2013/01/30

Tributo a Maradona: 10.6 segundos


Tuve la suerte de entrevistar a Hernán Casciari  el año pasado en Lima. Ahora leo con emoción 10.6 segundos,  una historia donde se recuerda el ‘antes’, el ‘durante’ y el ‘después’ del que seguramente es el gol más famoso en la historia del fútbol mundial: el segundo tanto de Maradona a los ingleses (cuartos de final de México 1986).

“Hay una desesperación de vivir al mejor de todos los tiempos, y hay gente que ya dice que Messi es mejor que Maradona. Ya lo dijo Bianchi, lo dijo Grondona…”, le dije casi al final de la entrevista.
Casciari me respondió: “Hay una necesidad, primero, de estar ahí, de haber visto al mejor de todos. Y al mismo tiempo, creo que Maradona con su impronta, con su personalidad, ha generado en muchas personas la necesidad de matarlo en vida también. Entonces hacen como grandes esfuerzos semánticos para que Maradona sepa que ya no es el mejor, para que no muera pensando que es el mejor. A mí, esas cuestiones me parece que no tienen nada que ver con el fútbol, lo que me interesa del fenómeno fútbol son los 90 minutos, lo que me interesa es la belleza del fútbol. Y tengo la suerte geográfica de haber nacido en un lugar que ha parido a los mejores y con eso me conformo. El otro día leí en España una encuesta sobre cuáles habían sido los tres mejores jugadores que habían jugado alguna vez en España. Primero salió Messi, segundo Maradona y tercero Di Stéfano”.

Acá un fragmento de 10.6 segundos publicado en Orsai:

 Antes de tocar por última vez el balón con su pie izquierdo, a las trece horas, doce minutos y treinta segundos del mediodía mexicano, el jugador argentino ve que ha dejado atrás a Peter Shilton; ve que Jorge Valdano arrastra la marca de Terry Fenwick; ve que Peter Raid, Peter Beardsley y Glenn Hoddle han quedado en el camino; ve a Terry Butcher que se arroja a sus pies con los botines de punta; ve a Jorge Burruchaga que frena su carrera con resignación; ve a Héctor Enrique, todavía clavado en la mitad del campo, que cierra el puño de la mano derecha; ve a su entrenador que salta del banquillo como expulsado por un resorte y al otro entrenador, el rival, que baja la mirada para no ver el final del avance; ve a un hombre pelirrojo con una pipa humeante en la primera bandeja de las gradas; ve la línea de cal de la portería contraria y recuerda el rostro del empleado que, durante el entretiempo, la repasó con un rodillo; ve nítidamente a su hermano el Turco que, con siete años, le echa en cara un error que cometió en Wembley en un jugada parecida, ve los labios sucios de dulce de leche de su hermano cuando dice:


«La próxima vez no le pegues cruzado, boludito, mejor amagále al arquero y seguí por la derecha».


Ve el rostro de su hermano con la luz de la cocina donde ocurrió la escena, ve la picardía con que lo miraba; ve, detrás del arco, un cartel que dice Seiko en letras blancas sobre fondo rojo; ve las uñas pintadas de verde de su primera novia, el día que la conoció, y ve a esa misma chica, ya mujer, amamantando a una niña; ve una pelota desinflada y se ve a él mismo, con nueve años, que intenta dominarla; ve a su madre y a su padre que arrastran, con esfuerzo, un enorme bidón de kerosén por una calle de tierra en la que ha llovido; ve una taquilla, en un vestuario de La Paternal, que lleva su nombre y su apellido en letras flamantes, ve su orgullo adolescente al leer por primera vez su nombre y su apellido en la taquilla; ve un estadio, sus tablones de madera, y ve también que un día el estadio entero, y no solo la taquilla, llevará su nombre.
El jugador argentino ha controlado el aire de sus pulmones durante nueve segundos, y ahora está a punto de soltar todo el aire de un soplido.
Al revés que todos los rivales y compañeros que ha dejado atrás, él puede respirar con su pierna izquierda, y también puede intuir el futuro mientras avanza con el balón en los pies.
Ve, antes de tiempo, que Shilton se arrojará a la derecha; ve la intención segadora de Terry Butcher a sus espaldas, se ve a él mismo, muchos años más tarde, con un nieto en los brazos, visitando la entrada del Estadio Azteca donde se levanta una estatua de bronce sin nombre: solo un jugador joven con el pecho inflado, un balón en los pies y una fecha grabada en la base: 22 de junio de 1986; ve una rave en Londres donde dos chicos de quince años escapan de una multitud que se burla; ve un departamento en penumbras donde solo hay una mesa, dos amigos y un espejo sobre la mesa; ve a una muchacha en una playa del trópico que se deja besar por un chico que lleva puesta una camiseta argentina; ve un enjambre de periodistas y fotógrafos a la salida de todos los aeropuertos, de todas las terminales, de todos los estadios y de todos los centros comerciales del mundo; ve a un niño embobado con un videojuego en la ciudad de Leicester, mientras su hermano vigila por la ventana que no aparezca el padre; ve el cadáver de un hombre viejo que ha muerto en Ginebra ocho días antes de ese mediodía, un hombre que también ha visto todas las cosas del mundo en un único instante.
Ve Fiorito de día; ve Nápoles de tarde; ve Barcelona de noche.
Ve el estadio de Boca a reventar y él está en el medio del campo pero no lleva un balón en los pies, sino un micrófono en la mano; ve a un anciano en el aeropuerto de Cartago, que espera a su hijo en el último vuelo desde México, para abrazarlo y consolarlo; ve un tobillo inflamado; ve a una enfermera de la Cruz Roja, regordeta y sonriente; ve todos los goles que ha hecho y los que hará; ve todos los goles que ha gritado y los que gritará en su vida entera; se ve, con cincuenta y tres años, mirando desde el palco la final del mundo en el estadio Maracaná; ve el día que verá a su madre por última vez; ve la noche en que verá por última vez a su padre; ve crecer a todos los hijos de sus hijos; ve los dolores de parto de una mujer que está a punto de parir un niño zurdo en Rosario, un año y dos días más tarde de ese mediodía mexicano; ve un espacio mínimo, imposible, entre el poste derecho y el botín de Terry Butcher.
Cierra los ojos. Se deja caer hacia adelante, con el cuerpo inclinado, y se hace silencio en todo el mundo.
El jugador sabe que ha dado cuarenta y cuatro pasos y doce toques, todos con la zurda. Sabe que la jugada durará diez segundos y seis décimas. Entonces piensa que ya es hora de explicarle a todos quién es él, quién ha sido y quién será hasta el final de los tiempos.  (Hernán Casciari).


"¡Quiero llorar! ¡Dios Santo, viva el fútbol! ¡Golaaazooo! ¡Diegoooool! ¡Maradona! Es para llorar, perdónenme... Maradona, en una corrida memorable, en la jugada de todos los tiempos... Barrilete cósmico... ¿De qué planeta viniste para dejar en el camino a tanto inglés, para que el país sea un puño apretado gritando por Argentina? Argentina 2 - Inglaterra 0. Diegol, Diegol, Diego Armando Maradona... Gracias Dios, por el fútbol, por Maradona, por estas lágrimas, por este Argentina 2 - Inglaterra 0" (Víctor Hugo Morales).

2013/01/14

Taller de Escritura Creativa 2013: Las sombras de las palabras

Volveremos a dictar un taller de Escritura Creativa en el Cultural de Arequipa.

“LAS SOMBRAS DE LA PALABRAS: LA ESCRITURA COMO CONFESIÓN”


Dirige: Orlando Mazeyra Guillén (Arequipa, 1980). Escritor y cronista. Ha dirigido un Taller presencial de escritura creativa en el Centro Cultural Peruano Norteamericano (2012) y un Taller acelerado en la Escuela de Literatura de la UNSA (2012). También dirige, desde el año 2010, el taller virtual de escritura creativa Cuando ya no tengas secretos.Ha publicado Urgente: necesito un retazo de felicidad (2007) y La prosperidad reclusa (2009). Es editor cultural de la Universidad La Salle. Publica ficción y no ficción en El Malpensante (Colombia), Hildebrandt en sus trece (Perú) y en revistas literarias virtuales como Proyecto Sherezade (Canadá), Hermano Cerdo (México), Badosa.com (Barcelona), Destiempos. Ha sido incluido en las antologías Disidentes 2: los nuevos narradores peruanos 2000-2010 (Ediciones Altazor, Lima, 2012) y 17 cuentos peruanos desde Arequipa (Biblioteca Regional Mario Vargas Llosa, Arequipa, 2012).

Organizan:
Asociación Cultural La Casa de Cartón
Cascahuesos Editores

Coorganizan:
Centro Cultural Peruano Norteamericano de Arequipa
Biblioteca del CCPNA
Colegio de Periodistas del Perú - Filial Arequipa

Auspicia:
Universidad La Salle

Lugar:
Centro Cultural Peruano Norteamericano (Melgar 109, Arequipa)

Inicio:
1 de febrero

Duración del taller:
1 mes

Certificación a nombre de:
Centro Cultural Peruano Norteamericano de Arequipa /Colegio de Periodistas Filial Arequipa/Cascahuesos Editores /Asociación Cultural La casa de cartón
Informes o inscripciones a: ciudadanocarlosrivera@hotmail.com mazeyra@gmail.com o a los celulares, 958240729-958235433

«Mazeyra asoma como una de las mayores promesas de la narrativa local.» (El Comercio)
«Parece que cualquier perversión o subversión fuera magnífica plastilina en manos de Mazeyra para diseñar personajes y someterlos a situaciones poco felices.» (Caretas)
«Mazeyra me parece un magnífico cuentista.» (Oswaldo Reynoso)
«Es un relato poderoso.» (César Hildebrandt acerca de su último trabajo publicado en Hildebrandt en sus trece)
  «Los relatos de Orlando Mazeyra Guillén nos ofrecen personajes descarnados, irremediable e inútilmente insumisos respecto a una realidad de la que no pueden escapar: verdaderos outsiders del siglo XXI. Con un estilo seco, de frases intensas y composiciones vibrantes, el fresco cotidiano que nos presentan los cuentos reunidos en La prosperidad reclusa anuncian a un nuevo autor a tener en cuenta en las letras peruanas». (Jorge Eduardo Benavides)

2013/01/12

Esta tabla de mi corazón

La primera edición del año del semanario Hildebrandt en sus trece.
Esta semana, en la edición Nro. 137 de Hildebrandt en sus trece, aparece "Esta tabla de mi corazón", escrito el 24 de diciembre en plena crisis de abstinencia. En casa, gracias a Dios, todavía vivo. Un homenaje a mi amigo Tino, quien, en más de una ocasión, me salvó... un homenaje, por encima de todas las cosas, para Ella, y el Amor... Y porque, este 2013, quiero arreglar todo lo que hice mal, todo lo que escondí hasta de mí: debo contar lo que sólo yo sé...



Siempre seguí la misma dirección, la difícil: la que usa el salmón...


2013/01/07

El Puma y sus cachorros



Siempre me gustaron los almuerzos anuales de ex-alumnos. Los entendía como una imperdible oportunidad de volver al colegio. Inclusive, y hasta ahora no sé por qué, me llegaron a elegir presidente de mi promoción. Recuerdo que en aquella oportunidad di un breve discurso citando, de memoria (y seguramente mal), un hermoso prólogo de un libro de cuentos de Gabriel García Márquez, en donde el colombiano contaba que, a través de un sueño que le permitió presenciar su propia muerte —habría que decir, su propio entierro—, cayó en la cuenta de que morir era no estar más con los amigos. Pocos de mis compañeros tomaron en serio ese mensaje. Quizá porque no supe dar ese mensaje. No me importó en ese momento. Lo que sí me apena, ahora y mucho, es que cada vez me importa menos volver a encontrarme con la gente con la crecí en las altas aulas de sillar de un colegio que sólo está en mis recuerdos, pues un terremoto —el del 2001— se lo llevó para siempre…
Apenas un grupo de los más de cien que terminamos en cole en 1997... algunas cosas no cambian.

«Desde muy niño tuve que interrumpir mi educación para ir a la escuela.»

Bernard Shaw
  

I
—Así que eres profesor —dijo Manuel Pomareda durante el almuerzo en el que celebrábamos quince años de egresar de La Salle. El comentario estaba revestido de una truculenta amalgama de mofa y desdén.
           —Sí, profesor —asintió con orgullo Aníbal Mendiola—. ¡Por eso nunca me olvido del colegio!
            La mirada bronca, furiosa, de Aníbal puso sobre el mantel postales de la secundaria (aquellas que condiscípulos como Manuel preferirían meter debajo de la alfombra). Aníbal era un embetunado humilde y estudioso. Manuel, en cambio, un blanquiñoso vago, lenguaraz, la imagen perfecta del ignorante patán (y orgulloso de su condición): admirador confeso de José Luis Carranza (un futbolista cuasi analfabeto que era respetado por los barrabravas por su estilo de juego violento y su lenguaje primitivo, pues todo lo que había aprendido lo resumía con una sola frase: «La U es la U»). En algún recreo lo escuché filosofar: «El Puma debería de ser el presidente del Perú. ¡Es más macho que Fujimori!».
            Asomó entonces, en los extramuros de mi imaginación, el ídolo crema con la banda presidencial. Un desvarío improbable hasta para Kafka. O quizás no. Tampoco podía sacarme de la mente aquella vez en que nos hicieron ir a todos con terno para tomarnos, en la fachada del colegio, la foto promocional que todavía tengo pegada en la pared de mi habitación. Cuando Aníbal apareció con un terno sobrio y una corbata algo envejecida —probablemente de su padre—, Manuel lo aplaudió con sorna:
            —Mendiola, por primera vez en tu vida pareces gente —exclamó—. Pero no te olvides de que a la mona, aunque la vistan de seda, mona se queda…
            Todos celebramos el comentario. Aníbal permaneció en riguroso silencio.
            —Dime, Pomareda, ¿por qué nunca estudias? —le increpaba el profesor de literatura—. Después estás sudando en los exámenes. Tienes que esforzarte y ser como tu padre, ¿entiendes?
            —Claro, no quiero ser un simple profesor —murmuraba y otra vez la algarabía generalizada se hacía del aula: Pomareda estaba batiendo sin temores a uno de nuestros maestros.
            —Tú y yo sabemos por qué los Hermanos no te echan del colegio —volvía a la carga el profesor Torres—. Tu padre es el médico de cabecera del Hermano Bejarano, si no fuera por él ya estarías en un cenecape… si es que te aceptan en alguno… cosa que yo dudo.
II
            Terminaba el recreo y dos mocosos llorando entraban a nuestra clase acompañados del temido prefecto de disciplina, Telésforo Galdos:
            —Ya, de una vez resolvamos esto —ordenaba furioso—: señálenme al infeliz que les quitó su refrigerio.
            No hacía falta. Era obvio: Manuel Pomareda, el hijo del médico de nuestro director, el fanático de Universitario de Deportes que tenía claro que sólo un fracasado podía ser profesor de secundaria. A los ganadores los aguardaba un futuro promisorio: ser futbolistas de la «U», por supuesto.
            A propósito de la «U». Una vez fui a ver un clásico a su casa y me percaté de cómo jugueteaba con Aquilino, su empleado, un muchacho puneño dos años menor que nosotros que, en aquel tiempo, ya teníamos quince. Un pellizco furtivo en el trasero y luego bromas obscenas sobre el tamaño de los colgajos de los jugadores de Alianza Lima:
            —Todos estos son como el Mendiola: negros, pingones y huevones…
            Sí, Manuel Pomareda se las daba de machito, de matón y pelotero nato (florón de la corona: un racista sin fisuras que no era serrano, «como todos los arequipeños de la promo», pues había nacido en un puerto moqueguano: «soy de Ilo, ¡costeñazo!»… Años después mostraría orgulloso su DNI en donde se señalaba que residía en la capital: «ya soy limeño, serranos envidiosos»). Menudas apariencias y nada más: en la intimidad de su casa era una loca desatada que le tocaba el traste —y algo más— a un serrano de Pomata. Salvajes ironías de la vida.
III
Muchos años después, volvió a la ciudad un compañero de clase, Serafín Lunarejo, que pensaba implantarse senos y trasero en Italia, en donde estudiaba teatro.
            —¿Con cuántos de la promo te acostaste? —le pregunté, lo confieso, con morbo y malicia.
            —Con pocos —dijo luego de contarlos mentalmente—. Eso sí, hay uno al que nunca le di bola… y esto que me persiguió hasta en la universidad…
            —¿Quién?
            —Manuel Pomareda —disparó—. Es un acosador, siempre me hacía propuestas enfermas y yo lo ignoraba. ¡Es un asco!
            Recordé el colegio y sentí eso: asco. Paradójicamente la comida sabía exquisita y, en ese instante, una imagen me supo a regalo de los dioses: quince años después Manuel Pomareda no le pudo empatar la mirada a Aníbal Mendiola en la mesa de la picantería. Para bien o para mal, muchos habíamos cambiado… aunque no todos. Por eso Pomareda se puso de pie para unirse de prisa a otro grupo. Había un gran ausente en la reunión: Lucho Carrizo, el más acudido, en aquellos años de la secundaria, por eso que ahora todos llaman bullying. Se comentaba que el colegio —es decir, ese «nosotros» que era, y es la promoción— lo había vuelto misántropo, inestable y bastante loco.
            —¿A quién crees que mataría primero el Carrizo? —me deslizó la pregunta Aníbal con una mirada que me hizo dudar mucho al momento de dar mi respuesta.
            —No sé —le dije—. Ya pasaron quince años: muchas heridas se cierran, ¿no crees?
            —Ésta yo la tengo bien abierta y sé que tú también lo matarías a él primero. No lo niegues.
            No lo negué. Tampoco lo reconocí (quizá este texto sea un poco amable, aunque bastante expeditivo, reconocimiento). Manuel sigue encarnando para mí lo peor de la especie: un semental de lo sombrío, un desatinado pertinaz que, con más de treinta años encima, seguía convencido de que un maestro era (o podía ser) peor que él:
            —¡Salud, carajo, por el Puma! —tronó desde la otra mesa la construcción más sesuda que podía formular su humanidad, aquella que me recuerda por qué festejo tanto cada vez que me entero de que ha perdido un partido el equipo crema—: ¡La U es la U!
           
Orlando Mazeyra Guillén
 6 de enero de 2013  
 “El puma y sus cachorros” fue publicado previamente en Lima Gris

2013/01/05

El vuelo (Flight): "por primera vez en mi vida me siento libre"

Denzel Washington en una película de Robert Zemeckis, director de Forrest Gump y Náufrago.


¿Estaba borracho?
Estoy borracho ahora. Me emborraché ahora porque soy un alcohólico.


Eso fue todo. Estaba terminado. Terminado. Fue como si hubiera llegado a mi límite: no podía decir ni una mentira más. Y tal vez soy un idiota. Porque si les digo una mentira más no podré salir de todo esto. Mantuve mis alas y mi sentido del orgullo. Y más importante hubiera sido evitar estar preso aquí con ustedes: los buenos tipos durante los últimos trece meses. Pero yo estoy aquí. Y estaré aquí los próximos cuatro o cinco años. Y eso es justo. Traicioné la confianza pública. La FAA me quitó mi licencia de piloto. Y es justo. Mis opciones de volar de nuevo son nulas. Y lo acepto. He tenido mucho tiempo para pensar en todo. He escrito cosas. He escrito cartas a cada familia que perdió a alguno de sus seres queridos. Algunos no querían oír mis excusas. Algunos nunca lo harán. También he pedido disculpas a todas aquellas personas que trataron de ayudarme en el camino. Pero yo no pude o no quise escuchar. Gente como mi esposa, mi ex-esposa, mi hijo… Y de nuevo, como dije, ustedes saben que algunos nunca me perdonaron, pero al menos estoy sobrio. Y le doy las gracias a Dios por eso. Y esto puede sonar muy tonto viniendo de un hombre que ahora está preso: pero por primera vez en mi vida me siento libre.

2013/01/04

Me asomé un 4 de enero: recuerdo de una entrevista con Daniel F

Con Daniel F en un café frente al Parque Kennedy, Miraflores (Lima).
Un día como hoy asomó Daniel F y acá, a manera de homenaje, un recuerdo de una amena entrevista.



Daniel F (Lima, 1961) reconoce sentirse todavía un adolescente: “no he pasado la barrera de los 25 años y sigo creyendo en el rock and roll como núcleo de mi espíritu”. Aparte de componer canciones, le gusta escribir. Sin embargo, no se considera un escritor; tampoco un músico: “he hecho más de treinta discos en toda mi vida, no creo que haga falta tener un título profesional para hacer algo, ¿no?”. Es hincha del Sport Boys, aunque reconoce que no sabe si el equipo chalaco está en primera o segunda división…
Por Orlando Mazeyra Guillén

Son las ocho de la noche. Y el punto de encuentro es un lugar plagado de animales: el parque Kennedy, en Miraflores. “La gente es mala, viene y deja a los gatos”, me dice Daniel F. Pareciera estar decepcionado de la especie humana. Él no se va por las ramas y me pregunta: “¿Cuál es el asunto? ¿Qué hay que hacer?”. Le explico que planeamos hacerle una entrevista y tomarle algunas unas fotos, por eso el fotógrafo le pide un lugar donde haya más luz. “¿Qué, tiene que ser una cosa así, posada?”, pregunta F esbozando una ligera incomodidad y dispuesto a enmendarnos la plana si es necesario.
No. Simplemente quiere hacerte una buena toma.
Entonces puede ser sentado en algún sitio conversando.
Sí, donde tú quieras, tú dinos. Yo soy de Arequipa y la verdad que no conozco muchos lugares acá.
¡Ah, manya, de Arequipa!
La palabrita mágica. Cambia de talante y por fin podemos entrevistarlo. Mientras caminamos en búsqueda de un café, le digo que quisiera saber qué es lo primero que siente cuando se acuerda de los años ochenta: “¡me asusto, pues! Es precariedad, es no tener nada, ¿no? Así que no quisiera volver a pasar por eso nunca más”.
Pedimos infusiones de manzanilla y arguyo que quizá se está acordando sólo del aspecto económico: “No —aclara—, te estoy hablando de todo lo que he pasado en esa época. Los ochentas eran una m…, los grupos no tenían instrumentos, no tenían nada, no había sala de ensayos, no había quién te grabe por ningún lado… Entre veinte grupos alquilábamos, una sola guitarra y con eso tocábamos todos los grupos. La gente ahora lo ve de una forma muy romántica, idílica: ¡Anda métete a esa escena en esta época para ver si en verdad era idílico y si en verdad era romántico! Era una m… y punto”. Insisto por última vez: ¿Nada que ver con los Años Maravillosos? “No. ¡Ahora son los años maravillosos! Además, en los ochentas nuestro error fue no darle mucha bola a los medios de comunicación. Entonces todas las versiones que salían en los medios era lo que los medios intuían, o sea, estaban adivinando de qué se trataba todo, nos llamaban punks, delincuentes, drogadictos. Y todo esto era contradictorio porque la posición de muchos los que movían el asunto era antidrogas completamente. Esa ausencia de contacto formal con la prensa hizo que se tejieran muchos mitos”.
Más de una persona me encargó preguntarle por qué sigue cantando Al colegio no voy más: “Porque es necesario. El colegio como institución, como sistema, como todo… es algo que no resiste el más mínimo análisis sobre si es que sirve o no sirve”.
“LA ESPERANZA ES MIERDA A COLORES”
Cuando digo eso en Memorias me refiero a la propaganda. A lo que te intenta vender la televisión: una vida maravillosa, todo muy a colores precisamente, y todo lindo, y no es así. Al final, es lo que dice la canción: todas las puertas están cerradas, y hay que tratar de reventarlas como sea”.
ENEMIGO DE LOS VICIOS
“Desde el colegio he sido un crítico de las drogas. He vivido en el cercado de Lima, en un barrio totalmente pastrulo, con amigos totalmente pastrulos, en el colegio todos pastrulos. Estaba pastruleado por todos lados. Yo estudié en el Hipólito Unanue y siempre vas a encontrar gente que hace la pelea, y en las huelgas del Sutep, en la época militar, nosotros estuvimos con ellos, o sea, alumnos y profesores. De ahí también viene mi vena jodida, contestataria”.
A Daniel F muchos le reprochan haberse vendido al sistema: dicen que ahora vive en Miraflores y que canta con Gianmarco. “Si así piensan, ¡bien por ellos! Yo no puedo taparle la boca a la gente. Hemos peleado tanto tiempo por la libertad de expresión. Internet también nos permite eso. Y yo sería el último en decirle a alguien que se calle”.
CONSEJOS PARA LA JUVENTUD
“A mí siempre me preguntan: ¿cuál es el consejo que les puede dar a los chicos? Y yo les digo que es al revés: son los chicos los que me tienen que dar consejos a mí. Yo estoy encerrado en mi búnker, trabajando todo el tiempo, muchas veces ya ni me entero de las cosas que pasan en la política, en los noticieros…”
¿Eres muy poco afecto a salir de casa?
Nunca salgo.
¿Te consideras asocial?
Asocial, sí. Antisocial, no.
¿QUIÉN ES DANIEL F?
Me cuenta que, en resumen, es un tipo totalmente amarrado a su silla, a su cama, a su televisor, a su computadora, a su novia, a sus gatos: “mira, yo lamentablemente sigo siendo un adolescente, sigo siendo alguien que no ha pasado la barrera de los 25 años. Seguramente tiene cosas malas pero yo no sé cuáles serán. Tampoco sé cuáles serán las cosas buenas. Sólo sé que sigo creyendo en el rock and roll como núcleo de mi espíritu. Un poco la raíz el rock es crear lazos emotivos entre la gente, es lo que ha hecho que todo perviva durante 40 o 50 años. En los conciertos, hay un vaivén, hay un frontón con la gente, súper positivo: ¡es emoción! Y la gente regresa a su casa cambiada, no regresa diciendo ‘he ido a un concierto’, sino que regresa diciendo: ‘¡tú no sabes lo que he visto!’. En base a eso se ha generado todo, yo no encuentro otra respuesta al hecho de que yo haya sobrevivido 30 años. Hay muchos que han muerto al año, es decir, al año ya nadie se acordaba de ellos”.
LOS CONCIERTOS
Para Daniel F, un concierto es una comunión entre personas. Hay comunión de emoción, de gustos: “entonces nos vamos encontrando ahí, en el camino: la gente se conoce en los conciertos. La gente se reconoce en la calle o de repente ves a alguien con una camiseta de alguna banda local y ya tienes un motivo para acercarte y conversar. Así es como se empieza a generar una especie de cultura alrededor de la música. Una cultura que todavía no es tan fuerte acá en el Perú. He ido a Argentina, México y otros países y siento que en esos países el rock es ‘cultura’, ya forma parte del entorno vivencial de las personas. Entonces el rock es parte de la cultura. Acá es todavía un gusto sonoro, estético… A la gente le gusta Oasis, Los Beatles, Los Sex Pistols pero, como te digo, por un simple gusto. En muy poco el sector que se ha engarzado en esto de una forma cultural”.
—Te pondrías una camiseta con el nombre de qué banda…
—Yo me engarzo con la cultura en general, con todo lo que se ha gestado alrededor de la música, cuando uno lee las historias sobre el rock, sobre el blues, se entera de peleas, luchas constantes, de muchas mentes atormentadas… y eso es lo que nos ha dado la información que llega. Menos mal que yo tuve una mediana información sobre el rock y no se trata pues de saber quién toca el bajo en los Rolling Stones. Tuve acceso a libros muy extensos, los cuales devoré con mucha pasión. Hay un libro que siempre menciono porque prácticamente todos los días lo leo desde 1973 o 1974, siempre lo releo, te lo puedo repetir de memoria. Es un libro de un musicólogo y sociólogo alemán que se llama Rolf-Ulrich Kaiser. El título del libro en castellano es El mundo de la música pop. Ese libro te da una imagen sociológica de todo, es una de las cosas más profundas que yo haya leído. De pronto apareció también esta revista argentina Pelo, en la cual las plumas que escribían eran tipos capísimos, con enfoques muy intelectuales sobre la música, sobre los plagios inclusive…
SOPLAN BUENOS AIRES
“Cuando fui a Buenos Aires… He ido dos veces para tocar, con contrato, no he ido como turista ni nada por el estilo pero mi sueño nunca fue pues irme a Detroit, ni a San Francisco donde aparecieron los hippies, tampoco mi sueño era ir a Liverpool donde aparecieron los Beatles o caminar en Londres por Abbey Road. Mi sueño era ir a Buenos Aires. Allí se gestó el rock en castellano, de allí salieron todos mis héroes del rock en castellano”.
            —¿El Flaco Spinetta?
            —Luis Alberto Spinetta, Litto Nebbia, desde Los Gatos Salvajes hasta Los Gatos. Todas las bandas argentinas de esa época: Pescado Rabioso, Color Humano, Aquelarre, Sui Géneris.
            —¿Te gusta Charly García?
            —No, Charly no.
            —Calamaro tampoco…
            —Tampoco. De pronto, llego a Buenos Aires y sentí que estaba en la cuna del rock en español. Y me fui hacia los monumentos que son parte de la cultura del rock argentino. Estaba muy emocionado, ¡enamorado! Y comencé a arrasar con todas las librerías, porque yo fui a Buenos Aires a conseguir libros sobre el rock argentino. No te imaginas lo feliz que estaba por la calle Corrientes caminando con las bolsas repletas de libros. ¡Solito y de puta madre!
ANTITAURINO
“El problema acá, en el Perú, es que muchos piensan que se deben prohibir las corridas de toros, menos nuestro ministro de cultura. Entonces el señor ministro de cultura, Luis Peirano, dice que las corridas de toros son cultura, son un arte. Debe tener un concepto bastante singular del arte. Porque si eso es arte entonces lo que voy a tener que hacer en los conciertos es meter a un perro al escenario, amarrarlo y, entre canción y canción, patearlo, hasta que se muera, ¿no? Que se desangre, que sufra y que se muera. Seguramente ahí recién el ministro de cultura dirá: ¡ah, el rock es cultura!”.
            —Pero tú comes carne de res.
            —¡No, yo no como carne!
            —¿Eres vegetariano?
            —Tampoco. Pero yo no como carne roja ni carne blanca. Pero ese no es el caso. El asunto es que no puedes cambiar a la humanidad de un día para otro. Todo tiene que ser gradual. Si primero erradicamos la explotación de los animales en los circos, después ya viene lo otro: las corridas de toros.
            —¿No te gustan los circos?
            —Circos sin animales, claro que sí.
            —Acróbatas, payasos...          
            —Sí, esos que se saquen la mugre cuando quieran porque tienen toda la inteligencia y toda la libertad para hacerlo; pero el animal no: el animal es obligado a hacer eso.
            —¿Cuál ha sido tu mejor época como cantante?
            —La mejor época, creo, es cuando uno se siente bien. Yo me siento muy bien ahora, o sea que ésta es mi mejor época.
DISTANCIAS ENTRE REALIDAD Y FICCIÓN
Acudo a la letra de una de las canciones de F que más me marcaron: Distancias. Le aseguro que uno la vive, la siente,  quiero saber si él necesariamente pasa por eso o si se imagina cosas, ¿hay alguna cuota de ficción en sus composiciones musicales? “No, yo tengo el defecto de no hacer canciones ficticias. ¡Todas mis canciones son vivencias! En realidad, es un problema porque no puedo decir o hablar de cosas que nunca he hecho, cosas que sí hacen mil cantantes. Mis canciones hablan de lo que me pasa, me está pasando o ha pasado, pequeños momentos de mi existencia”.
            —Entonces si no eres un artista atormentado, sí eres o has sido un corazón afligido…
            —Claro. Eso de que si eres un sujeto atormentado puedes crear grandes temas, en realidad es un cuento. Todo el mundo dice eso: “uno mientras más sufre hace mejores canciones, mejores poemas”… lo cual es una gran mentira. Los grandes artistas han hecho sus mejores trabajos en sus mejores momentos.
            —Le tienes una especie de fobia al artista atormentado.
            —¡No! Yo le tengo fobia a los que crean esos cuentos chinos. Es un mito.
            —Cuando la pasas mal no puedes crear, tú te secas…
            —Claro, eso me pasó entre 1995 y 1998. No sabía qué hacer con mi vida, estaba al borde del suicidio. Sentía como que no era de ningún lado y esto lo conté en la revista Hospicios. Mi situación se arregló en Arequipa.
            —¿En Arequipa?
            —Sí, está documentado en muchos sitios. Fue mi primer viaje a Arequipa y resultó algo apoteósico. Ya habíamos ido a otros lugares, Trujillo, Cajamarca y siempre nos trataban muy bien, todo bacán, pero en Arequipa fue un todo. Y me pareció alucinante.
Una llamada telefónica interrumpe la conversación, precisamente lo quieren de vuelta en la Ciudad Blanca, y él se muestra enfático (e irónico) en lo referente al medio de transporte: “lo único que no es negociable es el avión. Así el avión vaya por tierra, pero tiene que ser avión”. Luego de resolver algunos detalles, prosigue: “Me gusta el músico que no le tiene miedo a la audiencia, el músico que no tiene miedo de mostrar su trabajo tal cual, por eso no me gustan los grupos tributo. Los subtes hacíamos eso, nuestra propia música: los subtes subíamos a un escenario y cantábamos nuestras propias canciones cuando nadie quería que lo hiciéramos. Todo el mundo nos pedía: ‘tocáte una de The Police o Aerosmith’, no sé. Y la respuesta era: ‘no quiero pues, no me da la gana’. Y lo decíamos en el micrófono. La gente se dividía: algunos nos aplaudían y otros nos pifiaban, porque la gente estaba acostumbrada a conciertos donde todo el mundo cantaba en inglés y vieron una cosa diferente y se asustaron. Yo he visto a grupos como Actitud Frenética tocar en medio de piedras. Imagina cien piedras por minuto que caían al escenario, ¡la gente tiraba piedras pero estos patas seguían tocando!
            —Entonces los subterráneos no pasaban por el miedo escénico…
            —No, el miedo escénico se da cuando ya tienes una responsabilidad en sí. Yo en esos tiempos nunca tuve miedo escénico, pero recién ahora lo tengo. Porque ahora la gente me paga un pasaje, un hotel, me paga todo, o sea, ¿todo para ver a alguien que no va a hacer bien las cosas o que no va a saber bien las letras? La gente que paga su entrada espera un show a la altura, entonces ahí ya me están pidiendo cosas que de repente yo ya no voy a poder darles, entonces hago mi esfuerzo máximo, ahí es donde entra el pánico: cuando estoy cantando una canción ya estoy pensando en la letra de la canción que viene y pierdo un poco el hilo del momento…
            —¿Qué opinión de la “Marca Perú”?
            —Me resulta gracioso que pongan a Jaime Cuadra como “Marca Perú” cuando en sus discos solamente canta canciones de Frank Sinatra. Entonces, ¿Marca Perú o Marca Nueva York?
LA MUERTE Y HUMALA
No le tengo miedo —me dice convencido—. Todo lo contrario: estoy esperándola con ansias para ver de qué se trata. Es el último sitio que me falta investigar: ya conocí Buenos Aires y ya conocí a Ollanta Humala, es decir que ya supe lo que eran el cielo y el infierno, entonces sólo me falta conocer la muerte… entonces, cuando llegue el momento, ya me tocará tutear a la muerte”.
Lima, Junio de 2012.