(…) hablando de Juan Sebastián Bach. El maestro acababa de regresar de un viaje, durante su ausencia habían muerto su esposa y sus dos hijos. Escribió en su diario: «Dios mío, no dejes que pierda mi alegría».
Desde que tengo uso de razón he vivido con eso que Bach llamaba su alegría. Me salvó de crisis y miserias y funcionó con la misma fidelidad que mi corazón. A veces avasalladora y difícil de manejar, pero jamás hostil ni destructiva. Bach llamaba a este estado su alegría, una alegría de Dios. «Dios mío, no dejes que pierda mi alegría».
Ingmar Bergman, Linterna mágica
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