Ilustración: Enrique Congrains |
El olvido que seremos: dentro de cincuenta años, cuando en el Perú se siga leyendo a Vargas Llosa, Arguedas, Reynoso o Ribeyro, esperemos que ya no se hable de una literatura “andina” y, su forzada contratara, la literatura “criolla”. Ojalá. Lo que sí puedo decir o apostillar (para estar en sintonía con el artículo de la "Generación Post"), a manera de testimonio personal, es que cuando trabajé en Lima en el área cultural de una revista, el director, incómodo por lo que yo decía –escribía– sobre Lima (la detestaba desde los forros, me parecía y me parece una ciudad atroz e invivible), me informaba que yo estaba en la “metrópoli” y que procurara no escribir nada respecto a mi ciudad natal: “nada, estamos en Lima, olvídate de tu tierra”. Y, claro, tampoco podía escribir sobre, por ejemplo, lo salvaje que me parecía transportarse en el Metropolitano. Muchos meses después, cuando me entrevistaron en RPP a raíz de la aparición de mi último libro de relatos, recordé estas experiencias, y el entrevistador, saliendo de la radio, me dijo que Arequipa era poco menos que un “pueblo”. Ah, debo recordar también que renuncié a esa revista luego de publicar esos textos “antilimeños” en el semanario de César Hildebrandt, quien nunca censuró mis relatos. Y siempre le estoy agradecido porque yo podía escribir sobre el río Chili o el sillar arequipeño sin que él me acusara de ser (o sonar, qué sé yo) muy "telúrico" o “andino”.
Acá los textos aparecidos parcialmente en El Dominical del diario El Comercio:
Tras la publicación del artículo “Generación Post” en nuestra edición del domingo 31 de agosto, donde Fernando Ampuero comparte su opinión personal sobre el estado de la narrativa peruana contemporánea, varias voces se han levantado, algunas celebrando la lucidez y la generosidad del escritor, otras arremetiendo contra su visión, llegando a calificarla como prejuiciosa y sesgada ideológicamente.
Uno de estas es la de Fernando Rivera, profesor de Literatura en la Universidad de Tulane y doctor por la de Princeton —de donde se graduó con una tesis sobre José María Arguedas, supervisado por el mismísimo Ricardo Piglia—, para quien la revista que hace Ampuero no es más que el reciclaje de una “absurda confrontación entre andinos y criollos”.
Ampuero ha propuesto unas apostillas y Rivera nos ha remitido sus comentarios respecto al artículo original. A continuación, presentamos los dos textos en su integridad:
"El canon no estaba en discusión"
Por Fernando Ampuero
Tras la publicación en el suplemento El Dominical de mi artículo sobre la nueva narrativa peruana, “Generación Post”, han aparecido reacciones a favor y en contra. Estas últimas, desde luego, eran previsibles. Hasta el momento, afortunadamente, el debate discurre en un nivel moderado, sin mayores adjetivos e injurias, e incluso, pese a darse en territorio comanche (las redes sociales), revela una cierta voluntad de mutuo entendimiento. Los puntos calientes, y que ya resultan típicos en nuestras polémicas literarias, son dos: 1) la preeminencia de nuestros autores urbanos, cuyas obras suenan y son leídas; y 2) el canon literario. De lo primero solo quiero precisar que al destacar a los escritores urbanos no estoy rechazando a la literatura andina. Simplemente afirmo que hoy no asoman autores notables de tema andino, a excepción de los pocos narradores que mencioné en mi artículo. Y, por supuesto, no discrimino a los autores por el lugar en que viven o han nacido, como suelta alegremente por ahí un comentarista con ánimo tergiversador.
Sobre el tema del canon, eso sí, hay más que decir, dado que algunas voces discrepantes pecan de lectura apresurada. A saber, en ninguna parte de mi artículo he propuesto yo un canon. Tan solo creí conveniente dar una lista de nuevos autores de interés (naturalmente no mencioné a todos* para no caer en las habituales guías telefónicas), quienes han demostrado, con sus obras, una calidad digna de encomio. Algunos de ellos lucen asentados o en tránsito de estarlo, otros recién empiezan pero apuntan bien; todos, a mi entender, prometen. (No consideré a autores mayores de 50 años, repito esto, porque algunos veteranos reclaman su inclusión). El conjunto, cosa que también expresé puntualmente, responde a un reporte del tiempo: una fotografía del momento. Vale decir, si el artículo en cuestión hubiese sido escrito el año pasado, sin La distancia que nos separa, Cisneros no habría sido mencionado.
Cito la única parte de mi artículo donde aparece el término canon: “Nuestra tradición literaria reporta la gloria de autores de un puñado de cuentos o poemas: pesa más el cuento o la novela lograda que un amplio conjunto de obras. Y en esta ocasión, sin duda, tenemos buenos textos, aunque todavía no nos sea posible predecir cuáles seguirán vigentes o formarán parte del canon”.
Más claro: no tengo una bola de cristal. Pero no por ello reprimo mi entusiasmo ante la Generación Post. Si dos o tres de los autores que figuran en el listado de mi artículo ingresaran al canon real (para hacerle compañía a Vallejo, Eguren, Eielson, Vargas Llosa, Ribeyro, etc.), no al ensueño canónico sobre el que ilusamente se discute, me sentiría, como lector, bastante satisfecho. Esa noticia, sin embargo, solo la obtendremos dentro de cincuenta años. La literatura peruana actual, y todas las literaturas en general, están pobladas por supuestas glorias efímeras, que el tiempo se encarga de ir confirmando o borrando.
Un día que rebuscaba estantes en una librería de viejo, encontré a un narrador peruano de la primera mitad del siglo XX, Francisco Vegas Seminario, condecorado en muchos países y ganador de varios premios nacionales. No escribía mal, pero hoy nadie lo recuerda. Como él hay muchos autores en el olvido, en amarillento descanso, así como otros que tal vez algún día sean rescatados. Eleodoro Vargas Vicuña, por ejemplo. ¿Alguien lo hará de una buena vez?
El canon es una institución móvil, cambiante, y, en ocasiones, depende de los vientos de cada época. Vallejo, si hubiese vivido hasta los noventa años, quizá no estaría en el canon. Podría haber sido considerado un malabarista del lenguaje y no el gran poeta que es. ¿Qué ayudó a su canonización? ¿Su muerte prematura, la pasión política de su poesía que sintonizó con la utopía comunista, su genio evidente?
Mi artículo Generación Post solo pretendía señalar un fenómeno que todo lector imparcial podrá reconocer: hay nuevos escritores que valen la pena. No pido disculpas por mi opinión “generosa”, porque ahí están sus libros para defenderse solos. Tampoco me engaño (a mí me gusta leer), ni cedo a simpatías extraliterarias. Debo decir también que fuera de la nota principal escribí cuatro textos breves, pero por problemas de espacio (entró el aviso de una universidad) solo se publicaron tres: “Tradiciones literarias”, “El caso Cisneros” y “Heridos de guerra”. El texto excluido, justamente, se titulaba “El canon”. Era el más breve y decía lo siguiente: “Años atrás los críticos literarios con acceso a los medios decidían qué autor formaría parte del canon. Tenían aciertos y desaciertos. Hoy, con el torbellino de las redes sociales, cada autor, que ya es dueño de su propio periódico, irrumpe y avasalla en pos de un sitio. Quizá engañen a los lectores, aunque no por mucho tiempo. El relumbrón del momento y la trascendencia son esferas diferentes”.
*Algunos amigos me han hecho notar olvidos, que aquí intento subsanar. Debí mencionar también a otros autores promisorios como Luis Hernán Castañeda, Orlando Mazeyra, Miguel Ildelfonso, Félix Terrones, Juan Manuel Chávez, Martín Roldán Ruiz. Todos ellos son plumas en alza.
"Dime dónde escribes y te diré quién eres, o el regreso a la absurda confrontación andinos vs. criollos"
Por Fernando Rivera
En un artículo reciente Fernando Ampuero ha nombrado a una generación de narradores (menores de 40) la Generación Post. En realidad es el reciclamiento de una absurda polémica anterior, la de andinos vs. criollos, que no alcanzó siquiera para una confrontación consistente de identidades literarias. Solo que ahora, según Ampuero, los andinos han desaparecido y la Generación Post, al parecer los nuevos criollos, es la que domina la escena y se caracteriza porque escribe sobre temas urbanos, habita en Internet y las redes sociales, y publica mayormente en editoras transnacionales.
Este criterio fue inservible para mapear, reflexionar o debatir, seriamente, la narrativa peruana en el pasado, y lo sigue siendo ahora. ¿Clasificar a los narradores por el lugar donde viven?, ¿los escritores del "interior" aún no conocen ni se comunican por Internet? ¿Cuando Fernando Ampuero estuvo en Cusco, Arequipa o Trujillo se comunicaba con Lima a través de señales de humo?, ¿estas eran aldeas y no urbes? ¿Ha leído Ampuero la narrativa que se escribe y se publica en estas ciudades?, ¿sabe de qué temas y con qué técnicas escriben? Es obvio que no.
Slavoj Žižek, desde el psicoanálisis, ha señalado convincentemente que toda construcción de la realidad es ideológica y producto de la fantasía. No hay un punto cero, todos nos miramos desde algún punto que es siempre ideológico. Pero de ahí a ideologizarse es otro asunto. Es asumir ciegamente una comprensión de la realidad de antemano sin reflexionar ni tener contacto con ella. En ese sentido el artículo de Fernando Ampuero recoge dos prejuicios todavía ejercidos (por lo general, pero no siempre) en la crítica periodística y en ciertos círculos de escritores e intelectuales, que revelan un profundo sesgo ideológico. El prejuicio del lugar del escritor o escritora, y el prejuicio del tema.
El primero implica asignarle un valor, una cualidad y una tradición al escritor o escritora por el simple hecho de vivir o haberse formado en un lugar. Lo que trae las siguientes ecuaciones: 1) provincia igual tradicional (antiguo, retrasado), igual andino, igual Alegría, Arguedas, Scorza; y 2) Lima igual reciente, moderno, posmoderno (que en este momento ya es una categoría histórica, al igual que cosmopolita es una categoría arqueológica), igual urbe, igual Ribeyro, Vargas Llosa, Bryce Echenique.
El segundo prejuicio ubica al escritor o escritora en una corriente narrativa solo por el hecho de escribir sobre un tema. Así, a un escritor o escritora que escriba sobre los Andes, el “interior”, la comunidad, ciertos problemas sociales, mitos, lo indígena se le asigna —digamos— una simpleza en la técnica o una recurrencia del realismo mágico. Y al escritor o escritora que escriba sobre la urbe (llámese Lima, como si no existieran otras urbes en el país) con sus temáticas y problemas del mundo moderno y posmoderno (¿incluye la migración?, parece que no) se le asigna —digamos— una mayor complejidad técnica o cierta sofisticación narrativa que muchas veces se entiende como imitación de los grandes centros metropolitanos (¿pero todavía se cree en el cuento de la metrópoli?). Curiosa esta delimitación, ya que Efraín Kristal ha demostrado de manera contundente, hace como treinta años, que la primera literatura indigenista se hacía desde una mirada y conciencia urbanas. De lo cual se puede desprender que las novelas de Arguedas no serían indigenistas, y Lituma en los Andes y Un lugar llamado Oreja de Perro, sí. Estoy de acuerdo.
Esta ideología literaria, que probablemente tenga sus raíces en los postulados de Hippolyte Taine de hace ciento cincuenta años, no suele considerar la literatura urbana o la innovación narrativa “andina” (sí, también hay innovación) que se hace en el “interior”. No se contemplan, no se leen, no existen, activadas justamente por estos prejuicios que predefinen su posición y valor narrativo. Una ordenación de este tipo, más que un sentido literario, tiene uno político, el de establecer y reforzar ciertas coordenadas de dominación cultural y social. Ya en la polémica entre Arguedas y Cortázar no tenía asidero (el mismo Cortázar reconoció después, en privado, haberse equivocado), y ahora mucho menos. Sería tan absurdo como llamar escritores del “interior” y asignarles un supuesto margen narrativo, al argentino Juan José Saer y hoy en día al mexicano Yuri Herrera.
Pero como en toda clasificación hay excepciones, la mirada ideologizada del artículo de Ampuero menciona algunas. Pareciera una cura en salud. Menciona el caso de Karina Pacheco y Christian Reynoso, a quienes ubica como andinos o del “interior”. ¿Sabe Ampuero que la cusqueña Pacheco y el puñeno Reynoso vivieron en Madrid y paran viajando por el mundo? Pero, claro, son provincianos, y por ello solo ingresan (a la Generación Post y al canon) como una excepción, ya que pertenecen a una región codificada y mapeada como margen de antemano.
Me pregunto si Modiano (que escribe casi siempre sobre los mismos barrios parisinos) o el magnífico Sebald (ya ido, y que escribió mucho sobre el campo y pequeñas aldeas) le dijeran a Fernando Ampuero (yo sé que no lo harían, pero hagamos un ejercicio de ficción) desde París o Norwich: «¡Hey, tú, escritor andino o provinciano del mundo [porque, ese es otro prejuicio, el de “la literatura mundial”], qué tanto escribes de tus barrios limeños!» Pues sería un desacierto porque es un escritor ciudadano del mundo como cualquier otro, como Karina Pacheco y Christian Reynoso, como Carlos Herrera, Dino Jurado, Fátima Carrasco, Yuri Vásquez, Juan Pablo Heredia, Goyo Torres, Zoila Vega, Rosario Cardeña u Orlando Mazeyra (de más y menos de 40, solo de Arequipa, ¡tantas excepciones!), y como muchos otros, que también son escritores peruanos y punto.
Hay una línea de base que comparto con Fernando Ampuero (creo entender el lado más noble que anima estas cartografías): la narrativa peruana está pasando por un gran momento en el que surgen distintas y no tan distintas pero renovadas propuestas narrativas. Pues bien, esta riqueza de los modos de narrar, de la incursión narrativa en la representación, reflexión, interrogación del mundo, requiere también de una crítica y comentarios que aporten comprensión e inteligencia. Que se funden en criterios de apertura y no de confrontación, de razonamiento y no de prejuicio, de soportes verbales que operen como prisma y no como espejo.
Fuente: El Comercio
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