He publicado en Lima Gris mi entrevista
a César Hildebrandt “Borges era un brillantísimo escritor y un ser
humano deplorable, ¡repugnante!”
Por Orlando Mazeyra Guillén
César Hildebrandt (Lima, 1948), «lector entusiasta y promiscuo», como él mismo se define, me recibe en la sala de su casa y le parece excelente mi deseo de centrar la entrevista en su travesía como adicto de la ficción (no sólo la lee, también la escribe: ganó el célebre Concurso de Cuento de las Mil Palabras de la revista peruana Caretas en 1986, y es el autor de la novela Memoria del abismo, que apareció en 1994).
Le digo que no quisiera preguntarle nada de política, sino de
literatura. Es harto sabido que, sobre todo en las entrevistas, las
cosas casi nunca salen como uno las planea. Además con un personaje como
él se puede empezar hablando del autor de El fantasma de Canterville
y terminar —pasando antes por el Leoncio Prado, Vargas Llosa, Cortázar,
Scorza, Reynoso, Lima, el periodismo, Ollanta Humala, el liberalismo,
Alan García, Borges, Bryce, la CIA, la vejez y la religión— imaginando,
con una mueca de desagrado, su propio obituario. «Mi carrera de lector
comienza leyendo a Oscar Wilde. Tomaba apuntes en un
cuaderno escolar. Saqué muchas frases porque Wilde es un escritor
plagado de frases y aforismos ingeniosos. Yo tenía once años en ese
momento. Mi segundo libro, como lector, fue un libro audaz, robado,
entre comillas, de una biblioteca familiar, porque me lo habrían negado
si hubiese hecho un pedido formal. Se llamaba Buenos días, tristeza de Françoise Sagan que
era, en esa época, una novela prohibida para menores; ahora se leería
casi como una prosa benedictina, pero fue mi segundo libro. Y, bueno, yo
he leído con una voracidad anárquica».
—A los once años, ¿en qué colegio estudiaba? —le pregunto de inmediato.
—En un colegio privado, El buen ángel.
EL COLEGIO COMO MEDIO DE SOCIABILIZACIÓN FORZADA
—El traslado de esa institución privada al colegio militar Leoncio Prado habrá sido muy brusco para usted.
—El cambio fue brusco, sí. Lo que pasa es que yo era un ermitaño vocacional…
—Pertinaz —lo interrumpo.
—Pertinaz y vocacional. Era un huraño gozoso. Y, claro, tenía una
serie de rebeldías que acompañaban esa soledad. Mis padres consideraron
que una sociabilización forzosa era un buen camino: «así que si no quieres ser sociable, pues aquí vas a ser sociable».
Y estuve tres años en el colegio militar llenándome de papeletas y
castigos. Llegó un momento en el que no salí durante dos meses seguidos.
—Entonces en su caso la razón para matricularlo en el Leoncio Prado fue sociabilizarlo…
—Exacto. Pero lo único que lograron fue confirmar en mí un montón de
rebeldías. El colegio me producía tal ira por, digamos, su estructura:
un chico de quince años mandando a un chico de catorce y un chico de
dieciséis mandando a un chico de quince; es decir, nos tratábamos como
militares entre adolescentes, una ocurrencia medio perversa. Entonces yo
era el pecador constante: fumaba, usaba prendas antirreglamentarias, no
estaba a la hora en la formación, me escapaba de ciertos regímenes…
—Pero a su vez era el número uno…
—No, no era el número uno pero sí era un alumno destacado. Siempre fui un cadete distinguido. Se nos llamaba así: «cadete distinguido». Porque siempre tenía un promedio por arriba de 80, o sea, por arriba de 16.
—Y dirigía el club de periodismo…
—Ah sí, dirigía el club de oratoria, dirigía el club de periodismo,
me dieron la responsabilidad de hacer el anuario. Entonces fue una
experiencia inolvidable para mí.
EL AJUSTE DE CUENTAS DE UN GRAFÓMANO
—Justifica, como exalumno del colegio militar, la venganza de
Vargas Llosa cuando dice, en la crónica que escribió en su semanario
luego de que ganara el premio Nobel, que con La ciudad y los perros, entre otras cosas, él había «ajusticiado al colegio que lo había hecho infeliz»…
—Sí, digamos que reducir La ciudad y los perros a un acto de venganza me parece un poco abusivo. ¡La ciudad y los perros
es una gran novela! Se nutre del desasosiego que a Mario Vargas Llosa
le produjo la disciplina surrealista del colegio militar. Y en el caso
de Mario es mucho más entendible porque el padre de Mario mete a Mario
en el Leoncio Prado precisamente para que el Leoncio Prado sea la
continuidad del carácter del padre: el Leoncio Prado es el padre
pertinaz y persecutorio que le exige a Mario Vargas Llosa una serie de
disciplinas y una serie de virilidades que Mario no acepta. ¡Mario odia a
su padre! Y, por lo tanto, odia al colegio porque es el colegio que ha
elegido su padre y que además se parece a su padre en materia de
marcialidad, solemnidad y propósitos «grandes», entre comillas. Pero,
fundamentalmente, La ciudad y los perros es
una extraordinaria novela, posee una de las mejores estructuras, de
verdad. Mario tiene tres grandes libros: sus tres primeras novelas. Todo
lo demás de Mario es menor: ¡todo, absolutamente todo! Pero con esos
tres libros Mario pasó a la historia. ¡No necesitó más! Es un maniaco de
la palabra, es un grafómano.
—En su caso fue algo muy especial: usted leyó esa novela
siendo alumno del Leoncio Prado. Es más, su profesor de literatura les
leía la novela…
—Rubén Lingán, un gran profesor, que era además profesor de teatro,
nos lee emocionado y con la voz baja por si acaso no fuera a escuchar
algún teniente que paseara por los pasadizos.
—Con fruición les leía la novela…
—Con fruición, y nosotros escuchando con una emoción porque era
impresionante: una novela sobre nosotros. ¡Increíble! «Cuatro», dijo el
Jaguar. Jamás olvidaré esa voz de Rubén Lingán leyéndonos La ciudad y los perros,
capítulo por capítulo, ¡en clase!, media hora dedicada a la novela: en
fin, fue una manera de reconocernos. Después todos, en la primera salida
que tuvimos, compramos el libro. Bueno, no digo todos, pero un buen
grupo, y luego de leer la novela intercambiamos impresiones. La leí y la
volví a leer y me gustó más porque entendí muchas más cosas.
—Al terminar de leer su crónica, don César,
uno quiere volver a leer a Vargas Llosa. Por ejemplo, cuando usted
cuenta que en la parte en la que el Jaguar defeca frente a su pandilla
cerró el libro porque sintió ganas de vomitar está invitando al lector a
volver a la novela…
—Es que soy un lector entusiasta. Entonces la lectura, en mi caso,
equivale a más de la mitad de mi vida, me he perdido de muchas cosas en
la vida, pero no me arrepiento.
HACER PERIODISMO DESDE LA REBELDÍA
—Usted sabe que hay lectores que, así como
perseguimos las novelas de Vargas Llosa, también perseguimos sus
columnas, don César, porque al leerlo en el semanario nos sentimos
mejorados.
—Nunca uno piensa que hace el bien. Uno piensa que hace estrictamente
su trabajo. Pero, en fin, cuando uno percibe beneficios colaterales
como el que usted me acaba de mencionar, y los que recibo a través de
los correos también de muchos lectores, bueno uno piensa, ¡caramba!, en
qué gratificante resulta el trabajo que uno encara con modestia. Esto
está basado en algo fundamental que es la promesa implícita que yo me
hice hace muchos años: no renunciar a mi indignación y jamás profesar el
estoicismo peruano. En general, el estoicismo global. Un mundo donde se
acepta que los asesinos sean los protagonistas, los canallas sean
héroes, y la política esté infestada de podridos, como diría Basadre. Yo
no acepto ese mundo. Y quiero morirme desde la rebeldía.
¿Cuál es su receta para no amistarse con el mundo?
—Examinarlo. Leerlo. Padecerlo. Y no permitir que sus mentiras me
seduzcan. La mentira de que éste es un sistema que no tiene alternativa,
la mentira de que el crecimiento es desarrollo, la mentira de que el
desarrollo es civilización, la mentira de que los mercados existen y son
libres, la mentira, en fin, de que Europa es un continente agraciado
por la democracia y por los valores… la mentira de que los Estados
Unidos es una gran potencia, más allá de lo militar; y la mentira de que
Latinoamérica es un continente condenado a ser siempre el eco tardío de
todo aquello que nos envuelve: todo eso me subleva, y todo eso es
mentira, todo eso es tan mentira como decirnos que las culebras hablan.
LOS NERDS ORGÁNICOS QUE LEÍAN A CORTÁZAR
—Usted cuenta que empieza escribiendo artículos sobre Julio Cortázar, ¿cómo descubre a este autor?
—Bueno, leyendo el suplemento Dominical de El Comercio
que en ese tiempo tenía a José Miguel Oviedo y él recomendaba libros.
Y, además, juntándome con dos grandes amigos del colegio militar: Igor
Calvo, hermano del poeta César Calvo, que también es poeta, y otro de
ellos, mi amigo Cornejo, no sé qué será de su vida, pero era tan
inteligente, tan sensible, y tenía tanta voracidad por la cultura.
Nosotros éramos lectores precoces, nosotros hablábamos de libros, éramos
los raros, los freaks del colegio, nos miraban raro… nos apartaban, éramos los enfermitos…
—¿Los nerds?
—Los nerds también. Éramos nerds pero así orgánicos: claro que sí. «Leen, hablan de libros, son idiotas, qué les pasa, no tienen vida, ¡no viven!».
Así descubrí tantas cosas. Cortázar fue para mí un mundo revelado.
Cortázar me enseñó que la puntuación podía ser aluviónica, y me enseñó
que escribir bien no es precisamente una buena medida sino que aceptar
el desaliño de la oralidad es literatura también. Cortázar me asomó a
ese mundo en donde el castellano no se pavonea ni se engola, sino
discurre. Cortázar es un río… ¡Con Cortázar uno viaja! Yo sé cómo era la
Maga, conozco casi todo de la Maga. Sus personajes son tan
extraordinariamente vivos que uno, de verdad, los asume como auténticos.
Cortázar da la impresión de estar escribiendo una crónica más que una
novela, hay partes de Rayuela que son casi crónicas por la solidez que tienen sus caracteres.
—Usted recuerda que cuando tenía diecinueve años era «un lector profesional y un inútil orgulloso de su inutilidad». Fernando Savater afirma que sería espectacular si nos pagaran por leer…
—Claro. Y sería maravilloso que los padres se maravillaran por tener
un hijo lector y no dijeran lo que dicen: «¡Madre!, éste está mal, éste
está por el mal camino, este va al fracaso». No, ¡Dios mío!, la lectura
es imprescindible para la cultura y la cultura es imprescindible para
los valores.
MARCA PERÚ: EL PAÍS MOLEDORA DE CARNE
—Pero si uno quiere ser escritor de verdad tiene que escapar del Perú.
—Bueno, pues, hay que largarse entonces. Sin culpas y sin
arrepentimientos. Si el Perú obliga a sus talentos a emigrar, pues que
emigren, pero que no se conviertan en gacetilleros de algún periódico de
provincia, porque ésa sí que es una condena de la que se van a
arrepentir toda su vida. ¡Que se vayan pues! Busquen una beca o sin
beca, viajen a la aventura y lárguense. No permitan que el país los
martirice y luego los haga polvo. El Perú, en muchos casos, es una
moledora de carne. He visto a gente así: frustrarse, amargarse y, luego,
aceptarse.
—¿Por qué quiso ser profesor de Lengua y Literatura en la Universidad Federico Villarreal?
—Sí, escogí mal. Fue una horrorosa opción, lo reconozco. Además ni siquiera llegué a graduarme.
—Pero, ¿terminó la carrera?
—No. No la terminé, la dejé al cuarto año. Fui un muy mal alumno,
porque mis clases las hacía en el café. Yo hablaba mucho con mi profesor
de sintaxis que era un español, un ex cura que se había casado con una
boliviana, Fermín Valverde, inolvidable profesor que ojalá que esté vivo
y que ojalá le haya ido bien. Y junto con otros tres o cuatro
profesores de primera, que sí los había, y que organizaban tertulias
fuera del salón. Cuando iba al salón, en cambio, lo que veía era una
masa brutal de setenta personas asistiendo a una perorata paporretera,
¡de verdad yo salía corriendo! A mí lo tumultuario me espanta. Entonces
también descubrí que no hubiese tenido jamás la vocación y la paciencia
que exigen la pedagogía y la educación.
Me ha sucedido, después lo comprobé: he tenido la oportunidad de dar
charlas que pretendían ser clases en la Vallejo y en la San Martín, y me
di cuenta de que mi intolerancia respecto de la ignorancia sigue
intacta, y mi intolerancia respecto de la estupidez sigue invicta, yo
soy lo menos apropiado para enseñar, no tengo paciencia alguna, no
tolero una pregunta boba, soy un auténtico intolerante, un desagradable
intolerante, lo reconozco.
—En ese aspecto, podemos decir que se parece mucho a su hermana Martha.
—¡Muchísimo! Tenemos ahí un gen Hildebrandt marcadísimo. Créame que
es algo que yo quisiera no tener. Veo a veces a gente amable, dulce,
compasiva, con la carencia esa de la persona que no se toma en serio las
cosas y siento envidia. Siempre he tenido envidia por esta gente. ¿Por
qué nunca he podido ser así? ¿Por qué me sublevan de inmediato la
ignorancia, la vulgaridad, la ordinariez, la ingenuidad extrema, la
bobada? ¿Por qué no las resisto?
LIMA O LA SUPRESIÓN DEL PRÓJIMO COMO DOCTRINA
Lima, la esperpéntica capital peruana. |
—Mario Vargas Llosa lo elogia mucho en El pez en el agua pero también habla de su temperamento atrabiliario.
—Sí, lo reconozco. Puedo ser atrabiliario, de eso no tengo ninguna
duda. Ahora, es evidente que al margen de una identidad genética, el
Perú es un país que excita mucho este tipo de conducta porque es un país
que estresa, que provoca, que desafía. Uno sale a la calle y se
encuentra con la hostilidad, no la metafórica sino la concreta: el
tráfico, la violencia, el desasosiego, la absoluta carencia de modales,
la supresión del prójimo casi como doctrina, como concepto, esta
aniquilación del otro. Esta es una ciudad invivible: yo vivo en mi casa y
me subo a un coche y me voy a la oficina y de la oficina a mi casa, y
salgo con mi esposa y con mi hijastra a otros sitios más o menos
programados, pero yo no vivo la ciudad por una sencilla razón: porque en
Lima no se vive.
—Es, creo, una ciudad que condena a la misantropía o al encierro.
—O, por lo menos, a la reclusión selectiva, ¿no? Vivimos en refugios
con los que elegimos. Porque, usted se habrá dado cuenta de que en esta
zona de Lima no hay veredas. En muchas zonas de este distrito no hay
veredas, las veredas se han suprimido: no hay peatones, sólo hay coches.
No es broma. Hay zonas donde no hay veredas, salga usted a ver, o las
veredas son tan angostas que ya no son veredas. Aquí no tenemos eso que
tienen otros países, lugares donde el área verde, el oxígeno se
comparte, el ocio se comparte, los columpios se comparten, los niños se
entremezclan y hay una mutua fecundación de emociones. ¡Aquí no, aquí
no! Que se lo diga la chica que trabaja en la casa de mi esposa, porque
debo decirle que siendo mi esposa vivimos, frente a frente, en casas
separadas para mantener nuestros espacios, ella fue a el Olivar, vino un
sereno y la quiso echar porque no era de ahí, porque no pertenecía a
San Isidro ni a la clase que San Isidro cree que debe ser la única que
debería poblarlo, ¡es impresionante! Lima es un desastre. Es un fracaso.
Es un fracaso humano, arquitectónico. Es una suerte de Babilonia
impura.
LA PRENSA PERUANA: ENEMIGA MORTAL DE LA BUENA PROSA
—En su devenir como periodista, ¿cuáles han sido sus grandes maestros?
—Escritores. Me he dejado llevar poco por los periodistas porque yo
creo que la desdicha del periodismo empieza cuando la literatura y el
periodismo se pelean. Primero, se distancian, luego se divorcian, y
ahora son enemigos irreconciliables. El periodismo hasta los años
treinta, no sólo en el Perú, sino también en otras partes, pero
eminentemente en el Perú, era una magnífica asociación de la buena prosa
con la comunicación. Y ahí están las pruebas. Ahí está Amauta, uno lee Amauta y se encuentra con literatura, uno lee Mundial y ahí está César Vallejo con sus crónicas, hasta Variedades que
era la revista frívola de la época, es un cuaderno de bitácora con
mucha literatura… y no hablemos de Valdelomar, de Federico More que era
fundamentalmente un escritor, y por supuesto Mariátegui, y por supuesto
César Falcón, y toda esa gente que se reunió alrededor de Amauta,
incluyendo a César Miró que escribía muy buenas notas. Luego viene,
claro, una etapa industrial de la prensa en donde empieza la separación:
la literatura por un lado, el periodismo por el otro. La sensibilidad y
la inteligencia más o menos arrinconada por un lado; y la eficacia
periodística por el otro. Y eso ya es divorcio pleno y luego una
enemistad plena. Hoy, el periodismo en el Perú, me refiero al escrito
(ya no al oral), es un mortal enemigo de la buena prosa. Uno lee
las publicaciones que pueblan el Perú y se da cuenta cuánto odian los
periodistas a la literatura y de qué modo la han suprimido y de qué modo
demuestran su no procedencia. Yo, en cambio, lo poco que sé,
lo aprendí leyendo lo que me gustaba y me gustaba todo, es la verdad. Me
gustaba mucho la prosa americana, también los clásicos y también los
autores franceses. Mejor dicho, yo soy un lector promiscuo: no tengo
nortes definidos. Si a mí me dan un poemario interesante de alguien que
no conozco lo leo con el mismo fervor con el que puedo releer una novela
de García Márquez.
—De repente es usted un escritor ganado por el periodismo que
no se retiró a tiempo. Hemingway recomendaba incursionar en el
periodismo pero saber retirarse a tiempo…
—Puede ser mi caso, pero no me arrepiento porque creo que también es
una opción luchar contra la corriente y hacer lo que modestamente
hacemos en el semanario, por ejemplo, ¿no? Que es aportar un poco de
belleza a la vida. Decir con cierto profesionalismo lo que la
indignación nos suscita.
—Con bastante ironía.
—Y con sarcasmos también.
—En la biografía falaz de Ollanta Humala, por ejemplo, leía «el
Programa de la Gran Transformación no era sino el resumen de las ideas
necesarias para cambiar a este país de cojudos gobernado por rufianes al
servicio de unos pendejos, tal como lo decía el sociólogo Melcochita»
(César Hildebrandt ríe con goce mientras le leo el texto), y mientras
me desternillaba de risa me preguntaba, al momento de escribir esto,
usted se reirá pero, a la vez, sentirá también un punzón…
—A mí me divierte mucho hacer esa columna, pero como usted dice,
efectivamente, es un bumerán que a uno le cae en la cabeza, siempre.
Siempre termina uno con un chichón en la cabeza porque esa columna al
final da la vuelta en «u» y le da a uno un bofetón, un golpe, es cierto.
Da risa, pero es que damos eso. Es que el Perú da risa. Es que en
muchos sentidos somos involuntariamente cómicos, cómicos de la legua.
Cómicos con fama mundial. A mí me da mucha risa que nos creamos tan
centrales, tan importantes… hemos llegado a decir que estamos ya
próximos al primer mundo, Alan García lo ha dicho. Nos consideramos los
mejores en casi todo, y los segundos en todo lo que sobra, o sea, es la
autoestima de un borracho, es la autoestima de una persona inconsciente.
El Perú padece de narcisismo. Me refiero al Perú actual construido por
el discurso político que es narcisista: «estamos bien, nos va cada día mejor»,
pero tenemos un tercio de pobres y en Huancavelica el 47%, ¿qué es
esto? A ver, examinemos. La capacidad de autocrítica en el Perú siempre
ha sido casi nula. Cuando uno lee la historia del Perú, se da cuenta.
Nos hemos jactado de las cosas más atroces que hubiesen avergonzado a
muchos otros países. Si hubiese habido una clase dominante con capacidad
crítica y con capacidad de convocatoria seríamos muy distintos. Hemos
perdido guerras de un modo atroz por miserias, cobardías y desatinos y
nunca nos hemos echado en un diván a examinarnos, no tenemos un análisis
crítico de lo que nos pasó…
—Sería muy devastador, quizá no nos levantaríamos del diván…
—O quizá sí, quizá nos levantaríamos contusos, lesionados, pero con
un horizonte. Al final de cuentas la sanación puede ser muy dolorosa y
muy lenta, pero por algo hay que empezar. El Perú nunca ha hecho
autocrítica. La historia de Basadre es una historia muy esforzadamente
construida, sin embargo no tiene pizca de análisis crítico respecto del
Perú. Tres o cuatro párrafos dedicados a episodios que hubiesen merecido
ensayos enteros sobre por qué fuimos lo que fuimos: en este país hubo
peruanos que pelearon en contra de la Confederación Peruano-Boliviana
que tanto habría significado para el Perú, en este país hubo peruanos
que quisieron a matar a Andrés Avelino Cáceres cuando Cáceres estaba
resistiendo. No es que lo desconocieran, es que fueron a matarlo: tropas
peruanas se juntaron con las chilenas para asesinar al héroe de la
resistencia.
—Alguna vez dijo en algún artículo: la derecha chilena, a diferencia de la peruana, sí tiene bandera.
—Tiene bandera y tiene metas. Al final de cuentas, una cosa es ser
Portales y otra cosa es ser Riva Agüero. Pero, en fin, no tenemos esa
autocrítica y, por lo tanto, vivimos en esta neblina piadosa y mentirosa
que nos cubre y, claro, detrás de la cual podemos ser felices, sí,
claro. Pero si alguien despejara la neblina vería el espectáculo: vería
esta ciudad en donde hay barrios como éste, pero hay cuatro millones de
gente que vive en condiciones no humanas, ni siquiera infrahumanas, son
no humanas, ¡cuatro millones, usted se da cuenta! Viven sin agua, sin
desagüe, en pisos de tierra, con la tifoidea merodeando, con la
tuberculosis más o menos cerca, el desempleo o el pluriempleo, o la
venta de golosinas para sacar siete soles diarios, el té en la mañana,
el almuerzo frugal, la no cena. Y la prensa nos quiere hacer creer que
estamos en el camino correcto. Yo jamás voy a aceptar el discurso
oficial.
LA AUTOCRÍTICA
—Hablando de autocrítica, muchos enemigos suyos dicen César
Hildebrandt no tiene autocrítica, opinan que usted cree que está más
allá del bien y del mal.
—Bueno, le dejo a mis lectores, o a mis adversarios en todo caso, ese
papel. Ocurre que yo no pretendo ser infalible ni pretendo evangelizar.
Yo doy mi opinión y mi opinión es una de tantas. Hay gente que me cree y
hay gente que rechaza mis opiniones. Pero yo no puedo criticar aquello
que no me merece crítica y no puedo estar en este plan de complacer a
aquellos que piensan que uno tiene que retractarse constantemente para
demostrar honestidad intelectual o bonhomía, ¿yo por qué voy a
desdecirme respecto de lo que vengo sosteniendo desde hace años? ¿Por
qué debería decir: «no, me he equivocado, el Perú es un gran país»?
¿En nombre de qué voy a decir eso? Para complacer a un señor que cree
que la autoflagelación es un rito indispensable para obtener un diploma
de humanidades. Yo no quiero ser débil. Yo no quiero ser el monje que se
castiga, no me interesa. Yo quiero ser fuerte. Y una manera de ser
fuerte es no desdecirse constantemente. Ahora, puedo meter la pata, pero
por supuesto que puedo meter la pata, pero lo que firmo, mis columnas,
son opiniones, entonces no puede haber ahí metidas de pata. Puedo meter
la pata en el semanario, puedo equivocarme en relación a una crónica
que autoricé porque no estuvo bien, digamos, cruzada la información y
todo lo demás, pero en cuanto a mis columnas por qué voy a decir
que mis opiniones son mudables, deleznables y, por lo tanto,
modificables al año o a los dos años. Eso lo hacen los políticos, y yo
no quiero hacer eso. Es cierto, no tengo autocríticas respecto a
mis columnas porque son opiniones que pueden ser bienvenidas o muy mal
recibidas. Pues lo acepto, pero sería el colmo que yo desmontara mis
propias columnas y dijera, en fin, como Vidaurre: «me retracto de todo lo dicho sobre el virrey».
Probablemente, hay ahí un concepto falso de la probidad intelectual: si
uno no acepta que se equivocó entonces uno está más allá del bien y del
mal. Falso. Esa humildad judeocristiana, eclesiástica, ciprianesca, es
la que nos ha hecho tanto daño, ¿no? Porque, claro, si siento que no me
equivoqué, ¿tengo que arrodillarme y decir «perdón por no arrepentirme»?
HUMALA O LA PROSTITUCIÓN DE LA DEMOCRACIA
—Todavía tengo pegado, en la pared de mi cuarto, su artículo publicado antes de la segunda vuelta electoral del 2011: «Votar por Humala».
—Lo dejé firmado y no me arrepiento de haberlo escrito. Sin embargo,
tengo que decir que Humala es una enorme decepción. Pero es que ahí no
había alternativa.
—Don César, creo que actitudes como las de Humala fomentan la violencia, ¿no mueven a la gente a medidas que son antidemocráticas?
—La respuesta es sí. La violencia en el Perú es la respuesta popular a
la prostitución de la democracia. Porque es prostituir la democracia
plantear un programa que luego se suaviza y que después desaparece. Y
gobernar con aquellos que eran los adversarios y cuyo programa resultaba
inaceptable. Eso se llama felonía, está bien claro: la institución que
fundó Judas Iscariote, para el Occidente. En ese caso, el desasosiego
popular, expresado en violencia, no sólo es necesario, es absolutamente
legítimo. Ahora, claro, la siguiente pregunta es: «¿entonces usted propende la anarquía?».
No, yo lo que quisiera es la democracia. Que la democracia no fuera un
rito fotogénico quinquenal, poner un voto doblado en un ánfora, ¡eso no
es la democracia, hombre! La democracia es la aceptación del mandato de
la mayoría. En este caso ha habido una burla absoluta del mandato de la
mayoría.
ALAN GARCÍA, UN MONUMENTO A LA PENDEJADA
—Y también hay impunidad en el caso de Alan García, una impunidad clamorosa que a uno lo enardece.
—Pero es una impunidad que viene de la historia: Nicolás de Piérola,
el gran estúpido y traidor, fue presidente dos veces, Manuel Prado, hijo
de Mariano Ignacio, el hiper-traidor, fue presidente de la república
dos veces. Nuestra historia está plagada de impunidades casi
monárquicas. Hay gente que, efectivamente, está más allá de la ley. Y
eso tiene que ver con un concepto peruano muy laxo de la virtud. El Perú
es un país que no aprecia la virtud, todo lo contrario: el Perú es un
país que ensalza el demérito, la criollada, la pendejada. Si pudiésemos
hacer un monumento a la pendejada lo haríamos en la plaza San Martín.
—El gran pendejo contemporáneo es Alan García.
—Sí, yo creo que sí, es el top, está por encima de todos. Y
es curioso, yo conocí a Víctor Raúl Haya de la Torre, lo entrevisté un
par de veces, y él tenía muchos defectos y había hecho lo que piden
algunos: había hecho una autocrítica pero sin reconocer que era
autocrítica y se había convertido en alguien muy distinto a quien había
sido. Pero tenía una virtud, era un hombre honesto. ¿Cómo Haya pudo
producir un delfín como Alan García, un delfín que resultó un tiburón?
¿Cómo el entorno de Haya pudo proferir a alguien como García? Bueno, no
es tan misterioso, porque al final el Apra se transformó en nuestro PRI.
Y el Apra era el equivalente de Acción Democrática, el «partido del
pueblo» en Venezuela y ya sabemos cómo terminó eso. En realidad, es el
proceso de descomposición de la democracia latinoamericana. Claro,
dicen: «¡Chávez indeseable!» Pero a Hugo Chávez lo hicieron entre el
Copei y Acción Democrática. A Chávez lo hicieron Carlos Andrés Pérez y
todos aquellos que se robaron la Venezuela petrolera de los años 60 y
70, los dos grandes partidos: el social-cristianismo del Copei, con
Rafael Caldera como ejemplo, y Acción Democrática, con Carlos Andrés
Pérez que terminó con una cuenta bancaria de siete millones de dólares
en Nueva York, una cuenta a nombre de su secretaria, que era su amante…
BORGES Y LA DEPRAVACIÓN MORAL
Borges y Pinochet |
—¿No cree que Vargas Llosa, en su fuero
íntimo, aceptó las condecoraciones de Alan García como para contrastar
su gloria, su auténtica gloria literaria, con una gloria que García, una
escoria política, nunca tendrá?
—Es una interpretación muy generosa la suya, bien amical, yo diría
que bien arequipeña. Bien paisana. ¿Usted se imagina a Salinger siendo
recibido por Nixon? ¿Usted se imagina a Sartre con Charles de Gaulle?
¡Borges saludó a Augusto Pinochet y a Jorge Rafael Videla! Pero Jorge
Luis Borges tenía una depravación moral, Borges era un tipo
completamente escindido: brillantísimo escritor y un ser humano
deplorable, ¡repugnante! Entonces no mezclemos las cosas. Ir a saludar a
Alan García es una canallada, porque es aceptar su autoridad,
legitimarlo, aproximarse a García es reconocer en él una suerte de
autoridad que puede repartir reconocimiento. ¡No! Ese fue un error
monstruoso. No es que se le vio superior a Mario, él se empequeñeció con
eso. Nadie le quita lo del gran novelista ni lo del Nobel, pero ése fue
un gesto que a mí me produjo estupor.
MVLL en campaña. |
LA CAMPAÑA POLÍTICA DE 1990 COMO GERMEN DE UNA NOVELA QUE NO SE ESCRIBIÓ
«Vargas Llosa no es político —me dice convencido César Hildebrandt,
quien estuvo muy cerca de él durante buena parte de la campaña de
1990—. Mario es una persona que incursionó en la política para tener una
aventura. Mario hizo una novela cuando fue candidato. Después
la iba a escribir. Y, bueno, no le salió, así que tuvo que escribir
sobre la frustración, El pez en el agua. Pero
Mario no es una persona que tenga convicciones políticas, lo que él
tiene es un monotema, liberal, ultraliberal, que adquiere cuando tiene
que matarse intelectualmente al renunciar a su izquierdismo. Mario
incurre en un acto de inmolación, de haraquiri, entonces Mario mata a
Mario el año 1971. La mejor manera de matarse, en este caso, de abolir
el pasado, de renunciar a la identidad, desaparecer como lo que era, fue
precisamente yéndose a las antípodas. Se compró el liberalismo con todo
y se tuvo que comer un montón de sapos, porque el liberalismo no es
sólo una doctrina agradable, simpática, acogedora, llamativa y casi
fascinante para un intelectual: sí, la libertad; sí, el estado mínimo
que apenas regule. No, el liberalismo es mucho más: es una estructura
económica de poder que está apadrinando ese discurso sobre la libertad y
ofendiéndolo. Vargas Llosa construye una muy complicada, muy
sofisticada coartada intelectual: pasa de la Casa de las Américas al
castillo del liberalismo. El problema es que el liberalismo, como le
decía, no es sólo esa doctrina de la libertad. Es la aldea global, las
grandes corporaciones y, ahora lo sabemos, en muchos casos es la CIA.
Ahora estoy leyendo un libro sobre la Historia Cultural y la CIA,
escrito por una norteamericana muy rigurosa, en donde entre otras cosas
se demuestra que el Congreso por la Libertad Cultural era un organismo
financiado por la CIA. El congreso por la Libertad que fue tan
extraordinariamente famoso en la posguerra, y hasta los años 60. Aquí
hubo una filial del Congreso por la Libertad que la dirigió Jorge Luis
Recabarren. Era todo, absolutamente todo, financiado por la CIA. Ahora
sabemos que la CIA ayudó muchísimo a edificar el mito sobre el
impresionismo abstracto de Nueva York de los años 50-60. Ese estallido
extraordinario de la pintura norteamericana estuvo financiado por la
CIA. Entonces, claro, el liberalismo es también eso. El liberalismo es
Carlos Slim proponiendo un estado pequeño. El liberalismo es Ronald
Reagan, un vasto asesino, proclamando un estado pequeñito y la no
regulación de los bancos, ya sabemos cómo terminó eso. El liberalismo es
Bankia de España quebrando y pidiéndole al gobierno español plata
cuando quiebra y la Unión Europea dándole esa plata para que no quiebre
mientras hay 45% de parados entre la juventud española, ¡eso es el
liberalismo!, y esos sapos se los tragan aquellos defensores del
liberalismo».
—Guillermo Giacosa me decía que al escribir sus artículos producía mucho cortisol, ¿usted siente o cree que le pasa lo mismo?
—No, yo no siento eso. En todo caso envidio la perspectiva deportiva
de mi amigo Giacosa a quien leo frecuentemente y que me parece un gran
tipo. Yo no siento eso. Yo siento que elaboro mi sublevación constante.
Pero mi construcción es más bien morosa. No escribo con la pasión, con
la intensidad de un tipo que está, efectivamente, vomitando adrenalina.
No.
—¿Escribe sus artículos semanales de un tirón?
—Sí, de un tirón. A veces muy rápido, a veces no tan rápido. A veces
con correcciones, y otras sin correcciones, dependiendo de la tiranía
del tiempo. Pero trato de calmarme cuando escribo, no escribo al calor.
Al contrario, yo siento que me enfrío cuando escribo, porque si yo
pusiera en el papel —en el papel hipotético y virtual de la computadora
en este caso— lo que siento y la desazón que me gobierna a veces, si yo
pusiera eso, sería una columna onomatopéyica y procaz, sería coprolalia
con onomatopeya, ¡sería algo de la puta madre! Lo que tengo que hacer
precisamente es ponerme hielo en la cabeza.
REDOBLE DE RECUERDOS DE UNA ACALORADA ENTREVISTA: SCORZA
En la foto superior Hildebrandt entrevista a Manuel Scorza. Abajo: a la izquierda a Haya, y a la derecha a Borges. |
«Scorza fue un personaje tan complejo. Ahí, por ejemplo, puedo
decirle, y haré felices a aquellos que me piden autocrítica, que yo me
excedí, traté mal a Scorza, lo traté como no se merecía. Mi
vargasllosismo de esa época me empujó a una visión, digamos, formalista
en exceso y Scorza no se mereció esa entrevista. Creo que yo tampoco me
la merezco».
—Fue usted injusto con él.
—Fui extraordinariamente injusto con Manuel Scorza. Me gustó mucho Historia de Garabombo el invisible, me gustó casi más que Redoble por Rancas,
había un encanto en él. Ahora, lo que pasa es que Manuel dejaba
demasiadas huellas de sus filiaciones: estaba García Márquez metido en
su lenguaje. Pero, cuando pasen los años y esas deudas ya no se
mencionen, Scorza va a sobrevivir. No tengo ninguna duda de que va a
pasar la prueba del tiempo.
UN MUNDO NUEVO: OSWALDO REYNOSO VENTILÓ MI COVACHA
Oswaldo Reynoso |
«Oswaldo Reynoso, que posee una producción muchísimo menor, ha tenido
un mérito que ha sido el de abordar desde la entidad la Lima urbana, y
pocos lo han hecho bien. Congrains quiso hacerlo, tiene muchos méritos,
pero creo que no lo logró. Luis Loayza no escribió la novela que todos
esperábamos de él. A mí, Ribeyro me gusta con muchas intermitencias: la
verdad, no es un escritor que me fascine. Pero a mí me gustó mucho Los inocentes: me descubrió un mundo, un lenguaje y una violencia que yo no conocía, que mi aislamiento me había impedido conocer…»
—Había un mundo allá, afuera de su alcoba.
—Exactamente. Y Reynoso me abrió las puertas y me abrió las ventanas y
ventiló mi covacha. Y metió un montón de ruido. Es contundente, coral,
callejero, eso es lo que más me gustó. Al final de cuentas es lo que
puede a uno gustarle de un escritor tan raro como Bukowski: justamente
esa turbidez primaria y casi salvaje de la calle, ¿no?
—Muchos escritores le hacen ascos a Bukowski, está de moda…
—¡Bueno, allá ellos, no saben lo que se pierden! No tienen la menor
idea de lo que se pierden. Para amar a Góngora hay que leer a Bukowski.
EL OBRERO QUE SE CONVIRTIÓ EN ARQUITECTO DE BRASILIA
La segunda gran novela de MVLL. |
—Justamente un gran amante de la poesía de Góngora es Mario Vargas Llosa, usted sigue siendo un vargasllosiano rendido.
—Respecto a sus tres novelas fundacionales, sí, sin lugar a dudas. Y
si tuviera que escoger, y si me dijeran que es de vida o muerte que
escoja, me quedaría con La Casa Verde que es una novela espléndida, a la que no le sobra una palabra.
—Pero considera que las entrevistas que le hizo a Vargas Llosa han sido fallidas.
—Sí, muy amigueras, muy devotas. Había mucha admiración, complicidad,
yo he sido muy próximo a Mario como lector, como amigo, y así no se
puede hacer entrevistas, así se puede hacer tertulias.
—¿Qué pregunta incómoda le haría ahora?
—Bueno la que usted mencionó con esa pregunta: qué sintió al darle la
mano a Alan García. Y estoy hablando en términos literales y
metafóricos: qué sintió al darle una mano a Alan García, porque le dio
una mano. Ayudó a García a que se luciera con el mayor escritor del
Perú, ¡cosa que García no habría ni soñado! Esa fotografía la va a
ocultar Mario y la va exhibir siempre Alan García jactándose de su poder
de convocatoria.
—Pero tampoco duda de que va a quedar Vargas Llosa y no va a quedar García…
—Hombre, imagínese, ¡cómo voy a dudar de eso! En doscientos años,
ciento ochenta años, Alan García será otro Piérola, otro Prado, ¿me
entiende? Vamos a ver, a mí cuando me hablan del futuro, siento que la
mezcla de humanidad con eternidad siempre me parece ridícula, no sé
cuánto duraremos ni qué seremos…
—Quizá un libro se convierta en un objeto en obsolescencia.
—Un libro siempre, no sólo hoy, no olvidemos eso. No olvidemos
cuántos libros quemó la iglesia. Los libros siempre fueron amenazas
contra el poder. Pero para responder a la pregunta de si Mario
prevalecerá: sin lugar a dudas. Prevalecerá por lo que hizo, no por el
Perú, sino por la literatura. Las tres primeras novelas de Vargas Llosa
son universales y son de una calidad extraordinaria, sinceramente. Y
además es más extraordinario si uno piensa que Mario era un escritor muy
mediano cuando empezó, o sea, los Los Jefes es horrrible, ¡un libro horrible! Es decir, si uno lee Los Jefes no puede asociar Los Jefes con La ciudad y los perros. Es imposible: parecen dos personas distintas, dos estilos distintos. A Mario le ha costado una enormidad aprender a escribir.
—Es un obrero, ¿verdad?
—Sí, pero es un obrero que se convierte en el arquitecto de Brasilia,
es increíble, ¿no?, o sea, ¡es el albañil más esforzado del mundo!
Porque llega a escribir extraordinariamente bien en esas tres novelas. A
partir de allí produce industrialmente.
JULIUS FRENTE AL PELOTÓN DE FUSILAMIENTO
—Mi pregunta sobre si Mario Vargas Llosa va a quedar o no
viene a cuento también por el sarcasmo que apareció en su semanario
acerca de la novela inédita de Alfredo Bryce Echenique que, según la
nota, será el acontecimiento literario de la década. La primicia venía
con un fragmento del comienzo de la novela de Bryce: «Muchos
años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano
Buendía, había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó
a conocer el hielo»
—¡Bueno! —exclama con sorna.
—¿No cree que a pesar del tropezón de los plagios va a quedar Un mundo para Julius u otra novela de Bryce?
—Yo creo que de Bryce no va a quedar nada. Un mundo para Julius
no es una gran novela, es una novela querendona, simpática, tierna,
dable y ta, ta, ta… pero, digamos, es la presentación proustiana de una
derecha, de una clase conservadora, que no se parece en nada a lo que
pinta Alfredo ahí: un mundo relativamente casto en donde gente bien
distraída, generalmente de procedencia inglesa, vive y se entreteje,
¡no! No es un testimonio y no es una gran novela y a mí lo que no me
gusta de Bryce es su estilo: los diminutivos reiterados, su falsa
oralidad. No niego que Un mundo para Julius tiene méritos. No
lo niego, desde luego. Estoy hablando de mi gusto, porque usted me ha
preguntado por mi gusto y yo creo que de Alfredo no va a quedar nada,
pero, en fin, es una opinión. Me puedo equivocar y creo que, en este
caso, quisiera equivocarme.
—Pero hay una actitud muy condescendiente con él, perdonavidas…
—No. Es que ahora resulta que es la víctima, es increíble. El hombre
que plagia dieciséis textos, y es descubierto, multado y comprobadamente
castigado, ahora resulta ser la víctima de una conspiración más o menos
truculenta y diabólica y de lo más perversa. Es que eso es el Perú,
¿no? Y lo que he hecho ahora es responderle con ironía, o con sarcasmo, o
con crueldad, pero yo creo que se lo merece porque me parece que es el
colmo que se presente como víctima. Claro, ¿a qué apela? Al viejo tic
peruano de la amnesia. El Perú tiene una vocación enorme por la amnesia.
Hace tres años la condena era más o menos clara, ya prescribió desde el
punto de vista de la memoria, y ahora es una víctima. Hombre, ya, por
favor, ¡que viva tranquilo sus últimos años y que deje de fastidiar!
TODOS NOS CREEMOS DORIAN GRAY
—Don César, ¿cómo se aprende a ser viejo?
—¡No se aprende! No se aprende. Y lo peor de todo es que la vejez
existe para los otros, pero los viejos nunca creen que son viejos. Y los
viejos vivimos en la ficción de Dorian Gray. Todos los viejos nos
creemos Dorian Gray y creemos que nuestra juventud es eterna.
—Lo recuerdo citando a Juan Gonzalo Rose: «deberían haber catedrales para los que no creen».
¿No le vienen raptos o ansias de buscar a Dios? Yo creo, por ejemplo,
que en la poesía de Vallejo hay un afán desesperado de encontrar a Dios.
—Sí, es una opinión debatible. Me parece interesante. Pero yo
practico un agnosticismo sin fisuras. Yo no puedo creer en ese Dios
inventado, interesado en matar, en elegir a algunos como privilegiados y
a los demás como réprobos. En el Dios judeocristiano no creo en
absoluto, y no creo en el Dios mahometano, ni en el Dios budista, no
creo en ninguna divinidad, no creo en el dios Sol ni en los Apus, no
creo en el Dios católico y menos creo en sus vicarios, en sus
mensajeros, en sus embajadas, no creo en la chacana y no creo en la
primera comunión. La mayor tragedia es que la vida no tiene sentido y
sin embargo es maravillosa.
UN OBITUARIO, POR FAVOR…
—¿Usted cree que la vida no tiene sentido al estilo onettiano?
—Y, sin embargo, es maravillosa. Quizá porque no tenga sentido es
maravillosa. Porque es un destino que tenemos que obedecer. La vida es
un mandato y al final la muerte es el fracaso absoluto. Entonces yo soy
un agnóstico doctrinario. No es que Dios se portó mal conmigo y dejé de
creer. Es que nunca creí, es que nunca pude, es que jamás pude aceptar
esta mitología hirsuta, esta mentira absolutamente canalla. Un Dios que
manda a matar, que manda a degollar, que manda a exterminar. ¡Pero qué
rezago neardental tenemos que tener para inventar un Dios así! ¡Un Dios
asesino! Quizá por eso dicen que somos hechos a su imagen y semejanza,
probablemente.
—Pero Dios, o la idea de Dios está por encima de eso, de los errores humanos…
—No, no creo. Creo que somos un producto inexplicable del azar y de
la química y navegamos hacia la nada en un planeta extraño, anómalo.
—¿Ha leído la Biblia?
—No, no he leído la Biblia. He podido leer capítulos de la Biblia algunas veces, pero la Biblia completa jamás.
—¿Le aburre?
—No, no me aburre. Quizá sea fuerte lo que le voy a decir: me deprime
y a veces me asquea. Me asquea porque pretende ser una mentira con
impunidad y no puedo aceptarlo.
—En un programa de televisión invitó a Marco
Aurelio Denegri. Ambos parecían dos escépticos del amor occidental. Sin
embargo, ahora resulta que usted se ha vuelto a casar. Quizá ha vuelto a
tener fe pero en el amor…
—Sí, es algo privado, personal. Pero yo creo que sí he vuelto a tener
fe en la felicidad, en la profundidad de ser feliz en compañía de
alguien afín, interesante y además, en este caso, bella. Pero el
consuelo de la religión nunca me ha tentado. Será porque nunca he
aceptado el miedo como gobernador de mi vida.
—Nunca le ha tenido miedo a la muerte.
—No le temo a la muerte, pero lo mejor de todo es que no le temo a la
vida. Creo que eso es lo más importante. No le temo a la vida, por lo
tanto no tengo esa propensión a creer en un gran Señor Celestial de
todas las comarcas, que va a influir en mi vida y va a hacer que obtenga
la fortuna que no se me dio y de todos aquellas cosas que se piden en
el pozo de los deseos de Santa Rosa…
—¿Tiene alguna frase o máxima que lo haya marcado en su vida?
—En ese sentido, no. Como le digo, la religión es la más grande
construcción del miedo, el gran templo del miedo. Se basa en eso: el
miedo. No significa que yo sea un envalentonado, un héroe o un laico que
desee la muerte, ¡no! Significa que jamás he podido sobornar a mi razón
para abrirle las puertas a la religión. Mi razón es insobornable. Hay
algo en mí, racional, que no cede, que no puede ceder, y eso me ha
evitado la religión. ¿Y sabe qué? Agradezco eso porque si yo fuese
religioso, entonces creería que Dios me ampara y, cuando hablo con
usted, imaginaría que yo, de algún modo, interpreto a Dios, y que usted,
desde su réproba crítica, es un adversario o es un perdido o es una
oveja descarriada. Tendría la falsa superioridad de los profetas.
—¿No visita a sus parientes muertos en los cementerios?
—A mi madre. Pero la verdad es que tampoco creo en el asunto de la
permanencia de las almas. Somos lo que somos y la valentía consiste en
aceptarlo. La religión es una cobardía multitudinaria, gigantesca,
planetaria. Tenemos miedo, por lo tanto: «Diosito, ayúdame». No, hombre,
no. Venimos de la nada y vamos a la nada.
—¿Qué le gustaría que pusieran en su obituario?
—Bueno, es una pregunta bastante desagradable pero, dado que es
usted, le contestaré: «no creyó en casi nada por pura convicción».
—¿Y qué cree que pondrían sus enemigos?
—No me interesa —y, abruptamente, se pone de pie dando por terminada la entrevista.
—Por favor, ¿me firmaría su libro Una piedra en el zapato?
—Cómo no —accede y, mientras me autografía la publicación, lo reitera con convicción—: no me interesa, es la verdad.
Antes de despedirme, pido un último instante para tomarme una
fotografía con el periodista. Le indico a su ayudante de casa que
«aprete» el botón del medio de mi equipo MP4 para la captura de la
imagen. César Hildebrandt, antes de posar, me mira, algo contenido,
intentando no amonestarme: «en estos momentos voy a hacer de Martha
Hildebrandt: no se dice “aprete”, sino “apriete”». Y yo, en efecto,
siento que, a manera de colofón, acabo de recibir una amonestación de su
temperamental —y atrabiliaria— hermana.
11 comments:
De la puta madre la entrevista Orlando, me gustó ese toque final: "César Hildebrandt, antes de posar, me mira, algo contenido, intentando no amonestarme: «en estos momentos voy a hacer de Martha Hildebrandt: no se dice “aprete”, sino “apriete”». Y yo, en efecto, siento que, a manera de colofón, acabo de recibir una amonestación de su temperamental —y atrabiliaria— hermana".
Como siempre muy enriquecedor leerte, gracias por la entrevista.
Una entrevista más que interesante, a una de las mejores mentes del Perú...
Buenísima entrevista. Voy a compartirla :) ¡Saludos!
Esta debe ser, de lejos, una de las mejores entrevistas a César Hildebrandt que he leído alguna vez
En general muy divertida la entrevista. Aprecio mucho la permantente lucidez de C.H. para el análisis político, aunque nunca me gustaría estar en sus zapatos, me parece que no disfruta la vida, así diga lo contrario.
Siempre que leo sobre Hildebrandt se me salen algunas malas palabras, pero de felicidad = )
El resultado de las entrevistas que ha dado CH las recibo y siento como la roca caliente recibe de vez en cuando las gotas que el mar salpica, ¡que refresco! y tomo fuerzas para seguir enfrentando la vida jodida por esta sarta de estiercol que son nuestros politicos.
Muy buena
felicitaciones por la entrevista, Orlando. En pocos medios se puede leer tal grado de interés y profundidad en preguntas y respuestas.
Una entrevista extraodinariamiente enriquecedora.
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