Hoy, miércoles 27 de noviembre, en el diario El Pueblo aparece una reseña sobre Mi familia y otras miserias. |
Un narrador
hiperrealista
Por José
Gabriel Valdivia*
El año 2007, Orlando Mazeyra
(Arequipa, 1980) me invitó a presentar su primer libro de cuentos Urgente: necesito un retazo de felicidad.
En algunos comentarios escritos para tal propósito, avizoré el nacimiento de un
genuino narrador por algunos cuentos, aunque breves, que pulseaban la realidad
e intentaban traducirla en las historias y personajes inventados, como también
en el esfuerzo por elaborar un lenguaje propio, ecuánime y auténtico.
Dos años después, publica La prosperidad reclusa, un conjunto de
relatos que ya manifiestan con mayor intensidad un espíritu crítico en los
temas que aborda o la infeliz realidad que intenta retratar. En este, los
personajes -ya menos confusos- exploran sus interioridades y los conflictos del
entorno que los anticipa y mantiene ilesos hasta el final, pero con la fuerza
del que -en otro momento- espera vengarse para quedar mano a mano.
Este año 2013, Orlando Mazeyra nos
enrostra un conjunto de cuentos, Mi
familia y otras miserias, que portan una vestidura trágica y una tesitura
dramática. Muchos de ellos son tan patéticos por el tema y atrevidos por la
denuncia sensata e inconforme. Además, son una suerte de testimonio de parte
frente al oficio de escribir, porque
-propia confesión- el autor no puede desembarazarse de su adicción por
la escritura literaria.
Desde los epígrafes se desnuda la
intención del libro: un afán desmitificador de la familia como la base de la
sociedad, una tentación parricida, emancipadora, de la figura aplastante del
padre, y también la dignidad del oficio de escribir ante un mundo rodeado de
circunstancias miserables.
En los comentarios de la
contra-carátula, el narrador Fernando Ampuero o el poeta y crítico, Raúl Bueno Chávez, afirman
que Mazeyra es un escritor de raza, es decir, que no se conforma con escribir
bien sino que aspira a profundizar no solo la realidad literaria sino a
explorar los intrincados vericuetos de la condición humana.
Por allí también se orienta mi
primera apreciación. Mazeyra no se inhibe ni se fuerza para decir lo que tiene
que decir. No tiene prejuicios al abordar algunos temas inusitados en la actual
narrativa peruana, ni teme la censura de los que no comparten ni aceptan la
estética del realismo sucio.
Hay dos relatos que expresan –en
este, su tercer cuentario– la poética de la narrativa de Orlando Mazeyra: Los libros malditos y La compañía de Jesús. En el primero, se
narra la historia de un aborto que un adicto por la lectura se empecina en
descubrir. En el segundo, una versión callejera de los “fletes” humanos que
concluye con un arrepentido y tímido muchacho, incapaz de hacer favores
sexuales.
En ambos, lo abyecto y protervo, lo
moralista y realista, se estrechan con el impulso de una escritura firme,
crítica y rebelde. En ellos también se percibe una denuncia lacerada de lo
íntimo, de lo privado, frente a un espacio público, temible y deplorable.
Mi familia y
otras miserias
confirma el arribo de un escritor que ha logrado con dosis de descarnada
realidad y virtuosos mecanismos narrativos, construir relatos conmovedores que
sujetan al lector y lo impelen a comprender que entre la ficción y el mundo
urgente que lo rodea, no existe más que un segmento invisible de distancia, de
frontera o confusión. Realidad y fantasía son las caras de una misma moneda.
*Escritor,
crítico y docente de la Escuela de Literatura de la UNSA
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