Revisando cierta prensa nacional o escuchando de boca de algunos amigos muy bien enterados, muy fácilmente puedo llegar a la conclusión de que la ceguera, la envidia, la vanidad e incluso la estupidez, han puesto fin a la alegría de todos los peruanos por el reciente premio Nobel de Literatura otorgado tan merecidamente a Mario Vargas Llosa.
Y la razón es solo una y la misma de siempre: nuestro más grande escritor ha hablado y escrito muy claramente de los peligros que acarrearía el triunfo de Keiko Fujimori y el fujimontesinismo completo, o sea el retorno a un nada lejano pasado en el que un hombrezuelo fue capaz de torturar a su propia esposa, con la complicidad de su hija, hoy candidata, tiempo después huir cobardemente del Perú, renunciar ya desde muy lejos y por fax a la presidencia de la república. Y todo esto y muchísimo que más, que todos recordamos, qué duda cabe, para luego correr a refugiarse cobardemente en el Japón de sus orígenes.
Porque esto es lo que se nos vuelve a venir, queridos compatriotas, de ganar Keiko Fujimori. O sea que absolutamente nada tiene de extraño que Mario Vargas Llosa cabalgue de nuevo, valiente y muy claramente, en defensa de la libertad y de los derechos humanos. Como tampoco tiene nada de extraño que ese Torquemada “chicha”, que es el Cardenal Cipriani, para quien, por más que hoy oportunistamente lo niegue, los derechos humanos sí son una cojudez. Y una muy reverenda y tamaña cojudez.
Torquemadas y demás ilustradas o lustradas personas claman hoy amenazante y torpemente contra las diáfanas verdades que una vez más defiende, con un inmenso amor por su país –esté cerca o lejos de él– con ardor y fervor, tercamente, Mario Vargas Llosa. Escuchémoslo, por favor. Y sobre todo no dejemos que la ciega y fatal intolerancia se apodere de nuestras conciencias y de nuestro derecho a opinar.
Y la razón es solo una y la misma de siempre: nuestro más grande escritor ha hablado y escrito muy claramente de los peligros que acarrearía el triunfo de Keiko Fujimori y el fujimontesinismo completo, o sea el retorno a un nada lejano pasado en el que un hombrezuelo fue capaz de torturar a su propia esposa, con la complicidad de su hija, hoy candidata, tiempo después huir cobardemente del Perú, renunciar ya desde muy lejos y por fax a la presidencia de la república. Y todo esto y muchísimo que más, que todos recordamos, qué duda cabe, para luego correr a refugiarse cobardemente en el Japón de sus orígenes.
Porque esto es lo que se nos vuelve a venir, queridos compatriotas, de ganar Keiko Fujimori. O sea que absolutamente nada tiene de extraño que Mario Vargas Llosa cabalgue de nuevo, valiente y muy claramente, en defensa de la libertad y de los derechos humanos. Como tampoco tiene nada de extraño que ese Torquemada “chicha”, que es el Cardenal Cipriani, para quien, por más que hoy oportunistamente lo niegue, los derechos humanos sí son una cojudez. Y una muy reverenda y tamaña cojudez.
Torquemadas y demás ilustradas o lustradas personas claman hoy amenazante y torpemente contra las diáfanas verdades que una vez más defiende, con un inmenso amor por su país –esté cerca o lejos de él– con ardor y fervor, tercamente, Mario Vargas Llosa. Escuchémoslo, por favor. Y sobre todo no dejemos que la ciega y fatal intolerancia se apodere de nuestras conciencias y de nuestro derecho a opinar.
Alfredo Bryce
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