Letralia de Venezuela cumple 12 años y en su edición de aniversario publico Confesiones desde el Infierno. Copio el fragmento inicial:
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Por si no lo saben, ineptos que pueblan las afueras de este inmaculado recinto: vivir no es otra cosa que follar. Observar las curvas de los demás con hondo celo detectivesco, estudiar sus efluvios con avidez hasta arañar esa angustia que precede al pánico de saberse ante un culo virginal (o que, por ímpetu o descuido iniciales, amaga serlo).
A las gentes hay que conversarles hasta encontrarles el ritmo y las maneras más rebuscadas que sólo la libido logra develar.
Hoy —admito que me toco mientras escribo— amanecí con ganas de polvear con todos ustedes. Para que de una vez entiendan lo que digo. Vivir es flirtear, insinuar, actuar, hasta llegar al confesionario macabro e impío —pero, ¡ay!, definitivo— que a veces es la cama (o el mugriento baño del cine porno, o la caseta que el vigilante te alquila por un sencillo que vale más que su sonrisa de vieja arrecha, o, si el bolsillo no ayuda, la parte más oscura del parque enrejado... para vaciarse en el ansia que humedece más al rocío del pasto y para atenuar la tenue lumbre de la impúdica luna).
Allí, en el sacrosanto lecho, hay que pugnar con el amante de turno exigiendo al máximo a la elasticidad del preservativo, confiando en su mentada eficacia y desconfiando siempre de la asepsia de los orificios de los demás: hembras y machos, culos y conchas, putas y no tan putos, maricas de avenida o gays de club nocturno, chibolas inexpertas de discoteca bien o viejas recorridas en cuyas arrugas se esconden literaturas sórdidas, poses geniales y mamadas edénicas... ambiguos también, ¡por supuesto!, porque la experiencia dicta que la cama es infalible ayudando a definir a un indeciso o a indefinir, con un respingo febril, a un supuesto machote en cuyos apretados fundillos se esconden tristes gónadas minúsculas que quieren, una después de la otra, hendirse en ese recto perfumado y, así, airar nalgas fláccidas: dudar es siempre una gimnasia salubre entre tanta insalubridad: lo saben las lesbianas confundidas cuyos coños desean ser curados al menos por una noche memorable de falos enhiestos y relinches vigorosos que ojalá no quieran recordar.
A las gentes hay que conversarles hasta encontrarles el ritmo y las maneras más rebuscadas que sólo la libido logra develar.
Hoy —admito que me toco mientras escribo— amanecí con ganas de polvear con todos ustedes. Para que de una vez entiendan lo que digo. Vivir es flirtear, insinuar, actuar, hasta llegar al confesionario macabro e impío —pero, ¡ay!, definitivo— que a veces es la cama (o el mugriento baño del cine porno, o la caseta que el vigilante te alquila por un sencillo que vale más que su sonrisa de vieja arrecha, o, si el bolsillo no ayuda, la parte más oscura del parque enrejado... para vaciarse en el ansia que humedece más al rocío del pasto y para atenuar la tenue lumbre de la impúdica luna).
Allí, en el sacrosanto lecho, hay que pugnar con el amante de turno exigiendo al máximo a la elasticidad del preservativo, confiando en su mentada eficacia y desconfiando siempre de la asepsia de los orificios de los demás: hembras y machos, culos y conchas, putas y no tan putos, maricas de avenida o gays de club nocturno, chibolas inexpertas de discoteca bien o viejas recorridas en cuyas arrugas se esconden literaturas sórdidas, poses geniales y mamadas edénicas... ambiguos también, ¡por supuesto!, porque la experiencia dicta que la cama es infalible ayudando a definir a un indeciso o a indefinir, con un respingo febril, a un supuesto machote en cuyos apretados fundillos se esconden tristes gónadas minúsculas que quieren, una después de la otra, hendirse en ese recto perfumado y, así, airar nalgas fláccidas: dudar es siempre una gimnasia salubre entre tanta insalubridad: lo saben las lesbianas confundidas cuyos coños desean ser curados al menos por una noche memorable de falos enhiestos y relinches vigorosos que ojalá no quieran recordar.
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Para leer todo el texto:
Imagen: Monasterio de Santa Catalina (Arequipa)
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