"Todas las obras de arte deben empezar por el final."
Edgar Allan Poe
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Tus gafas multifocales, hechas pedazos, decoran el suelo de una manera vulgar (tan vulgar e insulsa que, por un momento, me relajo… me llego a excitar olvidándome de cuanto necesito olvidar). Un ramal carmesí baja apurado de tu pecho y se bifurca, se alarga en varias direcciones: sobre el parqué, debajo de la pianola, y empieza a confundirse con el rojo intenso de la raída alfombra que se extiende debajo de tu delgadas piernas de balletista virgen.
Tus ojos, abiertos, parecen apuntar hacia un cielo estrellado que ese techo barroco te niega tajantemente. Las pupilas inflamadas, a punto de estallar, como las venas de tus sienes. Una boca regular, discreta, que apenas se atreve a mostrar la hilera superior de tus dientes de cebra circense. Una lengua tersa, perfecta, como la de un recién nacido que llora en los brazos de la matrona.
Todavía sostengo con firmeza el revólver: un humo ralo que se desvanece con precocidad, el gatillo tibio y el tambor vacío, caliente e indiferente. La imagen de tu cara, de tu terror infinito antes del estruendo, permanece fresca e incorruptible. Una sola bala. Un solo destino. Un corazón perforado y un pulso agotado.
Ahora, antes de huir al monte y perderme por un par de semanas (o talvez más), es cuando quiero recordar el por qué decidí ajusticiarte. Trato de recordar por qué te elegí a ti. ¿Me gustó tu casa?, ¿tu eterna sonrisa?, ¿tu fama?, ¿o lo que me llevó hacia ti fue ese nuevo reto: el matar a alguien cercano, a alguien cuya sangre también es mía?
Siento una chicharra que apura mi partida. Me quito los guantes, envuelvo el revólver en un pañuelo y me despido de ti:
–¡Gracias papá, me ayudaste demasiado!
Me lavo el rostro y que quito el delantal que utilizo cada vez que pinto. Saco la acuarela al patio y pienso en un buen nombre. “Mi última visita a papá”, me gusta mucho, aunque también podría ser “La bala que le regalé a mi viejo”. No sería mala idea llamarlo por la noche para que él me dé su valiosa opinión.
13 de Marzo de 2006.
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Imagen: Muerte de Marat (1793) de Jacques Louis David.
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