Con Mario Bellatín en la FIL Arequipa. Gracias a Julio Del Carpio por la fotografía. |
Mientras Mario Bellatín me autografiaba Flores pensé que quizá sea cierto aquello que el narrador señala en una de las páginas
del libro: «un individuo rapado es el
único con capacidad de encontrar al Dios que hay dentro de uno mismo».
Ayer, por la noche, en el parque
Libertad de Expresión (FIL Arequipa) por fin tuve la suerte de conocer a Mario
Bellatín. En verdad, un escritor notable y, además, una persona muy generosa y
amable. Me siento feliz (de veras satisfecho) de haber hecho leer esa bella novela corta que es Salón de Belleza a algunos jóvenes de la
Universidad La Salle.
Hace mucho tiempo le envié a Bellatín un
relato y su respuesta fue precisa (exactamente lo que necesitaba leer o aprender de él en ese momento):
"Sigue trabajando–me dijo–, la escritura es algo que se les da a algunos y es una actividad frente a la que uno muchas veces no puede decidir y debe seguirla hasta donde nos quiera llevar".
A continuación reproduzco una entrevista que le hice el año pasado y que publiqué en Punto de
Partida (UNAM, México) y en Lee por gusto (Lima).
El
peruano-mexicano Mario Bellatin (México, 1960) es uno de los escritores
latinoamericanos más singulares y fecundos («raro», le llaman muchos). En esta
nueva entrevista que presentamos confiesa que jamás sacrificaría lo que él
considera un buen libro por razones de orden personal. Además cuenta que se
prepara para empezar a dirigir el largometraje basado en su celebrada novela Salón de belleza.
I
Cuando leí Flores, me llamó mucho la atención el
epígrafe del inicio (un supuesto fragmento del diario del Premio Nobel de
Física de 1960), pues, en vida, mi abuelo paterno fue un defensor acérrimo de
la homeopatía y, cómo no, de los famosos globulitos
que él tomaba reemplazando la medicina tradicional (nunca se curaba las
ampollas porque entendía que eran fugas naturales de las toxinas del cuerpo…).
Mi abuelo tuvo una vida muy larga y saludable. Yo, en cambio, alguna vez me
burlé de los homeópatas y los llamé, en su propia cara, vendedores de sebo de
culebra.
-No te preocupes -me dijo el médico naturista de aquella vez
que, por supuesto, tenía una Biblia abierta reposando en un lugar privilegiado
de su consultorio-. Es más: me haces recordar a mí cuando era joven: era un
incrédulo y un rebelde…
Hoy por hoy, asisto a donde un homeópata para curar una
adicción (y mi insomnio crónico). La primera vez que fui donde el doctor C.,
tenía un dolor en la rodilla izquierda que, sin embargo, me permitía caminar
con normalidad. Él me pasó corriente por los dedos de las manos con unos cables
y, sin que yo pronunciara una sola palabra sobre lo que me aquejaba, me dijo:
“Esa rodilla izquierda está mal, te diste un golpe muy fuerte”. No acababa de
salir de mi sorpresa cuando me clavó la mirada para escudriñarme y, luego de anotar
algo, me dijo: ¿El genio de tu padre es muy fuerte, grita mucho? Asentí con la
cabeza. “Te fascinan las películas de terror aún a sabiendas de que te turbarán
y no te dejarán dormir, esa es una de las razones del insomnio que sufres, ¿no
es cierto?”, acertó otra vez sin que yo haya tenido la necesidad de abrir la
boca:
-Es una especie de masoquismo, doctor -le confesé.
-Lo sé -añadió el médico.
Por eso, Mario, mi primera
pregunta para ti sería: ¿crees en la homeopatía? ¿Has recibido tratamiento
homeopático?
Yo creo que la homeopatía es para las personas sanas. Pero no
creo que interese mucho mi opinión, ni en ese ni en otro tema que se trate en
alguno de mis libros. Las cosas que se van narrando son pretextos para ejercer
la escritura, y como no quiero que se convierta en una actividad vacía -con la
que estaría muy feliz, pero llegaría el momento en que se comería a sí misma si
no pudiera ser compartida con el otro- aparecen temas que son, en realidad, una
suerte de pretexto. Pero esa escena en particular que mencionas ocurrió cuando
era niño. En la trastienda de una farmacia en la avenida Grau (en el distrito
de Barranco, en Lima), había un señor muy anciano que curaba con yerbas, y es
cierto que le tomó el pulso a mi brazo artificial y no se dio cuenta del
material del que estaba fabricado, y como un poseso dictaba nombres de plantas
que un ayudante iba anotando en un papel. No sé si creo en la homeopatía, pero
sí en la parafernalia que suele acompañarla. Ahora me quedo con la duda de cuál
puede ser la adicción de la que te tratas.
Flores, como tu obra
en general, resulta inclasificable: parecen relatos sueltos aunque unidos por
el cordón umbilical del título, sin embargo podría ser una novela disfrazada de
reflexiones breves (¿mini-ensayos?). ¿Tu intención es desmarcarte de las
etiquetas o quizá tentar un nuevo género literario? ¿Cómo llamarías a ese
género made
in Bellatin y cuáles son sus
principales características?
Nunca tengo antes de escribir una intención determinada,
salvo la de escribir. Trato entonces de nombrar nuevamente el mundo que me
rodea o que imagino, y lo intento de una manera que sienta que sea mía y no de
otro. Ese deseo hace que la escritura se retuerza de tal modo que aparece como
que hubiera alguna intención de cuestionar el género, cuando en realidad
lo único que he buscado es ser honesto conmigo mismo. Con mi tiempo y con mi
espacio propios.
No sé si seguirá ocurriendo lo mismo, pero cuando vivía en el
Perú advertía la costumbre en el medio literario de pensar que si el otro no
escribía o entendía la literatura como lo hacía esa persona quedaba descartado
de inmediato. No sólo descartado sino acusado o víctima de una serie de
improperios. Claro, me refiero a los mediocres que abundan en todas partes.
Supe que Oswaldo Reynoso, desde que lo conocí, no pertenecía a esa clase de
autor. Es fácil advertir en él a un artista que está más allá de las
circunstancias. Tan seguro de su escritura que no necesita el aval de los demás
para seguir. Yo ya era su amigo antes de escribir ese libro, y recuerdo que lo
encontré en una presentación y me quejé de que debía revisar las pruebas de Salón
de belleza. En ese momento me dijo las sabias y dadivosas palabras: “un
autor jamás debe revisar sus propias galeras”. Se las entregué, auguró el
éxito, e hicimos una apuesta, que trato de cumplirla cada vez que nos vemos.
¿Por qué decidiste estudiar
en el Seminario de Santo Toribio de Mogrovejo? ¿Había en ese tiempo una
búsqueda de Di
os? ¿Crees en algún Dios?
Ese es un error del que nunca lograré librarme. El que
algunos crean que estudié en un seminario. Lo que sucedió es que una vez
alguien llamó a casa de mis padres para recabar datos sobre cierta enciclopedia
de escritores que se estaba formando. Contestó mi padre, quien de manera
entusiasta contestó el cuestionario a mi nombre sin tener mucha idea de lo que
era mi vida en realidad. Yo hice los Estudios Generales en Humanidades en la
Facultad de Teología de Lima para después trasladarme a una carrera que me
interesara. Estudié allí filosofía y psicología, para después pasar a cine. Lo
curioso es que –a diferencia de muchos de mis compañeros– yo iba a la
universidad sólo como un testigo privilegiado, con la única intención de estar
dentro de un ambiente universitario y tener de ese modo material para mi
escritura, pues desde los diez años no he hecho más que escribir. Mi carrera de
cine fue bastantesui generis, porque a lo
único que me dediqué mientras duró fue a ver cine desde la mañana a la noche.
Hay que recordar que en esa época no había la oferta de películas caseras de
hoy, y uno sabía del trabajo de los grandes directores sólo por referencia.
Cuando llegué a la escuela de cine casi me desmayo ante los cientos de DVD con
la historia completa del cine a mi disposición.
II
“PARA
MUCHOS, ESPECIALMENTE EN UNA SOCIEDAD COMO LA LIMEÑA, DA EXACTAMENTE LO MISMO
DESEAR SER ESCRITOR QUE SER UN DROGADICTO CONSUMADO”.
¡Cómo íbamos ganando por walkover! Era terrible ir viendo cómo a cada
uno de nuestros compañeros la vida los iba ganando y abandonaban la escritura.
Al final, no quedamos precisamente los mejores sino los tozudos.
Siguiendo con lo de los
talleres de escritura creativa. ¿Crees que sirven de algo?
Sirven de muchísimo, pero no para lo que los demás creen. Ni
para aprender a escribir ni para lucir los trabajos a los demás. Sirve para
acompañarse. Para hacer de la literatura un universo propio, habitable. No hay
nada más terrible que el tiempo de un joven autor que no puede parar de
escribir y no ha publicado. Es en ese periodo una suerte de paria, de yonki, de
desecho social. Para muchos, especialmente en una sociedad como la limeña, da
exactamente lo mismo desear ser escritor que ser un drogadicto consumado.
Tu estadía en Cuba revela
un amor por el cine. ¿Te ves, más adelante, dándole prioridad a la dirección de
largometrajes como Alberto
Fuguet o acaso sientes
que no es lo tuyo?
En la escuela de escritores aprendí -aparte de ver cine- a
odiar la forma que se tenía en ese entonces de hacer cine. Forma que supongo
dio como resultado la cantidad de películas mediocres que produjo la gente de
mi generación. Juré no hacer nunca cine, pero ahora casi sin darme cuenta acabo
de dirigir un largo, Bola Negra -el musical de Ciudad
Juárez-, que fue un éxito no comercial. Esta próxima semana me preparo para
comenzar a dirigir Salón de belleza, pero lo que pretendo no es
hacer necesariamente una película personal, sino una forma propia de hacer las
cosas en cine. Para empezar, todo el equipo de producción, la cámara, el
sonido, la edición, luces, está conformado por chicos menores de dieciséis
años.
Hablando de Salón
de belleza, traigo a colación el epígrafe inicial de esa magnífica novela: “Cualquier
clase de inhumanidad se convierte, con el tiempo, en humana” Yasunari Kawabata ).
El escritor tal vez, durante el proceso creativo es un ser inhumano. ¿No es
preciso despojarse de toda “humanidad” para crear a ciertos personajes?
Por una frase bien lograda soy capaz de traicionar hasta a mi
perro. Jamás sacrificaría lo que considero un buen libro por razones de orden
personal. Es que se trata de dos universos incomunicables. Si alguien se ve
reflejado en el universo de la ficción es porque tiene un ego no domado o es un
débil mental.
¿Alguna vez has criado
peces? ¿Guppys Reales quizás?
Sólo una vez. Y ahora que lo veo con el tiempo comprendo que
es una afición que va acompañada con la tristeza. El pretexto para
hacerlo fue una pecera que recogí de la casa de mi amiga la escritora Pilar
Dughi, una gran autora y persona que murió antes de tiempo.
Precisamente el final de Salón
de belleza es muy triste. A mí, mi padre nunca me dejó
criar peces porque me decía (y esto se aplicaría al desenlace de tu novela) que
traían muchísima mala suerte. ¿Crees en ese tipo de cosas o te parecen absurdas?
Ya sólo de planteárselas hay que creerlo. Cuando era niño mi
madre arrojaba al water, mientras yo dormía, cualquier pez que se me
ocurriera llevar a casa. Eso de la mala suerte tendría que ser cierto, al menos
para los peces que encontraba por allí.
En el párrafo final de la novela el personaje principal dice “siento
que es extraña en mí la forma como cada día mis pensamientos fluyen más de
prisa. Creo que antes nunca me detenía tanto a pensar. Más bien actuaba”.
¿Una enfermedad terminal nos obliga a pensar antes de actuar? ¿O, al fin y al
cabo, se trata de la madurez?
Pues, como todo lo escrito por mí, se trata de un lugar
común. Creo que mis libros devuelven a las personas lo que ellos ya saben. No
creo que nadie descubra nada nuevo después de leer un libro hecho por mí.
«NO
PUEDO CREER EN DIOS PORQUE ME PARECE QUE NO ESTAMOS DOTADOS NI PARA IMAGINARLO,
PERO SÍ CREO EN LOS MILAGROS COTIDIANOS.»
“Según
Poeta Ciego se debían crear peluquerías especiales que dieran respuesta a
preguntas de otro orden. Preguntas tales como si el corte obedecía a alguna
razón ideológica o si se trataba de un requisito para entrar en una secta de
perfil místico. Según teorías rudimentarias la cabeza rapada es como un
televisor sin antena. Por eso un individuo rapado es el único con capacidad de
encontrar al Dios que hay dentro de uno mismo”, dice un párrafo de tu
novela Poeta ciego. Tú eres
(en apariencia) un televisor sin antena. ¿La escritura te ha ayudado a
encontrar al Dios que hay dentro de ti mismo? ¿Cómo describirías a este Dios?
Yo soy sufí, orden a la que ingresé sin ninguna pretensión
espiritual sino como si a una escuela de escritores acudiera. Me llamó la
atención lo estricto del sistema que impera para demostrar, por ejemplo, que
todo forma parte de lo mismo. No puedo creer en Dios porque me parece que no
estamos dotados ni para imaginarlo, pero sí creo en los milagros cotidianos.
Que estemos ahora entablando esta comunicación entre tú y yo es una prueba de
ello.
Diana Palaversich, en el prólogo de laObra reunida, publicada por Alfaguara,
señala: “En
el panorama actual de la literatura latinoamericana, dominado en general por la
escritura de corte realista, sea autobiográfico, histórico, sucio, o
hiperrealista, la obra de Mario Bellatin surge como un proyecto original y
arriesgado cuyo objetivo es crear un universo paralelo que desafía no sólo la
lógica del mundo concreto sino también los preceptos de la literatura realista
protagonizada por personajes verosímiles y caracterizada por textos que
despliegan una trama transparente, fácil de seguir”. ¿Cómo decir que no hay
autobiografía cifrada (strip-tease invertido, diría Mario Vargas Llosa)
en un texto como Rosas de tu libro Flores?
Me rehúso a contestar una pregunta que contiene una metáfora
tan desagradable y machista como ésa del strip-tease invertido. Ni que estuviéramos en el
Negro-Negro o en el Mocambo.
¡Sabe dios!, no creo que exista esa distinción, pero de
haberla me gustaría pertenecer al bando de los que los que disuadan. Escribir
es un estado, no proviene de una intención. Es imposible hacer algo, salvo
acompañarlo y no tratarlo como un estropajo, con un escritor.
¿Cuál fue la última
película que te hizo llorar?
Bola Negra -el musical de Ciudad Juárez-. Es
la única película de la que puedo ver no sólo su piel sino también sus
intestinos.
¿Te gusta participar de
congresos de escritores?
No. Los detesto, sobre todo aquellos donde se establece de
inmediato una suerte de jerarquía entre los invitados. Sin embargo, asisto a
ellos con regularidad, porque con tal de seguir escribiendo soy capaz de hacer
casi cualquier cosa, como publicar, asistir a congresos y contestar
preguntas.
A Dostoievski. Le preguntaría cuánto tiempo le llevaba
revisar, por ejemplo, las comas de Los Hermanos Karamázov o de El príncipe idiota.
Yo no he tomado nunca la decisión de escribir, como
consecuencia no estoy en la capacidad de decidir no hacerlo.
Ninguno. Es posible que un libro le demuestre de una manera
más clara el horror en el que está metido.
Como gran lector que es, me gustaría que él me recomendara
qué leer. Siempre y cuando sea un libro de literatura.
Pues es difícil compartir las opin
iones con otro. ¿Su obra? Creo que pienso lo de muchos: algunos libros
excepcionales, otros pésimos; y su parte política, aburridísima, no por su
contenido, que sería lo de menos, sino por la forma tan poco creativa que tiene
de repetir sin modificarlas un ápice ideas de manual.
¿Qué segunda parte de
memorias te gustaría leer, en el supuesto de que fuera posible, pues al parecer
Gabriel García Márquez sufre de Alzheimer: las de GGM o Vargas Llosa?
Nadie sabe lo que sucede con García Márquez y tampoco debía
importar. No leería ni primeras ni segundas partes de ninguno de los dos,
porque están muy cercanos en el tiempo –vivos, para no ir más lejos– y lo que
puedan contar entraría dentro de una lógica de lo que ya sé o puedo
intuir.
Eso de los géneros literarios lo veo como una
convención en creciente desuso, y cuando leo algo lo hago por excepción, es
decir porque se trata de un libro que, por alguna razón -que va variando según
sea el caso-, una vez que lo empiezo no lo puedo soltar.
En todos, porque creo que ellos sí viven la verdadera
realidad y no la aburrida de la cotidiana.
Odio el fútbol. No me es indiferente. ¡Lo detesto! Porque no
le encuentro el sentido, y por las interminables horas perdidas en mi infancia
buscándoselo o tratando de que me interesara porque era un medio, lo sabemos,
de inclusión social. Ah, pero jugaría por la selección mexicana, sin lugar a
dudas, aquí nací y aquí vivo.
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