2018/04/10

El retorno definitivo a Arequipa de Oswaldo Reynoso



Oswaldo Reynoso Díaz nació un 10 de abril de 1931. El autor de Los inocentes, El escarabajo y el hombre y En octubre no hay milagros hoy cumpliría 87 años. Él había planificado con antelación su retorno definitivo a su ciudad natal porque, como en el poema de Kavafis que cita en su libro En busca de la sonrisa encontrada, su tierra natal lo siguió sin tregua (prueba palmaria de ello es su última entrega: Arequipa lámpara incandescente publicada por la editorial Aletheya). Por eso, el maestro quería que sus cenizas fueran esparcidas en el volcán Misti.
José Caro, poeta huamanguino y amigo íntimo del narrador que vivió su infancia y juventud en el barrio de San Lázaro –hasta frisar los veinte años–, ha llegado a la nuestra ciudad para cumplir con el deseo de Reynoso. Además, el jueves 12 de abril se celebrará un evento denominado “El retorno” en donde lectores y amigos de la profusa collera de Reynoso lo recordarán.
Sin embargo la mejor manera de recordar a un autor; o, digo mejor, la mejor manera de homenajearlo es leyéndolo, por eso leamos a Reynoso sin temores ni anteojeras. Arequipa le debe mucho –sobre todo lectores– y él nunca dejó de quererla, a pesar de todo. Acá un fragmento que precisamente hace alusión al volcán Misti en donde se esparcirán hoy sus cenizas:
: “¿Por qué me miras tanto?, me preguntó en tono amenazante. No le contesté y miré el cielo. Era azul como el volcán Misti. Arequipa de eterno cielo azul había cantado con el coro del colegio. Furioso me lanzó un puñete en la cara y corrió gritando: maricueca, maricueca. Con la mano, me limpié las lágrimas que corrían lentas pero dolorosas por mi cara de colegial de doce años. A paso ligero, con respiros fatigados, me dirigí a Selva Alegre. En ese entonces, hace tantas décadas, no comprendía por qué la contemplación del rostro de mi compañero de aula me proporcionaba una sensación extraña y deliciosa. Tampoco llegaba a comprender por qué esta, mi gozosa mirada, despertaba tanto odio y por qué tenía que ocultarla para no ser blanco de infamias e insultos. Entre los árboles y jardines, busqué un lugar oculto para llorar fuerte y romper mis cuadernos; pero no encontré ninguno, pues esa tarde la Selva Alegre estaba repleta de visitantes. Crucé el canal de agua y comencé a caminar por La Pampa Polanco. A medida que avanzaba, sin saber adónde ir, fue perdiéndose el azul del Misti. No era azul. Su color era casi marrón claro árido y feo. ¿Y el azul majestuoso coronado de nieve que veía desde cualquier parte de la ciudad adonde se había ido? Me eché sobre la tierra arenosa y cerré los ojos. Creo que fue en ese instante cuando imaginé una ciudad desconocida de sol con hermosos cuerpos desnudos, ciudad que siempre he buscado para encontrar la felicidad sin culpa, sin castigo. Abrí los ojos y el azul claro del cielo de Arequipa me enseñó el camino para encontrar la felicidad sin culpa ni castigo”.

Nuevos lugares no hallarás, no hallarás otros mares.
La ciudad te seguirá. Por las calles vagarás,
por las mismas. Y en los mismos barrios envejecerás;
y en estas mismas casas encanecerás.
Siempre llegarás a esta ciudad. Para otro lugar -no esperes-
no hay barco para ti, no hay camino.

Kavafis

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