Lo conocí hace muchos años
gracias a uno de sus tantos blogs (que, al parecer, germinan con la misma
rapidez con que se esfuman). En uno de ellos —quizá su primer blog— él citaba
un fragmento de una conversación que alguna vez tuve con el maestro Reynoso.
—¿Por qué quieres ser escritor? —me preguntó Oswaldo en el bar Don
Lucho del jirón Quilca de Lima.
—Porque me da la gana —respondí con la altanería que dan los buenos
tragos y la candidez juvenil.
—Entonces tienes que escribir mucho, leer el doble y vivir
intensamente.
—¿Vivir intensamente? —le pregunté mirando su profusa y encanecida
cabellera... La gente canosa siempre me resultó sabia.
—¡Por supuesto! —anotó—. Si no vives con intensidad, entonces sobre qué
chucha vas a escribir.
*
Intercambiamos algunos escuetos correos electrónicos.
Meses después, me expresó sus temores, vía Messenger, sobre la casa —que
él todavía no conocía pero quería pisar cuanto antes, urgentemente— de un
profesor universitario de la que se decía que tenía una cama en la sala. El
muchacho pensaba que yo lo conocía muy bien. Es decir, que ese profesor y yo
éramos íntimos o algo que se le asemeje. Y no era así. Ese profesor, en
realidad, era (es) amigo de mi padre, fueron casi condiscípulos en la facultad
de Derecho de la UCSM, allá por los años sesenta.
—Yo era el hippie de Derecho —me confesó Juan Carlos alguna vez—. Y tu
padre el anti-hippie.
*
Hace medio año
me encontré con él en una cevichería, comimos unos choritos a la chalaca y
tomamos una Inca Kola. Luego le pedí que presentara mi último libro. Lo aceptó
con algo de temor y ansiedad. También le ofrecí un libro de regalo (aparte del
mío). Tenía que escoger entre Putas
asesinas de Roberto Bolaño y En
octubre no hay milagros de Reynoso. Y escogió el segundo (recordemos que
él, hace muchos años, citó en su primer blog el diálogo que yo tuve con Oswaldo
sin saber de qué Oswaldo se trataba). Me gustó su elección. Tanto así que le
sacamos unas fotocopias a El goce de la
piel.
Me
dijo que no tenía plata para pagar las fotocopias. No importaba, el monto no
superaba los tres soles, pues es un libro muy breve.
—No
tengo ni siquiera para mi pasaje.
—¿En
serio?
—Sí,
pero me iré a casa leyendo a Reynoso.
Horas
más tarde me agradeció por ese libro. Sus palabras fueron muy emotivas. Meses
después yo le retransmití el agradecimiento a quien correspondía: Oswaldo.
Ahora
me escribe unas líneas algo confusas (como su propia vida). Habla de muchas
cosas. De todo y, a la vez, de nada. Yo sólo quiero que siga escribiendo. Tiene
garra. Creo en él.
¿Quién
es? Una vez le pedí señas biográficas y me dijo algo que expresaba ese ímpetu
juvenil que yo ya no poseo:
—El
día que deje de encontrar momentos de mi vida en las canciones de Andrés
Calamaro, dejaré de escribir.
—Y
estarás a salvo de todos —acoté y terminé de armar su biografía hiperbreve.
Luego
ya tendría una más extensa: “Nació en Arequipa en 1992. Actualmente está
matriculado en la facultad de Derecho de la UNSA. Ha desempeñado diversos trabajos:
mozo, baby-sitter, vendedor de carnes, acomodador de carros, técnico de
rocolas, entre otros menos presentables. Su último intento fue la venta (con
servicio delivery) de películas piratas. Fracasó, pero ahora intercambia cambia
DVDs con sus nuevos amigos. Sigue ansiando emprender un cineclub, sólo le falta
un pequeño detalle: el proyector. Tiene
constantes líos de faldas, que nutren muchas de sus ficciones”.
Ahora
me doy la licencia de compartir (sin su autorización) un fragmento de algunos
de los relatos que seguramente él ya desechó (pero no debería). La selección es
muy arbitraria y el título también es mío [sólo trato de decirle que no está
muerto, no estamos muertos].
Orlando Mazeyra Guillén
Washington está muerto
La soledad es una puta horrible a la que uno nunca llamó, te pide pagar por adelantado, y te obliga a tirártela. Estoy tan sucio y vulnerable que me gustaría bañarme en mi propio semen, y estar tan blanco y gelatinoso... hermoso como un helado que se derrite al mediodía; tanto como la lengua de Lucía en mi sexo, recorriéndolo como un Banana Split en proceso de fusión. Estoy harto de las veredas alfombradas con el vello público de la puta calle.
*
Rodrigo Málaga dice:
cada vez escribes peor
Facundo Jiménez dice:
¿y quién chucha dice que
quiero escribir mejor?
*
(…) Los últimos
invitados, los más alcoholizados, siguen discutiendo en el salón. No sé cuántas
veces ya he sido mozo en un matrimonio, no quiero volver a serlo; pero necesito
el dinero. ¿Para qué? A ti qué te importa, el cuento todavía no termina. Sergio
es el hermano de la dueña del buffet,
nuestro supervisor esta noche, es lo único que interesa ahora. Demoramos todo
lo que podemos en cada ronda, lavamos menos platos de los que deberíamos, y nos
robamos todo el alcohol posible, en botellas, en bolsas, en cada descuido de
Sergio. El trabajo es simple, pero agotador. Alonso, que lleva tres años en
esto, también está con nosotros esta noche.
—Me
gustaría ser invitado, carajo, estar sentado, comer, huevear; todo, menos
bailar. Me ahueva cuando una chica insiste en hacerlo. No me voy a casar,
carajo, nunca. Hay que domesticarlas.
—¿Domesticar?
Ja, ja, ja.
—Me ahueva cuando se
hacen las estrechas, cuando todas todas quieren. Por eso nunca me hago
problemas, nunca estoy mucho tiempo detrás de una. Si cae, cae; sino, no —Rodrigo es lo que se llama un pendejo— y si joden mucho, les tiras su golpe nomás.
—Ya… entiendo… Por
eso estás tres años detrás de Carol.
—Yo no quiero nada
con esa cojuda, me gusta, pero sólo somos amigos. Además ahora estoy con una
flaca mejor. Tiramos todos los días, en su sala, en su cuarto, hasta en un
locutorio, una vez. Tal vez pueda estar con ella después, total, seguimos
siendo amigos y vivimos cerca.
(Rodrigo en verdad está muy enamorado de Carol.)
—Chucha…
(Yo estoy más enamorado de Carol que él, lo juro.)
Nos ordenan desarmar las mesas,
agrupar las sillas y subirlas al camión que ya espera. Otro grupo ya nos
adelantó, los más chiquillos están cargando cajas de platos. Cómo me arrepiento
de haber aceptado hacer esto. Estoy pagando cincuenta soles la noche. Tienes
que traer un pantalón negro y una camisa blanca. Déjame tu número, tengo un
evento este sábado, pero ya llamé a todos los mozos; si hubieras llegado antes,
ya te habría puesto a ti. De todas formas, te llamaré para el próximo. Cuando
vienen así, por su cuenta, es que quieren el trabajo. Algunos traen sólo a sus
amigos y no trabajan bien. No, no tienes qué agradecer. Sí, te llamaré con
anticipación, en la tarjeta está mi número y dirección. Hasta luego. Cuídate.
Era un capo, llevaba la bandeja
bailando. Hallaba cómo tomar en cada ronda de cócteles, cerveza, o whisky;
encima le pagaban más. Así recuerdo a Alonso. Él nos enseñó todo. La primera
noche en que mozeamos juntos, llenó dos botellas de tres litros con cerveza,
las ocultó y terminamos siendo amigos en un parque, festejando que la señorita
Beatriz no notó que su mochila era mucho más grande al final de la noche, que
incluso le costaba cargarla.
—¿Aló?
—Facundo, soy Beatriz, del Buffet
—¡Ah!, Buenas noches, señorita
Beatriz.
—Hola Facundo. Un
chico me ha llamado para cancelar su participación. ¿Estás disponible para este
sábado?
—¡Sí!
—Entonces, el sábado
a las dos, en la dirección de la tarjeta te estamos esperando. No olvides el
pantalón y la camisa.
—Muchas gracias por la oportunidad,
será mi primera vez.
—No hay de qué. Te espero.
Estoy perdido en José Luis
Bustamante y Rivero. Debí pedirle más referencias a la tía. "Por la
Estados Unidos…" Sí, cojuda. Dónde mierda quedará su maldita casa-almacén.
Este lugar siempre fue una plaza de toros. Vengo a fumar mis náuseas, a caminar
y arrepentirme de hacer ésa llamada en cada teléfono público. Pequeños parques
infinitos, quisiera pasar la eternidad en sus pastos, verdes de rabia. Aquí
todavía vale la pena seguir caminando; pero sólo en círculos, cuando la noche
se viste de luces y me clava banderillas en la espalda.
—¡Buenas tardes!
—Perdón, siento mucho
llegar tarde, no encontraba la dirección. Le prometo que no se volverá a
repetir.
(Calla, vieja de
mierda.)
—Deja tu mochila y ayuda a los
demás en lo que falta.
Hay dos camiones, cada caja de
platos pesa unos veinte kilos, las sillas están dispuestas en grupos de diez.
Ambos tenemos diecinueve años. Nunca pensé encontrarlo aquella vez, la primera
noche. Llegué y ahí estaba, cargando las cajas, levantando las sillas,
acomodando las tablas para las mesas. "¿Oe, qué haces acá!" — con una sonrisa amable,
irresistible para sus enamoradas, y por lo menos esa vez, para mí también. Hay
tres puestos: mozo, barra, y maître (meitri, como dicen). Así que el meitri
hace los cálculos; tantos platos, tantos mozos, tantos platos por cada mozo; y
cuando termine la fiesta, cada mozo a lavar la misma cantidad de platos. El
meitri está enojado con Alonso. Pobres chiquillos, los nuevos, siempre los dejan lavar al final. La
primera vez lavé al final, hijos de puta, me dejaron como ochenta platos.
Con Rodrigo intimidamos a quien sea con
tal de ser los primeros en lavar, y dejar todo lo que sea pueda de lado. El
meitri huevón, lava los cubiertos.
*
Facundo Jiménez dice:
Tengo miedo de verte,
necesidad de verte,
esperanza de verte,
desazones de verte.
Tengo ganas de hallarte,
preocupación de hallarte,
certidumbre de hallarte,
pobres dudas de hallarte.
Tengo urgencia de oírte,
alegría de oírte,
buena suerte de oírte,
y temores de oírte.
O sea, resumiendo,
estoy jodido
y radiante.
Quizá más lo primero
que lo segundo,
y también
viceversa
Carol Viviana dice:
¬ ¬
MUERETE JIMÉNEZ
jajajaajajajajajajaja
no me gusta Benedetti
Facundo Jiménez dice:
Carol, te odio intestinalmente
Carol Viviana dice:
jimenez, estas loco
yo también
envídiame
Facundo Jiménez dice:
es tarde, Carol, enemiga
Carol Viviana
no te pierdas
Carol Viviana dice:
es muy tarde
chateamos mucho
Facundo Jiménez dice:
otras noches te esperan
Carol Viviana dice:
si
adios
Facundo Jiménez dice:
aDios, no
a ti
Carol
a ti
*
Tengo un blog porque no puedo
pagarme un sicólogo. Mi nombre: Facundo Jimenez Pretto, tengo casi veinte años;
mi mejor amigo: Rodrigo Málaga; su flaca: mi amor platónico; mi flaca: una
puta, que no sabe que... soy su flaco. Lucía, cuerpo perfecto, no implicada,
educada, sexy, sólo turistas y empresarios, francés natural, griego, posturas,
atiendo de.... Lucía, española. En el
bolso carga cinco teléfonos celulares y, entre papeles doblados, la razón para
seguir en este país. La contacté por la web. Herida de bala (lo sé porque mi
viejo tiene una así) en el hombro, pechos duros por los implantes. Tiene una
cuenta en Facebook, sus clientes la agregan. Estoy escribiendo un cuento que no
sé cómo terminar, por ahora titula Washington
está muerto. El darle la contraseña a tu pareja es la nueva expresión
neurótica del amor, banalizado en las redes demenciales. En un instante de su
vida ha muerto, pero sigue vivo. Muere en su ley. Me gustan los tallarines
verdes con queso. Escribo para exorcizar a los orgiásticos demonios que se
besan adentro mío, para desenredarles las lenguas y me hablen sin volverme
loco. Pienso en la gente dejando comentarios de cumpleaños en las cuentas
todavía activas de los difuntos, en el amor y la muerte en tiempos de Facebook.
Me suicidé una mañana de enero del dos mil once. Washington es mi reflejo en un
espejo cóncavo; y así, en medio del teclado, me posiciono de tal manera que la
imagen se forme en una pantalla de papel. Escribir es enfrentarse a uno mismo
y, casi siempre, perder. ¿Qué más quieren saber de mí? Escribo para olvidar.
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