«En ese mundo —que
viví en el extranjero, que viví en Cochabamba— había el culto de Arequipa, no
del Perú: de Arequipa. La familia recordaba Arequipa como el paraíso perdido y
entonces yo nací oyendo anécdotas de Arequipa, oyendo hablar de calles, de
lugares, de personas de Arequipa y, además, se me inculcó desde que tuve uso de
razón que ser arequipeño era un extraordinario privilegio. Algo que
representaba no sólo, digamos, un privilegio, sino también un deber. Mi abuelo
era un hombre muy recto, un caballero a la vieja usanza y, entonces, ser
decente, ser limpio, ser honrado, era ser arequipeño. Bueno, pues, yo nací con
esa idea de Arequipa; crecí con esa idea de Arequipa, y mi primer viaje a Arequipa,
cuando yo tenía seis o siete años, lo tengo muy grabado en la memoria porque
realmente era el viaje al paraíso. Era ir a
conocer ese paraíso que la familia Llosa tenía conservado en la calle
Ladislao Cabrera, en Cochabamba. Y recuerdo mucho el viaje a Arequipa, un viaje
largo. El tío Eduardo García, donde me alojé, era un caballero al que la
familia le tenía admiración porque había visto al Papa en Roma, eso le daba una
especie de aureola religiosa, mística. Vi los camarones por primera vez en mi
vida. La señora Patrocinio, que era el ama de llaves, me preparaba unos chupes
donde había esos animales extraños con tocolas (*). Recuerdo el Congreso Eucarístico.
Fui a un Congreso Eucarístico, había mucha gente y había un señor de corbata
pajarita que pronunciaba discursos, era Víctor Andrés Belaúnde. Arequipa, para
mí, es eso: es esa familia de la que yo el día que conocí a mi padre fui
arrancado brutalmente para conocer la realidad, es decir el infierno. Me
arrancaron del paraíso y me llevaron al infierno y conocí el infierno que es la
realidad. Pero Arequipa ha quedado siempre allí: asociada a mis abuelos,
asociada a mi madre, y a personas a las que yo he querido enormemente y a las
que debo los mejores recuerdos de mi infancia. Creo es eso lo que hace que,
ahora que empiezo a ser viejo —no quisiera pero la realidad es que empiezo a
ser viejo— siento mucho cariño por Arequipa. Además Arequipa ha sido tan cariñosa
conmigo, sobre todo desde que gané el premio Nobel (risas), la manera cómo
vivió Arequipa el premio Nobel a mí me conmovió. Soy sentimental, como dice el
poema de Sebastián Salazar Bondy: al fin de cuentas, soy sentimental. Y
entonces, pues, empiezo a sentirme arequipeño por fin. Bueno, y pronuncio la
‘ll’, también me enseñaron eso mis abuelos: los arequipeños sabemos pronunciar
la ‘ll’ y los limeños son incapaces de hacerlo».
Mario Vargas Llosa
(*) Según el Diccionario de Arequipeñismos
de Juan Guillermo Carpio Muñoz una tocola es: la pata más grande y abultada del
camarón 2. La tenaza y su correspondiente base abultada de la pata del camarón,
muy apreciada por su carne blanca y blanda. 3. La parte con tenaza de
cangrejos, jaibas y otros crustáceos.
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