«Vivimos en un mundo ambiguo, las palabras no quieren decir nada, las ideas son cheques sin provisión, los valores carecen de valor, las personas son impenetrables, los hechos amasijos de contradicciones, la verdad es una quimera y la realidad un fenómeno tan difuso que es difícil distinguirla del sueño, la fantasía o la alucinación. La duda, que es el signo de la inteligencia, es también la tara más ominosa de mi carácter. Ella me ha hecho ver y no ver, actuar y no actuar, ha impedido en mí la formación de convicciones duraderas, ha matado hasta la pasión y me ha dado finalmente del mundo la imagen de un remolino donde se ahogan los fantasmas de los días, sin dejar otra cosa que briznas de sucesos locos y gesticulaciones sin causa ni finalidad.»
Julio Ramón Ribeyro, Prosas apátridas
Hemos perdido la capacidad de indignarnos, de conmovernos, de ser solidarios, de ser humanos. No se trata -aunque a veces parezca que lo hacemos- de polarizarnos y escindir al país en dos: «sistema» versus el «antisistema». Se trata, como en el caso de Cocachacra, de una verdadera democracia, de la libertad de un pueblo para decidir su presente y su futuro (porque rechazar la minería es mirar al futuro, creer en él): ¡Agro sí, mina no! Así de simple.
Lo que no es simple, nunca lo fue, es elegir en el Perú.
Hoy quisiera ser un apátrida. No lo soy y jamás he creído en el voto en blanco.
Nada de oportunismos. No deseamos orientar el voto al extremismo (si unos consideran votar por Ollanta Humala un error que linda con la barbarie; otros, en cambio, tienen el derecho de estar convencidos de que ser extremistas hasta la estulticia es elegir a Pedro Pablo Kuczynski). Desde luego, es preciso aclararlo sin miramientos: si, en segunda vuelta, me obligan a elegir entre Humala y Kuczynski, votaré por el primero. Correré ese riesgo porque las campañas de satanización en su contra sólo buscan darle más vuelo al anciano PPK.
Hermanos peruanos están perdiendo la vida en Mollendo (grupos de malhechores, confundidos entre los rebeldes, se están dedicando al pillaje) y, mientras tanto, acá, en Arequipa, sumidos en una indiferencia que nos acusa y condena.
—¡Que la policía ponga orden en Mollendo porque en Arequipa ya no hay gasolina para mi carro! —dicen muchos, indolentes o imbéciles, que recién se sienten tocados, olvidando que si ponemos en una balanza a la minería y al agro, este último siempre pesará más (o debería pesar más si no pensamos como el señor PPK y toda su tropa de fundamentalistas del libre mercado sin conciencia social).
La gente en Mollendo le ha dicho no a la minera Southern y no al Proyecto Tía María. El informe de la ONUD dice, entre otras cosas, que la descripción del Proyecto “carece del nivel de definición que corresponde al Proyecto Ejecutivo o a la Ingeniería de Detalle del mismo, generando en numerosas ocasiones, incertidumbre en la definición de las causas de impacto (…) El esfuerzo de relevamiento de información primaria presenta ciertos vacíos de información que impiden la correcta evaluación de los impactos ambientales. Así, cabe citar el grave ejemplo de la inexistencia de un estudio hidrogeológico completo sobre el área del proyecto”.
Repudio el sistema actual y quisiera ver preso al señor Alan García Pérez, emblema insuperable de la corrupción y el robo. Pero tampoco quiero un salto al vacío (aunque sujetos como PPK me pueden obligar a saltar). Soy, pues, un amasijo de contradicciones. Ayer estuve en el mítin de cierre de campaña del señor Ollanta Humala Tasso en las afueras del coliseo Arequipa. Volví decepcionado. Fue una pérdida de tiempo. No encontré convicciones, sólo discursos sosos y populistas. Gentes tristes, frías y confundidas.
Alejandro Toledo Manrique tuvo un gobierno democrático con errores groseros. Fue precisamente esa libertad absoluta de expresión la que permitió que se lo cargue tanto con sus recurrentes viajes a Punta Sal, por su debilidad por el whisky y por tener una familia bastante especial.
Como arequipeño, no puedo olvidar el Arequipazo y los dos muertos en nuestra bienamada Plaza de Armas. Sigo creyendo que el error fue del entonces Ministro del Interior, Fernando Rospigliosi Capurro. Un sujeto que, presa de su soberbia, nos sigue debiendo unas disculpas públicas.
No obstante, no puedo tampoco olvidar de ninguna manera esa revuelta popular en la que Alejandro Toledo se fajó, se puso la vincha, y encabezó la ya mítica Marcha de los Cuatro Suyos. Él es uno de los responsables de que hayamos vuelto a esta democracia («precaria», como él mismo lo ha reconocido, «imperfecta» agregaría Vargas Llosa).
Mi afán primordial –en primera vuelta– es impedir que pase la señora Keiko Fujimori, hija del sátrapa japonés Kenya Fujimori. Darle la oportunidad a esta mujercita educada en Estados Unidos con la plata de todos los peruanos, es abrazarnos con la impunidad, celebrar al autoritarismo, acostarse con la muerte y despertar -en el supuesto negado de que despertemos- esposados por una nueva dictadura.
En esta candente elección hay que tener prioridades:
1. Sacar de carrera a los que nunca fueron democráticos: Fujimori y compañía (el Perú no es una dinastía japonesa, ha dicho el artista Víctor Delfín).
2. Procurar cárcel para Alan García y su compañía (evitar que huya del país como ya lo hizo alguna vez).
3. Defender la democracia a toda costa (defender la democracia, insisto, es rechazar a los que nunca creyeron en ella: la pandilla Fujimori y sus esbirros Raffo, Kouri, etcétera).
Alejandro Toledo, así les joda a muchos, es el candidato más demócrata de todos. Su primer gobierno me dejó muchos sinsabores (yo voté por él, ¡jamás por el aprismo!). Sin embargo, viene a cuento recordar que, después de muchos años, tuvimos un presidente que no huyó del país (Alan García, Fujimori, y seguramente otra vez García). Un presidente que no fue perseguido político. Un presidente que, en esta segunda oportunidad, lo puede hacer mejor.
Espero de todo corazón que Alejandro Toledo haya aprendido de sus errores. Ojalá, Toledo: ¡ojalá!
Lo que no es simple, nunca lo fue, es elegir en el Perú.
Hoy quisiera ser un apátrida. No lo soy y jamás he creído en el voto en blanco.
Nada de oportunismos. No deseamos orientar el voto al extremismo (si unos consideran votar por Ollanta Humala un error que linda con la barbarie; otros, en cambio, tienen el derecho de estar convencidos de que ser extremistas hasta la estulticia es elegir a Pedro Pablo Kuczynski). Desde luego, es preciso aclararlo sin miramientos: si, en segunda vuelta, me obligan a elegir entre Humala y Kuczynski, votaré por el primero. Correré ese riesgo porque las campañas de satanización en su contra sólo buscan darle más vuelo al anciano PPK.
Hermanos peruanos están perdiendo la vida en Mollendo (grupos de malhechores, confundidos entre los rebeldes, se están dedicando al pillaje) y, mientras tanto, acá, en Arequipa, sumidos en una indiferencia que nos acusa y condena.
—¡Que la policía ponga orden en Mollendo porque en Arequipa ya no hay gasolina para mi carro! —dicen muchos, indolentes o imbéciles, que recién se sienten tocados, olvidando que si ponemos en una balanza a la minería y al agro, este último siempre pesará más (o debería pesar más si no pensamos como el señor PPK y toda su tropa de fundamentalistas del libre mercado sin conciencia social).
La gente en Mollendo le ha dicho no a la minera Southern y no al Proyecto Tía María. El informe de la ONUD dice, entre otras cosas, que la descripción del Proyecto “carece del nivel de definición que corresponde al Proyecto Ejecutivo o a la Ingeniería de Detalle del mismo, generando en numerosas ocasiones, incertidumbre en la definición de las causas de impacto (…) El esfuerzo de relevamiento de información primaria presenta ciertos vacíos de información que impiden la correcta evaluación de los impactos ambientales. Así, cabe citar el grave ejemplo de la inexistencia de un estudio hidrogeológico completo sobre el área del proyecto”.
Repudio el sistema actual y quisiera ver preso al señor Alan García Pérez, emblema insuperable de la corrupción y el robo. Pero tampoco quiero un salto al vacío (aunque sujetos como PPK me pueden obligar a saltar). Soy, pues, un amasijo de contradicciones. Ayer estuve en el mítin de cierre de campaña del señor Ollanta Humala Tasso en las afueras del coliseo Arequipa. Volví decepcionado. Fue una pérdida de tiempo. No encontré convicciones, sólo discursos sosos y populistas. Gentes tristes, frías y confundidas.
Alejandro Toledo Manrique tuvo un gobierno democrático con errores groseros. Fue precisamente esa libertad absoluta de expresión la que permitió que se lo cargue tanto con sus recurrentes viajes a Punta Sal, por su debilidad por el whisky y por tener una familia bastante especial.
Como arequipeño, no puedo olvidar el Arequipazo y los dos muertos en nuestra bienamada Plaza de Armas. Sigo creyendo que el error fue del entonces Ministro del Interior, Fernando Rospigliosi Capurro. Un sujeto que, presa de su soberbia, nos sigue debiendo unas disculpas públicas.
No obstante, no puedo tampoco olvidar de ninguna manera esa revuelta popular en la que Alejandro Toledo se fajó, se puso la vincha, y encabezó la ya mítica Marcha de los Cuatro Suyos. Él es uno de los responsables de que hayamos vuelto a esta democracia («precaria», como él mismo lo ha reconocido, «imperfecta» agregaría Vargas Llosa).
Mi afán primordial –en primera vuelta– es impedir que pase la señora Keiko Fujimori, hija del sátrapa japonés Kenya Fujimori. Darle la oportunidad a esta mujercita educada en Estados Unidos con la plata de todos los peruanos, es abrazarnos con la impunidad, celebrar al autoritarismo, acostarse con la muerte y despertar -en el supuesto negado de que despertemos- esposados por una nueva dictadura.
En esta candente elección hay que tener prioridades:
1. Sacar de carrera a los que nunca fueron democráticos: Fujimori y compañía (el Perú no es una dinastía japonesa, ha dicho el artista Víctor Delfín).
2. Procurar cárcel para Alan García y su compañía (evitar que huya del país como ya lo hizo alguna vez).
3. Defender la democracia a toda costa (defender la democracia, insisto, es rechazar a los que nunca creyeron en ella: la pandilla Fujimori y sus esbirros Raffo, Kouri, etcétera).
Alejandro Toledo, así les joda a muchos, es el candidato más demócrata de todos. Su primer gobierno me dejó muchos sinsabores (yo voté por él, ¡jamás por el aprismo!). Sin embargo, viene a cuento recordar que, después de muchos años, tuvimos un presidente que no huyó del país (Alan García, Fujimori, y seguramente otra vez García). Un presidente que no fue perseguido político. Un presidente que, en esta segunda oportunidad, lo puede hacer mejor.
Espero de todo corazón que Alejandro Toledo haya aprendido de sus errores. Ojalá, Toledo: ¡ojalá!
2 comments:
No puedo hacer otra que suscribir de cabo a rabo este artículo... Esos arranques de sinceridad son muy buenos, muy buenos Orlando, necesarios cuando el debate político en feisbuk es tan superficial.
Hola, Roger. Este texto lo escribí volando. Pero siempre corriendo el riesgo de tomar postura y escoger. El proceso electoral en el Perú es superficial: los candidatos en el programa de Magaly Medina, la portátil del Apra insultando a Nadine Heredia (la esposa de Ollanta Huama), y la policía bien gracias a sabiendas que no se puede ejercer arengas a favor y en contra este día. Toledo siempre histriónico e impostado. Yo no soy toledista como me llamó un desubicado del feisbuk que me invitó a votar por Pedro Pablo Kuy con un vídeo de Cecilia Valenzuela. O sea: un zafarrancho. Fui a abrir mi mesa 7:30 en punto. No había un alma. Pasaron 40 minutos y lo mismo. Me regresé a mi casa a desayunar y luego voté y tengo que pagar multa (y los tardones... nada). Así funciona mi país. Ojalá nuestro nuevo presidente (y nosotros) lo hagamos funcionar mejor.
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