Diario Correo de Arequipa, sábado 10 de agosto de 2013 |
Por Yudio Cruz
Mendoza
Ese flaco que me espera, puntual como pocos, en una esquina de la plaza
de Arequipa es el escritor Orlando Mazeyra. Nunca antes lo vi en persona, pero
lo reconozco en el acto. Es más alto de lo que imaginé, más que yo, o sea, y
quizá ese rasgo acentúe su delgadez. Su corte de pelo, casi al rape, es idéntico
al que lleva en las fotos que aparecen en las solapas de sus libros, en su
Facebook y en su blog. Nuestra cita era a la 1:00 p.m. La concertamos, vía
Face, hace sólo un par de horas.
Pucha, llego tres minutos tarde.
Me hablaron por primera vez de Orlando Mazeyra Guillén (Arequipa, 1980)
en el 2010, cuando aún vivía en Puno. Valió la pena pagar 15 soles por estos
cuentos, me dijo un escritor puneño, gran amigo mío, quien había comprado La prosperidad reclusa (2009), el
segundo libro de Mazeyra, únicamente
para no desairar al vendedor, un célebre poeta de la Ciudad Blanca. Otro
amigo, en aquel entonces estudiante de Derecho de la UNSA, me contó que el
viaje de Arequipa a Puno (en bus económico), que en otras ocasiones le parecía
insoportable, ahora, increíblemente, con el texto de Mazeyra entre manos, le
había resultado hasta placentero. Me bastó leer los primeros relatos de La prosperidad reclusa para darles la
razón.
Estamos en el segundo piso de una cafetería de la calle Mercaderes;
Orlando ha pedido, para los dos, unos helados deliciosos. He derribado el mío,
no sé si por nerviosismo o distracción, pero —oh, sorpresa— no se ha
derramado ni una gota. Mazeyra quiere obsequiarme Mi
familia y otras miserias (2013), su último libro de cuentos, pero ya tengo
mi ejemplar, recién compradito de la Libunsa, y se lo alcanzo para que me lo
firme. Hago lo propio con Urgente:
necesito un retazo de felicidad (2007), su ópera prima, pero ocurre que ya
está autografiada por el autor y tiene una dedicatoria tremebunda. Le confieso,
avergonzado, que la acabo de adquirir en una librería de viejo.
Orlando arranca esa página, la dobla en cuatro, se la guarda en el
bolsillo del pantalón y estampa su rúbrica en la segunda hoja.
Enciendo mi reportera digital… A Mazeyra le apasiona el fútbol. Era un
niño cuando su padre lo llevó por primera vez al estadio. Desde ese momento se
quedó encandilado con el balompié. Su contacto inicial con la escritura se lo
debe, quién lo diría, a este deporte. Cuando era colegial leía las crónicas
deportivas de El Gráfico, de
Argentina, y escribía cuentos futbolísticos. Uno de sus personajes era un
arquero imbatible que tenía el mismo apellido que el director de su colegio y
defendía, qué duda cabe, el arco del Melgar, equipo del que Orlando se declara
hincha acérrimo.
Ingresó a Ciencias de la Comunicación en la UNSA, pero su madre le
advirtió que, si no quería morirse de hambre, debía seguir, además, una carrera
con futuro. Así que se fue a estudiar Ingeniería de Sistemas a la UCSM. Sin
embargo, nunca se alejó de la prensa. Actualmente, publica crónicas y
entrevistas en distintos medios locales, nacionales e internacionales. Incluso
fue corrector de estilo en la edición sureña de un conocido diario. Su gran
referente en el periodismo es su amigo César Hildebrandt.
Su escritor predilecto es Mario Vargas Llosa. Dice que devoró todas sus
obras, menos La guerra del fin del mundo,
que dejó a medio leer. Lo admira tanto que, cuando tuvo la oportunidad de
visitar la biblioteca del Nobel, en Lima, estuvo a punto de besar su
escritorio. El libro de Mario Vargas Llosa que lo marcó y con el cual se siente
identificado es El pez en el agua, ya
que el niño Orlando, al igual que el niño Mario que aparece en esas memorias,
tuvo una relación muy tormentosa con su padre.
Formulé poquísimas preguntas —breves, sencillas, obvias—,
en la hora y media que duró nuestra reunión. Mazeyra se anticipó a casi todas
las que había planeado y me las absolvió como si hubiese ensayado las
respuestas. Por eso me despedí feliz, presto a transcribir el audio.
Nunca imaginé, Orlando, que un virus, compadecido tal vez mi torpeza
periodística, borraría esa entrevista.
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