Oswaldo Reynoso Díaz nació un 10 de abril de 1931. El autor de Los
inocentes, El escarabajo y el hombre y En octubre no hay milagros hoy
cumpliría 87 años. Él había planificado con antelación su retorno definitivo a
su ciudad natal porque, como en el poema de Kavafis que cita en su libro En
busca de la sonrisa encontrada, su tierra natal lo siguió sin tregua (prueba palmaria
de ello es su última entrega: Arequipa lámpara incandescente publicada por la
editorial Aletheya). Por eso, el maestro quería que sus cenizas fueran
esparcidas en el volcán Misti.
José Caro, poeta huamanguino y amigo íntimo del narrador que vivió su
infancia y juventud en el barrio de San Lázaro –hasta frisar los veinte años–,
ha llegado a la nuestra ciudad para cumplir con el deseo de Reynoso. Además, el
jueves 12 de abril se celebrará un evento denominado “El retorno” en donde
lectores y amigos de la profusa collera de Reynoso lo recordarán.
Sin embargo la mejor manera de recordar a un autor; o, digo mejor, la
mejor manera de homenajearlo es leyéndolo, por eso leamos a Reynoso sin temores
ni anteojeras. Arequipa le debe mucho –sobre todo lectores– y él nunca dejó de
quererla, a pesar de todo. Acá un fragmento que precisamente hace alusión al volcán Misti en donde se esparcirán hoy sus cenizas:
: “¿Por qué me miras tanto?, me preguntó en
tono amenazante. No le contesté y miré el cielo. Era azul como el volcán Misti.
Arequipa de eterno cielo azul había cantado con el coro del colegio. Furioso me
lanzó un puñete en la cara y corrió gritando: maricueca, maricueca. Con la
mano, me limpié las lágrimas que corrían lentas pero dolorosas por mi cara de
colegial de doce años. A paso ligero, con respiros fatigados, me dirigí a Selva
Alegre. En ese entonces, hace tantas décadas, no comprendía por qué la
contemplación del rostro de mi compañero de aula me proporcionaba una sensación
extraña y deliciosa. Tampoco llegaba a comprender por qué esta, mi gozosa
mirada, despertaba tanto odio y por qué tenía que ocultarla para no ser blanco
de infamias e insultos. Entre los árboles y jardines, busqué un lugar oculto
para llorar fuerte y romper mis cuadernos; pero no encontré ninguno, pues esa
tarde la Selva Alegre estaba repleta de visitantes. Crucé el canal de agua y
comencé a caminar por La Pampa Polanco. A medida que avanzaba, sin saber adónde
ir, fue perdiéndose el azul del Misti. No era azul. Su color era casi marrón
claro árido y feo. ¿Y el azul majestuoso coronado de nieve que veía desde
cualquier parte de la ciudad adonde se había ido? Me eché sobre la tierra
arenosa y cerré los ojos. Creo que fue en ese instante cuando imaginé una
ciudad desconocida de sol con hermosos cuerpos desnudos, ciudad que siempre he
buscado para encontrar la felicidad sin culpa, sin castigo. Abrí los ojos y el
azul claro del cielo de Arequipa me enseñó el camino para encontrar la
felicidad sin culpa ni castigo”.
Nuevos lugares no hallarás, no hallarás otros mares.
La ciudad te seguirá. Por las calles vagarás,
por las mismas. Y en los mismos barrios envejecerás;
y en estas mismas casas encanecerás.
Siempre llegarás a esta ciudad. Para otro lugar -no esperes-
no hay barco para ti, no hay camino.
Kavafis
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