2009/11/27

Presentación "La prosperidad reclusa" en la Feria del Libro Ricardo Palma



Este sábado 28 de noviembre, en la Feria del Libro Ricardo Palma, los escritores Gabriel Ruiz Ortega y Gabriel Rimachi Sialer, estarán presentando mi libro La prosperidad reclusa junto al editor de Cascahuesos Editores, José Córdova.
Hora exacta: 20:30 (8:30 P.M.)


Feria del Libro Ricardo Palma
SALA “LOS GENIECILLOS DOMINICALES”

Vértice del Museo de la Nación
Cruce de las avenidas J. Prado con Aviación
SAN BORJA

2009/11/20

Es lo de siempre: palabras nuevas, palabras llenas de remordimiento...



Palabras más o menos, ayer me decías...
palabras más o menos, que no me quieres.
Palabras más o menos, me estás dejando, en cueros...
palabras más, palabras menos.

Palabras más, palabras más, palabras menos...
es lo que menos te puedo dar, es lo de siempre...
palabras nuevas, palabras llenas de remordimiento:
palabras que se lleva el viento,
palabras menos, palabras más.
Palabras más, palabras más, palabras menos
es lo que más te puedo dar, es lo de siempre...
palabras viejas, palabras sólo como pasatiempo,
palabras que soplan en el viento,
palabras fáciles de olvidar...

Palabras más o menos, las que hoy me duelen...
Palabras más o menos, sentimientos ajenos...
palabras más o menos...
palabras que pueden lastimar
palabras menos, palabras más...

Palabras más, palabras más, palabras menos...
es lo que menos te puedo dar, es lo de siempre...
palabras nuevas, palabras llenas de remordimiento...
palabras que se lleva el viento, palabras menos,
palabras más, palabras más, palabras menos
es lo que más te puedo dar, es lo de siempre
palabras viejas palabras sólo como pasatiempo
palabras que soplan en el viento,
palabras menos, palabras más...

¡Palabras más!
palabras menos...
¡Palabras más!
palabras menos.

2009/11/15

Chi-chi-chi le-le-le: ¿VIVA CHILE?



Una relectura de los libros de Fernando Savater (en este caso me refiero en específico a su lúcido conjunto de ensayos titulado acertadamente “Contra las patrias”) nos puede vacunar, en un momento candente, contra ese patriotismo entendido de la peor manera. Una palabra que, desde su concepción y a través de la historia, ha demostrado tener más espinas que pétalos de rosas (“si no hubiera enemigos, no habría patrias; queda por ver si habría enemigos en caso de no haber patrias”). Todos, al fin y al cabo, hemos sido víctimas del patriotismo en alguna oportunidad. Savater aclara que todas las víctimas del patriotismo son, en realidad, víctimas de un malentendido y de un absurdo del que al fin de cuentas sólo unos cuantos –los más brutales– sacan auténtico provecho.

Todo esto viene a cuento luego de que el suboficial FAP Víctor Ariza Mendoza fuera capturado por ser un vulgar felón. Sí, señores, un espía en nuestra propia casa: la Fuerza Aérea Peruana. Ahora, el almirante Jorge Montoya, ex jefe del Comando Conjunto de las Fuerzas Armadas, pide platea para contarnos –¡vaya primicia!– que la acción de espionaje a favor de Chile efectuada por este malnacido demuestra que "el sistema de inteligencia peruano está debilitado". Perogrulladas de esa estofa sólo pueden salir de miembros de nuestras fuerzas armadas. Ya lo dejó dicho Winston Churchill en uno de sus días más lucientes: la guerra es un asunto demasiado importante como para dejársela a los militares.

Sí, hablo de guerra, una guerra a tientas (de nuestro lado, pues muchos todavía se resisten a darse por enterados), una guerra gélida (del lado de ellos, los chilenos, conspicuos amigos de lo ajeno), una muestra nítida de lo que se está cocinando en las altas esferas del país del sur. La actitud de Chile no sólo es inamistosa, sino que es abiertamente clara: estoy armado hasta los dientes, estoy listo para dar un golpe que, te lo aseguro, será más perfecto que el siglo XIX. ¿Lo oyeron todos? O acaso estoy siendo víctima de un malentendido. Lo dudo.

Ahora se me acusará de nacionalista trasnochado, de ver cuervos en donde sólo hay mansas palomas. ¡Bah! Los hechos respaldan una verdad más grande que una catedral: en este mundo donde la bestialidad se pasea a sus anchas, es mejor tener un Arma y no necesitarla; que necesitarla y no tenerla. ¿Qué se puede decir para evitar ser incendiarios? Que no estamos hablando del pueblo chileno en su conjunto, sino del poder chileno, ése que, de puro ambicioso, no se conforma con lo que tiene (¡nunca lo hizo!). Porque nuestra historia lo dice (porque Bolivia lo vivió en carne propia y porque, faltara más, la Argentina lo ratifica). Y a la historia hay que recurrir cada vez que sea necesario.

No se trata de nuestro sistema de inteligencia ni de nuestras fuerzas armadas que, en caso de un conflicto limítrofe –hay que reconocerlo–, podrían hacer bien poco. Se trata, en todo caso, de una falta de identidad porque como país estamos balbucientes: el suboficial FAP Víctor Ariza es el resultado de lo que sembramos, un hijo bastardo de la patria, un desecho de nuestra viciada industria castrense, escoria parlante emblemática en el país de los tránsfugas.

Un buen amigo, me dijo alguna vez, “yo no soy peruano, yo soy terrícola”. Y es que, en verdad, todos somos terrícolas. La bandera supranacional, la definitiva, sería la del planeta entero, esa esfera que se sigue calentando porque la tratamos como a las cucarachas. Ser terrícola equivaldría a pasearme por la plaza de armas de Santiago sin que nadie insinúe que seguramente soy otro peruano “come-palomas”. Ser terrícola significaría no mirar con recelo a todos los capitales chilenos que van alargando sus tentáculos a lo largo y ancho del territorio nacional (hoy que muchos festejan la llegada del Parque Arauco a Arequipa). Ser terrícola sería el bálsamo contra los odios (in)fundados y contra la estupidez de las visas (que no son más que una manera poco sutil de decir “yo soy distinto” y de reafirmar las fronteras).

Celebro la idea de una bandera indoblegable y, a veces, yo también me siento terrícola. Pero esa sensación de hacer un mapa global, borroneando los límites entre nuestras naciones, todavía es impensable; y, mientras tanto, tenemos que señalar un camino claro y sereno, pero sin medias tintas.

La historia no está sólo para recordarla y sufrirla. También está para corregirla. Chile tiene gente de primera fila, artistas descollantes y, ¡qué duda cabe!, ciudadanos que quieren progreso pero sin violencia; pero Chile también tiene un viejo lema que reza “por la razón o por la fuerza”. Nosotros, por otro lado, tenemos lo nuestro: un pueblo indiscutiblemente pacífico, intelectuales que deben meter la mano de una buena vez pero con pulso firme y tomando partido: primero, por la PAZ; luego, por el PERÚ; después NADA. Hoy más que nunca recordemos que tenemos alimañas tan ponzoñosas como el tal Víctor Ariza, que desconoce lo que son la lealtad y el amor por el suelo propio. Defendamos la PAZ otra vez, defendamos nuestra soberanía, ahora: ¡POR LA RAZÓN O POR LA FUERZA, PERUANOS!

2009/11/06

Mollendo 031109: La senda del perdedor


Uno, me aventuro, es los libros que ha leído, la pintura que ha visto, la música escuchada y olvidada, las calles recorridas. Uno es su niñez, su familia, unos cuantos amigos, algunos amores, bastantes fastidios. Uno es una suma mermada por infinitas restas. Uno está conformado por tiempos, aficiones y credos diferentes. En el momento en que escribo estas páginas puedo dividir mi vida en una fase larga, gustosa y gregaria, y otra, la más reciente, en que la soledad me parece un regalo de los dioses. Ir a fiestas, comidas, tertulias, cafés, bares, restaurantes fue durante largos años un goce cotidiano. El paso al otro extremo se produjo de modo tan gradual que no logro aclarar los distintos movimientos del proceso.
Sergio Pitol, El Arte de la Fuga

El quería ser escritor:
—Voy a aprender todo lo que aquí me pueden enseñar sobre el arte de escribir. Va a ser como desmontar completamente un coche y luego montarlo de nuevo.
—Eso parece mucho trabajo —le dije.
—Voy a hacerlo.
(…)
—¿Todavía quieres ser escritor?
—Claro. ¿Y tú qué?
—También —contesté—, pero es bastante desesperanzador.
—¿Quieres decir que no eres lo suficientemente bueno?
—No, son ellos los que no son suficientemente buenos.
(…)
Y entonces vino Hemingway. ¡Qué subyugante! Sabía cómo escribir una línea. Era puro gozo. Las palabras no eran abstrusas sino cosas que hacían vibrar tu mente. Si las leías y permitías que su hechizo te embargara, podías vivir sin dolor, con esperanza, sin importarte lo que pudiera sucederte.
Pero de vuelta a casa...
—¡apaga las luces! —chillaba mi padre.
Ahora estaba leyendo a los rusos, a Turgueniev y Gorky. Las normas de mi padre incluían que todas las luces habían de apagarse a las 8 de la tarde. El quería dormir para estar fresco y despejado en su trabajo al día siguiente. Su conversación en casa rondaba siempre el tema «del trabajo». Hablaba a mi madre acerca de su «trabajo» desde el momento que cruzaba la puerta por la tarde hasta que se iba a la cama. Estaba decidido a subir en el escalafón.
—¡Muy bien! ¡Ya está bien de malditos libros! ¡Apaga las luces!
Para mí, esos hombres que se habían introducido en mi vida provenientes de la nada, eran mi única oportunidad. Las únicas voces que me hablaban.
—De acuerdo —solía decir yo.
Entonces cogía la lamparita de mi cabecera, reptaba bajo las mantas, metía el almohadón dentro y me leía cada nuevo libro apoyándolo en el almohadón y protegido por el edredón y las mantas. Llegaba a hacer mucho calor, la lámpara ardía y me costaba respirar. Entonces levantaba las mantas para que entrara el aire.
—¿Qué es eso? ¿Estoy viendo una luz? Henry ¿has apagado tu luz?
Rápidamente bajaba de nuevo las mantas y esperaba hasta que oía roncar a mi padre.
Turgueniev era un tipo muy serio, pero podía hacerme reír porque el encontrar una verdad por vez primera puede ser muy divertido. Cuando la verdad de alguien es la misma que la tuya y parece que la está contando sólo para ti... eso es fantástico.
Leía libros por la noche, de ese modo, bajo las mantas y con la sobrecalentada lamparilla. Leer todos esos buenos párrafos mientras te sofocabas... era hechizante. Y mi padre había encontrado un trabajo, y eso era la magia para él.
Charles Bukowski, La senda del perdedor.