2012/07/28

Jamás leí a Onetti

"Yo te vuelvo a repetir, bajo palabra de honor, que jamás leí a Onetti."
J. C. Onetti
 

—Porque la quería toda, señor juez: ella con su pasado, ella con su último pensamiento para siempre oculto. ¿Qué estaba pensando cuando murió?
—No pensaba. Usted la mató mientras dormía.
—Eso, señor juez: su último sueño.

Juan Carlos Onetti


Sábado, 27 de marzo de 1993.

Tal vez mi sensación luctuosa nazca del hecho de que al escribir las últimas palabras de mis libros experimenté siempre una sensación de adiós. Que se las arreglen, nunca los leeré ni corregiré pruebas de imprenta.

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Discúlpenme que los reciba con dos dientes, pero los otros se los presté al Vargas Llosa...
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Si Beethoven hubiera nacido en Tacuarembó hubiera llegado a ser director de la banda del pueblo.
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"Mirá, en este libro, en este adiós, él habla de vos. Si querés te leo lo que dice. Y Onetti me dijo: sí, sí, léeme lo que dice. Y enfrentó bien la cosa y yo le leí que José María Arguedas decía: ahora estoy en Santiago de Chile y no tengo fuerzas para hacer lo que quiero y lo que quiero es irme a Montevideo y encontrar a Onetti para apretarle la mano con que escribe. Y se lo leí y Onetti simuló, por unos segundos nomás, que podía poner cara de estatua, pero no podía y yo bajé la mirada, por pudor, no sé, para no ver el tajo de humedad que le atravesaba la cara" (Eduardo Galeano).

2012/07/24

Vendrá la muerte y tendrá tus ojos


La prosperidad reclusa de Orlando Mazeyra, es un libro totalmente descarnado, el autor juega con la crónica, el relato negro y es irremediable, por justamente necesario, decir que todos los demonios evocados en sus letras son creadores del ocaso —ese estado último del superhombre— intrusos sin bandera de este siglo, insatisfechos y díscolos que nos muestran la verdad detrás de lo fresco y cotidiano. Por último, Todo tiene solución, relato que finaliza el libro broche de oro amargo es para mí el relato que caracteriza todo aquello que Mazeyra tiene en mente, quizá la muerte (espiritual, mental, o física) sea la solución, pero los intrusos de este siglo siempre buscarán algo más.

P.S. Sin poses de crítico, es sólo mi opinión como lector.
  

Al terrorismo hay que derrotarlo desde la civilización


“Al terrorismo hay que derrotarlo desde la civilización. Porque si el terrorista, aunque derrotado, consigue que sus métodos sean los que emplea la sociedad que combate, pues el terrorista habrá ganado.” 
Mario Vargas Llosa entrevistado por César Hildebrandt 

El sanguinario grupo Colina de Fujimori y Montesinos practicó terrorismo de Estado.

2012/07/13

"La derrota política Vargas Llosa la convirtió en triunfo literario"

Por estar casi dos meses radicando en Lima no he podido actualizar este blog de una manera constante. Mi entrevista al biógrafo de Mario Vargas Llosa fue replicada en Moleskine Literario de Iván Thays. Dice su nota (http://ivanthays.com.pe/post/22863561241):

El escritor español Juan José Armas Marcelo, uno de los hombres que más sabe de Mario Vargas Llosa, amigo suyo y biógrafo, estuvo por Lima -y viajó a Arequipa también para entregas el premio Vargas Llosa a Pedro Novoa- hace unos meses. Orlando Mazeyra Guillén lo entrevistó en ese momento para revista Corónica sobre temas muy atractivos para los seguidores de Vargas Llosa, como la relación con su padre, la historia del premio Nobel, el altercado con García Márquez y la derrota electoral de 1990.
Aquí algunas respuestas:
Usted, como un exhaustivo investigador de la vida y obra de Mario Vargas Llosa, qué piensa de esa distancia que tuvo hasta el final con su padre, he leído en algunos textos que Ernesto Vargas Maldonado, terminó como portero en un edificio en Pasadena (California), ¿esto, al autor de La Casa Verde, le era totalmente indiferente?—Creo que era portero de una sinagoga, pero no me informé nunca cerca de Vargas Llosa por este asunto. Sé, de eso sí hemos hablado muchas veces, que jamás perdonó a su padre. Cuando se publicó la noticia de la muerte de Ernesto Vargas Maldonado, yo lo llamé a Lima desolado. Era noche en Lima, y mañana en Madrid, donde yo estaba. Bueno, me contestó al teléfono, me dijo que, en realidad, no estaba muy afectado y que eran las cosas de la vida. No es que yo me hubiera olvidado de la distancia enorme que se había abierto entre su padre y Vargas Llosa, pero así eran las cosas. Creo que, al final, a Mario le era indiferente el destino vital de su padre; otra cosa era lo que Mario sentía por Dorita, su madre, ahí sí que está la memoria de Mario y todos sus sentimientos domésticos; pero con su padre, nada de nada, no hubo nunca ni vuelta atrás, ni paz ni reconciliación. Creo que toda esta situación continúa ya irresolublemente. Durante las ceremonias del Nobel le pregunté, en Estocolmo, qué es lo que hubiera pensado su padre. «Nada, no hubiera entendido nada. Se mostraría perplejo y muy molesto…», me contestó con una sonrisa. Yo pienso lo mismo, que no hubiera entendido nada, pero en su fuero interno Ernesto Vargas Maldonado se sentiría orgulloso de la aventura vital de su hijo, de su tenacidad, de su obstinación en el trabajo, de su triunfo social, de su gloria literaria; aunque, efectivamente, no hubiera entendido nada de lo sucedido. Creo que en Ernesto Vargas Maldonado hay un personaje de novela que se va repartiendo en detalles y episodios a lo largo y ancho de la novelística del Nobel peruano. ¿Ves? Ahí hay un gran tema para un doctorado, si es que ya no se ha hecho.
(…)
Se decía y se sigue diciendo que Mario Vargas Llosa era —hasta en su forma de entender la literatura— muy circunspecto. Incapaz también de reírse de sí mismo, quizá su primer intento de demostrar que no era así fue La tía Julia y el escribidor. Sin embargo, si leemos sus memorias, uno vuelve a notar que no se ríe de sí mismo y que, incluso él mismo lo ha reconocido, le tiene un terror al ridículo, ¿qué interpretación le da a esto?—Yo no soy un psiquiatra argentino, ni siquiera soy psiquiatra ni argentino. Si lo fuera tendría seguramente capacidad exegética para todo y su contrario, ¿verdad? Hubo un tiempo joven en que Vargas Llosa se tomaba en serio literariamente todo lo que hacía y sucedía a su alrededor, pero sí, siempre tuvo humor, ya lo creo, y una carcajada muy contagiosa. Todo lo que digo ocurre no en un mundo secreto, sino en un mundo privado. Vargas Llosa es muy suyo, muy celoso de su privacidad, lo que me parece bien. Le he oído contar a carcajadas chistes sobre sí mismo, errores terribles que ha cometido, cosas ridículas que nos pasan a todos y él interpreta como que le pasan sólo a él, olvidos del nombre de su anfitrión en una cena, olvido del nombre de un amigo en el momento de la firma de uno de sus libros, en fin, tonterías. En cuanto a la escritura de El pez en el agua, un libro de memorias que a mí me fascina, porque ahí está el Vargas Llosa más serio y literario reflexionando sobre sus dos pasiones vitales: la literatura y la política, hay que tener en cuenta cuándo y en qué condiciones anímicas fue escrito, tras salir del país después de las elecciones presidenciales. En principio, no aceptó la derrota, que fue injusta y un error histórico para el Perú; pero se reencontró así con la escritura y se reencontró con el escritor que llevaba por dentro y por fuera. Ese combate lo perdió, felizmente, el político Vargas Llosa y lo ganó el Vargas Llosa escritor para toda la vida. Como dijo Octavio Paz en aquella ocasión, lo siento por el Perú y me alegro por Vargas Llosa. Yo también, que conste. Es posible que, en su fuero interno, al perder las elecciones frente a un epifenómeno suyo, el gamberro Fujimori, que nace y vive sólo para que Vargas Llosa no gane esos comicios presidenciales, Mario se haya sentido ridículo. Sus memorias limpian esa interpretación y me parece que es una escritura, la de ese libro, de una perfección vengativa más que absoluta.
En su teatro siempre está presente en forma latente o explícita la homosexualidad, muchos críticos asocian esto al hecho de sus traumáticas experiencias infantiles como ocurrió con el hermano Leoncio en el colegio La Salle que intentó practicar malos tocamientos, ¿cuánto hay de verdad y de mentira en esto?—No sólo en su teatro, también en algunas de sus novelas está el asunto de la homosexualidad, un tabú en su tratamiento en America Latina, tan triste y horrorosamente machista y homófobo. Desde antes de su primera novela, Vargas Llosa incorpora a algún personaje homosexual en sus cuentos y después en sus novelas. Recuerda el profesor Fontana y Mayta, y el Bolas de Oro y tantos otros. No sé si tiene que ver con esa experiencia que usted dice, pero me sospecho que su padre, Ernesto Vargas, lo veía como un señorito afeminado, un adolescente al que había que hacer un hombre antes de que las mujeres de la familia Llosa lo convirtieran en una mujercita. Craso error, fueron las maulees de esa familia, a mí entender nada humilde, por cierto, quienes lo convirtieron en escritor. En todo caso, nada de esto es raro, quiero decir, lo de esas experiencias en colegio de curas. Yo estuve diez años con los jesuitas, no tuve ese tipo de experiencia, pero vi cómo la sufrieron amigos míos. Yo estaba desde niño muy maleado, nunca fui un angelito, ni cuando infante, felizmente.
(…)
¿Cuánto de cierto hay en que el tema del Nobel (antes de octubre del año 2010) se había vuelto tabú? Un tema que sus amigos íntimos sabían que no debían tocar… —Nunca representó para mí un asunto ni un tema tabú. Hablé muchas veces con él del Nobel, del que no le habían dado a él todavía y se lo dieron a otros escritos inferiores, como Darío Fo y otros y otras escritoras europeas. Siempre me dijo lo mismo: «y no se lo dieron a Borges», que se lo negó, en mi opinión, Artur Lundkvist, que se creía que sabía español, y yo creo que también impidió, mientras vivió, a Vargas Llosa. Otrosí, un día de 2007, en Estocolmo, paseábamos los dos por la ciudad y pasamos delante del edificio donde entregan el Nobel todos los años. Le dije que era ahí. Que pronto tendría que venir a recogerlo. Me dijo que opinaba que ya había pasado su tiempo. «Estás loco», le dije, «ya pasó el tiempo de Lundkvist», premio Lenin para más señas, y que se dejaba llevar en literatura, como tantos, por su superstición ideológica, un señorito rural de izquierdas.

Vargas Llosa en una entrevista ha indicado que piensa escribir la segunda parte de sus memorias. Entendemos que pasará por alto la archifamosa escena del puñetazo, ¿pero qué podemos esperar de esta segunda parte de su autobiografía? Es casi un hecho que recurrirá otra vez a los capítulos alternos, ¿verdad?

—Ésta, lo sospecho, es una pregunta-trampa, pero, en fin, contestaré. Si hace esas nuevas memorias, la segunda parte, viene obligado a contar lo del famoso puñetazo, desde luego, para desterrar de una vez las dudas y las incógnitas. Una vez le escuché decir en público que ese asunto oscuro lo dejaba al albur de sus biógrafos. Sé que se están escribiendo algunas biografías y ensayos donde el famoso puñetazo aparece, pero no sé lo que van a decir. Casi seguro que optará por la alternancia en los capítulos, el mismo método del primer tomo de memorias. Creo que además son necesarias. Como sospecho que quiere que le dé mi impresión sobre el asunto del puñetazo famoso, se la daré: cuando alguien que es amigo comete un error voluntario indescriptiblemente negativo y absurdo por puro ego, lo mejor es resolverlo como en el mejor duelo, de repente y de golpe, de frente, con un buen puñetazo. Creo que, sea lo que sea, García Márquez se habrá estado arrepintiendo toda su vida de ese error. No creo que Mario se haya arrepentido de haberlo resuelto de esa manera tan expeditiva.
(…)
¿La gran derrota en la vida de Mario Vargas Llosa fue la de las elecciones de 1990? ¿O su gran derrota es más bien «literaria» (en el sentido que, como siempre lo resalta, tiene muchos proyectos para una vida y no le alcanzará para escribir todos los libros que ansía)? —Ni la una ni la otra, la derrota política la convirtió en triunfo literario después del Chivo. Bueno, y nunca tuvo lo que José Donoso llamó la «seca», esa temporada de nada en la que el escritor no escribe nada porque no se le ocurre nada. Al contrario, en Vargas Llosa gana lo que él llama la «solitaria», esa impaciencia ansiosa y constante por escribir.


http://ivanthays.com.pe/post/22863561241

2012/07/06

Los imperdonables



—¿Cómo era en los viejos tiempos? ¿Todos saliendo a caballo, disparando. . . humo por todas partes, gritos, el zumbido de las balas?
—Supongo.
—Mierda, creía que nos iban a matar. Hasta tenía miedo. ¿Tenías miedo en aquellos tiempos?
—No me acuerdo. Estaba siempre borracho.
—¡Le disparé al cabrón tres veces! Estaba cagando, iba a coger su pistola y le disparé. El primer disparo le dio justo en el pecho. Ese fue el primero.
—¿Primer qué?
—El primer hombre que he matado en toda mi vida.
—¿Sí?
—¿Sabes? Cuando dije que ya había matado a cinco, no era verdad.
—¿El mejicano con la navaja?
—Le rompí la pierna con una pala. No lo maté.
—Bueno, al tipo de hoy sí lo mataste.
—¡Sí! Lo dejé hecho polvo, ¿verdad? Tres tiros cuando estaba cagando.
—Toma un trago, Chico.
—¡Dios! No me parece verdad. Que no volverá a respirar nunca. Que está muerto. Y el otro también. Basta con apretar el gatillo…
—Es algo duro matar a un hombre. Le quitas todo lo que tiene. . . y todo lo que podría tener.
—Supongo que lo tenía escrito.
—Está escrito para todos, Chico.
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Ella era una muchacha guapa que le rompió a su madre el corazón cuando decidió contraer matrimonio con William Munny, un ladrón y asesino conocido. . . un hombre notorio por su carácter vicioso y inmoderado. Cuando ella murió, no fue por él,como esperaba su madre. . . sino por la viruela.
 (...) Unos años más tarde, la señora Feathers hizo el arduo viaje a Hodgeman para visitar el último descanso de su única hija. William Munny había desaparecido con sus hijos mucho tiempo atrás. . . decían que a San Francisco. . . y dicen que prosperó por la venta de provisiones. Y no había nada en la tumba para explicarle a la Sra. Feathers por qué su hija se casó con un ladrón y asesino conocido. . . un hombre notorio por su carácter vicioso e inmoderado.


2012/07/02

César Hildebrandt: una piedra en el zapato

Surco, Lima, 29 de junio. Luego de la tan ansiada entrevista a César Hildebrandt que pronto publicaré.

Por César Hildebrandt


Escribir sobre lo que vale la pena, lo que no la vale, lo que cree que la vale, lo que suponemos que la vale. Escribir como errar, como aproximación trémula, como ira convertida en dardo, como diagnóstico pretencioso. Escribir desde el vaticano de nuestra vanidad y condenar al infierno a nuestros adversarios, que son los que no piensan como uno y los que nos agreden con su diversidad. Escribir desde las vísceras humeantes, desde el dolor, desde el pesimismo entendido como estética de vida. Escribir sobre el fracaso, que a todos nos incumbe y que habrá de llegarnos elefantiásicamente con la muerte, escribir con la convicción de que jamás lograremos decir lo que nos  propusimos decir.
Si algo reclamo a estas alturas de mi vida es que jamás supuse que el ser humano era una criatura celestial y el centro de todas las cosas. Dura bestia es el ser humano. Y la especie nuestra, de vez en cuando, felizmente, produce errores. Esos errores se llaman Platón, Víctor Hugo, Einstein y algunas pocas decenas más. La humanidad promedio mata el tiempo esperando la muerte en estado de distracción, mastica con brío pedazos de surtidos cadáveres, ve televisión, vota en el tumulto de los voceríos, languidece pagando una casa donde aprendió a sufrir.
No creo en la humanidad. Y, sin embargo, un pobre próximo me sigue conmoviendo, un niño de la calle me grita en el oído, un perro que sufre me condena. No creo en la humanidad cuando veo a los ejércitos del gran dinero apoderarse de países a sangre y fuego y cuando veo correr la sangre de los niños alcanzados por bombas de racimo. Jamás pude ser comunista porque esa era una manera de ser manada y jamás dejé de despreciar a la derecha porque esa ha sido siempre la reivindicación de la avaricia. Ambos, comunistas y reaccionarios, tenían un punto en común: mataban para que el mundo mejore, eran intérpretes de la ley del progreso. Los primeros creían que la igualdad se decretaba, los segundos estaban convencidos de que el egoísmo monstruoso que practican tenía la autorización y el aliento de su dios excluyente. Ambos siguen pensando lo mismo, pero hay una notoria diferencia: no hay comunistas en el poder (bueno, hay un par de excepciones extravagantes y bastante degeneradas) y sí, en cambio, la codicia gobierna al mundo y ha hecho metástasis en lo que fueron una república de soviets y otra de campesinos inicialmente heroicos.
Ser pesimista es una obligación de la inteligencia. Pero ser indiferente es someterse a los valores del sistema mundial de dominación. De modo que somos pesimistas estratégicos y solidarios tácticos. Sabemos que la humanidad, como muchedumbre, es incorregible. Pero eso no nos quita el deber de luchar en las batallas del día a día. Porque quizá, en el fondo y casi a pesar nuestro, el sueño de un mundo mejor, la leve esperanza del hombre ascendido a otros valores, nos mantiene el aliento y el pulso.
Hay otra indulgencia que solicito: podrá decirse cualquier cosa de lo que he escrito, pero nadie podrá encontrar la adulación sagaz que a tantos les permite el progreso personal, el reconocimiento oficial, las palmaditas del agradecimiento cortesano.
He visto a colegas de mi generación doblarse ante el poder y agacharse ante sus migajas. Y los he visto llegar a la abyección con tal de figurar en las invitaciones de ese olimpo social donde los nadie saludan a ninguno y los muertos brindan como si la cerúlea palidez les fuera ajena.
No ha sido mi caso. A mí me han censurado y me han desaparecido inútilmente. A mí el poder me da náuseas porque sé que está en manos de locos y criminales. Y con el poder sólo he podido tener relaciones rotas. Hablo de todos los poderes: desde el de los banqueros hasta el de los prefectos, pasando por el de la Real Academia, esa cueva que, en Madrid, quiere legislar sobre las tildes justas y las uves bárbaras.
Este es mi sueño: una plena anarquía de hombres ilustrados y libres que se autorregulan y conviven en paz y son justos por naturaleza. Se comprenderá cuánto debe amargarse un hombre con ese sueño viviendo en un país como el nuestro. Porque de una cosa sí estoy convencido: desde la perspectiva de lo que podrían llamarse los valores autóctonos, cada día me siento más ajeno y menos peruano. Amo a mi país porque le pertenezco pero, a veces, demasiadas veces, lo odio como se puede odiar a un padre borracho y ordinario o a una madre distante y estúpida. Si alguien me preguntara qué es lo que más me irrita del Perú, tendría que decirlo con brutal sencillez: su vocación por la indignidad, su carácter quebradizo, su resignación ante la podre y los desmanes de la política, su amor por la reincidencia, la canturía de su narcisismo idiota. Me subleva el tono dulzón y acojudado del Perú.
Y quizá haya sido esa niebla estoica el enemigo. De allí, posiblemente, haya surgido el exceso de algunos de mis énfasis y la notoriedad de mis diatribas. No me arrepiento. Para nada me arrepiento. Prefiero mil veces la pasión incendiaria que la mistura del mediopelo y la complicidad.
Escribir es un verbo intransitivo. Cuando leí esa frase en Barthes entendí que lo que había sospechado era cierto: que lo único que importa a la hora de sentarse ante un papel o una pantalla es cómo voy a decir lo que, de algún modo, siempre será repetición y eco. Es la última justicia que demando: más allá de sus contenidos, aciertos y flaquezas, estas columnas fueron escritas amando el idioma que las construyó, la sintaxis que las dispuso, el léxico que pudo matizarlas, la música, en fin, de ese castellano que he sentido siempre que me hablaba, me urgía y me empleaba como escriba. Eso es: como escriba.