Aborto. Según el diccionario de la RAE es la interrupción del embarazo por causas naturales o deliberadamente provocadas. La palabra es, de por sí, dolorosa, peligrosa y nunca pasa de moda. Es, digámoslo sin temores, una actividad, aunque casi siempre soterrada, cotidiana. Y lo seguirá siendo mientras haya vida (sexo) en la Tierra.
En los últimos días, tanto la Iglesia Católica como el Gobierno Regional de Arequipa se han visto envueltos en una lucha sin cuartel por parte de la primera, en donde la curia ha condenado tajantemente su práctica (hablamos del aborto terapéutico): la Iglesia Católica (que no es la única Iglesia, vale recordarlo), encabezada por el arzobispo Javier Del Río Alba, ha alzado la voz para –literalmente– satanizar esta práctica.
Creo que la población juvenil (la más activa sexualmente) resulta siendo la más interesada en este tipo de debates pues, tanto el aborto, como el uso del preservativo u otro método anticonceptivo, o la píldora del día siguiente, son temas en donde nosotros, por obvias razones, nos convertimos en el principal caldo de cultivo. Lamentablemente, los jóvenes no hemos participado en el debate o quizá –espero que sea así– no hemos tenido espacio en los medios y es por este inconveniente que nuestra voz no ha llegado a la comunidad arequipeña. La Universidad Católica San Pablo, por ejemplo, emitió un claro pronunciamiento a favor de la Iglesia pero, uno se pregunta respetuosamente, ¿cuánto intervinieron los jóvenes estudiantes de esta casa superior de estudios? Esperamos, pues, que –no sólo en el caso de la U. San Pablo sino de cualquier otra institución educativa que decida pronunciarse– el aporte de los jóvenes no resulte meramente tangencial, sino medular. Y los aportes en estos temas tan álgidos, vengan de donde vengan, son siempre bienvenidos y no deben, de ninguna manera, zanjar el debate (como lamentablemente pretende hacerlo la Iglesia Católica): nadie es dueño de la verdad y el Estado no es patrimonio de una sola religión, pues, alberga a todas, e incluso a los que carecemos de ella.
Recuerdo que Umberto Eco, en el célebre intercambio epistolar que sostuvo con el Cardenal Carlo María Martini, decía que los laicos no tienen derecho a criticar el modo de vivir de un creyente salvo en el caso, como siempre, de que vaya contra las leyes del Estado (por ejemplo, la negativa a que a los hijos enfermos se les practiquen transfusiones sanguíneas) o se oponga a los derechos de quien profesa una fe distinta. La Iglesia, en sus diversas vertientes (católicos, testigos de Jehová, mormones, musulmanes, etcétera), plantea la propuesta de un modo de vida que se considera óptimo (libre de pecado y regido por leyes divinas); mientras que el punto de vista de los laicos (que no somos pocos) considera óptimo cualquier modo de vida que sea consecuencia de una libre elección, siempre que ésta no lesione ni impida las elecciones de los demás.
Así como yo no tengo nada que objetar al hecho de que la religión musulmana prohíba el consumo de alcohol, la Iglesia católica tampoco debería intervenir en decisiones del Estado porque, repito, el Estado acoge a todas y a todos: ateos, agnósticos, creyentes, etc.
Dicho esto, la actitud de la Gerencia Regional de Salud me resulta decepcionante y no hace más que reflejar el atraso en el que estamos sumidos. Creo que todos intentamos vivir en una democracia y no en la dictadura del conservadurismo más anquilosado.
Termino citando a Umberto Eco (confesión que yo suscribo con vehemencia): "no me he visto jamás en la circunstancia de, ante una mujer que se declarase embarazada a causa de mi colaboración, tener que aconsejarle el aborto o dar mi consentimiento a su voluntad de abortar. Si me hubiera ocurrido algo así, habría hecho todo lo posible para persuadirla de que diera vida a esa criatura, fuera cual fuera el precio que juntos hubiéramos debido pagar. Y ello porque considero que el nacimiento de un niño es algo maravilloso, un milagro natural que hay que aceptar. Y, con todo, no me siento capaz de imponer esta posición ética mía (esta disposición pasional mía, esta persuasión intelectual mía) a nadie. La mujer tiene derecho a tomar una decisión autónoma que afecta a su cuerpo, a sus sentimientos y a su futuro". Conclusión: no somos libres de elegir lo que nos pasa, sino libres para responder a lo que nos pasa de tal o cual modo.
En los últimos días, tanto la Iglesia Católica como el Gobierno Regional de Arequipa se han visto envueltos en una lucha sin cuartel por parte de la primera, en donde la curia ha condenado tajantemente su práctica (hablamos del aborto terapéutico): la Iglesia Católica (que no es la única Iglesia, vale recordarlo), encabezada por el arzobispo Javier Del Río Alba, ha alzado la voz para –literalmente– satanizar esta práctica.
Creo que la población juvenil (la más activa sexualmente) resulta siendo la más interesada en este tipo de debates pues, tanto el aborto, como el uso del preservativo u otro método anticonceptivo, o la píldora del día siguiente, son temas en donde nosotros, por obvias razones, nos convertimos en el principal caldo de cultivo. Lamentablemente, los jóvenes no hemos participado en el debate o quizá –espero que sea así– no hemos tenido espacio en los medios y es por este inconveniente que nuestra voz no ha llegado a la comunidad arequipeña. La Universidad Católica San Pablo, por ejemplo, emitió un claro pronunciamiento a favor de la Iglesia pero, uno se pregunta respetuosamente, ¿cuánto intervinieron los jóvenes estudiantes de esta casa superior de estudios? Esperamos, pues, que –no sólo en el caso de la U. San Pablo sino de cualquier otra institución educativa que decida pronunciarse– el aporte de los jóvenes no resulte meramente tangencial, sino medular. Y los aportes en estos temas tan álgidos, vengan de donde vengan, son siempre bienvenidos y no deben, de ninguna manera, zanjar el debate (como lamentablemente pretende hacerlo la Iglesia Católica): nadie es dueño de la verdad y el Estado no es patrimonio de una sola religión, pues, alberga a todas, e incluso a los que carecemos de ella.
Recuerdo que Umberto Eco, en el célebre intercambio epistolar que sostuvo con el Cardenal Carlo María Martini, decía que los laicos no tienen derecho a criticar el modo de vivir de un creyente salvo en el caso, como siempre, de que vaya contra las leyes del Estado (por ejemplo, la negativa a que a los hijos enfermos se les practiquen transfusiones sanguíneas) o se oponga a los derechos de quien profesa una fe distinta. La Iglesia, en sus diversas vertientes (católicos, testigos de Jehová, mormones, musulmanes, etcétera), plantea la propuesta de un modo de vida que se considera óptimo (libre de pecado y regido por leyes divinas); mientras que el punto de vista de los laicos (que no somos pocos) considera óptimo cualquier modo de vida que sea consecuencia de una libre elección, siempre que ésta no lesione ni impida las elecciones de los demás.
Así como yo no tengo nada que objetar al hecho de que la religión musulmana prohíba el consumo de alcohol, la Iglesia católica tampoco debería intervenir en decisiones del Estado porque, repito, el Estado acoge a todas y a todos: ateos, agnósticos, creyentes, etc.
Dicho esto, la actitud de la Gerencia Regional de Salud me resulta decepcionante y no hace más que reflejar el atraso en el que estamos sumidos. Creo que todos intentamos vivir en una democracia y no en la dictadura del conservadurismo más anquilosado.
Termino citando a Umberto Eco (confesión que yo suscribo con vehemencia): "no me he visto jamás en la circunstancia de, ante una mujer que se declarase embarazada a causa de mi colaboración, tener que aconsejarle el aborto o dar mi consentimiento a su voluntad de abortar. Si me hubiera ocurrido algo así, habría hecho todo lo posible para persuadirla de que diera vida a esa criatura, fuera cual fuera el precio que juntos hubiéramos debido pagar. Y ello porque considero que el nacimiento de un niño es algo maravilloso, un milagro natural que hay que aceptar. Y, con todo, no me siento capaz de imponer esta posición ética mía (esta disposición pasional mía, esta persuasión intelectual mía) a nadie. La mujer tiene derecho a tomar una decisión autónoma que afecta a su cuerpo, a sus sentimientos y a su futuro". Conclusión: no somos libres de elegir lo que nos pasa, sino libres para responder a lo que nos pasa de tal o cual modo.
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