[A propósito de Mi familia y otras miserias de Orlando
Mazeyra]
Por Daniel Rojas Pachas*
«A los
hermanos Ted y Jorge Robledo, esa extraña pareja del fútbol chileno, venida de
Inglaterra, de quienes aprendí a temprana edad, al leer las crónicas de sus
vidas, la vocación del fracaso. Ted terminó en África, cansado de vivir,
dedicado, según se dice, al alcohol, si bien otras fuentes indican que, tras
servir como agente de inteligencia, fue asesinado en Omán. Jorge repitió los
días, en el pueblo de Rancagua, en un empleo burocrático, acabando como
guardián de puerta en el colegio Mackay de Viña del Mar.»
Germán
Marín, Carne de Perro
Orlando
Mazeyra Guillén, joven autor arequipeño de trayectoria creciente, nos entrega
una nueva colección de cuentos intitulada Mi
familia y otras miserias (Tribal, Perú, 2013). El libro, precedido por el
respaldo de la crítica y prensa tanto nacional como extranjera, se estructura
de 32 relatos, todos autónomos, escritos con una prosa ágil que no desperdicia
ritmo y cierto tono poético en sobre adjetivaciones y descripciones vanas. El
lector enfrenta historias breves pero profundas que le impactan por su dureza y
por tocar fibras que están primordialmente ligadas a la nostalgia, la violencia
implosiva que entraña la sangre y el crecimiento en esos espacios de sordidez,
mundanidad y rutina que lindan con la locura, falta de épica y necesidad de
normalidad, que han ido edificando la clase media y la vida suburbana.
Comparto
la opinión de Raúl Bueno Chávez, que nos dice: «El lenguaje narrativo me parece impecable.
Digo maduro, narrativamente cabal, lingüísticamente preciso, a menudo poético,
con un desarrollo sin vacilaciones y siempre sugerente».
Respecto
a la estructura de Mi familia y otras
miserias, considero válido mencionar que parte de la obra funciona como una
breve novela fragmentada, sobre todo si pensamos en aquellos textos centrados
en el devenir del hijo escritor, su vida al interior del hogar, la niñez y
adolescencia atravesada por la presencia de un padre excesivamente recto y con
una superioridad moral explosiva frente a una figura materna pasiva y condescendiente,
artífices de los primeros estigmas que forjarán la sensibilidad del personaje
como artista y las trabas que irá arrastrando en sus escarceos dentro de una
escena literaria caníbal y centralista, la limeña.
Estas
historias me recuerdan cierta anécdota ligada a Freud: «En su notable ensayo sobre las relaciones de
Sigmund Freud con Viena, Marthe Robert subrayó que el odio que éste sentía por
la ciudad en que vivió la mayor parte de su
vida era, en último trámite, inseparable de la figura del padre. Freud
la llamaba justamente, la ciudad paterna ("vaterstädtisch"), a raíz
de haber sido llevado a ella por su padre cuando tenía sólo cuatro años. Jamás
logró sentirse en casa, chez soi, pero la abandonó sólo cuando, después del
Anschluss, se sintió directamente amenazado.»
Como
señala José Luis Martín en su texto El
hijo odia la locura del padre, pero se reconoce en ella: «El hijo
lucha denodadamente contra la locura de su padre y decide cortar con todo, huir
de casa para acabar con la locura. Pero la locura lo sigue a todas partes, y el
acaba regresando. (…) Los personajes de Orlando Mazeyra Guillén se reconocen
siempre en la locura y ese reconocimiento los empuja de vuelta al hogar, a
batallar estérilmente contra una locura originaria, metafísica y por tanto invencible ».
Mazeyra
en ese sentido, explora la psiquis del escritor con detención y desde múltiples
ángulos, los primeros enamoramientos, la dependencia de fármacos o vicios que
están arraigados en la piel junto a los cuentos de niñez y las primeras palizas,
especial mención merecen los objetos, aquellas inusitadas armas contra la
realidad, un balón de cuero de chancho, el libro o la máquina de escribir
Olivetti.
Si
consideramos tan solo los dos últimos, los escritores, incluido el propio
Mazeyra, se convierten en materia prima, una ficción más para su galería en que
transitan otros tipos humanos afines, otras miserias si queremos seguir el
juego del título y si es que uno pretende hilar fino estrechando vasos
comunicantes con por ejemplo el cineasta autodestructivo que mide su vida y
talento arrojado a la borda en función de la filmografía de Scorsese y las
clásicas citas de Taxi Driver, y por
sobre todo el intertexto vital con el ascenso y fracaso del boxeador Jake
LaMotta, siguiendo el curso de estas analogías, no puedo dejar de lado a los
dementes o enfermos mentales que aparecen como una especie de heterotopía, un
encuadre o negativo de la foto familiar perfecta, un veneno congénito que va revelando desde su supuesta inmadurez o
inadecuación al mundo, la locura y vileza de los sanos, esos que disponen del
destino de los más débiles tan solo para acallar los rumores o la molestia de
los vecinos.
El
desgarro en la comunicación es medular, en el relato «Las antenas del diablo», el tío Julio, declarado enfermo mental le
confiesa a Alonso, el narrador: En esta casa ¡nuestra casa!, he aprendido cómo es el mundo.
—Es un poco más o menos así —me dijo y se agachó para arrancar una margarita—. Así empezamos: Nos arrancan de buenas a primeras… y, poco a
poco, nos vamos deteriorando… Al final quedamos de esta manera: una mutilación,
una maldita mutilación, ¿comprendes?
Este
pesar se acrecienta si nos referimos a los sujetos que forman parte de
historias como «Expiaciones Epistolares» y «Cartas
Cerradas», hablo de seres que no pueden
establecer una relación efectiva con sus pares y sentimientos, si no es
mediante la escritura. No importa que esta no tenga un destinatario o respuesta
inmediata, el fetiche del escritor es revelado en estos relatos, desde la
óptica de quien sólo debe completar el acto testimonial, arrojar su mensaje al
mundo sin mayor aspiración que la posibilidad de ser leído/escuchado.
Mazeyra
en definitiva, construye diálogos, momentos y vidas que nos llevan a
reflexionar e interrogarnos del mismo modo que él en calidad de autor indaga en
la cuarta dimensión de su oficio y los procesos de escribir… porque, por si no lo saben, en la ficción —la ficción genuina, por supuesto, que es la que aspiro a
escribir— cada golpe va sobre uno mismo.
*Daniel
Rojas Pachas (Lima,
1983). Escritor, Magíster en Ciencias de la Comunicación y Profesor de
Literatura egresado de la Universidad de Tarapacá. Reside en Arica (Chile)
donde ejerce la docencia universitaria. Actualmente edita la revista literaria
virtual y editorial impresa Cinosargo. Ha publicado el poemario Gramma en el 2009 con Ediciones
Cinosargo, en investigación ha publicado Realidades
Dialogantes, ensayo por el cual fue beneficiado el 2008 con el Fondo
Nacional de Fomento del Libro que otorga el Consejo Nacional de la Cultura y
las Artes de Chile. Actualmente sus publicaciones aparecen periódicamente en
revistas literarias nacionales e internacionales, en la "Linterna de
Papel" del diario El Mercurio de Antofagasta y ha sido seleccionado para
formar parte de numerosas selecciones de poesía. Además ha sido beneficiado con
la beca de perfeccionamiento, modalidad apoyo a tesis de postgrado en Chile o
el extranjero 2010 del Fondo del Libro de Chile a fin de realizar su
investigación sobre la novela ariqueña: Proyección y recepción dentro del canon
nacional.
Lea el comentario de Gabriel Ruiz-Ortega: "El Demonio del Sur" acá: http://mifamiliayotrasmiserias.blogspot.com/2013/09/el-demonio-del-sur.html
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