2012/08/24

Oswaldo Reynoso: «LA LITERATURA ES COMO UN RÍO. EL PROBLEMA QUE YO VEO AHORA CON LOS NARRADORES ES QUE NO SABEN DÓNDE ESTÁ EL RÍO NI QUÉ RECODOS TIENE ESE RÍO.»

Con Oswaldo Reynoso, en el bar Don Lucho, Jirón Quilca, Lima.
 "Rosquita, aunque no lo creas, te conozco demasiado. En la galería del cine de tu barrio eres el más ocurrente. Desde la triste soledad de la platea te he escuchado. Y un día de verano te he visto gorreando en el estribo de un tranvía de Chorrillos. Ibas con todo el cuerpo al aire y tus cabellos en tremolina al viento cubrían tus ojos. Y, cada vez que venía el cobrador lo saludabas, palomilla: "Presente, mi general". Cada cuadra un chiste y un repertorio inacabable de piropos. Recuerdo que un cura gordo y serio se comía la risa, hipócrita. Te he visto también jugar fútbol en la calle de tu Quinta. Y te he visto también llorar después de la pelea con algún "torcido", como los llamas tú. Te he visto también en el billar "La Estrella", escondiéndote de Don Lucho. Y te he visto también cantar y bailar en la cantina del japonés. Te he visto también, tímidamente y oculto, deslizarte por lugares prohibidos. Y te he visto también pasear con tu muchacha, con tu gila, Rosquita.

Pero también sé que a pesar de tus gracias, de tu risa y palomillada eres triste. Eres triste porque comprendes que un muchacho como tú puede perderse. Ahí no está el Príncipe de ladrón. Colorete, de "maldito" y casi casi perdido; Cara de Ángel, de jugador, capaz de empeñar su camisa e irse desnudo, de noche, a su casa, por una mesa de billar; Carambola que está llevando mala vida con una mujer mayor que él; Natkinkón, bohemio y jaranero; y del Chino y del Corsario, mejor no hablar de ellos. Pero tú quieres ser bueno: lo sé. Si en algo has fallado ha sido por tu familia, pobre y destruida; por tu Quinta, bulliciosa y perdida; por tu barrio, que es todo un infierno y por tu Lima. Porque en todo Lima está la tentación que te devora: billares, cine, carreras, cantinas. Y el dinero. Sobre todo el dinero, que hay que conseguirlo como sea. Pero sé que eres bueno y que algún día encontrarás un corazón a la altura de tu inocencia" (fragmento de LOS INOCENTES de Oswaldo Reynoso).



Por Orlando Mazeyra Guillén

El narrador guatemalteco Augusto Monterroso (Tegucigalpa, 1921- Ciudad de México, 2003) alguna vez confesó que su ideal último como escritor consistía en ocupar algún día en el futuro media página en el libro de lectura de una escuela primaria de su país. El peruano Oswaldo Reynoso (Arequipa, 1931) hace suyas estas palabras y sabe que lo ha conseguido. Sin embargo, no fue nada fácil, pues cuando publicó Los Inocentes no fueron pocos los que pidieron que le quitaran el título de profesor. Y, además, quisieron prohibirle el ingreso a cualquier colegio. En más de una entrevista contó que lo acusaron —algunos lo siguen acusando— de ser un corruptor de menores, de emplear un lenguaje procaz, que hablaba mucho de sexo. El tarabilla aprista «Javier Valle Riestra, en una sesión del municipio cogió mi libro y dijo que debía impedirse su lectura y que parecía escrito por un podólogo, o sea, con los pies, y que había que cerrar el bar Palermo porque ahí se reunía gente de mal vivir, cuando todos los que nos reuníamos ahí éramos poetas».

ABIMAEL GUZMÁN[1], ¿UN HUMANISTA?


«En esa entrevista para un blog del diario Perú21, en primer lugar me preguntan: ¿usted lo conoció a Abimael Guzmán? Sí, lo he conocido en Arequipa y en Huamanga. ¿Y cómo era? Le respondo al periodista: yo con él hablaba de literatura, pues él conocía bastante de literatura, sabía mucho de música, le gustaba, por ejemplo, Vivaldi, Mozart, también leía muchos libros de filosofía. Era un humanista.»

—¿No le parece que bajo ese concepto también podríamos decir que Hitler era un humanista? A él le gustaba mucho la pintura y se dice que los nazis exterminaban a los judíos escuchando a Wagner, ¿escuchar música clásica los convierte en humanistas?
            Pero lo que yo estoy diciendo sobre Guzmán es que yo lo conocí como humanista. Ahora, yo ya no me hago responsable de lo que él hizo después.
            Debe entender que muchos esperamos que usted, como un escritor representativo de la generación del cincuenta y que además admiramos su obra, condene enfáticamente todo lo que hizo precisamente después Abimael Guzmán que, entre otras cosas, fue un genocida.
            Para mí, Sendero Luminoso está dentro del proceso histórico peruano, no lo podemos desligar del proceso histórico.

LA «HISTORIA SECRETA» DEL PERÚ Y LA HIPOCRESÍA

Es obvio que ya forma parte de la historia del Perú. Pero de una parte negra de nuestra historia, por eso creo que hay que asumir una postura clara: condenarlo, rechazarlo…
            No. Yo no condeno ni estoy de acuerdo. Es un proceso. Y yo creo que, de acá a cincuenta o noventa años, habrá la suficiente serenidad para juzgar estos acontecimientos históricos, ¿no? Por otra parte, desde el colegio nos han enseñado que el Perú es un país pacífico y eso es mentira. Eso es totalmente falso. Durante la colonia hubo grandes levantamientos indígenas que rechazaban la cultura dominante. Entonces no nos enseñaron a nosotros la verdadera historia del Perú. Yo, en secundaria, simplemente aprendí que hubo un determinado número de virreyes… y que un virrey había mandado a construir un puente y que otro virrey había mandado a construir una plaza de toros. Son trescientos años, ¡trescientos años de dominación! Trescientos años de gran exterminio de la raza indígena. Eso no nos lo enseñó nadie. Luego viene la emancipación. Gran parte de los ejércitos de los españoles estaba formado por nativos peruanos, o de lo que vendría a ser el Perú. En realidad, era una guerra de emancipación comandada por los criollos que habían gobernado el Perú a nombre de España y ahora querían gobernar a su nombre. Y luego vienen las guerras de los generales: cada general armó su propio ejército y se disputaban las riquezas del pueblo. Los Gamarra, Los Santa Cruz, Los Salaverry… generales que combaten entre ellos hasta la Guerra del Pacífico. ¡La Guerra del Pacífico fue un desastre, una masacre! Y durante el siglo XX se producen una serie de levantamientos en todo el Perú. En los años treinta, el Apra toma Trujillo[2], Cajamarca y Huamanga: los apristas masacraron a policías y luego fueron a matar a militares en el Cuartel de Artillería de Trujillo. Se bombardea Trujillo. Después el ejército captura a los apristas y fusila a miles de apristas y también a no apristas en Chan Chan. No nos olvidemos tampoco de la rebelión de los marinos (Guerra civil peruana de 1856-1858). La guerrilla de Luis de la Puente Uceda, fundador del MIR (Movimiento de Izquierda Revolucionaria), la guerrilla de Héctor Béjar, la intentona revolucionaria del poeta Javier Heraud y, finalmente, el Movimiento Revolucionario Túpac Amaru (MRTA) y Sendero Luminoso (SL). Entonces, en conclusión, toda la historia del Perú está jalonada por grandes rebeliones e innumerables matanzas, ¿no? Lo que pasa es que esa historia es una «historia secreta». Hace poco, que he estado en Pucallpa, me han dado un libro que todavía no he terminado de leer, pero hay documentos que indican que la Fuerza Aérea de Panamá exterminó etnias en la Amazonía, bombardearon el Perú. ¡Todos esos documentos se ocultan! ¿Por qué no salen a la luz?
            Pero la violencia venga de donde venga hay que condenarla, ¿sí o no?
Un momentito. La violencia surge cuando no se han resuelto problemas importantes y hay conflictos terribles. La violencia no viene del aire, la violencia se forma. Una persona es violenta porque ve que sus derechos son vulnerados. Hay un caldo de cultivo, porque estoy seguro que si un terrorista va a un distrito como San Borja o La Planicie y dice: «¡vamos a tomar las armas!», lo sacan a patada limpia. Pero si va a un terreno donde hay grandes problemas, como la Amazonía o la sierra, la cosa será distinta. Entonces hay que plantearlo esto desde el punto de vista de un proceso. Y ésta es una sociedad hipócrita. Yo estoy en contra de que a los niños se les enseñe a tomar un arma y a matar como actualmente ocurre en el VRAE. Pero, ¿quién reclama? ¿Quién sale a dar la cara? Los que permiten que la televisión sea una escuela de violencia en el Perú. ¡Es una sociedad hipócrita! Que la gente no se rasgue las vestiduras: si acá en la ciudad, que se supone que es gente civilizada, y vive gente con cultura, se permite que los niños vivan en un ambiente de violencia y que manejen armas virtuales, con juegos que busquen matar al enemigo, y que todos los días por los canales de televisión haya muertos y sangre,  noticieros que se regodean enseñando sangre… entonces esa sociedad debe protestar, así como protesto yo porque a los niños se les enseña a matar, debe protestar contra este modelo organizado exactamente para inculcar la muerte y la violencia.

HAY QUE SER TOLERANTES…

            —Sobre su último libro, En busca de la sonrisa encontrada, usted me comentaba que muchos amigos suyos —que leyeron las primeras versiones—, hablando por lo bajo, decían «bueno, pues, hay que ser tolerantes»…
            Lo que quiero aclarar  también es el uso que muchos le dan a la palabra «tolerante». Ahora está de moda decir: «hay que ser tolerantes». La palabra tolerante de acuerdo como lo define el diccionario de la Academia. Y, ojo, que no digo «Real».
            ¿Y por qué no dice «Real»?
            Porque Real viene de la realeza, de la monarquía, ¡quiere decir que todavía no nos hemos independizado de España!
            Pero ellos, los españoles, todavía tienen un rey que caza elefantes…
            Para nosotros no es «Real». El diccionario de la Academia dice que hay tolerancia cuando hay poder. Cuando uno se siente superior al otro y deja pasar lo que le molesta del otro: entonces es tolerante. En el Perú lo que debe de haber no es tolerancia sino respeto: respeto al otro. El que dice «hay que ser tolerantes» se cree superior al otro.
            —¿Siente que no respetan a su nueva obra?
En el Perú debemos aprender a respetar en todo aspecto. Respetar al otro. En relación a las declaraciones que yo di sobre Abimael Guzmán, luego entré a internet y hay un señor (Gustavo) Faverón…
—Que ha escrito positivamente sobre su obra en un ensayo que apareció en la revista Hueso Húmero[3]
—Ese señor dijo que por qué se había hecho tanto escándalo por las declaraciones de Iván Thays[4] porque dijo que la comida peruana es indigesta y no me hacían escándalo a mí. Entonces a mí me preguntan sobre eso y yo les digo lo siguiente: «miren, cuando leí las declaraciones de Thays y supe del cargamontón que le hicieron, yo salí en defensa de Thays porque hay que respetar la opinión de un escritor, él sabrá por qué lo dice, hay que respetar las ideas del otro, ¿por qué todos vamos a pensar igual? Si a él le parece que la comida peruana es indigesta, allá él». Entonces, ¿qué pasó? Lo llamaron traidor a la patria. Incluso salió un pobre infeliz que se autodenominó el mejor cocinero de ceviche del Perú…
—Javier Wong…
—Salió con un cuchillo, a decir: «¡ese hijo de puta!», amenazante. Y luego publican fotografías de Thays con un parecido a Oscar Wilde y le dicen: «maricón de mierda». Luego el conductor del programa La noche es mía le pregunta al público: «¿quién conoce a éste?» ¡Nadie!, responden todos. «Entonces es un desconocido». Yo he salido en defensa de Thays. No es posible que se diga tanta barbaridad. Y luego me entero de que se quejan de por qué le hacen escándalo a él y no a mí[5].
En octubre no hay milagros

            —Y Thays ha llegado a deslizar en las redes sociales la idea de que hay muchos escritores gays homofóbicos y que una muestra de eso es su novela En octubre no hay milagros.
            Eso pasa por no saber leer. Por lo siguiente: la novela En octubre no hay milagros no es una novela homofóbica, sino una novela contra el poder. Ahí hay dos tipos de relación homosexual: la relación de poder, del dictador, del tirano con el joven que se rebela; y la otra relación homosexual es la del profesor. La de don Manuel con Tito es una relación de poder; en el otro caso, el caso del profesor, es una relación de amor.
            A qué se refiere cuando habla de los escritores «transgénicos»…
            Un alimento transgénico es aquel elaborado artificialmente en un laboratorio. Y hay escritores elaborados artificialmente en «laboratorios». Pero felizmente en las provincias del Perú está apareciendo el verdadero movimiento literario: por ejemplo, en Chimbote hay un gran escritor Fernando Cueto que acaba de ganar el Copé con la novela Ese camino existe, Óscar Colchado con Rosa Cuchillo y su última novela Hombres de mar, también los escritores de Huánuco, Pucallpa, Tarapoto, Iquitos, Arequipa que no se conocen en Lima, pero que están innovando la literatura peruana actual. Entonces Lima se está quedando atrás, porque Lima es la misma cantaleta de siempre. Hay periódicos que antes tenían una página entera dedicada a la cultura, ahora la han eliminado y han puesto espectáculos y más deportes. En las provincias se está dando el gran renacimiento de la literatura peruana. Recordemos, también, que Octavio Paz decía que una persona culta e inteligente era capaz de escribir un buen poema o un buen cuento, pero eso no era arte, sino artificio.
            ¿Y cómo accede usted a la llama creadora del arte?
Los antiguos griegos llamaban a eso las musas. Así le llamaban a la inspiración.
            ¿Y Oswaldo Reynoso dónde encuentra la inspiración?
En la vida intensa y la cerveza.

MONTERROSO Y LA INMORTALIDAD
Tito Monterroso

            Yo sé que a usted la idea de vencer a la muerte como que no le quita el sueño y también desconfía de todos los premios literarios porque piensa que son amañados. Sin embargo, justamente a un narrador universal como Augusto Monterroso, lo condecoraron en España con el premio Príncipe de Asturias, y él en su discurso de aceptación del lauro, confesó: «mi ideal último como escritor consistía en ocupar algún día en el futuro media página en el libro de lectura de una escuela primaria de mi país».
—Suscribo exactamente lo mismo.
            —Monterroso añade: «Acaso esto sea el máximo de inmortalidad a que pueda aspirar un escritor».
—Exactamente. Yo estoy totalmente de acuerdo.
—Lo que pasa es que usted ya lo consiguió. Además muchos afirman que, después de Vargas Llosa y Bryce, el autor más leído en las escuelas del Perú es Oswaldo Reynoso.
—Cuando yo escribí Los Inocentes pidieron que me quitaran el título de profesor. Y querían prohibirme el ingreso a cualquier colegio. Y me acusaron de corruptor de menores. Y te cuento que tengo un relato que quise incluir en El goce de la piel pero desistí, tampoco lo puse en mi último libro. Es un relato sobre mi infancia en Arequipa y ocurre precisamente allí (señala con cierta malicia la Catedral de Arequipa) porque yo fui monaguillo. Seguramente lo incluiré en otro libro.
            —¿Qué significa para Oswaldo Reynoso la ciudad de Arequipa?
—Arequipa para mí significa una infancia muy hermosa. Y una adolescencia también hermosa, sobre todo por el ambiente familiar, pero hubo autoridades que luego del levantamiento del cincuenta lo llevaron preso a mi padre acusándolo de espía chileno y eso lo dañó mucho, lo hizo sufrir y morir sin patria.

¿DÓNDE ESTÁ EL RÍO?

«Alrededor de mis libros discurren conflictos fundamentales, pero yo no soy quién para explicarlos porque hay escritores que escriben algo y luego escriben otro libro para explicar lo que han escrito. Entonces el que encuentra los conflictos que yo planteo, que los encuentre; y el que no los encuentra, pues es problema de él. La literatura no nace con un autor, la literatura es un proceso, es como un río. El problema que yo veo ahora con los narradores es que no saben dónde está el río ni qué recodos tiene ese río y desconocen la obra de los narradores fundamentales. Yo me he encontrado con narradores que creen que han inventado el mundo».
—Justamente Monterroso ironizando dice: yo aprendí a ser breve leyendo a Proust.
—¡Claro! Yo te puedo contar una anécdota de Monterroso con Bryce. En un congreso literario Bryce tomó la palabra y respondiendo a una pregunta dijo: «yo escribo, escribo y escribo». Luego Monterroso toma la palabra y dice: «yo, al contrario de mi amigo Bryce, corrijo, corrijo y corrijo» (ríe). Ahora, Bryce cuando apareció fue novedoso, tiene picardía y todo eso, pero es muy descuidado. Demasiado. En un solo párrafo utiliza demasiados adverbios terminados en mente.
            —Para evitar eso se puede utilizar las herramientas de un procesador de textos. ¿Usted no le opone resistencia a la tecnología, verdad? Usa la computadora, el correo electrónico, etcétera…
—Todo depende de cómo se utilice. Yo me pongo a escribir en la computadora, alrededor de una hora, luego le saco una copia, imprimo. Después en la noche corrijo con lapicero y al día siguiente, con esa corrección, vuelvo a la computadora y hago las correcciones en el archivo.
            —¿Cuál su música favorita al momento de escribir?
—Depende de mi estado de ánimo. Me gusta mucho Vivaldi, Mozart, Beethoven.

EL TRASLADO
Vargas Vicuña

«Eleodoro Vargas Vicuña se murió el 10 de abril, el día de mi cumpleaños. Él era mi compadre, yo fui padrino de su hijo. Ese día yo recibí una llamada en la mañana y una voz me dijo: cuida tu cuerpo como si fuera un templo. Me repitió esa frase como tres veces y yo no sabía quién era. A la media hora recibo otra llamada, era la hermana de Vargas Vicuña que me informó: hace media hora Eleodoro ha muerto y lo vamos a velar en el hospital Rebagliati. Yo le dije que Eleodoro se merecía otro tipo de despedida y de inmediato hice llamadas para que lo velaran en el Museo de la Nación y, al día siguiente, el dueño de una empresa de transporte puso un microbús para llevar el féretro a Tarma y, así, partimos en caravana. Llegamos a eso de las seis de la tarde a Tarma, donde había una delegación que le había preparado una capilla ardiente en el local del municipio, luego llegó una comisión de Acobamba que dijo que Eleodoro debía ser enterrado en Acobamba. Lo llevamos y lo velamos en Acobamba en una capilla muy pequeña por la cantidad de gente que fue, entonces lo llevamos al municipio y después a la sala principal, antes lo habíamos velado también en un club, de ahí lo trasladaron a la iglesia y finalmente al cementerio que queda en una pendiente. En medio de la pendiente hay un descanso donde se hizo un homenaje final, luego yo ya no pude subir. Pero cuando ya lo estaban poniendo en el nicho apareció un sobrino para cumplir con una vieja promesa del bar Palermo: ponerle dos botellas de trago. Y el sobrino nos dijo que Eleodoro había pedido que lo entierren en la punta del cerro. Y por fin lo enterramos. Después, cuando ya regresábamos, yo en ese entonces tomaba ron, estábamos con Maynor Freyre tomando ron, y cuando estábamos llegando a Lima no sé cómo me acuerdo repentinamente de mis años en Arequipa, habíamos formado el grupo Avemur con Aníbal Portocarrero, cuando conocí a Eleodoro en la Plaza de Armas, y me dijo: mira lo que acabo de escribir. El cuento se llamaba El traslado y empezaba así: cambiamos de lugar aún después de muerto… Y entonces llegando a Lima yo les digo a todos: recuerdo que en la Plaza de Armas de Arequipa, Eleodoro me leyó ese cuento, El traslado, que aparece en su libro Ñahuin y comienza con esta frase: cambiamos de lugar aún después de muerto: el hospital Rebagliati, el Museo de la Nación, el club de Acobamba, el municipio, la iglesia, la mitad del cementerio, el nicho y por último la punta del cerro».

LA HOMOESTÉTICA

            —Martín Adán es su gran referente.
            —Me impresionó La casa de cartón, yo aprendí a escribir con La casa de cartón. Y luego leí su poesía que en ese entonces no comprendía mucho. Aparte de Martín Adán yo siempre recomiendo que lean a Arguedas, a Valdelomar. Ahora, respecto a Martín Adán, sobre mi último libro, a mí no me agradan las calificaciones que han hecho algunos. Dicen que es un libro homoerótico. Porque lo erótico es la exaltación del sexo. A mí me parece que es un libro homoestético porque no hay ninguna descripción o escena sexual.
            —¿Homosensual tal vez? —pregunta Carlos Bellatín.
            —Ho-mo-sen-sual —silabea Reynoso—. Salud por eso: ¡homosensual! —y chocamos nuestros vasos de cerveza.
            —Bueno, yo como lector quizá esté equivocado, Oswaldo. Pero como que intuyo que no pisa el acelerador a fondo porque todavía se siente atado de pies y manos por la sociedad en la que vive, yo lo noto así como lector, ¿qué piensa al respecto?
            —Sí —asiente convencido—, es muy difícil romper eso.
            —¿O sea no se atreve a reventar, a explotar todo en su narrativa sobre las relaciones homosexuales? —pregunta Carlos Bellatín.
            —No. Yo lo quiero dejar así en mi narrativa. Porque lo otro es pasar a otro tipo de cosas. Por ejemplo, Miguel Gutiérrez dijo que yo debería escribir una novela sobre la homosexualidad. Pero a mí me parece que ya es un tema muy trillado, manoseado. Y porque además no lo siento.
            —Pero precisamente ha criticado a aquellos que han abordado con superficialidad el tema de la homosexualidad. Usted, en cambio, lo haría con belleza, profundidad, hondura…
—No creo. Ya no. No puedo ya. Es muy difícil. La Arequipa de mi juventud fue una sociedad muy conservadora, demasiado machista…
            —¿Esa Arequipa de su adolescencia donde un viento feroz quiso apagar para siempre la llama de la lámpara de Aladino que ardía en su piel?
—Es muy difícil —reitera y uno puede reconocer el desaliento en su voz, sentimientos encontrados, recuerdos dolorosos o quizá sólo un ligero malestar. ¿El malestar que nos produce el Perú? Siento que ya fueron suficientes preguntas, al menos por hoy.
Ahora es mejor apurar el vaso de cerveza y repetir aquella frase de Eleodoro Vargas Vicuña: ¡Viva la vida, carajo! El amigo del alma de Oswaldo Reynoso que —contó alguna vez Edmundo de los Ríos—, aunque nacido que La Esperanza (Cerro de Pasco),  gustaba en provocar llamándose arequipeño. Ese mismo que, a pocas horas del irreversible final, le dijo al autor de En busca de la sonrisa encontrada: «¡Gracias, compadre, por haberme enseñado a reír de la muerte!»


Plaza de Armas de Arequipa, abril de 2012.

«Veo con mucho temor, veo, a veces con escalofríos, cómo se está tratando este asunto de la desafección juvenil respecto del sistema. Claro, entonces la pregunta es: ¿y qué quieren si Humala prometió cambiar el país y miren lo que está haciendo? Yo sentí una suerte de pánico intelectual controlado cuando el otro día una chica del Movadef me dijo en un video que estaba dirigido a mí: “señor Hildebrandt, ¿acaso Túpac Amaru no fue juzgado como traidor y ajusticiado y, doscientos años después, reivindicado?” ¡Madre mía! ¡Qué razonamiento! Eso no es broma, eso es para tratarlo con mucha seriedad. Pero, claro, ¿qué le vas a pedir a la derecha? La derecha te dice: “no, ¡bala! ¡Con esa, bala!” Y no es así. La conclusión, para mí, es que el Perú construye por enésima vez un foco violento autodestructivo gracias a esta política de tomar distancia de todo aquello que resulta inaceptable, de condenar todo aquello que resulte hereje o blasfemo y de considerar que, digamos, todas las personas que están lejos del sistema son enemigas, enemigas irreconciliables. Bueno, yo pienso modestamente que aquí el gran enemigo del Perú es el sistema. Exactamente al revés: el gran enemigo del Perú es el sistema, el que no permite que el Perú sea el país que esperamos: reconciliado, relativamente convocante, es el sistema» (Cesar Hildebrandt).

ENLACES

[1] Abimael Guzmán (Mollendo, Arequipa, 1934) líder y fundador de la organización terrorista peruana Sendero Luminoso. Según el Informe Final de la Comisión de la Verdad y Reconciliación (CVR), «el Partido Comunista del Perú, conocido como Sendero Luminoso (PCP-SL), es una organización subversiva y terrorista, que en mayo de 1980 desencadenó un conflicto armado contra el Estado y la sociedad peruana. La CVR ha constatado que a lo largo de ese conflicto, el más violento de la historia de la República, el PCP-SL cometió gravísimos crímenes que constituyen delitos de lesa humanidad y fue responsable del 54% de víctimas fatales reportadas a la CVR. En base a los cálculos realizados, la CVR estima que la cifra total de víctimas fatales provocadas por el PCP-SL asciende a 31,331 personas».

[2] Según el historiador aprista Hugo Vallenas Málaga, «la revolución trujillana del 7 de julio de 1932 es reseñada en forma defectuosa por diversos científicos sociales que los estudiantes peruanos consideran confiables y objetivos. Por ejemplo, Julio Cotler, Aníbal Quijano, Alberto Flores Galindo y Manuel Burga, han coincidido en mencionar este importante movimiento social liderado por el aprismo como un “alzamiento” o una “rebelión popular”, pero no una revolución en el sentido moderno y profundo de la palabra. Con esto pretenden decir que fue un acto de insurgencia popular aislado, sin perspectivas políticas y sin organización partidaria».

[3] Gustavo Faverón señala en un fragmento de su ensayo El amor es un dios materialista: sobre El goce de la piel de Oswaldo Reynoso: «(…) De acuerdo con un proceso que se ha vuelto constante y creciente en el trabajo del autor arequipeño, en El goce de la piel las cosas están dichas con una suerte de lirismo callejero, que no teme lidiar con el problema de buscar un estatus poético para el idioma a veces sucio y destemplado de la calle. A diferencia de muchos autores realistas posteriores, de aspiración más o menos marginal, algunos de los cuales escriben tras su huella (Sergio Galarza, por ejemplo), en Reynoso esa lengua se vuelve conducto para reflexiones que trascienden la frontera intelectual de la cantina y la tropelía esquinera. Reynoso no rehúye su compromiso autoimpuesto de pensar nuestra cultura, o ciertos aspectos de ella, a través de la palabra de la pandilla de barrio, del lumpen carcelario, de las esforzadas y más o menos móviles clases populares, y, por supuesto, de la intelectualidad desplazada fuera de los grandes circuitos de transmisión ideológica de nuestra sociedad. Si cuenta historias de marginales, lo hace sin renunciar (¿por qué habría de renunciar?) a una intención canónica: no habla desde el centro, pero habla hacia el centro».

[4] Iván Thays, en su blog Vano Oficio del diario El País, escribió: «(…) Mis restaurantes favoritos son de los de pasta y creo, honestamente, que la comida peruana es indigesta y poco saludable. Casi sin excepción se trata de un petardo de carbohidratos al cubo, una mezcla inexplicable de ingredientes (muchos de ellos deliciosos en sí mismos, hay que decirlo, pues los insumos son de primera calidad) que cualquier nutricionista calificado debería prohibir».


[5] Gustavo Faverón, en un post titulado Ceviche o muerte, venceremos, escribió en su blog personal: «Ok, es oficial. En la sociedad peruana si un escritor como Iván Thays declara que la comida peruana le parece indigesta, lo que sigue es una catilinaria de ataques, agravios, insultos y desplantes. Pero si un escritor como Oswaldo Reynoso declara públicamente que Sendero Luminoso no fue un grupo terrorista, que sus acciones no fueron negativas para el país y que Abimael Guzmán es un humanista, al 99.99% de los peruanos le importa un reverendo pepino».
 

2012/08/20

César Hildebrandt: Oswaldo Reynoso me abrió las puertas y me abrió las ventanas y ventiló mi covacha.




Por Orlando Mazeyra Guillén

César Hildebrandt (Lima, 1948), «lector entusiasta y promiscuo», como él mismo se define, me recibe en la sala de su casa y le parece excelente mi deseo de centrar la entrevista en su travesía como adicto de la ficción (no sólo la lee, también la escribe: ganó el célebre Concurso de Cuento de las Mil Palabras de la revista peruana Caretas en 1986, y es el autor de la novela Memoria del abismo, que apareció en 1994).

Le digo que no quisiera preguntarle nada de política, sino de literatura. Es harto sabido que, sobre todo en las entrevistas, las cosas casi nunca salen como uno las planea. Además con un personaje como él se puede empezar hablando del autor de El fantasma de Canterville y terminar —pasando antes por el Leoncio Prado, Vargas Llosa, Cortázar, Scorza, Reynoso, Lima, el periodismo, Ollanta Humala, el liberalismo, Alan García, Borges, Bryce, la CIA, la vejez y la religión— imaginando, con una mueca de desagrado, su propio obituario. «Mi carrera de lector comienza leyendo a Oscar Wilde. Tomaba apuntes en un cuaderno escolar. Saqué muchas frases porque Wilde es un escritor plagado de frases y aforismos ingeniosos. Yo tenía once años en ese momento. Mi segundo libro, como lector, fue un libro audaz, robado, entre comillas, de una biblioteca familiar, porque me lo habrían negado si hubiese hecho un pedido formal. Se llamaba Buenos días, tristeza de Françoise Sagan que era, en esa época, una novela prohibida para menores; ahora se leería casi como una prosa benedictina, pero fue mi segundo libro. Y, bueno, yo he leído con una voracidad anárquica».
—A los once años, ¿en qué colegio estudiaba? —le pregunto de inmediato.
—En un colegio privado, El buen ángel.

EL COLEGIO COMO MEDIO DE SOCIABILIZACIÓN FORZADA

"¿Recuerdan a Vargas Llosa mirando a su padre por primera vez a la edad de los diez ­años? Si Mario no se hubiese separado, más tarde, de esa figura que profería discursos “panamericanistas” y moralina de la vieja Miraflores, pues no se habría casado con una tía diez años mayor ni habría contraído la ira que le permitió escribir sus tres grandes novelas. Claro que Mario también las escribió para que su padre lo admirase y se rindiese. Porque la sangre, inevitable y felizmente, también llama al amor y procura el reencuentro" (César Hildebrandt, diario La Primera).


—El traslado de esa institución privada al colegio militar Leoncio Prado habrá sido muy brusco para usted.
—El cambio fue brusco, sí. Lo que pasa es que yo era un ermitaño vocacional…
Pertinaz —lo interrumpo.
—Pertinaz y vocacional. Era un huraño gozoso. Y, claro, tenía una serie de rebeldías que acompañaban esa soledad. Mis padres consideraron que una sociabilización forzosa era un buen camino: «así que si no quieres ser sociable, pues aquí vas a ser sociable». Y estuve tres años en el colegio militar llenándome de papeletas y castigos. Llegó un momento en el que no salí durante dos meses seguidos.
Entonces en su caso la razón para matricularlo en el Leoncio Prado fue sociabilizarlo…
—Exacto. Pero lo único que lograron fue confirmar en mí un montón de rebeldías. El colegio me producía tal ira por, digamos, su estructura: un chico de quince años mandando a un chico de catorce y un chico de dieciséis mandando a un chico de quince; es decir, nos tratábamos como militares entre adolescentes, una ocurrencia medio perversa. Entonces yo era el pecador constante: fumaba, usaba prendas antirreglamentarias, no estaba a la hora en la formación, me escapaba de ciertos regímenes…
Pero a su vez era el número uno…
—No, no era el número uno pero sí era un alumno destacado. Siempre fui un cadete distinguido. Se nos llamaba así: «cadete distinguido». Porque siempre tenía un promedio por arriba de 80, o sea, por arriba de 16.
Y dirigía el club de periodismo…
—Ah sí, dirigía el club de oratoria, dirigía el club de periodismo, me dieron la responsabilidad de hacer el anuario. Entonces fue una experiencia inolvidable para mí.

EL AJUSTE DE CUENTAS DE UN GRAFÓMANO

Justifica, como exalumno del colegio militar, la venganza de Vargas Llosa cuando dice, en la crónica que escribió en su semanario luego de que ganara el premio Nobel, que con La ciudad y los perros, entre otras cosas, él había «ajusticiado al colegio que lo había hecho infeliz»…
—Sí, digamos que reducir La ciudad y los perros a un acto de venganza me parece un poco abusivo. ¡La ciudad y los perros es una gran novela! Se nutre del desasosiego que a Mario Vargas Llosa le produjo la disciplina surrealista del colegio militar. Y en el caso de Mario es mucho más entendible porque el padre de Mario mete a Mario en el Leoncio Prado precisamente para que el Leoncio Prado sea la continuidad del carácter del padre: el Leoncio Prado es el padre pertinaz y persecutorio que le exige a Mario Vargas Llosa una serie de disciplinas y una serie de virilidades que Mario no acepta. ¡Mario odia a su padre! Y, por lo tanto, odia al colegio porque es el colegio que ha elegido su padre y que además se parece a su padre en materia de marcialidad, solemnidad y propósitos «grandes», entre comillas. Pero, fundamentalmente, La ciudad y los perros es una extraordinaria novela, posee una de las mejores estructuras, de verdad. Mario tiene tres grandes libros: sus tres primeras novelas. Todo lo demás de Mario es menor: ¡todo, absolutamente todo! Pero con esos tres libros Mario pasó a la historia. ¡No necesitó más! Es un maniaco de la palabra, es un grafómano.

En su caso fue algo muy especial: usted  leyó esa novela siendo alumno del Leoncio Prado. Es más, su profesor de literatura les leía la novela…

—Rubén Lingán, un gran profesor, que era además profesor de teatro, nos lee emocionado y con la voz baja por si acaso no fuera a escuchar algún teniente que paseara por los pasadizos.
Con fruición les leía la novela…
—Con fruición, y nosotros escuchando con una emoción porque era impresionante: una novela sobre nosotros. ¡Increíble! «Cuatro», dijo el Jaguar. Jamás olvidaré esa voz de Rubén Lingán leyéndonos La ciudad y los perros, capítulo por capítulo, ¡en clase!, media hora dedicada a la novela: en fin, fue una manera de reconocernos. Después todos, en la primera salida que tuvimos, compramos el libro. Bueno, no digo todos, pero un buen grupo, y luego de leer la novela intercambiamos impresiones. La leí y la volví a leer y me gustó más porque entendí muchas más cosas.
Al terminar de leer su crónica, don César, uno quiere volver a leer a Vargas Llosa. Por ejemplo, cuando usted cuenta que en la parte en la que el Jaguar defeca frente a su pandilla cerró el libro porque sintió ganas de vomitar está invitando al lector a volver a la novela… 
—Es que soy un lector entusiasta. Entonces la lectura, en mi caso, equivale a más de la mitad de mi vida, me he perdido de muchas cosas en la vida, pero no me arrepiento.
 HACER PERIODISMO DESDE LA REBELDÍA


Usted sabe que hay lectores que, así como perseguimos las novelas de Vargas Llosa, también perseguimos sus columnas, don César, porque al leerlo en el semanario  nos sentimos mejorados.
—Nunca uno piensa que hace el bien. Uno piensa que hace estrictamente su trabajo. Pero, en fin, cuando uno percibe beneficios colaterales como el que usted me acaba de mencionar, y los que recibo a través de los correos también de muchos lectores, bueno uno piensa, ¡caramba!, en qué gratificante resulta el trabajo que uno encara con modestia. Esto está basado en algo fundamental que es la promesa implícita que yo me hice hace muchos años: no renunciar a mi indignación y jamás profesar el estoicismo peruano. En general, el estoicismo global. Un mundo donde se acepta que los asesinos sean los protagonistas, los canallas sean héroes, y la política esté infestada de podridos, como diría Basadre. Yo no acepto ese mundo.  Y quiero morirme desde la rebeldía.
¿Cuál es su receta para no amistarse con el mundo?
—Examinarlo. Leerlo. Padecerlo. Y no permitir que sus mentiras me seduzcan. La mentira de que éste es un sistema que no tiene alternativa, la mentira de que el crecimiento es desarrollo, la mentira de que el desarrollo es civilización, la mentira de que los mercados existen y son libres, la mentira, en fin, de que Europa es un continente agraciado por la democracia y por los valores… la mentira de que los Estados Unidos es una gran potencia, más allá de lo militar; y la mentira de que Latinoamérica es un continente condenado a ser siempre el eco tardío de todo aquello que nos envuelve: todo eso me subleva, y todo eso es mentira, todo eso es tan mentira como decirnos que las culebras hablan.


LOS NERDS ORGÁNICOS QUE LEÍAN A CORTÁZAR

Usted cuenta que empieza escribiendo artículos sobre Julio Cortázar, ¿cómo descubre a este autor?
—Bueno, leyendo el suplemento Dominical de El Comercio que en ese tiempo tenía a José Miguel Oviedo y él recomendaba libros. Y, además, juntándome con dos grandes amigos del colegio militar: Igor Calvo, hermano del poeta César Calvo, que también es poeta, y otro de ellos, mi amigo Cornejo, no sé qué será de su vida, pero era tan inteligente, tan sensible, y tenía tanta voracidad por la cultura. Nosotros éramos lectores precoces, nosotros hablábamos de libros, éramos los raros, los freaks del colegio, nos miraban raro… nos apartaban, éramos los enfermitos…
¿Los nerds?
—Los nerds también. Éramos nerds pero así orgánicos: claro que sí. «Leen, hablan de libros, son idiotas, qué les pasa, no tienen vida, ¡no viven!». Así descubrí tantas cosas. Cortázar fue para mí un mundo revelado. Cortázar me enseñó que la puntuación podía ser aluviónica, y me enseñó que escribir bien no es precisamente una buena medida sino que aceptar el desaliño de la oralidad es literatura también. Cortázar me asomó a ese mundo en donde el castellano no se pavonea ni se engola, sino discurre. Cortázar es un río… ¡Con Cortázar uno viaja! Yo sé cómo era la Maga, conozco casi todo de la Maga. Sus personajes son tan extraordinariamente vivos que uno, de verdad, los asume como auténticos. Cortázar da la impresión de estar escribiendo una crónica más que una novela, hay partes de Rayuela que son casi crónicas por la solidez que tienen sus caracteres.
Usted recuerda que cuando tenía diecinueve años era «un lector profesional y un inútil orgulloso de su inutilidad». Fernando Savater afirma que sería espectacular si nos pagaran por leer… 
—Claro. Y sería maravilloso que los padres se maravillaran por tener un hijo lector y no dijeran lo que dicen: «¡Madre!, éste está mal, éste está por el mal camino, este va al fracaso». No, ¡Dios mío!, la lectura es imprescindible para la cultura y la cultura es imprescindible para los valores.

MARCA PERÚ: EL PAÍS MOLEDORA DE CARNE

Pero si uno quiere ser escritor de verdad tiene que escapar del Perú.
—Bueno, pues, hay que largarse entonces. Sin culpas y sin arrepentimientos. Si el Perú obliga a sus talentos a emigrar, pues que emigren, pero que no se conviertan en gacetilleros de algún periódico de provincia, porque ésa sí que es una condena de la que se van a arrepentir toda su vida. ¡Que se vayan pues! Busquen una beca o sin beca, viajen a la aventura y lárguense. No permitan que el país los martirice y luego los haga polvo. El Perú, en muchos casos, es una moledora de carne. He visto a gente así: frustrarse, amargarse y, luego, aceptarse.
¿Por qué quiso ser profesor de Lengua y Literatura en la Universidad Federico Villarreal?
—Sí, escogí mal. Fue una horrorosa opción, lo reconozco. Además ni siquiera llegué a graduarme.
Pero, ¿terminó la carrera?
—No. No la terminé, la dejé al cuarto año. Fui un muy mal alumno, porque mis clases las hacía en el café. Yo hablaba mucho con mi profesor de sintaxis que era un español, un ex cura que se había casado con una boliviana, Fermín Valverde, inolvidable profesor que ojalá que esté vivo y que ojalá le haya ido bien. Y junto con otros tres o cuatro profesores de primera, que sí los había, y que organizaban tertulias fuera del salón. Cuando iba al salón, en cambio, lo que veía era una masa brutal de setenta personas asistiendo a una perorata paporretera, ¡de verdad yo salía corriendo! A mí lo tumultuario me espanta. Entonces también descubrí que no hubiese tenido jamás la vocación y la paciencia que exigen la pedagogía y la educación.
Me ha sucedido, después lo comprobé: he tenido la oportunidad de dar charlas que pretendían ser clases en la Vallejo y en la San Martín, y me di cuenta de que mi intolerancia respecto de la ignorancia sigue intacta, y mi intolerancia respecto de la estupidez sigue invicta, yo soy lo menos apropiado para enseñar, no tengo paciencia alguna, no tolero una pregunta boba, soy un auténtico intolerante, un desagradable intolerante, lo reconozco.
En ese aspecto, podemos decir que se parece mucho a su hermana Martha.
—¡Muchísimo! Tenemos ahí un gen Hildebrandt marcadísimo. Créame que es algo que yo quisiera no tener. Veo a veces a gente amable, dulce, compasiva, con la carencia esa de la persona que no se toma en serio las cosas y siento envidia. Siempre he tenido envidia por esta gente. ¿Por qué nunca he podido ser así? ¿Por qué me sublevan de inmediato la ignorancia, la vulgaridad, la ordinariez, la ingenuidad extrema, la bobada? ¿Por qué no las resisto?


LIMA O LA SUPRESIÓN DEL PRÓJIMO COMO DOCTRINA
Lima, la esperpéntica capital peruana.


Mario Vargas Llosa lo elogia mucho en El pez en el agua pero también habla de su temperamento atrabiliario.
—Sí, lo reconozco. Puedo ser atrabiliario, de eso no tengo ninguna duda. Ahora, es evidente que al margen de una identidad genética, el Perú es un país que excita mucho este tipo de conducta porque es un país que estresa, que provoca, que desafía. Uno sale a la calle y se encuentra con la hostilidad, no la metafórica sino la concreta: el tráfico, la violencia, el desasosiego, la absoluta carencia de modales, la supresión del prójimo casi como doctrina, como concepto, esta aniquilación del otro. Esta es una ciudad invivible: yo vivo en mi casa y me subo a un coche y me voy a la oficina y de la oficina a mi casa, y salgo con mi esposa y con mi hijastra a otros sitios más o menos programados, pero yo no vivo la ciudad por una sencilla razón: porque en Lima no se vive.
Es, creo, una ciudad que condena a la misantropía o al encierro.
—O, por lo menos, a la reclusión selectiva, ¿no? Vivimos en refugios con los que elegimos. Porque, usted se habrá dado cuenta de que en esta zona de Lima no hay veredas. En muchas zonas de este distrito no hay veredas, las veredas se han suprimido: no hay peatones, sólo hay coches. No es broma. Hay zonas donde no hay veredas, salga usted a ver, o las veredas son tan angostas que ya no son veredas. Aquí no tenemos eso que tienen otros países, lugares donde el área verde, el oxígeno se comparte, el ocio se comparte, los columpios se comparten, los niños se entremezclan y hay una mutua fecundación de emociones. ¡Aquí no, aquí no! Que se lo diga la chica que trabaja en la casa de mi esposa, porque debo decirle que siendo mi esposa vivimos, frente a frente, en casas separadas para mantener nuestros espacios, ella fue a el Olivar, vino un sereno y la quiso echar porque no era de ahí, porque no pertenecía a San Isidro ni a la clase que San Isidro cree que debe ser la única que debería poblarlo, ¡es impresionante! Lima es un desastre. Es un fracaso. Es un fracaso humano, arquitectónico. Es una suerte de Babilonia impura.

LA PRENSA PERUANA: ENEMIGA MORTAL DE LA BUENA PROSA

En su devenir como periodista, ¿cuáles han sido sus grandes maestros?
—Escritores. Me he dejado llevar poco por los periodistas porque yo creo que la desdicha del periodismo empieza cuando la literatura y el periodismo se pelean. Primero, se distancian, luego se divorcian, y ahora son enemigos irreconciliables. El periodismo hasta los años treinta, no sólo en el Perú, sino también en otras partes, pero eminentemente en el Perú, era una magnífica asociación de la buena prosa con la comunicación. Y ahí están las pruebas. Ahí está Amauta, uno lee Amauta y se encuentra con literatura, uno lee Mundial y ahí está César Vallejo con sus crónicas, hasta Variedades que era la revista frívola de la época, es un cuaderno de bitácora con mucha literatura… y no hablemos de Valdelomar, de Federico More que era fundamentalmente un escritor, y por supuesto Mariátegui, y por supuesto César Falcón, y toda esa gente que se reunió alrededor de Amauta, incluyendo a César Miró que escribía muy buenas notas. Luego viene, claro, una etapa industrial de la prensa en donde empieza la separación: la literatura por un lado, el periodismo por el otro. La sensibilidad y la inteligencia más o menos arrinconada por un lado; y la eficacia periodística por el otro. Y eso ya es divorcio pleno y luego una enemistad plena. Hoy, el periodismo en el Perú, me refiero al escrito (ya no al oral), es un mortal enemigo de la buena prosa. Uno lee las publicaciones que pueblan el Perú y se da cuenta cuánto odian los periodistas a la literatura y de qué modo la han suprimido y de qué modo demuestran su no procedencia. Yo, en cambio, lo poco que sé, lo aprendí leyendo lo que me gustaba y me gustaba todo, es la verdad. Me gustaba mucho la prosa americana, también los clásicos y también los autores franceses. Mejor dicho, yo soy un lector promiscuo: no tengo nortes definidos. Si a mí me dan un poemario interesante de alguien que no conozco lo leo con el mismo fervor con el que puedo releer una novela de García Márquez.
De repente es usted un escritor ganado por el periodismo que no se retiró a tiempo. Hemingway recomendaba incursionar en el periodismo pero saber retirarse a tiempo…
—Puede ser mi caso, pero no me arrepiento porque creo que también es una opción luchar contra la corriente y hacer lo que modestamente hacemos en el semanario, por ejemplo, ¿no? Que es aportar un poco de belleza a la vida. Decir con cierto profesionalismo lo que la indignación nos suscita.
Con bastante ironía.
—Y con sarcasmos también. 

En la biografía falaz de Ollanta Humala, por ejemplo, leía «el Programa de la Gran Transformación no era sino el resumen de las ideas necesarias para cambiar a este país de cojudos gobernado por rufianes al servicio de unos pendejos, tal como lo decía el sociólogo Melcochita» (César Hildebrandt ríe con goce mientras le leo el texto), y mientras me desternillaba de risa me preguntaba, al momento de escribir esto, usted se reirá pero, a la vez, sentirá también un punzón
—A mí me divierte mucho hacer esa columna, pero como usted dice, efectivamente, es un bumerán que a uno le cae en la cabeza, siempre. Siempre termina uno con un chichón en la cabeza porque esa columna al final da la vuelta en «u» y le da a uno un bofetón, un golpe, es cierto. Da risa, pero es que damos eso. Es que el Perú da risa. Es que en muchos sentidos somos involuntariamente cómicos, cómicos de la legua. Cómicos con fama mundial. A mí me da mucha risa que nos creamos tan centrales, tan importantes… hemos llegado a decir que estamos ya próximos al primer mundo, Alan García lo ha dicho. Nos consideramos los mejores en casi todo, y los segundos en todo lo que sobra, o sea, es la autoestima de un borracho, es la autoestima de una persona inconsciente. El Perú padece de narcisismo. Me refiero al Perú actual construido por el discurso político que es narcisista: «estamos bien, nos va cada día mejor», pero tenemos un tercio de pobres y en Huancavelica el 47%, ¿qué es esto? A ver, examinemos. La capacidad de autocrítica en el Perú siempre ha sido casi nula. Cuando uno lee la historia del Perú, se da cuenta. Nos hemos jactado de las cosas más atroces que hubiesen avergonzado a muchos otros países. Si hubiese habido una clase dominante con capacidad crítica y con capacidad de convocatoria seríamos muy distintos. Hemos perdido guerras de un modo atroz por miserias, cobardías y desatinos y nunca nos hemos echado en un diván a examinarnos, no tenemos un análisis crítico de lo que nos pasó…
Sería muy devastador, quizá no nos levantaríamos del diván…
—O quizá sí, quizá nos levantaríamos contusos, lesionados, pero con un horizonte. Al final de cuentas la sanación puede ser muy dolorosa y muy lenta, pero por algo hay que empezar. El Perú nunca ha hecho autocrítica. La historia de Basadre es una historia muy esforzadamente construida, sin embargo no tiene pizca de análisis crítico respecto del Perú. Tres o cuatro párrafos dedicados a episodios que hubiesen merecido ensayos enteros sobre por qué fuimos lo que fuimos: en este país hubo peruanos que pelearon en contra de la Confederación Peruano-Boliviana que tanto habría significado para el Perú, en este país hubo peruanos que quisieron a matar a Andrés Avelino Cáceres cuando Cáceres estaba resistiendo. No es que lo desconocieran, es que fueron a matarlo: tropas peruanas se juntaron con las chilenas para asesinar al héroe de la resistencia.
Alguna vez dijo en algún artículo: la derecha chilena, a diferencia de la peruana, sí tiene bandera.
—Tiene bandera y tiene metas. Al final de cuentas, una cosa es ser Portales y otra cosa es ser Riva Agüero. Pero, en fin, no tenemos esa autocrítica y, por lo tanto, vivimos en esta neblina piadosa y mentirosa que nos cubre y, claro, detrás de la cual podemos ser felices, sí, claro. Pero si alguien despejara la neblina vería el espectáculo: vería esta ciudad en donde hay barrios como éste, pero hay cuatro millones de gente que vive en condiciones no humanas, ni siquiera infrahumanas, son no humanas, ¡cuatro millones, usted se da cuenta! Viven sin agua, sin desagüe, en pisos de tierra, con la tifoidea merodeando, con la tuberculosis más o menos cerca, el desempleo o el pluriempleo, o la venta de golosinas para sacar siete soles diarios, el té en la mañana, el almuerzo frugal, la no cena. Y la prensa nos quiere hacer creer que estamos en el camino correcto. Yo jamás voy a aceptar el discurso oficial.

LA AUTOCRÍTICA

Hablando de autocrítica, muchos enemigos suyos dicen César Hildebrandt no tiene autocrítica, opinan que usted cree que está más allá del bien y del mal.
—Bueno, le dejo a mis lectores, o a mis adversarios en todo caso, ese papel. Ocurre que yo no pretendo ser infalible ni pretendo evangelizar. Yo doy mi opinión y mi opinión es una de tantas. Hay gente que me cree y hay gente que rechaza mis opiniones. Pero yo no puedo criticar aquello que no me merece crítica y no puedo estar en este plan de complacer a aquellos que piensan que uno tiene que retractarse constantemente para demostrar honestidad intelectual o bonhomía, ¿yo por qué voy a desdecirme respecto de lo que vengo sosteniendo desde hace años? ¿Por qué debería decir: «no, me he equivocado, el Perú es un gran país»? ¿En nombre de qué voy a decir eso? Para complacer a un señor que cree que la autoflagelación es un rito indispensable para obtener un diploma de humanidades. Yo no quiero ser débil. Yo no quiero ser el monje que se castiga, no me interesa. Yo quiero ser fuerte. Y una manera de ser fuerte es no desdecirse constantemente. Ahora, puedo meter la pata, pero por supuesto que puedo meter la pata, pero lo que firmo, mis columnas, son opiniones,  entonces no puede haber ahí metidas de pata. Puedo meter la pata en el semanario, puedo equivocarme en relación a una crónica que autoricé porque no estuvo bien, digamos, cruzada la información y todo lo demás, pero en cuanto a mis columnas por qué voy a decir que mis opiniones son mudables, deleznables y, por lo tanto, modificables al año o a los dos años. Eso lo hacen los políticos, y yo no quiero hacer eso. Es cierto, no tengo autocríticas respecto a mis columnas porque son opiniones que pueden ser bienvenidas o muy mal recibidas. Pues lo acepto, pero sería el colmo que yo desmontara mis propias columnas y dijera, en fin, como Vidaurre: «me retracto de todo lo dicho sobre el virrey». Probablemente, hay ahí un concepto falso de la probidad intelectual: si uno no acepta que se equivocó entonces uno está más allá del bien y del mal. Falso. Esa humildad judeocristiana, eclesiástica, ciprianesca, es la que nos ha hecho tanto daño, ¿no? Porque, claro, si siento que no me equivoqué, ¿tengo que arrodillarme y decir «perdón por no arrepentirme»?

           
HUMALA O LA PROSTITUCIÓN DE LA DEMOCRACIA

Todavía tengo pegado, en la pared de mi cuarto, su artículo publicado antes de la segunda vuelta electoral del 2011: «Votar por Humala».
—Lo dejé firmado y no me arrepiento de haberlo escrito. Sin embargo, tengo que decir que Humala es una enorme decepción. Pero es que ahí no había alternativa.
Don César, creo que actitudes como las de Humala fomentan la violencia, ¿no mueven a la gente a medidas que son antidemocráticas?
—La respuesta es sí. La violencia en el Perú es la respuesta popular a la prostitución de la democracia. Porque es prostituir la democracia plantear un programa que luego se suaviza y que después desaparece. Y gobernar con aquellos que eran los adversarios y cuyo programa resultaba inaceptable. Eso se llama felonía, está bien claro: la institución que fundó Judas Iscariote, para el Occidente. En ese caso, el desasosiego popular, expresado en violencia, no sólo es necesario, es absolutamente legítimo. Ahora, claro, la siguiente pregunta es: «¿entonces usted propende la anarquía?». No, yo lo que quisiera es la democracia. Que la democracia no fuera un rito fotogénico quinquenal, poner un voto doblado en un ánfora, ¡eso no es la democracia, hombre! La democracia es la aceptación del mandato de la mayoría. En este caso ha habido una burla absoluta del mandato de la mayoría.


ALAN GARCÍA, UN MONUMENTO A LA PENDEJADA

Y también hay impunidad en el caso de Alan García, una impunidad clamorosa que a uno lo enardece.
—Pero es una impunidad que viene de la historia: Nicolás de Piérola, el gran estúpido y traidor, fue presidente dos veces, Manuel Prado, hijo de Mariano Ignacio, el hiper-traidor, fue presidente de la república dos veces. Nuestra historia está plagada de impunidades casi monárquicas. Hay gente que, efectivamente, está más allá de la ley. Y eso tiene que ver con un concepto peruano muy laxo de la virtud. El Perú es un país que no aprecia la virtud, todo lo contrario: el Perú es un país que ensalza el demérito, la criollada, la pendejada. Si pudiésemos hacer un monumento a la pendejada lo haríamos en la plaza San Martín.
El gran pendejo contemporáneo es Alan García.
—Sí, yo creo que sí, es el top, está por encima de todos. Y es curioso, yo conocí a Víctor Raúl Haya de la Torre, lo entrevisté un par de veces, y él tenía muchos defectos y había hecho lo que piden algunos: había hecho una autocrítica pero sin reconocer que era autocrítica y se había convertido en alguien muy distinto a quien había sido. Pero tenía una virtud, era un hombre honesto. ¿Cómo Haya pudo producir un delfín como Alan García, un delfín que resultó un tiburón? ¿Cómo el entorno de Haya pudo proferir a alguien como García? Bueno, no es tan misterioso, porque al final el Apra se transformó en nuestro PRI. Y el Apra era el equivalente de Acción Democrática, el «partido del pueblo» en Venezuela y ya sabemos cómo terminó eso. En realidad, es el proceso de descomposición de la democracia latinoamericana. Claro, dicen: «¡Chávez indeseable!» Pero a Hugo Chávez lo hicieron entre el Copei y Acción Democrática. A Chávez lo hicieron Carlos Andrés Pérez y todos aquellos que se robaron la Venezuela petrolera de los años 60 y 70, los dos grandes partidos: el social-cristianismo del Copei, con Rafael Caldera como ejemplo, y Acción Democrática, con Carlos Andrés Pérez que terminó con una cuenta bancaria de siete millones de dólares en Nueva York, una cuenta a nombre de su secretaria, que era su amante…
BORGES Y LA DEPRAVACIÓN MORAL
Borges y Pinochet

—¿No cree que Vargas Llosa, en su fuero íntimo, aceptó las condecoraciones de Alan García como para contrastar su gloria, su auténtica gloria literaria, con una gloria que García, una escoria política, nunca tendrá?
—Es una interpretación muy generosa la suya, bien amical, yo diría que bien arequipeña. Bien paisana. ¿Usted se imagina a Salinger siendo recibido por Nixon? ¿Usted se imagina a Sartre con Charles de Gaulle? ¡Borges saludó a Augusto Pinochet y a Jorge Rafael Videla! Pero Jorge Luis Borges tenía una depravación moral, Borges era un tipo completamente escindido: brillantísimo escritor y un ser humano deplorable, ¡repugnante! Entonces no mezclemos las cosas. Ir a saludar a Alan García es una canallada, porque es aceptar su autoridad, legitimarlo, aproximarse a García es reconocer en él una suerte de autoridad que puede repartir reconocimiento. ¡No! Ese fue un error monstruoso. No es que se le vio superior a Mario, él se empequeñeció con eso. Nadie le quita lo del gran novelista ni lo del Nobel, pero ése fue un gesto que a mí me produjo estupor.

MVLL en campaña.
LA CAMPAÑA POLÍTICA DE 1990 COMO GERMEN DE UNA NOVELA QUE NO SE ESCRIBIÓ

«Vargas Llosa no es político —me dice convencido César Hildebrandt, quien estuvo muy cerca de él durante  buena parte de la campaña de 1990—. Mario es una persona que incursionó en la política para tener una aventura. Mario hizo una novela cuando fue candidato. Después la iba a escribir. Y, bueno, no le salió, así que tuvo que escribir sobre la frustración, El pez en el agua. Pero Mario no es una persona que tenga convicciones políticas, lo que él tiene es un monotema, liberal, ultraliberal, que adquiere cuando tiene que matarse intelectualmente al renunciar a su izquierdismo. Mario incurre en un acto de inmolación, de haraquiri, entonces Mario mata a Mario el año 1971. La mejor manera de matarse, en este caso, de abolir el pasado, de renunciar a la identidad, desaparecer como lo que era, fue precisamente yéndose a las antípodas. Se compró el liberalismo con todo y se tuvo que comer un montón de sapos, porque el liberalismo no es sólo una doctrina agradable, simpática, acogedora, llamativa y casi fascinante para un intelectual: sí, la libertad; sí, el estado mínimo que apenas regule. No, el liberalismo es mucho más: es una estructura económica de poder que está apadrinando ese discurso sobre la libertad y ofendiéndolo. Vargas Llosa construye una muy complicada, muy sofisticada coartada intelectual: pasa de la Casa de las Américas al castillo del liberalismo. El problema es que el liberalismo, como le decía, no es sólo esa doctrina de la libertad. Es la aldea global, las grandes corporaciones y, ahora lo sabemos, en muchos casos es la CIA. Ahora estoy leyendo un libro sobre la Historia Cultural y la CIA, escrito por una norteamericana muy rigurosa, en donde entre otras cosas se demuestra que el Congreso por la Libertad Cultural era un organismo financiado por la CIA. El congreso por la Libertad que fue tan extraordinariamente famoso en la posguerra, y hasta los años 60. Aquí hubo una filial del Congreso por la Libertad que la dirigió Jorge Luis Recabarren.  Era todo, absolutamente todo, financiado por la CIA. Ahora sabemos que la CIA ayudó muchísimo a edificar el mito sobre el impresionismo abstracto de Nueva York de los años 50-60. Ese estallido extraordinario de la pintura norteamericana estuvo financiado por la CIA. Entonces, claro, el liberalismo es también eso. El liberalismo es Carlos Slim proponiendo un estado pequeño. El liberalismo es Ronald Reagan, un vasto asesino, proclamando un estado pequeñito y la no regulación de los bancos, ya sabemos cómo terminó eso. El liberalismo es Bankia de España quebrando y pidiéndole al gobierno español plata cuando quiebra y la Unión Europea dándole esa plata para que no quiebre mientras hay 45% de parados entre la juventud española, ¡eso es el liberalismo!, y esos sapos se los tragan aquellos defensores del liberalismo».
Guillermo Giacosa me decía que al escribir sus artículos producía mucho cortisol, ¿usted siente o cree que le pasa lo mismo?
—No, yo no siento eso. En todo caso envidio la perspectiva deportiva de mi amigo Giacosa a quien leo frecuentemente y que me parece un gran tipo. Yo no siento eso. Yo siento que elaboro mi sublevación constante. Pero mi construcción es más bien morosa. No escribo con la pasión, con la intensidad de un tipo que está, efectivamente, vomitando adrenalina. No.
¿Escribe sus artículos semanales de un tirón?
—Sí, de un tirón. A veces muy rápido, a veces no tan rápido. A veces con correcciones, y otras sin correcciones, dependiendo de la tiranía del tiempo. Pero trato de calmarme cuando escribo, no escribo al calor. Al contrario, yo siento que me enfrío cuando escribo, porque si yo pusiera en el papel —en el papel hipotético y virtual de la computadora en este caso— lo que siento y la desazón que me gobierna a veces, si yo pusiera eso, sería una columna onomatopéyica y procaz, sería coprolalia con onomatopeya, ¡sería algo de la puta madre! Lo que tengo que hacer precisamente es ponerme hielo en la cabeza.

REDOBLE DE RECUERDOS DE UNA ACALORADA ENTREVISTA: SCORZA
En la foto superior Hildebrandt entrevista a Manuel Scorza.
Abajo: a la izquierda a Haya, y a la derecha a Borges
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«Scorza fue un personaje tan complejo. Ahí, por ejemplo, puedo decirle, y haré felices a aquellos que me piden autocrítica, que yo me excedí, traté mal a Scorza, lo traté como no se merecía. Mi vargasllosismo de esa época me empujó a una visión, digamos, formalista en exceso y Scorza no se mereció esa entrevista. Creo que yo tampoco me la merezco».
Fue usted injusto con él.
—Fui extraordinariamente injusto con Manuel Scorza. Me gustó mucho Historia de Garabombo el invisible, me gustó casi más que Redoble por Rancas, había un encanto en él. Ahora, lo que pasa es que Manuel dejaba demasiadas huellas de sus filiaciones: estaba García Márquez metido en su lenguaje. Pero, cuando pasen los años y esas deudas ya no se mencionen, Scorza va a sobrevivir. No tengo ninguna duda de que va a pasar la prueba del tiempo.

UN MUNDO NUEVO: OSWALDO REYNOSO VENTILÓ MI COVACHA
Oswaldo Reynoso

«Oswaldo Reynoso, que posee una producción muchísimo menor, ha tenido un mérito que ha sido el de abordar desde la entidad la Lima urbana, y pocos lo han hecho bien. Congrains quiso hacerlo, tiene muchos méritos, pero creo que no lo logró. Luis Loayza no escribió la novela que todos esperábamos de él. A mí, Ribeyro me gusta con muchas intermitencias: la verdad, no es un escritor que me fascine. Pero a mí me gustó mucho Los inocentes: me descubrió un mundo, un lenguaje y una violencia que yo no conocía, que mi aislamiento me había impedido conocer…»
Había un mundo allá, afuera de su alcoba.
—Exactamente. Y Reynoso me abrió las puertas y me abrió las ventanas y ventiló mi covacha. Y metió un montón de ruido. Es contundente, coral, callejero, eso es lo que más me gustó. Al final de cuentas es lo que puede a uno gustarle de un escritor tan raro como Bukowski: justamente esa turbidez primaria y casi salvaje de la calle, ¿no?
Muchos escritores le hacen ascos a Bukowski, está de moda…
—¡Bueno, allá ellos, no saben lo que se pierden! No tienen la menor idea de lo que se pierden. Para amar a Góngora hay que leer a Bukowski.

EL OBRERO QUE SE CONVIRTIÓ EN ARQUITECTO DE BRASILIA
La segunda gran novela de MVLL.

Justamente un gran amante de la poesía de Góngora es Mario Vargas Llosa, usted sigue siendo un vargasllosiano rendido.
—Respecto a sus tres novelas fundacionales, sí, sin lugar a dudas.  Y si tuviera que escoger, y si me dijeran que es de vida o muerte que escoja, me quedaría con La Casa Verde que es una novela espléndida, a la que no le sobra una palabra.
Pero considera que las entrevistas que le hizo a Vargas Llosa han sido fallidas.
—Sí, muy amigueras, muy devotas. Había mucha admiración, complicidad, yo he sido muy próximo a Mario como lector, como amigo, y así no se puede hacer entrevistas, así se puede hacer tertulias.
¿Qué pregunta incómoda le haría ahora?
—Bueno la que usted mencionó con esa pregunta: qué sintió al darle la mano a Alan García. Y estoy hablando en términos literales y metafóricos: qué sintió al darle una mano a Alan García, porque le dio una mano. Ayudó a García a que se luciera con el mayor escritor del Perú, ¡cosa que García no habría ni soñado! Esa fotografía la va a ocultar Mario y la va exhibir siempre Alan García jactándose de su poder de convocatoria.
Pero tampoco duda de que va a quedar Vargas Llosa y no va a quedar García…
—Hombre, imagínese, ¡cómo voy a dudar de eso! En doscientos años, ciento ochenta años, Alan García será otro Piérola, otro Prado, ¿me entiende? Vamos a ver, a mí cuando me hablan del futuro, siento que la mezcla de humanidad con eternidad siempre me parece ridícula, no sé cuánto duraremos ni qué seremos…
Quizá un libro se convierta en un objeto en obsolescencia.
—Un libro siempre, no sólo hoy, no olvidemos eso. No olvidemos cuántos libros quemó la iglesia. Los libros siempre fueron amenazas contra el poder. Pero para responder a la pregunta de si Mario prevalecerá: sin lugar a dudas. Prevalecerá por lo que hizo, no por el Perú, sino por la literatura. Las tres primeras novelas de Vargas Llosa son universales y son de una calidad extraordinaria, sinceramente. Y además es más extraordinario si uno piensa que Mario era un escritor muy mediano cuando empezó, o sea, los Los Jefes es horrrible, ¡un libro horrible! Es decir, si uno lee Los Jefes no puede asociar Los Jefes con La ciudad y los perros. Es imposible: parecen dos personas distintas, dos estilos distintos. A Mario le ha costado una enormidad aprender a escribir.
Es un obrero, ¿verdad?
—Sí, pero es un obrero que se convierte en el arquitecto de Brasilia, es increíble, ¿no?, o sea, ¡es el albañil más esforzado del mundo! Porque llega a escribir extraordinariamente bien en esas  tres novelas. A partir de allí produce industrialmente.

JULIUS FRENTE AL PELOTÓN DE FUSILAMIENTO


Mi pregunta sobre si Mario Vargas Llosa va a quedar o no viene a cuento también por el sarcasmo que apareció en su semanario acerca de la novela inédita de Alfredo Bryce Echenique que, según la nota, será el acontecimiento literario de la década. La primicia venía con un fragmento del comienzo de la novela de Bryce: «Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía, había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo»
—¡Bueno! —exclama con sorna.
¿No cree que a pesar del tropezón de los plagios va a quedar Un mundo para Julius u otra novela de Bryce?
—Yo creo que de Bryce no va a quedar nada. Un mundo para Julius no es una gran novela, es una novela querendona, simpática, tierna, dable y ta, ta, ta… pero, digamos, es la presentación proustiana de una derecha, de una clase conservadora, que no se parece en nada a lo que pinta Alfredo ahí: un mundo relativamente casto en donde gente bien distraída, generalmente de procedencia inglesa, vive y se entreteje, ¡no! No es un testimonio y no es una gran novela y a mí lo que no me gusta de Bryce es su estilo: los diminutivos reiterados, su falsa oralidad. No niego que Un mundo para Julius tiene méritos. No lo niego, desde luego. Estoy hablando de mi gusto, porque usted me ha preguntado por mi gusto y yo creo que de Alfredo no va a quedar nada, pero, en fin, es una opinión. Me puedo equivocar y creo que, en este caso, quisiera equivocarme.
Pero hay una actitud muy condescendiente con él, perdonavidas
—No. Es que ahora resulta que es la víctima, es increíble. El hombre que plagia dieciséis textos, y es descubierto, multado y comprobadamente castigado, ahora resulta ser la víctima de una conspiración más o menos truculenta y diabólica y de lo más perversa. Es que eso es el Perú, ¿no? Y lo que he hecho ahora es responderle con ironía, o con sarcasmo, o con crueldad, pero yo creo que se lo merece porque me parece que es el colmo que se presente como víctima. Claro, ¿a qué apela? Al viejo tic peruano de la amnesia. El Perú tiene una vocación enorme por la amnesia. Hace tres años la condena era más o menos clara, ya prescribió desde el punto de vista de la memoria, y ahora es una víctima. Hombre, ya, por favor, ¡que viva tranquilo sus últimos años y que deje de fastidiar!

TODOS NOS CREEMOS DORIAN GRAY


Don César, ¿cómo se aprende a ser viejo?
—¡No se aprende! No se aprende. Y lo peor de todo es que la vejez existe para los otros, pero los viejos nunca creen que son viejos. Y los viejos vivimos en la ficción de Dorian Gray. Todos los viejos nos creemos Dorian Gray y creemos que nuestra juventud es eterna.
Lo recuerdo citando a Juan Gonzalo Rose: «deberían haber catedrales para los que no creen». ¿No le vienen raptos o ansias de buscar a Dios? Yo creo, por ejemplo, que en la poesía de Vallejo hay un afán desesperado de encontrar a Dios.
—Sí, es una opinión debatible. Me parece interesante. Pero yo practico un agnosticismo sin fisuras. Yo no puedo creer en ese Dios inventado, interesado en matar, en elegir a algunos como privilegiados y a los demás como réprobos. En el Dios judeocristiano no creo en absoluto, y no creo en el Dios mahometano, ni en el Dios budista, no creo en ninguna divinidad, no creo en el dios Sol ni en los Apus, no creo en el Dios católico y menos creo en sus vicarios, en sus mensajeros, en sus embajadas, no creo en la chacana y no creo en la primera comunión. La mayor tragedia es que la vida no tiene sentido y sin embargo es maravillosa.

UN OBITUARIO, POR FAVOR…

—¿Usted cree que la vida no tiene sentido al estilo onettiano?
—Y, sin embargo, es maravillosa. Quizá porque no tenga sentido es maravillosa. Porque es un destino que tenemos que obedecer. La vida es un mandato y al final la muerte es el fracaso absoluto. Entonces yo soy un agnóstico doctrinario. No es que Dios se portó mal conmigo y dejé de creer. Es que nunca creí, es que nunca pude, es que jamás pude aceptar esta mitología hirsuta, esta mentira absolutamente canalla. Un Dios que manda a matar, que manda a degollar, que manda a exterminar. ¡Pero qué rezago neardental tenemos que tener para inventar un Dios así! ¡Un Dios asesino! Quizá por eso dicen que somos hechos a su imagen y semejanza, probablemente.
Pero Dios, o la idea de Dios está por encima de eso, de los errores humanos
—No, no creo. Creo que somos un producto inexplicable del azar y de la química y navegamos hacia la nada en un planeta extraño, anómalo.

¿Ha leído la Biblia?
—No, no he leído la Biblia. He podido leer capítulos de la Biblia algunas veces, pero la Biblia completa jamás.
¿Le aburre?
—No, no me aburre. Quizá sea fuerte lo que le voy a decir: me deprime y a veces me asquea. Me asquea porque pretende ser una mentira con impunidad y no puedo aceptarlo.
En un programa de televisión invitó a Marco Aurelio Denegri. Ambos parecían dos escépticos del amor occidental. Sin embargo, ahora resulta que usted se ha vuelto a casar. Quizá ha vuelto a tener fe pero en el amor
—Sí, es algo privado, personal. Pero yo creo que sí he vuelto a tener fe en la felicidad, en la profundidad de ser feliz en compañía de alguien afín, interesante y además, en este caso, bella. Pero el consuelo de la religión nunca me ha tentado. Será porque nunca he aceptado el miedo como gobernador de mi vida.
Nunca le ha tenido miedo a la muerte.
—No le temo a la muerte, pero lo mejor de todo es que no le temo a la vida. Creo que eso es lo más importante. No le temo a la vida, por lo tanto no tengo esa propensión a creer en un gran Señor Celestial de todas las comarcas, que va a influir en mi vida y va a hacer que obtenga la fortuna que no se me dio y de todos aquellas cosas que se piden en el pozo de los deseos de Santa Rosa…
¿Tiene alguna frase o máxima que lo haya marcado en su vida?
—En ese sentido, no. Como le digo, la religión es la más grande construcción del miedo, el gran templo del miedo. Se basa en eso: el miedo. No significa que yo sea un envalentonado, un héroe o un laico que desee la muerte, ¡no! Significa que jamás he podido sobornar a mi razón para abrirle las puertas a la religión. Mi razón es insobornable. Hay algo en mí, racional, que no cede, que no puede ceder, y eso me ha evitado la religión. ¿Y sabe qué? Agradezco eso porque si yo fuese religioso, entonces creería que Dios me ampara y, cuando hablo con usted, imaginaría que yo, de algún modo, interpreto a Dios, y que usted, desde su réproba crítica, es un adversario o es un perdido o es una oveja descarriada. Tendría la falsa superioridad de los profetas.
¿No visita a sus parientes muertos en los cementerios?
—A mi madre. Pero la verdad es que tampoco creo en el asunto de la permanencia de las almas. Somos lo que somos y la valentía consiste en aceptarlo. La religión es una cobardía multitudinaria, gigantesca, planetaria. Tenemos miedo, por lo tanto: «Diosito, ayúdame». No, hombre, no. Venimos de la nada y vamos a la nada.
¿Qué le gustaría que pusieran en su obituario?
—Bueno, es una pregunta bastante desagradable pero, dado que es usted, le contestaré: «no creyó en casi nada por pura convicción».
¿Y qué cree que pondrían sus enemigos?
—No me interesa —y, abruptamente, se pone de pie dando por terminada la entrevista.
Por favor, ¿me firmaría su libro Una piedra en el zapato?
—Cómo no —accede y, mientras me autografía la publicación, lo reitera con convicción—: no me interesa, es la verdad.

Antes de despedirme, pido un último instante para tomarme una fotografía con el periodista. Le indico a su ayudante de casa que «aprete» el botón del medio de mi equipo MP4 para la captura de la imagen. César Hildebrandt, antes de posar, me mira, algo contenido, intentando no amonestarme: «en estos momentos voy a hacer de Martha Hildebrandt: no se dice “aprete”, sino “apriete”». Y yo, en efecto, siento que, a manera de colofón, acabo de recibir una amonestación de su temperamental —y atrabiliaria— hermana.