2013/10/02

Los nueve cuentos de Nena

Una niña, mientras maquina la venganza perfecta contra su hermano, se pregunta por qué él es tan matón y, sobre todo, consentido. Eso, al parecer, es lo que más la confunde e irrita: ¿Por qué la madre de ambos nunca lo riñe o castiga como sí lo hace con ella? Este primer cuento (de los nueve en total que trae el libro Nena), es un «plan maestro», no sólo por el título que eligió el autor, sino por cómo éste dosifica la información, algo que Ernest Hemingway llamaría el «dato escondido». En esta historia apenas accedemos a la punta del iceberg cuando la madre le pide al muchacho que le diga de una vez quién era aquel señor que lo abordó. ¿Quién era? ¿Qué le dijo? ¿Qué le hizo a su hijo ese extraño sujeto? El lector se encuentra con más de un plan maestro: venganzas, traumas y desdicha; todo sazonado con una prosa sobria que muestra, pero que también sugiere, esconde.
El segundo cuento se titula «La captura». El personaje principal se llama Leopoldo, y no ve la hora de llevar a cabo la captura de una escoria social. El narrador, a través de los ojos de Leopoldo, escudriña al mesero, un sujeto de unos sesenta años al que los clientes ignoran o, en todo caso, miran con desprecio. Leopoldo llega a la conclusión de que aquel mesero refleja perfectamente lo que era ese huarique: algo mísero, sombrío, toda una ruina (p. 24). Adjetivos válidos para describir, en muchos casos, a los personajes que desfilan en los nueve cuentos de Rivera de los Ríos: seres sombríos, miserables, en fin: ruinas humanas que general repulsión, y a la vez, gracias al pulso narrativo del autor, nos seducen.
En «El puente y la ardilla», tercer cuento del libro, Klaus acude a una fiesta en el ex club Alemán (hoy restorán El Montonero). Allí tiene una cita con el destino: será, pues, una noche de ajustes de cuentas con un amor contrariado: Sofía. Aquí es preciso resaltar la buena disposición de los diálogos en este libro, pues siempre dan un paso adelante en la historia, enriqueciéndola, y nunca funcionan como un mero relleno, ni mucho menos como un estorbo. Sofía sabe algo de las imposturas de Klaus, un mitómano que, según ella, «inventa mentiras para hacerse el importante, el misterioso, el sufrido» (p. 42). Este cuento habla sobre las mentiras piadosas y también las otras: las escabrosas. Personalmente, vuelvo a confirmar que todos somos mentiras, empezando por Alex Rivera de los Ríos, por supuesto. Y las mentiras que hay en este libro nos sacuden. 
«Invencible y sanguinario», el cuarto relato del volumen, aborda tormentosas relaciones homosexuales, en este caso, entre un turista y alguien que no llegaría a calificar como «brichero». Para la gran mayoría de los seres humanos, igual que para el gringo de la historia, la vida es una confusión total, y la escritura de ficciones como las de Nena constituyen viajes sin un destino exacto, huir de los demonios o comparecer ante ellos. 
Para Álex Rivera de los Ríos su escritura es un amuleto, una satisfacción, y quizá, como ocurre con el gringo, su forma de ocultar la congoja y la cólera por una vida frustrada. Decía Mario Vargas Llosa que todo escritor peruano es, al fin y al cabo, un frustrado, un fracasado.
Me detengo en este cuento, porque una concisa pero bastante pedagógica mirada del foráneo nos remite a ese país que para algunos prospera y para otros, entre los que me incluyo, se está yendo al demonio: «A Richard lo conocí en alguna ciudad del Perú, ese país que ha dejado de ser el profundo y bello lago de historias, leyendas y riquezas que al comienzo me provocó conocer, y que pasó de pronto a convertirse en una horrible amalgama de urbanizaciones y edificios deprimentes, vomitados por la contaminación y subdesarrollo» (p. 49). Este último es un magnífico brochazo para describir a nuestra caótica Ciudad Blanca: una horrible amalgama de urbanizaciones y edificios deprimentes, vomitados por la contaminación y el subdesarrollo.
Entiendo que «Nena», el cuento que le da título al primer libro de Álex Rivera de los Ríos, es quizá su ficción predilecta. No lo sé, pero la dedicatoria ya nos da algunas luces: «A la memoria de Edmundo de los Ríos». El narrador de la historia cuenta que alguna vez le dijo a la Nena: ¿nos ayudas a inventar un nuevo juego?, sin imaginar que ella ya era experta en esas lides. Es decir, jugar a las mentiras, ficciones orales que, contrabandeadas como reales, le otorgaban a la Nena muchas vidas, muchos pasados, o para ser precisos, muchas madres. Los inofensivos juegos de la niñez, como policías y ladrones, bata o la pesca-pesca son reemplazados por las mentiras, nunca gratuitas y jamás inocuas de la ficción: la Nena solía inventar historias de todo tipo y este cuento duro, triste y sobrecogedor, habla sobre nosotros, nuestros más ocultos secretos y de los miles de antifaces que, a medida que crecemos, utilizamos no sólo para soportar la vida, sino para evitar que los demás accedan a nuestras vergüenzas, o puedan hacernos daño.
Del mismo venero que «Nena» parece haber brotado el relato titulado «Mi cualquiera», el sexto de la colección: amores lésbicos. «¿Y por qué no te has ido con uno de esos galanes que se te insinúan a cada rato?», le pregunta una a la otra, y la respuesta nos mantiene pegados a la historia: «Porque me gustas tú. Porque me miras y me haces sentir más mujer que todos los hombres con los que he estado. Porque contigo no me siento impresionada, sino libre, completa» (p. 72). Es mediante estas historias que el autor escapa de las presiones sociales, para ser un espíritu libérrimo.
Ya que hablamos de la libertad del creador, podemos acercarnos a «Simoné», así se llama la esposa del narrador, ella sufre de migrañas y cuando habla de un viaje a la playa exuda otro viaje más intenso y envolvente, el viaje a la ficción, aquél que nos hace ser auténticamente libres: «Ahora ya no siento más tormentas en mi mente», le confiesa Simoné a su marido: «Ya no siento rencor ni asco de mis defectos. Estamos juntos y ahora sé que nunca más te dejaré. Somos una familia, y tú dependes de mí. Eres mío» (p. 83). Un comentario, en apariencia grato, trasunta la relación entre el autor y acto creativo, la única forma en que uno encara sin rencor ni asco sus defectos: los cuentos son como nuestros hijos y estos nueve vástagos de Alex Rivera de los Ríos revelan a un autor con una propuesta auspiciosa.
«El beso», es la penúltima narración de este libro y quizá el menos interesante de las nueve historias de la colección. No por eso debemos dejar de reconocer la solvencia de los diálogos para contar una historia sobre la vocación por la figuración: el sueño de ser artista a toda costa y «triunfar»… siempre entre comillas.
«Better man», cierra con broche de oro esta magnífica primera entrega de Rivera de los Ríos. Y confieso que tengo una vieja predilección por los personajes desadaptados, aquellos que ocultan anomalías mentales, para decirlo con cierto decoro (o quizá no tanto). Serafín quiere ser un hombre bueno pero la vida lo supera y el infierno está empedrado de buenas intenciones. ¿Hay mejor manera de disfrutar de un cumpleaños que viendo un excelente partido de fútbol? Seguro que sí. Pero Serafín no es normal. Es una bomba de tiempo que entraña reacciones descomunales. Si me permiten una confesión: siempre he creído que el fútbol es una locura efímera y benigna (si uno no termina convirtiéndose en barrabrava, por supuesto). El fútbol «nuestra pavada insigne», sentencia Martín Caparros nos roba el cerebro durante noventa minutos y un poco más y, si nuestro equipo gana, como hoy lo hizo el FBC Melgar en Moyobamba, entonces acariciamos el cielo.
Álex Rivera de los Ríos, a través de estas nueve historias, me ha hecho disfrutar de más de noventa minutos de placentera lectura.
La relectura de Nena de esta mañana me ha permitido corroborar que estamos ante un autor que ha debutado con el pie derecho (yo, que soy zurdo, acudo a ese lugar común que discrimina a los mejores del mundo como Maradona y Messi): aquí no hay goles de media cancha, pero sí jugadas bien elaboradas, paredes y gambetas, recursos narrativos que hacen gala de la pericia y el buen oficio del autor: la prosa es segura y las imágenes logradas, algo inusual en un narrador tan joven como él. Claro que hay algunos errores que antes se llamaban «mecanográficos» y que el editor, Arthur Zevallos, debió corregir para evitar los gazapos que aparecen en buena parte de las historias. Sin embargo, esto no desmerece en absoluto la calidad de Nena. A través de la lectura de estas ficciones he descubierto a un verdadero hermano de las letras (es difícil encontrar hermanos de sangre en esta comarca literaria plagada de laureados posetas): la narrativa de Rivera de los Ríos coquetea con la tentación del fracaso y, algunas veces, le abre las piernas… cuando le da la gana se va a la cama con él.
Como ya dije, la ficción cumple las funciones de un amuleto para que, así, el autor pueda conjurar las desgracias que persiguen a los personajes de sus historias: hombres violentos, individuos castigados por el destino, mujeres tan intrigantes como mentirosas. La mentira al servicio de un fabulador. En muchos casos, hay un soterrado ejercicio de ficción sobre la ficción, es decir, metaficción, si me permiten el término.
Como se habrán dado cuenta, no soy académico ni mucho menos crítico literario. Lo único que soy (o intento ser) es un contador de historias. Y acá estoy tratando de contarles que este libro es apenas el cimiento donde seguramente se erigirá una catedral.






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