En el blog El Salmón (crónicas sobre peces sacados del agua y sobre peces en el agua) aparece una crónica gris que quiere llegar a ser roja. Empieza así:
La vida es un continuo aprendizaje, dicen los que saben. Y yo, que no sé nada, desconfío (mi experiencia lo hace obstinadamente), porque no aprendo: me desprendo (de ideas, afectos, pulsiones y sensaciones de toda estofa, que un día iluminaron mi presente y me anunciaron un futuro que guardaba cierta simetría con mis sueños, ¡tamaño disparate!). Si algo me ha enseñado la vida es que hay cosas que pasan, cosas que pesan, y nos hacen más duros, gélidos –quiero decir indolentes–, porque en realidad nos endurecen el corazón, el sexo, las manos, la piernas o el semblante que le mostramos a esa realidad que siempre se las ingenia para sacarnos la vuelta (“la muerte es una amante despechada, que juega sucio y no sabe perder”).
Camino por la Plaza de Armas tratando de olvidarme de mí mismo y pienso que hay gente con caries, migrañas, pies planos, várices, escoliosis, cáncer o sida. Y habemos otros que –aparte de la gastritis crónica producto de la ansiedad, el alcohol y las caparinas– estamos enfermos del corazón. ¿Alguna cardiopatía?, preguntará el especialista. No, ¡qué va! Hablo de cosas más profundas que ningún bisturí podrá siquiera rozar simplemente porque no están dentro de mí, sino “lejos, en el centro de la tierra: las raíces del amor donde estaban quedarán”.
La vida es un continuo aprendizaje, dicen los que saben. Y yo, que no sé nada, desconfío (mi experiencia lo hace obstinadamente), porque no aprendo: me desprendo (de ideas, afectos, pulsiones y sensaciones de toda estofa, que un día iluminaron mi presente y me anunciaron un futuro que guardaba cierta simetría con mis sueños, ¡tamaño disparate!). Si algo me ha enseñado la vida es que hay cosas que pasan, cosas que pesan, y nos hacen más duros, gélidos –quiero decir indolentes–, porque en realidad nos endurecen el corazón, el sexo, las manos, la piernas o el semblante que le mostramos a esa realidad que siempre se las ingenia para sacarnos la vuelta (“la muerte es una amante despechada, que juega sucio y no sabe perder”).
Camino por la Plaza de Armas tratando de olvidarme de mí mismo y pienso que hay gente con caries, migrañas, pies planos, várices, escoliosis, cáncer o sida. Y habemos otros que –aparte de la gastritis crónica producto de la ansiedad, el alcohol y las caparinas– estamos enfermos del corazón. ¿Alguna cardiopatía?, preguntará el especialista. No, ¡qué va! Hablo de cosas más profundas que ningún bisturí podrá siquiera rozar simplemente porque no están dentro de mí, sino “lejos, en el centro de la tierra: las raíces del amor donde estaban quedarán”.
Para leerla toda clic aquí.
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