2005/10/17

Misa Dominical

Manongo llega a la iglesia de San Felipe, ahí va la familia Anderson, antes de que se le pase la misa de una. Es un domingo de verano y ríe. A su lado se ríe un personaje que no tendría por qué andar con Manongo. La gente mira, la gente observa. Ahí van los padres de Manongo, sus hermanas, cada familia tiene su banca, su zona. Su tío John se había burlado una vez, se burlaba de todo el muy bromista de su tío John... El amor ha muerto... Tío John había dicho, y al padre de Manongo nada le había gustado la broma: “En San Felipe sucede exacto que en la Virgen del Pilar: todo San Isidro, cada familia en su banquita y por orden, no por fervor, no por devoción: el primer contribuyente del país en primera fila, el segundo en segunda, y mírenlo al amarrete de Ramiro Rincón: escondido casi en la última fila de gente decente, ya casi entre los pobres, habráse visto coñetería igual a la de ese hombre, hasta en la iglesia...”
Todo el mundo está en su lugar para la misa. Todos menos Manongo Sterne y Adán Quispe. Se han quedado parados al fondo, delante de la pequeña pila bautismal. Empieza la misa y empieza a hablar Adán Quispe: ¿Ves a ese cura de mierda, ese alemán de mierda, Manongo? Pues todos son iguales. Santos varones para el público y peores que Hitler en el convento... Baja la voz, Adán... Curas de mierda, yo sé lo que te digo, Manongo, ¿quién lo va a saber mejor que yo? Me trataron como a un indio de mierda, yo años estudiando y aguantándoles todo, yo sirviendo desayunos, limpiando claustros y altares y, con las justas, si un blanquiñoso faltaba alguna mañana, me dejaban ayudar la misa, me dejaban vestirme de acólito, y el tiempo pasaba y yo cada día más beato, más estudioso, yo quería llegar a ser alguien, Manongo, quería ser como ellos, ¿por qué, no?, ¿qué tienen ellos que yo no tenga? Y les pregunté, por fin un día, ¿cuándo me ordeno?, ¿cuándo me dejan ser hermano y después sacerdote? ¡Qué tales curas de mierda más hipócritas! ¡Vaya buenas mierdas! Nunca nunca nunca nunca en la vida, Manongo, un cholo de mierda como yo no puede ser cura en San Isidro ni en esta congregación. Baja la voz, Adán, nos están mirando... ¡Qué diablos importa, Manongo! Déjalos que nos miren esos conchesumadres... Además, a mí no se atreven a tocarme estos curas porque les saco la mierda... Mejor estoy en mi corralón, Manongo... Claro, hasta que a mi familia la larguen a patadas, porque van a construir otra casa como la tuya... Dios no existe, Manogo... Ningún lugar mejor que una iglesia para descubrir que Dios no existe... Y si existe, espero encontrármelo cara a cara dentro de unos añitos en Estados Unidos... Ya oirán hablar de Adán Quispe Dios y estos curas de mierda. Y San Isidro y el Perú entero... Tú también, Manongo, pero tú eres mi amigo, que alguien venga a decirte rosquete y le saco la mierda, Manongo, cómo no estaba contigo ese día en el cine Metro, le saco la mierda al subtenientito ese, por cobarde, por dárselas de machito contigo, abusivo conchesumadre..., ah, si me dijeras quiénes fueron los que te pegaron en el colegio, uno por uno y a los tres juntos les saco la chochoca, ¿cómo?, ¿qué dices?, nunca se te entiende nada, Manongo, ¿que uno era pelirrojo y pecoso como la bailarina que murió en una película, Manongo? En el corralón en que vivo hay una cholita que está como Dios manda, Manongo, eso es lo único que tienes que hacer, tirártela una noche y dejarte de la cojudez esa de que el amor ha muerto pelirrojo... El único que ha muerto aquí es Dios, que además nunca existió, Manongo... Vamos, larguémonos de aquí, invítame una cerveza helada, yo te la pago otro día, amigo...

Alfredo Bryce Echenique, NO ME ESPEREN EN ABRIL

2005/10/01

Todo comenzó en la universidad: la 'historia secreta' de mi primera ficción

Todo comenzó en la Universidad
Orlando Mazeyra Guillén
Editorial LIBROS EN RED: Buenos Aires, 2005.
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“Desde que escribí mi primer cuento me han preguntado si lo que escribía ‘era verdad’. Aunque mis respuestas satisfacen a veces a los curiosos, a mí me queda rondando, cada vez que contesto a esa pregunta, no importa cuán sincero sea, la incómoda sensación de haber dicho algo que nunca da en el blanco.”
Mario Vargas Llosa, La verdad de las mentiras.
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El título de mi primer relato indica certeramente que “Todo comenzó en la Universidad...”, pero, en realidad, todo comenzó en mi habitación.
Ya lo tenía muy claro. Sabía que quería contar una historia que girara en torno a un tema que siempre me ha asediado: el racismo; esto me iba a dar pie para, de paso, intentar abordar –someramente, si se quiere– discriminaciones de otras índoles.
Durante mis primeras tentativas ficcionales (quiero decir, cuando empecé a fantasear), se presentó ante mí un, hasta ese momento, inalterable recuerdo de la primaria. Para ser más exactos, se dibujó en mi mente la figura de mi tutor del cuarto grado de primaria. Era un hombre menudo de inconfundibles rasgos andinos, y, acerca de él, algunos de mis condiscípulos, hacían comentarios tan furtivos como racistas: “Es un cholazo”. “Es un queso”. “Se parece a esos cargadores de La Parada... sí, esos que mascan coca todo el día”...