lo mismo: prepara, a fuego lento, una infusión de anís con ramitas de apio en un viejo jarro de porcelana; mientras espera que enfríe “su mate digestivo” (así lo llama en las esporádicas tertulias familiares), se calza morosamente las abrigadoras pantuflas de lana que se compró en Juliaca durante las vacaciones del invierno pasado; y, conteniendo un ligero bostezo, se envuelve en una gruesa bata azulina que, tibia, siempre lo espera oreando en el cordel que atraviesa el jardín contiguo a su recámara; luego vierte la infusión en una rústica taza de arcilla que lleva su nombre con letras de imprenta: RAÚL RAMÍREZ; limpia sus gafas con un borde de la manga izquierda de su misma bata, se hunde en su sofá de descanso vespertino, y gasta al menos dos horas leyendo un par de periódicos (uno ‘serio’ que llega desde la capital, otro ‘informal’ que es del ámbito local).
(*) Fragmento de mi cuento inédito (155 palabras de 1139).
No comments:
Post a Comment