«Salieron, y si en Dahlmann no había esperanza, tampoco había temor. Sintió, al atravesar el umbral, que morir en una pelea a cuchillo, a cielo abierto y acometiendo, hubiera sido una liberación para él, una felicidad y una fiesta, en la primera noche del sanatorio, cuando le clavaron la aguja. Sintió que si él, entonces, hubiera podido elegir o soñar su muerte, ésta es la muerte que hubiera elegido o soñado» (Jorge Luis Borges, El Sur).
2010/05/09
A manera de saludo a las madres: SEÑORA
Ese con quien sueña su hija,
ese ladrón que os desvalija:
de su amor, soy yo, señora.
Ya sé que no soy un buen yerno.
Soy casi un beso del infierno,
pero un beso, al fin, señora.
Yo soy ese por quien ahora
os preguntáis: ¿por qué?, señora,
se marchitó vuestra fragancia,
perdiendo la vida, mimando su infancia,
velando su sueño,
llorando su llanto
con tanta abundancia.
Si cuando se abre una flor,
al olor de la flor,
se le olvida la flor.
(...)
¿Qué le va usted a hacer, señora,
si en su reloj sonó la hora
de olvidar vuestro hogar, señora,
en brazos de un desconocido,
que sólo le ha dado un soplo de Cupido
que no la hizo hermosa
a fuerza de arrugas
y de años perdidos?
Póngase usted un vestido viejo
y, de reojo, en el espejo,
haga marcha atrás, señora.
Recuerde antes de maldecirme,
que tuvo usted la carne firme
y un sueño en la piel,
y un sueño en la piel,
y un sueño en la piel, señora.
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