PARTE II
El escarabajo y el hombre: una novela experimental
–Hablando de la novela corta, ¿por qué su novela corta El Escarabajo y el hombre lleva el nombre de “novela experimental”?
–El Escarabajo y el hombre es una novela experimental por lo siguiente: Primero, por el tratamiento del lenguaje. En la lengua hay tres formas de expresión: a) popular, b) estándar, c) literaria. En la lengua popular nos emparentamos con la jerga; estándar es la forma, digamos, culta; literaria es cuando utilizamos la lengua para la expresión de la belleza. Uno puede hacer literatura tomando la lengua estándar o tomando la lengua coloquial…
–Se puede mezclar ambas, también –lo interrumpo.
–A eso voy a llegar. La lengua popular o regional es peculiar y tiene un par de características: Primero, su ámbito de comprensión es limitado: las palabras que se emplean en Lima no se emplean en Arequipa, y las palabras que se emplean en Miraflores no se emplean en Huaycán. Y en segundo lugar: son efímeras.
–Pasan de moda.
–Así es. Pero la forma estándar no pasa de moda. La forma estándar es la que en este momento estamos utilizando, es la que yo utilizo cuando doy una clase, es la que utiliza un señor en México cuando escribe un tratado y cualquier hispanohablante lo entiende. La forma literaria, en cambio, busca la belleza. Puedes emplear una de las dos para expresar belleza. Antiguamente se creía que sólo se podía hacer belleza sólo con la forma estándar. Pero ahora la literatura puede hacer belleza con las dos, que es lo que dice Arguedas. El escarabajo y el hombre es experimental porque allí tu encuentras dos formas trabajadas..
–Son capítulos alternos.
–Así es; pero además hay otra cosa: son 3 historias. Una es la que cuenta el alumno al profesor, otra es lo que se habla del escarabajo y finalmente los diálogos de los dos hombres que caminan en la carretera. Durante la lectura ninguna de las tres historias tiene que ver.
–Son independientes.
–Sí, pero cuando tú terminas de leer, la novela estalla.
–Como que convergen –apostillo.
–Los tres convergen: encuentras lo popular, lo estándar y el diálogo. En el proceso de la lectura tú encuentras vínculos que no están dichos. Cuando terminas de leer se te aclara. Es un experimento en lo que se refiere a lenguaje, experimento también en lo que se refiere a bloques narrativos, y, además, experimento en otra cosa: todo lo que dice el alumno a su profesor sucede en la noche, es la sombra de la vida; pero los dos tipos que caminan en la carretera lo hacen a pleno sol.
–Hay contrastes.
–Por todo esto hay un trabajo experimental.
–En la contratapa de esta novela aparecen unas palabras de Beto Ortiz. ¿Qué relación lleva usted con Beto Ortiz?
–Bueno, yo cuando llegué de China, el vino a buscarme para hacerme un reportaje. El trabajaba en canal cinco.
–¿En Panorama?
–Así es. De allí nació mi amistad con él.
–Y le gustó lo que él escribió.
–Sí, él escribe bien.
Cuando el escritor se acomoda a su sociedad no sirve: la literatura es ver a la sociedad con otros ojos
–Si lo obligo a elegir una de todas las obras que ha escrito, ¿cuál elegiría?
–Ninguna. Porque para mí todas las obras de un escritor pertenecen a una sola novela.
–Su novela En octubre no hay milagros es una especie de, digamos, burla de algo tan inveterado, tan arraigado en nuestra sociedad, ¿no le pareció demasiado peligroso?
–Pero la literatura siempre es riesgo. Cuando el escritor se acomoda a su sociedad no sirve. La literatura es ver a la sociedad con otros ojos, ver otro punto de vista…
–Ninguna. Porque para mí todas las obras de un escritor pertenecen a una sola novela.
–Su novela En octubre no hay milagros es una especie de, digamos, burla de algo tan inveterado, tan arraigado en nuestra sociedad, ¿no le pareció demasiado peligroso?
–Pero la literatura siempre es riesgo. Cuando el escritor se acomoda a su sociedad no sirve. La literatura es ver a la sociedad con otros ojos, ver otro punto de vista…
El agnosticismo: una reverenda pendejada
–Usted, ¿qué religión profesa?
–Ninguna: yo soy ateo.
–¿Y por qué no se da el beneficio de la duda: el agnosticismo?
–No, no, no. Eso del agnosticismo a mí me parece una pendejada… una reverenda pendejada.
–Como decía Engels –le digo–: “El materialista vergonzante”.
–Una reverenda pendejada –me lo repite–: o uno cree o no cree.
–Pero si lo vemos como algo que es inaccesible a nuestro entendimiento, podemos ser agnósticos, porque es algo que no entendemos.
–Yo entiendo que no puede existir –me dice con firmeza y agrega–: Y, además, yo soy un ateo comprobado.
–Benedetti dice: “yo soy ateo, pero creo en un Dios personal: mi conciencia”
–Yo creo en la conciencia –me dice, y acota–: pero no como un Dios. Y yo soy un ateo comprobado.
–¿Y por qué me repite eso?
–Yo soy un ateo comprobado porque cuando… –trata de recordar– estaba acá –señala su habitación– y tuve fuertes dolores de estómago y tomé pastillas para el dolor y vino el médico y no ubicaba mi enfermedad. Y yo caí en un estado de inconsciencia y me llevaron moribundo al hospital. En el hospital, al llegar me hicieron unos análisis y me iban a hacer una operación muy riesgosa. Yo me recuerdo en el quirófano y también recuerdo a un cura que me decía que me arrepienta de mis pecados y yo le dije que yo era ateo.
–Este testimonio es bien fuerte.
–Yo le digo al sacerdote –continúa–: “Yo soy ateo”, y él insistió. Yo le dije: “mire, usted señor, usted no tiene ningún derecho de venir a perturbar mi tránsito a la muerte. Usted no tiene ningún derecho: serán sus creencias pero no mías. Así que le pido, por favor, que se retire”. Estaban los médicos y las enfermeras, pero el otro insistió. Entonces le dije: “Oye, conchatumadre, ¡te vas, carajo, o me levanto y te saco a patadas de acá!”
–Eso confirma totalmente su ateísmo porque dicen que en el temor de la llegada de la muerte, muchos ateos se convierten, se arrepienten.
–Por eso soy un ateo comprobado. Muchos se arrepienten, pero yo estuve al borde de la muerte y lo mandé a la mierda al cura –y sonríe, como sintiéndose orgulloso.
–Benedetti dice que “la vida es un paréntesis entre dos nadas”. ¿Para usted qué es la vida?
–Nunca me he preocupado en definir la vida, lo único que me interesa es vivirla.
–Pero en base a su experiencia personal, ¿no le puede dar una definición?
–No, ¿para qué?
–Ninguna: yo soy ateo.
–¿Y por qué no se da el beneficio de la duda: el agnosticismo?
–No, no, no. Eso del agnosticismo a mí me parece una pendejada… una reverenda pendejada.
–Como decía Engels –le digo–: “El materialista vergonzante”.
–Una reverenda pendejada –me lo repite–: o uno cree o no cree.
–Pero si lo vemos como algo que es inaccesible a nuestro entendimiento, podemos ser agnósticos, porque es algo que no entendemos.
–Yo entiendo que no puede existir –me dice con firmeza y agrega–: Y, además, yo soy un ateo comprobado.
–Benedetti dice: “yo soy ateo, pero creo en un Dios personal: mi conciencia”
–Yo creo en la conciencia –me dice, y acota–: pero no como un Dios. Y yo soy un ateo comprobado.
–¿Y por qué me repite eso?
–Yo soy un ateo comprobado porque cuando… –trata de recordar– estaba acá –señala su habitación– y tuve fuertes dolores de estómago y tomé pastillas para el dolor y vino el médico y no ubicaba mi enfermedad. Y yo caí en un estado de inconsciencia y me llevaron moribundo al hospital. En el hospital, al llegar me hicieron unos análisis y me iban a hacer una operación muy riesgosa. Yo me recuerdo en el quirófano y también recuerdo a un cura que me decía que me arrepienta de mis pecados y yo le dije que yo era ateo.
–Este testimonio es bien fuerte.
–Yo le digo al sacerdote –continúa–: “Yo soy ateo”, y él insistió. Yo le dije: “mire, usted señor, usted no tiene ningún derecho de venir a perturbar mi tránsito a la muerte. Usted no tiene ningún derecho: serán sus creencias pero no mías. Así que le pido, por favor, que se retire”. Estaban los médicos y las enfermeras, pero el otro insistió. Entonces le dije: “Oye, conchatumadre, ¡te vas, carajo, o me levanto y te saco a patadas de acá!”
–Eso confirma totalmente su ateísmo porque dicen que en el temor de la llegada de la muerte, muchos ateos se convierten, se arrepienten.
–Por eso soy un ateo comprobado. Muchos se arrepienten, pero yo estuve al borde de la muerte y lo mandé a la mierda al cura –y sonríe, como sintiéndose orgulloso.
–Benedetti dice que “la vida es un paréntesis entre dos nadas”. ¿Para usted qué es la vida?
–Nunca me he preocupado en definir la vida, lo único que me interesa es vivirla.
–Pero en base a su experiencia personal, ¿no le puede dar una definición?
–No, ¿para qué?
La soledad, la muerte y Aladino
–Usted es soltero. Pero el tema de la soledad no lo ha expresado en sus obras…
–Yo exploté… No exploté, sino que hablé de la soledad en Los Eunucos Inmortales. Hablo de la soledad. Pero yo no he vivido solo, siempre he estado bien acompañado. Para mí no hay ningún momento de soledad y, al contrario, yo quisiera tener soledad y no puedo.
–Y el tema de la muerte, ¿usted piensa en la muerte?
–Por el momento no pienso en la muerte.
–¿No le teme a la muerte?
–No pienso en la muerte –me lo repite–, no tengo tiempo para pensar en la muerte: estoy muy ocupado en vivir como para pensar en la muerte.
–Y ¿qué me puede decir de su libro En busca de Aladino?
–Te voy a leer la primera parte: Sheherezada inicia el relato del cuento de Aladino y la lámpara maravillosa diciendo que en la antigüedad del tiempo y el pasado de las edades y de los momentos, en una ciudad de China, de cuyo nombre no me acuerdo en este instante, había –pero Alá es más sabio- un hombre que era sastre de oficio y pobre de condición. Y aquel hombre tenía un hijo llamado Aladino, que era un niño mal educado que desde su infancia resultó un palomilla muy enfadoso... ¿Pero cuál es esa ciudad entre las ciudades chinas? Mohamet, un amigo palestino, me informa que, por lo general, las alusiones a ciudades chinas que aparecen en los cuentos árabes se refieren a las de la actual región autónoma uygur* de Xinjiang, en el centro de Asia, Por otra parte, amigos chinos dedicados al folclor me indican que ninguna etnia de China tiene un relato con tema similar al de Aladino, es decir, en cuanto al tópico central de una lámpara dispensadora de maravillas. Sin embargo, es posible, hacen la salvedad, que en la tradición oral o escrita de los uygures se descubra algunos vestigios de tal tema. Pues bien, decido viajar a Xinjiang. Mi objetivo es ubicar esa ciudad entre las ciudades de China. Deseo encontrar a Aladino jugando en plena calle con los muchachos de su barrio, como se dice en el relato. Es preciso advertir, desde ahora, que en esta búsqueda no hay ningún interés de investigación erudita sobre tal tópico literario. Presiento que es la apasionada exploración de una moral de la piel. Y en esta aventura, sólo utilizaré como referencia la atmósfera voluptuosa que emana del cuento de Las mil y una noches y las descripciones sensuales y frutales que se hacen de Aladino. Ojalá que pueda encontrar el ambiente real del cuento que me mostró lo que pudo ser la maravilla de mi adolescencia.
–Yo exploté… No exploté, sino que hablé de la soledad en Los Eunucos Inmortales. Hablo de la soledad. Pero yo no he vivido solo, siempre he estado bien acompañado. Para mí no hay ningún momento de soledad y, al contrario, yo quisiera tener soledad y no puedo.
–Y el tema de la muerte, ¿usted piensa en la muerte?
–Por el momento no pienso en la muerte.
–¿No le teme a la muerte?
–No pienso en la muerte –me lo repite–, no tengo tiempo para pensar en la muerte: estoy muy ocupado en vivir como para pensar en la muerte.
–Y ¿qué me puede decir de su libro En busca de Aladino?
–Te voy a leer la primera parte: Sheherezada inicia el relato del cuento de Aladino y la lámpara maravillosa diciendo que en la antigüedad del tiempo y el pasado de las edades y de los momentos, en una ciudad de China, de cuyo nombre no me acuerdo en este instante, había –pero Alá es más sabio- un hombre que era sastre de oficio y pobre de condición. Y aquel hombre tenía un hijo llamado Aladino, que era un niño mal educado que desde su infancia resultó un palomilla muy enfadoso... ¿Pero cuál es esa ciudad entre las ciudades chinas? Mohamet, un amigo palestino, me informa que, por lo general, las alusiones a ciudades chinas que aparecen en los cuentos árabes se refieren a las de la actual región autónoma uygur* de Xinjiang, en el centro de Asia, Por otra parte, amigos chinos dedicados al folclor me indican que ninguna etnia de China tiene un relato con tema similar al de Aladino, es decir, en cuanto al tópico central de una lámpara dispensadora de maravillas. Sin embargo, es posible, hacen la salvedad, que en la tradición oral o escrita de los uygures se descubra algunos vestigios de tal tema. Pues bien, decido viajar a Xinjiang. Mi objetivo es ubicar esa ciudad entre las ciudades de China. Deseo encontrar a Aladino jugando en plena calle con los muchachos de su barrio, como se dice en el relato. Es preciso advertir, desde ahora, que en esta búsqueda no hay ningún interés de investigación erudita sobre tal tópico literario. Presiento que es la apasionada exploración de una moral de la piel. Y en esta aventura, sólo utilizaré como referencia la atmósfera voluptuosa que emana del cuento de Las mil y una noches y las descripciones sensuales y frutales que se hacen de Aladino. Ojalá que pueda encontrar el ambiente real del cuento que me mostró lo que pudo ser la maravilla de mi adolescencia.
–Usted trata de encontrar el lugar de origen del cuento…
–Buscando a Aladino quiero encontrar el ambiente real del cuento.
–Buscando a Aladino quiero encontrar el ambiente real del cuento.
La política, la religión y el poder de la literatura
–Usted es de izquierda, pero ¿nunca ha tenido una filiación política?
–Lo que pasa es que la filiación política recorta la libertad del escritor. Porque si tú perteneces a un partido político tienes que seguir una línea política.
–Lo que habla Vargas Llosa de los gregarismos que te quitan la libertad individual…
–Claro, tienes que ponerte al servicio político. No es lo mismo la política que la ideología. Yo soy de izquierda, mi ideología es de izquierda, pero no pertenezco a ningún partido político.
–Dicen que la religión es el opio de los pueblos. ¿Cómo puede hacer el escritor para exterminar este opio?
–Dejando de creer en la religión como yo.
–Pero uno, sólo, puede dejar de creer pero ¿y los demás?
–La gente siempre cree en lo sobrenatural: cuando no se explica lo que se ve, inmediatamente se cree en lo sobrenatural.
–Vargas Llosa en su juventud era sartriano. Creía que la literatura podía cambiar el mundo. Pero ahora ya no cree eso. ¿Usted cree en la literatura puede cambiar el mundo?
–Sí, y la prueba de ello es que los regimenes dictatoriales, cuando llegan al poder, queman los libros.
No hay gran ni pequeño escritor
Mientras, recargo la grabadora, Don Oswaldo me ofrece un trago. Le digo que me gustaría un pisco. Y mientras sirve dos copas, le sigo lanzando preguntas:
–Si usted tuviera que elegir al mejor escritor peruano, ¿a cuál elegiría?
–En estos momentos a ninguno porque estoy tomando pisco.
–Pero todavía no ha bebido ni una gota –le digo, sin esperar un instante.
–Pero voy a tomar pisco. Porque para mí un escritor tiene valor en el momento en que lo leo. Hay veces que tengo deseos de comerme un cebiche y hay veces que no me agrada comer un cebiche, ¿no es cierto? Lo mismo pasa con los escritores. Porque para mí la lectura de un poema o una novela es un placer, y ese placer está en relación directa con lo que a uno le está pasando. De tal manera que para mí no hay ni gran ni pequeño escritor. La literatura cumple una función cuando alguien la lee: hay veces que leo a Proust y me aburre y hay veces que no me aburre.
–Pero si le lanzo nombres, usted puede decir que prefiere a uno de los dos. Por ejemplo, si le digo: ¿Ribeyro o Vargas Llosa?
–Depende del estado en que me encuentre –y, levantando su copa, agrega: ¡salud!
–Si usted tuviera que elegir al mejor escritor peruano, ¿a cuál elegiría?
–En estos momentos a ninguno porque estoy tomando pisco.
–Pero todavía no ha bebido ni una gota –le digo, sin esperar un instante.
–Pero voy a tomar pisco. Porque para mí un escritor tiene valor en el momento en que lo leo. Hay veces que tengo deseos de comerme un cebiche y hay veces que no me agrada comer un cebiche, ¿no es cierto? Lo mismo pasa con los escritores. Porque para mí la lectura de un poema o una novela es un placer, y ese placer está en relación directa con lo que a uno le está pasando. De tal manera que para mí no hay ni gran ni pequeño escritor. La literatura cumple una función cuando alguien la lee: hay veces que leo a Proust y me aburre y hay veces que no me aburre.
–Pero si le lanzo nombres, usted puede decir que prefiere a uno de los dos. Por ejemplo, si le digo: ¿Ribeyro o Vargas Llosa?
–Depende del estado en que me encuentre –y, levantando su copa, agrega: ¡salud!
Bayly: un payaso en la vida y en la literatura
–¡Salud! –respondo y sorbo el pisco–. Usted dio una conferencia, hace unas semanas, en el Centro Cultural Peruano Británico y habló, entre otros, de Bayly. Yo creía que a usted le gustaba la literatura de Bayly.
–¡No, no, no! Bayly a mí no me agrada en absoluto. Me parece un payaso, payaso en la vida y en la literatura. Las novelas de Bayly son una farsa… La única novela de Bayly que me agradó ha sido Los últimos días de La Prensa: allí hay cosas muy interesantes. Pero los otros libros no pasan de ser novelitas rosas, ¿cuál es la característica de la novelita rosa? La característica de la novelita rosa, que después la han tomado en la televisión, en las telenovelas, es la siguiente: hay un tipo que tiene “nombre”, dinero, comodidades y se enamora de la florista o de la modistilla, en el siglo XX se enamora de la criada, y en base a ese desencuentro funciona el conflicto, como Natacha.
–Para usted ¿la literatura de Bayly es muy light?
–En las novelas de Bayly siempre hay un personaje rico, con poder, y que tiene amores de clase media. Allí viene el problema: ¡siempre es lo mismo! Él, en ese esquema, ha variado a la modistilla, a la florista y a la empleada con un joven… Pero si tú desnudas la novela resulta que siempre es el mismo esquema: ¡por eso tiene éxito!
–Y es repetitivo, da vueltas en lo mismo…
–Es el mismo esquema de novela: ¡una farsa! Pero yo no considero que las novelas de Bayly sean light. Hay una muy buena literatura light (…) Lo que hace Bayly no es literatura light, es literatura basura.
–O sea que para usted la literatura de Bayly no sirve para nada.
–No, para nada. ¿Tú puedes leer a Bayly tres veces?
–No.
–¿Entonces?
–¡No, no, no! Bayly a mí no me agrada en absoluto. Me parece un payaso, payaso en la vida y en la literatura. Las novelas de Bayly son una farsa… La única novela de Bayly que me agradó ha sido Los últimos días de La Prensa: allí hay cosas muy interesantes. Pero los otros libros no pasan de ser novelitas rosas, ¿cuál es la característica de la novelita rosa? La característica de la novelita rosa, que después la han tomado en la televisión, en las telenovelas, es la siguiente: hay un tipo que tiene “nombre”, dinero, comodidades y se enamora de la florista o de la modistilla, en el siglo XX se enamora de la criada, y en base a ese desencuentro funciona el conflicto, como Natacha.
–Para usted ¿la literatura de Bayly es muy light?
–En las novelas de Bayly siempre hay un personaje rico, con poder, y que tiene amores de clase media. Allí viene el problema: ¡siempre es lo mismo! Él, en ese esquema, ha variado a la modistilla, a la florista y a la empleada con un joven… Pero si tú desnudas la novela resulta que siempre es el mismo esquema: ¡por eso tiene éxito!
–Y es repetitivo, da vueltas en lo mismo…
–Es el mismo esquema de novela: ¡una farsa! Pero yo no considero que las novelas de Bayly sean light. Hay una muy buena literatura light (…) Lo que hace Bayly no es literatura light, es literatura basura.
–O sea que para usted la literatura de Bayly no sirve para nada.
–No, para nada. ¿Tú puedes leer a Bayly tres veces?
–No.
–¿Entonces?
Alberto Fuguet
–Y ¿ha leído algo del escritor chileno Alberto Fuguet?
–Sí.
–¿También le parece asociado a lo de Bayly?
–No.
–¿Es mejor?
–Es mejor, ¡por supuesto! ¡Tinta Roja es superior, por supuesto! Hay otro libro…
–¿Sobredosis?
–No lo recuerdo ahora…
–Pero a ambos los enmarcan en el mismo grupo…
–No. Ya te dije que hay una gran literatura light y Bayly no tiene, tampoco, que hacer nada frente a la gran literatura erótica. Absolutamente nada, es un farsante.
Vargas Losa y el reconocimiento social
–¿Y la literatura erótica de Vargas Llosa?
–¡No! No me gusta, es muy fría.
–Elogio de la madrastra, ¿no le gustó?
–Muy fría…
–Y ¿Los cuadernos de don Rigoberto?
–Muy fría también –repite, con desdén.
–¿El tema del Nóbel?
–No –con mayor desgano.
–Es un tema que me parece muy complejo: ¿usted cree que Vargas Llosa merezca el Nóbel de Literatura?
–Para mí el Nóbel de Literatura no tiene ningún significado. Porque en el siglo XX se dieron 100 premios. A esos cien ¿quiénes los leen?
–¿Has leído algo de Echegaray?
–No.
–¿Algo de Jacinto Benavente?
–No.
–Gabriela Mistral ¿te gusta?
–Sí, pero la he leído muy poco… en el colegio.
–(Aplaude) ¿Ya ves? A mí nunca me han gustado los premios…
–Pero si usted es ateo y, en consecuencia, todo se acaba con la muerte; entonces el hombre, que es consciente de todo esto, busca algo que lo inmortalice, que lo haga pasar a la posteridad…
–En primer lugar, eso es una masturbación inútil, porque después de muerto nadie te va a avisar que pasó. ¡Es una masturbación! “Yo imagino...”, “yo no sé que va a pasar...”. Las cosas se deciden aquí, ahora y para siempre. Lo demás es masturbación.
–Pero –insisto– es una forma de defender la vida: el reconocimiento social es una forma simbólica de vencer a la muerte porque Vargas Llosa puede morir o mañana.
–¡No! No me gusta, es muy fría.
–Elogio de la madrastra, ¿no le gustó?
–Muy fría…
–Y ¿Los cuadernos de don Rigoberto?
–Muy fría también –repite, con desdén.
–¿El tema del Nóbel?
–No –con mayor desgano.
–Es un tema que me parece muy complejo: ¿usted cree que Vargas Llosa merezca el Nóbel de Literatura?
–Para mí el Nóbel de Literatura no tiene ningún significado. Porque en el siglo XX se dieron 100 premios. A esos cien ¿quiénes los leen?
–¿Has leído algo de Echegaray?
–No.
–¿Algo de Jacinto Benavente?
–No.
–Gabriela Mistral ¿te gusta?
–Sí, pero la he leído muy poco… en el colegio.
–(Aplaude) ¿Ya ves? A mí nunca me han gustado los premios…
–Pero si usted es ateo y, en consecuencia, todo se acaba con la muerte; entonces el hombre, que es consciente de todo esto, busca algo que lo inmortalice, que lo haga pasar a la posteridad…
–En primer lugar, eso es una masturbación inútil, porque después de muerto nadie te va a avisar que pasó. ¡Es una masturbación! “Yo imagino...”, “yo no sé que va a pasar...”. Las cosas se deciden aquí, ahora y para siempre. Lo demás es masturbación.
–Pero –insisto– es una forma de defender la vida: el reconocimiento social es una forma simbólica de vencer a la muerte porque Vargas Llosa puede morir o mañana.
–Claro.
–Pero con el reconocimiento ya trascendió…
–Pero él ya sabe, pues...
–Pero con el reconocimiento ya trascendió…
–Pero él ya sabe, pues...
1 comment:
muchas gracias por la muy interesante entrevista de este gran novelista. Yo creo que más gente debería de leerlo. Los eunucos inmortales es un hermoso libro sobre la amistad.
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