"Los testigos falsos", acuarela del arequipeño Teodoro Núñez Ureta
Por César Hildebrandt
Si ser peruano es aceptar que la mentira prestigia, el robo
premia, la barbarie se aguanta, los muertos no importan, entonces renuncio a mi
nacionalidad y me declaro apátrida.
Si ser peruano es rendirle honores al ladrón que se hizo
rico en el poder y volvió a gobernarnos para seguir robando (“aunque no hay
ninguna prueba de eso”, como dice Velásquez Quesquén), entonces me declaro
senegalés.
Si ser peruano es resignarse a que las promesas electorales
sean basura y a que el honor no exista, entonces aspiraré a ser un NN sin país
de procedencia.
Si ser peruano quiere decir que los periodistas lean, con
engolado entusiasmo, anuncios comerciales en la radio (los de “Claro” son los
más insistentes) y recomienden, batea en mano, algún detergente (buenos días,
señora Delta), o pretendan, con éxito, que nos olvidemos de su sordidez y nos
digan ahora qué es bueno y qué es malo en este valle de lágrimas, entonces
prefiero tener el estatuto seminacional de un cisjordano.
Si ser peruano es creer que la miseria es inexorable, que
las barriadas son “pueblos en crecimiento” (hace décadas que lo siguen siendo),
que la fealdad arquitectónica y la falta de agua es “promesa de un futuro mejor”,
entonces que me borren del censo.
Si ser peruano es construir la autoestima nacional sobre las
mesas de nuestra gastronomía, la ilusión del fútbol, la creencia de que somos
únicos y mejores en casi todo, que el RENIEC me proclame inexistente.
Si ser peruano es aceptar la dictadura de la prensa y la
televisión que dicen lo que el dinero quiere que digan y callan lo que el
dinero quiere que callen, argelino de Orán quisiera ser.
Si ser peruano es creer que la debilidad ante el poderoso es
una virtud, el abuso ante el débil una oportunidad de desquite, la explotación un derecho divino, Dios un
compinche, la supervivencia a como dé lugar una absoluta prioridad, los valores
unas cuantas palabras y la hipocresía una obra maestra, entonces quemaré mi
DNI.
Si ser peruano es ocultar la cobardía del pasado para no
hablar de la cobardía del presente, suplicaré ser bengalí.
Si ser peruano es decir que se cree en el mercado mientras
se amarran las licitaciones y se ensucian las proveedurías (y las
consultorías), digo, sencillamente, que ya me cansé.
Si ser peruano es decir de la boca para afuera que se cree
en la democracia mientras se piensa, sin abrir la boca, que la democracia es
buena siempre y cuando sirva para perpetuar a los de arriba en su cima y a los
de abajo en su desdicha, entonces reclamo mi prudente extranjería.
Si ser peruano es no tener patria (como lo demostraron
tantos en el siglo XIX, por ejemplo), no tener compasión, no tener ideales pero
sí deudas por cobrar, entonces ¿por qué no, de una vez, ser un suizo adoptivo?
Si ser peruano supone oír las imbecilidades de la radio y
ver las procacidades de la tele –y asentir y reírse, respectivamente–, entonces
mejor ser catarí.
En suma, que el Perú no puede ser esta chanfaina que quiere
pasar por paraíso, este crecimiento que no es desarrollo, esos liberales
tramposos, este ocultamiento de las causas de la crisis mundial, estas mentiras
estadísticas que disminuyen el número de los pobres poniendo la cifra 240 soles mensuales como límite entre pobres
y expobres, estos partidos políticos que aceptan todo (ladrones y mentirosos
incluidos), este Estado que saquea a los modestos que trabajan pero es benévolo
con los dueños de los emporios, esta burocracia pensada para mortificar, esta
subordinación al imperio del norte y a los mandatarios de la Europa en crisis.
El Perú no puede ser este desgano sin ley pero con balas, este sometimiento a
la inmoralidad, este viejo desmán en el que los ofendidos son los mismos de
siempre.
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