La última gran decepción del III Festival del Libro de Arequipa fue la confirmada ausencia de Mario Vargas Llosa en la ciudad. El gran banner que ondeaba con el viento luciendo el rostro sonriente del escritor, en el frontis de la Municipalidad Distrital de Yanahuara, anunciando su presencia, el miércoles por la tarde ya no estaba. Entonces, para todos los ansiosos de su figura, la ilusión de tener al arequipeño más ilustre en el mundo se hizo agua. Sé de algunos que hasta echarán alguna sentida lágrima y maldecirán el infortunio y sé que ellos no sabrán que esto no es causa del infortunio ni de la desgracia, sino de un grupo de personas que hizo de este evento una total estafa.
Pero los afectados no sólo se encuentran entre los avisados de Mario Vargas Llosa, los fanáticos de la bella Magaly Solier, los lectores de culto de Damaris Calderón, José Kozer, Raúl Zurita y todos aquellos escritores que hasta la fecha han cancelado su presencia —no se olvide que ellos mismos también son afectados—, sino también los escritores y editores locales, junto con el público que conforman y hacen el gran libro de la ciudad.
Imitando el ejemplo de la FIL 2009, los organizadores de este Festival se comprometieron a ceder a los editores independientes, no sólo de Arequipa sino también de toda la región, un stand para la difusión y venta de todo lo que en el país se produce. Sin duda, el Festival daba luces de convertirse en un gran evento que consolidaría a Arequipa como la ciudad del libro, pero el libro de la ciudad nunca apareció. El stand se esfumó, sus anunciadores se hicieron los locos y prefirieron enrolarse en la difícil tarea de desaparecer por completo y dejar al Festival cayéndose poco a poco.
Una semana antes se cambió la locación del campo ferial de la plaza San Francisco a la plaza principal de Yanahuara, días antes se anunció que ningún escritor internacional llegaría, el mismo día de la inauguración del evento aún se armaban los toldos que pretenden hacer pasar como stands. Ese mismo día se anunció que Magaly Solier no llegaba, ese mismo día se inquirió respecto al stand y algún Patrick O’brien sonriente declaró que de todas maneras habría uno para los editores independientes. Un día después, con los toldos ya armados, ningún espacio fue cedido, en cambio la librería de la universidad, dirigida por Misael Ramos —artífice del desastre consecutivo del I y II Festival— obtuvo dos. Un día después siguió la deserción de escritores y así todos los días se siguió con el Festival, sin siquiera un programa oficial.
Este año, nuevamente, el Festival parece un mercadillo de artesanías —lo salvan los buenos libros de algunas editoriales—, nuevamente los invitados no saben hacia donde dirigirse —he visto a Edgar Guillén vagabundear por la plaza con su maleta a cuestas sin que nadie de la organización se acerque a ayudarle—, nuevamente el público arequipeño no sabe que en su ciudad los pocos escritores que llegaron, eran buenos —la publicidad del evento ha sido deficiente y la única (el gran banner para Mario Vargas Llosa) resulta que fue una publicidad engañosa.
Esta es la hora para los responsables. Este el momento para que se diga cuánto dinero hubo en el presupuesto y cuánto de tal ha sido verdaderamente invertido. Es la hora para que los organizadores den la cara y digan por qué creen que los arequipeños no nos damos cuenta de su provincianismo y falta de organización. La hora para que se diga por qué Juan Manuel Guillén dejó en manos de esta gente el evento, cuando en la anterior edición ya le habían faltado el respeto al pueblo de Arequipa, con una malísima organización.
Arthur Zeballos
Artículo publicado en el Semanario "El Búho"
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