Me convocaron para que formara
parte del Jurado del Concurso El Cuento de las Mil Palabras de la revista Caretas. Acepté porque quería que este
concurso volviera a retomar la línea que marcó el primer cuento premiado del
primer concurso. Me refiero al cuento ya clásico de Edgardo Rivera Martínez (“El ángel
de Ocongate”). Caretas es la única entidad que no paga nada a los miembros
del jurado. Sólo acepté dos bolas de helado de pístacho y coco. Yo, desde el
primer momento, propuse el cuento que ha ganado el primer premio. Las
propuestas de (Santiago) Roncagliolo fueron disparatadas. Por ejemplo, el final
de un cuento propuesto por este mal escritor mediático termina en forma
demasiado, demasiado, no sé qué calificativo darle. El remate del relato era de
un viejo que se corre la paja frente al televisor. En el intercambio de
opiniones entre los tres miembros radicados en Lima, yo, con sólidos argumentos,
defendí mis criterios estéticos y la línea que siempre defiendo de una
literatura peruana profunda para llegar a lo universal y no a lo cosmopolita
globalizado por los centros de poder transnacionales. La reseña que aparece en Caretas da a entender que Roncagliolo
propuso ese cuento y además entre comillas transcriben su opinión que, no
seguramente, sino de verdad escribió frente a los hechos consumados. Además, agrega
que el maestro Reynoso le dio la venia. ¡Qué venia! Caretas y toda su comparsa de figurones se van a la misma mierda.
Sí, a la misma mierda. Dentro de algunos días cumplo 83 años y toda mi vida ha
sido un batallar constante contra ese lumpen de intelectualoides que hacen tanto
daño a la auténtica y dolorosa realidad del Perú. Hoy más que nunca compruebo
que el Perú para mí es una herida que llevaré sangrante y abierta hasta el
último día de mi vida. Gracias por leer este mensaje. Si deseas puedes hacerlo
circular en las redes para que los escritores de verdad se enteren de tales
manipuleos.
Oswaldo Reynoso
Nota.- El autor de En octubre no hay milagros hace referencia a esta nota de Caretas:
El comentario de Santiago Roncagliolo llegó por mail desde Barcelona, y resultó decisivo a la hora de elegir al ganador: “A menudo las tradiciones andinas pecan por ser demasiado didácticas o, al contrario, muy oscuras. Esta, en cambio, funciona como un reloj. Se lee como un clásico de la narrativa fantástica”. El maestro Oswaldo Reynoso dio la venia definitiva (...).
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