Se abre octubre tendiendo sus alas moradas para recibir con honores al Cristo del mural de Pachacamilla. Y ya llegan las beatas embutidas en vestidos acordes, esquivando a los vendedores de estampitas que a veces son tan prepotentes como su necesidad (porque la religión también puede ser un negocio, ¿y qué?, si no que algún hereje vaya al Vaticano y revise con lupa sus cuadernos contables). Las camisas violetas para los varones sudorosos y el sahumerio que invade una atmósfera teñida de algo que unos llaman devoción y que otros califican como fetichismo infinito.
Todavía puedo ver a una de mis tías más devotas, estática ante ese desfile de fieles que persiguen, entre cánticos, al Señor de los Milagros. Llora, me toma de la mano y reza, y yo me siento extraño, conmovido -¿qué le pedirá?, no alcanzo a descifrar lo que musita-, porque lo que no entendemos a veces nos conmueve y luego nos seduce, o al revés, en este caso el orden de los factores tampoco altera el producto: en ese instante no miro a Dios porque me es ajeno, distante; pero a ella, en cambio, sí la tengo a la mano, puedo sentir el sufrimiento que esconde cada una de sus arrugas, juraría que si Dios la viera se echaría a llorar, no sé si de pena o alegría. Pero algo GRANDE haría. Pido mucho seguramente: la vida ya es un milagro. ¿Y lo que viene después cómo se llama?
Y si todas las personas fueran como mi tía, tan santas, tan pías, tan cucufatas… no sé si el mundo sería mejor, tampoco peor. Sé que habría menos maldad y por eso mismo sería muy aburrido. Aburrido como este mes que produce congestiones vehiculares y en donde hasta Alan García forma parte de una cuadrilla.
"Soy ateo gracias a Dios", decía Luis Buñuel, creador de "Los olvidados", esa película que habla de lo que pueden llegar a hacer los que sobran, aquellas barrigas vacías, individuos capaces de matar a Dios y al prójimo por un pedazo de pan. Dos por uno. Y es justamente por eso que muchos necesitados se cuelan en las procesiones para alzarse lo que está a la mano: si los políticos lo hacen, ¿por qué yo no? Patético, pero cierto.
Es en este mes en donde, me parece, se da algo contradictorio: se refuerza la fe, se renueva; pero también se robustecen los escepticismos, uno ratifica sus decepciones (aunque no existan catedrales para los que no creen, como pedía el poeta Juan Gonzalo Rose). Porque un ateo puede ser alguien cansado de buscar, ¿un ciego?, quizá, y dichosos los que creen sin haber visto, persistan. Pero, ojo, ser católico y parecerlo no es la misma cosa. Lo digo porque muchos utilizan este mes para salir en la foto, para graduarse de fervorosos seguidores, ¡tantas nazarenas!, ¡tantos políticos!, ¡tantos periodistas! ¡tantas confesiones a media caña!
Tomo distancia de todos y pido –a quien corresponda- que recen por el Perú, por los que no creen, por los que dejamos de creer, por los que alguna vez sentimos a Dios en nuestros corazones y se fue "tan cayando*" (diría el poeta) . Recen porque la Verdad siempre esté por encima de todo, sea ésta divina o cotidiana. La Verdad es enemiga de la censura. Recen por los periodistas que sí debieron celebrar su día pero no lo hicieron (porque anduvieron en lo suyo). No soy periodista, pero fue justamente en octubre cuando me censuraron un par de columnas en un diario local. Una fue una "inocente" reseña sobre un libro del periodista Beto Ortiz (Maldita Ternura) y la otra una crítica mordaz al Cardenal Cipriani. Uno deja de creer cuando se decepciona, por eso hay tan pocos periodistas creíbles. No sé si Dios existe, pero la censura sí, sobre todo en octubre, el mes de los temblores (y los temores). Para mí fue un terremoto emocional descubrir por cuenta propia que la censura existe. ¿Dios apoya la(s) censura(s)? No tengo su teléfono. "Yo no sé si Dios existe, pero si existe, sé que no le va a molestar mi duda". Eso lo dijo un tal Benedetti.
Publicado en VistaPrevia
Arequipa, 13 de octubre de 2008
(*) Cayando: callando y cayendo
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