Publicado en Gambito de Peón
de Ricardo Sumalavia.
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Ayer franqueé ariscos ríos voladores de enardecidas aguas sólidas, y alcancé a auscultar una miríada de cebras violetas con cuernos de unicornio gallego.
En un sendero evanescente, me bramaron un millar de perros sofistas (que, de rato en rato, maullaban como anacondas astrales); y, más luego, me hicieron ceremoniosas venias unos gatos políglotas (que ladraban en silencio como los alacranes marinos del desierto de Atacama).
Arribé, extenuado, a un paraje locuaz en donde olí a nerviosas estatuas de sillar que, movedizas, inhalaban un viento pétreo; y se me aproximaron unos huracanes de olores amargos (y con sabores hirvientes): fui, allí, presa de un kilo de colores transparentes bañados en una oscuridad luminosa que provocó incipientes risas entre almas de hojalata y masas etéreas.
Y, con la ayuda de un tentáculo de alfil londinense, tomé presurosa nota de sucesos inextricables que devendrían en el otoño: Mayorías ricas y minorías pobres, ¡Liberales bermellones y Comunistas anémicos!, ¡Incas que invadirán Madrid y Aztecas que devastarán Barcelona!
Cuando sentí mi propia muerte, un cuervo níveo me masculló entre sollozos turgentes: “La América será para los americanos y no sólo para los de la buhardilla, sólo habrá armas de juguete… y panes de a verdad. Las fronteras serán de cartón y las manos estarán enlazadas...”
Yo, antes de despertar, lamí al cuervo con el ombligo de la oreja de mis caderas, y le dije: “Esto es una patraña, Odiseo: ¡es un suspiro surrealista!”.
© Orlando Mazeyra Guillén, 2006.
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