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Con Oswaldo Reynoso (foto: Boris Mercado Mar). |
Oswaldo Reynoso (Arequipa, 1931), a comienzos de este año, ha terminado de escribir
su último libro, Arequipa, lámpara incandescente,
algo así como unas memorias en clave epistolar, con intenciones ‘pedagógicas’
para escritores en ciernes. Una publicación que, de alguna manera, se asemeja a
Cartas a un joven novelista (1997) de
Mario Vargas Llosa.
Acá un fragmento del nuevo libro del novelista arequipeño
que aparecerá pronto en Arequipa (pueden leer todo el texto en el portal de El Búho):
«¿De quién son estos hermosos e intensos versos?, me preguntó Sergio.
De Vallejo, le contesté. ¿De Vallejo? Sí, los escribió cuando se enteró de la
muerte de su mejor amigo, Alfonso da Silva. Salud, me dijo Sergio y luego de un
prolongado silencio me preguntó: ¿Dónde puedo encontrar ese poema? Está en Poemas Humanos. Lo buscaré. ¿Y qué otros recuerdos le trae esta Plaza?
Mira, ahí, en el techo de la casa que hace esquina entre el Portal de la
Municipalidad y la calle La Merced, en junio de 1950, estuve combatiendo contra
la dictadura de Odría. Lanzábamos bombas molotov a los soldados que avanzaban
para tomar la Plaza. La oscuridad de esa noche se iluminó con una antorcha que
corría por en medio de la calle dando alaridos. Era un joven aimara recluta de
la guarnición de Puno. En casi todos mis libros doy cuenta de esa rebelión del
pueblo arequipeño traicionado por las llamadas fuerzas vivas que tuvieron miedo
a los estudiantes, profesores, obreros, artesanos y campesinos armados. Sergio
me dice: Igual sucedió cuando las tropas chilenas sitiaron Arequipa. Ves, le
dije, siempre las mismas mierdas. Cuando esté en Lima te enviaré un relato que
hace tiempo escribí sobre lo que me sucedió en la Catedral. No te olvides de
enviármelo. Sí. Pasando a otra cosa: ¿Recuerdas que después de una conferencia
que di en la Universidad de San Agustín, en un bar de la calle Ugarte, me
contaste que en la U hay un profesor de mi misma edad que habla muy mal de mi
persona? Sí, dice que usted es un pervertido, un borracho que se arrastra por
cantinas de mala muerte y que lo conoce desde la infancia. No, no me digas su
nombre. Ya sé quién es. Quiso ser acuarelista y solo logró hacer borrones. Y
pujo y pujo para escribir versos y relatos y solo le salió lo que sale de los
pujos. Sucede que a comienzos de la década del setenta, a las nueve de la
mañana, de un día del mes de mayo, me vio salir totalmente ebrio apoyado en un
joven de una cantinita que quedaba por una de las calles que dan al Mercado de
San Camilo. Te voy a contar esa historia, pero no en este bar. Llévame a un
huarique con radiola y con la gente marginal que pulula por esas calles de
hostales. En ese ambiente, mi recuerdo cobrará más vida.» (Oswaldo Reynoso).
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