Plaza de Armas de Arequipa |
Pueden leer la entrevista en la página de la Revista Ideele (clic acá).En Arequipa hay un gran narrador que se llama Orlando Mazeyra. Pueden leer sus crónicas y cuentos en la revista de Hildebrandt. Tiene un libro que se llama Mi familia y otras desgracias (sic). En Chimbote está uno de los más grandes escritores peruanos: Fernando Cueto, que ha escrito Ese camino existe.
http://revistaideele.com/ideele/content/oswaldo-reynoso-%E2%80%9Cme-da-asco-cuando-escucho-que-el-peruano-es-pac%C3%ADfico%E2%80%9D
Comparto también esta crónica de Eloy Jáuregui.
La tinta de
la pasión
Escribe Eloy
Jáuregui
Oswaldo
Reynoso me muestra dos de sus últimos manuscritos en su departamento del
distrito de Jesús María y el sol pega fuerte tras las ventanas y cortinas de
aquella tarde memoriosa. Y nos hemos puesto a recordar aquellos años de los
sesenta cuando publicó Los inocentes o Lima en Rock (1961), su
primer libro de cuentos, y su novela En octubre no hay milagros (1966).
Entonces yo, todavía corito, como dicen en Arequipa, llegaba a su casa de Santa
Cruz en la calle Toribio Pacheco para recoger sus libros y llevarlos a la
librería de mi padre. Sus libros siempre tuvieron lectores, los jóvenes. Y
muchos detractores, los viejos. Así de simple, como le gusta a Reynoso hablar.
Las cosas por su nombre.
Y es que conversar
con el escritor arequipeño –nació un 10 de abril de 1931 en la Ciudad Blanca–,
es regresar a los orígenes de la literatura última en estos confines. Reynoso
luce su cabello blanco y sus recuerdos. Y entonces me dice que él fue uno de
los escritores que revitalizó el género de la crónica. Regresaba de Maracay en
Venezuela en 1964 y le pidió a Walter Peñaloza que le dieran un espacio en el
diario Expreso. Así fue a caer en manos de un tal Francisco Vallebuona
Cárdenas o Eugenio Buona. “No soy periodista, le dijo, pero sé escribir”. Así,
le dieron como premio una columna que Reynoso bautizó como “Sucedió en Lima”. Pero no lo miraban
bien. En ese espacio Reynoso escribiría apenas diez columnas que era retratos
de Lima desde sus personajes, sucesos y lugares. Su presencia fue pasajera en
menos de tres meses pero el estilo deslumbró a todos.
Reynoso ya no bebe.
Entonces le recuerdo que hace unos meses nos encontramos en las ferias de
libros de Pacasmayo y de Bernal (Piura) y que nos tomamos un vaso de cerveza en
cada sitio para el calor. Y punto. Es que Reynoso es un viajero impenitente. Y
uno está seguro cuando lo encuentra en un parque de Tacna o en la Universidad
San Agustín de Arequipa disertando sobre sus libros, sobre la literatura en
general. Y cuando uno le pregunta si es poeta o narrador él dice que es
escritor de literatura. Ese género que ahora ejerce con tranquilidad y con
mayor tiempo para escribir. Y entonces me habla de disciplina, que la creación
literaria es el resultado de un trabajo persistente, coherente y consciente. Y
que para eso tarea no hay necesidad de alcoholizarse o drogarse, ni de
amanecerse todos los días.
Y ahora me está
leyendo su cuento Examen final. Y cada frase y cada imagen explican que el
escritor no ha perdido esa belleza encarnada en su genio creativo. Debo
confesarlo, entre su casa y la mía apenas hay tres cuadras. Por eso siempre nos
encontramos en el supermercado y nos olvidamos de las ofertas y nos ponemos a
conversar de la literatura. Y es cierto, ahora sé que Reynoso está con
problemas con la presión alta, pero que eso no impide que escriba. “Yo de
pronto empiezo a escribir, ¿sabes? Yo escribo cuando me da la gana. Escribo dos
horas y lo dejo. Eso sí, uso muchos los diccionarios. ¿Sabes? Es que tengo un
compromiso con el lenguaje, con recuperar términos y buscar la belleza extrema
en la expresión escrita”.
Y cuando se le
pregunta cómo siente a este Perú que heredamos del ‘fujimontesinismo’ se
fastidia. Y entonces alza la voz para decir que las derechas y los
reaccionarios han impuesto la norma del oscurantismo, que ya no existe una
literatura crítica y cuestionadora. Así hay escritores que cuando crean miran
la pared (se refiere a sus bibliotecas) otros se miran el ombligo (hablan de
ellos mismos) y los otros que solo miran el piso (solo donde están parados).
Entonces no se lee a Vallejo o a Arguedas, Dizque son escritores pesimistas que
no ayudan al peruano emprendedor y “aspiracional” (el neologismo es de la
Universidad del Pacífico). Así, la educación se ha convertido en una operación
bancaria y las universidad en un negocio despiadados donde los egresados solo
engrosan las filas de las empresas robóticas.
Las influencias
creativas de Reynoso están en Rimbaud, Verlaine, Baudelaire y Gide. Pero antes
de publicar su primer libros reconoce que leyó cuando joven La
casa de cartón de Adán y Duque de Diez Canseco y quedó impresionado con
el uso del lenguaje. Son libros que utilizan algunos elementos del habla popular,
o temas como la homosexualidad, pero que aparecen en sus relatos como algo
artificial. Hasta el año 60 tanto ese lenguaje como un tema como la
homosexualidad estaban un poco al margen. “Ahora, con el tiempo, creo que lo
más importante de mis obras es el empleo del lenguaje, asumir vivencialmente el
lenguaje popular, la jerga, entendido como lenguaje poético. La jerga aparece
como una necesidad expresiva de mis personajes para crear el ambiente y su
propia problemática. Porque anteriormente los escritores del Perú eran muy
pudorosos, escribían dentro del estándar de las formas cultas”, dice.
Reynoso vive solo.
Él se encarga de sus cosas, cocina muy bien, su fuerte son las pastas y tiene
una trabajadora del hogar que le hace la limpieza de su departamento. En sus
paredes se leen dazibaos chinos (afiches redactados por ciudadanos comunes con
un tema político o moral y pegados en muros) que recuerdan su estadía de doce
años en China. También hay un biombo de seda y máscaras de la Opera de Pekín
con sus largos bigotes y cabellos lacios. Reynoso sabía que en China iba a
sentir la belleza de la otra mitad del mundo y en efecto, de esta experiencia
es su novela Los eunucos inmortales (1995) amén de haber conocido a decenas
de amigos y recordar hoy las atroces imágenes de la represión en la Plaza Tian
An Men.
Cuando me muestra su
manuscrito llamado provisionalmente Arequipa, lámpara incandescente, sus
ojos brillan con aquella satisfacción del maestro. ¿Qué es, cuentos, novela? Le
pregunto. “No, me responde, es literatura”. Son estampas de mi vida y siempre
como interlocutor un joven a quien hay que explicarle sobre la real y la
ficcional. Reynoso tiene su PC bien aceitada. Cuando escribe se encierra en su
estudio, desconecta el teléfono y sin prisa, lee y relee. Luego imprime su
texto. Y ahí comienza el proceso de la perfección de su obra. Ahora me está
enseñando sus cuatro borradores que le han permitido tener esta quinta versión
de su libro ya terminado y forrado como trabajo universitario. Reynoso es
creador pero es más exigente con el orden y la perfección.
Y ahora nos estamos
acordando de algunos amigos que ya se murieron, del poeta Manuel Morales y dos
de sus grandes poemas: Si tienes un amigo que toca tambor, o el otro: Réquiem
para el sordomudo Jack Quintanilla. Y ahora, casi solemne, habla de Martín Adán,
quien tuvo una vida desgraciada, pero que él respeta por su obra, especialmente
su Travesía
de extramares. Y cierto, que no es justo que hoy exista en el olvido. Y
ahora está reflexionando sobre el sicoanálisis y su amistad con Leopoldo
Chiappo y Sigfredo Luza. Y es cierto también que Reynoso, que fue profesor
tanto tiempo en La Cantuta, me habla como a un amigo. Y siempre será mi amigo.
Porque es cierto que existe una admiración por su obra literaria pero más por
su vida. Este hombre que fundara el llamado “realismo urbano” y que es un ser
apacible y de miles de amigos, sabe que ya está en la eternidad de los libros.
Pero es más, sabe que será eterno en el corazón de muchos, que lo queremos y lo
admiramos.
Y cuenta Reynoso:
“Yo nací en 1931 en Arequipa. Mis padres eran tacneños. Eran los tiempos de la
dominación chilena. Mi padre se fue a Bolivia y mi madre a Arequipa donde luego
de cuatro años se volvieron a reunir. Mi padre fue contador de la universidad
en Arequipa. Y yo estudié allí. Es verdad, pero creo que me estoy quedando cada
vez más solo. Nosotros somos 14 hermanos de los cuales solo quedamos vivos 2.
Si la juventud es la entrada a la vida a los 20 años. A partir de los 60 la
vejez es la salida de la vida. Ahora que me doy cuenta, también he comenzado a
tachar a mis amigos de mi agenda. No porque no los estime sino porque ya se
murieron. Yo siempre he sido místico y me han gustado los ritos. Me encantaban
esas misas solemnes en la Catedral y en las oscuras iglesias de sillar de
Arequipa. Con órganos, coros, ornamentos, cirios de colores, los altares
dorados o plateados, las vestimentas especiales de los curas. Años después me
encantó enterarme de lo que Wagner decía: “La misa no es más que una ópera para
el pueblo”.
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