Por estar casi dos meses radicando en Lima no he podido actualizar este blog de una manera constante. Mi entrevista al biógrafo de Mario Vargas Llosa fue replicada en Moleskine Literario de Iván Thays. Dice su nota (http://ivanthays.com.pe/post/22863561241):
El escritor español Juan José Armas Marcelo, uno de los hombres que
más sabe de Mario Vargas Llosa, amigo suyo y biógrafo, estuvo por
Lima -y viajó a Arequipa también para entregas el premio Vargas Llosa a
Pedro Novoa- hace unos meses. Orlando Mazeyra Guillén lo entrevistó en ese momento para revista Corónica sobre temas muy atractivos para los seguidores de Vargas Llosa, como la relación con su padre, la historia del premio Nobel, el altercado con García Márquez y la derrota electoral de 1990.
Aquí algunas respuestas:
Usted, como un exhaustivo investigador de la vida y obra de Mario Vargas Llosa, qué piensa de esa distancia que tuvo hasta el final con su padre, he leído en algunos textos que Ernesto Vargas Maldonado, terminó como portero en un edificio en Pasadena (California), ¿esto, al autor de La Casa Verde, le era totalmente indiferente?—Creo que era portero de una sinagoga, pero no me informé nunca cerca de Vargas Llosa por este asunto. Sé, de eso sí hemos hablado muchas veces, que jamás perdonó a su padre. Cuando se publicó la noticia de la muerte de Ernesto Vargas Maldonado, yo lo llamé a Lima desolado. Era noche en Lima, y mañana en Madrid, donde yo estaba. Bueno, me contestó al teléfono, me dijo que, en realidad, no estaba muy afectado y que eran las cosas de la vida. No es que yo me hubiera olvidado de la distancia enorme que se había abierto entre su padre y Vargas Llosa, pero así eran las cosas. Creo que, al final, a Mario le era indiferente el destino vital de su padre; otra cosa era lo que Mario sentía por Dorita, su madre, ahí sí que está la memoria de Mario y todos sus sentimientos domésticos; pero con su padre, nada de nada, no hubo nunca ni vuelta atrás, ni paz ni reconciliación. Creo que toda esta situación continúa ya irresolublemente. Durante las ceremonias del Nobel le pregunté, en Estocolmo, qué es lo que hubiera pensado su padre. «Nada, no hubiera entendido nada. Se mostraría perplejo y muy molesto…», me contestó con una sonrisa. Yo pienso lo mismo, que no hubiera entendido nada, pero en su fuero interno Ernesto Vargas Maldonado se sentiría orgulloso de la aventura vital de su hijo, de su tenacidad, de su obstinación en el trabajo, de su triunfo social, de su gloria literaria; aunque, efectivamente, no hubiera entendido nada de lo sucedido. Creo que en Ernesto Vargas Maldonado hay un personaje de novela que se va repartiendo en detalles y episodios a lo largo y ancho de la novelística del Nobel peruano. ¿Ves? Ahí hay un gran tema para un doctorado, si es que ya no se ha hecho.(…)Se decía y se sigue diciendo que Mario Vargas Llosa era —hasta en su forma de entender la literatura— muy circunspecto. Incapaz también de reírse de sí mismo, quizá su primer intento de demostrar que no era así fue La tía Julia y el escribidor. Sin embargo, si leemos sus memorias, uno vuelve a notar que no se ríe de sí mismo y que, incluso él mismo lo ha reconocido, le tiene un terror al ridículo, ¿qué interpretación le da a esto?—Yo no soy un psiquiatra argentino, ni siquiera soy psiquiatra ni argentino. Si lo fuera tendría seguramente capacidad exegética para todo y su contrario, ¿verdad? Hubo un tiempo joven en que Vargas Llosa se tomaba en serio literariamente todo lo que hacía y sucedía a su alrededor, pero sí, siempre tuvo humor, ya lo creo, y una carcajada muy contagiosa. Todo lo que digo ocurre no en un mundo secreto, sino en un mundo privado. Vargas Llosa es muy suyo, muy celoso de su privacidad, lo que me parece bien. Le he oído contar a carcajadas chistes sobre sí mismo, errores terribles que ha cometido, cosas ridículas que nos pasan a todos y él interpreta como que le pasan sólo a él, olvidos del nombre de su anfitrión en una cena, olvido del nombre de un amigo en el momento de la firma de uno de sus libros, en fin, tonterías. En cuanto a la escritura de El pez en el agua, un libro de memorias que a mí me fascina, porque ahí está el Vargas Llosa más serio y literario reflexionando sobre sus dos pasiones vitales: la literatura y la política, hay que tener en cuenta cuándo y en qué condiciones anímicas fue escrito, tras salir del país después de las elecciones presidenciales. En principio, no aceptó la derrota, que fue injusta y un error histórico para el Perú; pero se reencontró así con la escritura y se reencontró con el escritor que llevaba por dentro y por fuera. Ese combate lo perdió, felizmente, el político Vargas Llosa y lo ganó el Vargas Llosa escritor para toda la vida. Como dijo Octavio Paz en aquella ocasión, lo siento por el Perú y me alegro por Vargas Llosa. Yo también, que conste. Es posible que, en su fuero interno, al perder las elecciones frente a un epifenómeno suyo, el gamberro Fujimori, que nace y vive sólo para que Vargas Llosa no gane esos comicios presidenciales, Mario se haya sentido ridículo. Sus memorias limpian esa interpretación y me parece que es una escritura, la de ese libro, de una perfección vengativa más que absoluta.En su teatro siempre está presente en forma latente o explícita la homosexualidad, muchos críticos asocian esto al hecho de sus traumáticas experiencias infantiles como ocurrió con el hermano Leoncio en el colegio La Salle que intentó practicar malos tocamientos, ¿cuánto hay de verdad y de mentira en esto?—No sólo en su teatro, también en algunas de sus novelas está el asunto de la homosexualidad, un tabú en su tratamiento en America Latina, tan triste y horrorosamente machista y homófobo. Desde antes de su primera novela, Vargas Llosa incorpora a algún personaje homosexual en sus cuentos y después en sus novelas. Recuerda el profesor Fontana y Mayta, y el Bolas de Oro y tantos otros. No sé si tiene que ver con esa experiencia que usted dice, pero me sospecho que su padre, Ernesto Vargas, lo veía como un señorito afeminado, un adolescente al que había que hacer un hombre antes de que las mujeres de la familia Llosa lo convirtieran en una mujercita. Craso error, fueron las maulees de esa familia, a mí entender nada humilde, por cierto, quienes lo convirtieron en escritor. En todo caso, nada de esto es raro, quiero decir, lo de esas experiencias en colegio de curas. Yo estuve diez años con los jesuitas, no tuve ese tipo de experiencia, pero vi cómo la sufrieron amigos míos. Yo estaba desde niño muy maleado, nunca fui un angelito, ni cuando infante, felizmente.(…)¿Cuánto de cierto hay en que el tema del Nobel (antes de octubre del año 2010) se había vuelto tabú? Un tema que sus amigos íntimos sabían que no debían tocar… —Nunca representó para mí un asunto ni un tema tabú. Hablé muchas veces con él del Nobel, del que no le habían dado a él todavía y se lo dieron a otros escritos inferiores, como Darío Fo y otros y otras escritoras europeas. Siempre me dijo lo mismo: «y no se lo dieron a Borges», que se lo negó, en mi opinión, Artur Lundkvist, que se creía que sabía español, y yo creo que también impidió, mientras vivió, a Vargas Llosa. Otrosí, un día de 2007, en Estocolmo, paseábamos los dos por la ciudad y pasamos delante del edificio donde entregan el Nobel todos los años. Le dije que era ahí. Que pronto tendría que venir a recogerlo. Me dijo que opinaba que ya había pasado su tiempo. «Estás loco», le dije, «ya pasó el tiempo de Lundkvist», premio Lenin para más señas, y que se dejaba llevar en literatura, como tantos, por su superstición ideológica, un señorito rural de izquierdas.
Vargas Llosa en una entrevista ha indicado que piensa escribir la segunda parte de sus memorias. Entendemos que pasará por alto la archifamosa escena del puñetazo, ¿pero qué podemos esperar de esta segunda parte de su autobiografía? Es casi un hecho que recurrirá otra vez a los capítulos alternos, ¿verdad?
—Ésta, lo sospecho, es una pregunta-trampa, pero, en fin, contestaré. Si hace esas nuevas memorias, la segunda parte, viene obligado a contar lo del famoso puñetazo, desde luego, para desterrar de una vez las dudas y las incógnitas. Una vez le escuché decir en público que ese asunto oscuro lo dejaba al albur de sus biógrafos. Sé que se están escribiendo algunas biografías y ensayos donde el famoso puñetazo aparece, pero no sé lo que van a decir. Casi seguro que optará por la alternancia en los capítulos, el mismo método del primer tomo de memorias. Creo que además son necesarias. Como sospecho que quiere que le dé mi impresión sobre el asunto del puñetazo famoso, se la daré: cuando alguien que es amigo comete un error voluntario indescriptiblemente negativo y absurdo por puro ego, lo mejor es resolverlo como en el mejor duelo, de repente y de golpe, de frente, con un buen puñetazo. Creo que, sea lo que sea, García Márquez se habrá estado arrepintiendo toda su vida de ese error. No creo que Mario se haya arrepentido de haberlo resuelto de esa manera tan expeditiva.(…)¿La gran derrota en la vida de Mario Vargas Llosa fue la de las elecciones de 1990? ¿O su gran derrota es más bien «literaria» (en el sentido que, como siempre lo resalta, tiene muchos proyectos para una vida y no le alcanzará para escribir todos los libros que ansía)? —Ni la una ni la otra, la derrota política la convirtió en triunfo literario después del Chivo. Bueno, y nunca tuvo lo que José Donoso llamó la «seca», esa temporada de nada en la que el escritor no escribe nada porque no se le ocurre nada. Al contrario, en Vargas Llosa gana lo que él llama la «solitaria», esa impaciencia ansiosa y constante por escribir.
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