2013/03/26

Vargas Llosa según Vargas Llosa

Una entrevista de César Hildebrandt publicada en Caretas hace más  de cuarenta años (1972)

VARGAS LLOSA SEGÚN VARGAS LLOSA
Mira, tengo un borrador terminado (otro magma), sí, un magma que tiene la ventaja sobre  los otros de ser considerablemente más corto (¿cuántos miles de páginas?), no, no, éste no tiene sino trescientas y pico de cuartillas, de tal manera que si ocurre, como ha ocurrido con mis otros libros, que el resultado final sea un recorte bastante grande de ese magma, será una historia bastante corta, para felicidad de muchos. Cada vez me cuesta más trabajo escribir, cada vez me resulta más difícil. Ese primer borrador es el que más trabajo me da, el que me hace sentir más inseguro, el que me produce más angustia, (¿no exageras un poco?), no, no, es muy curioso pero creo que a muchos escritores nos pasa que mientras más escribes no obtienes un mayor dominio del oficio, al contrario, a medida que progresas más en tu trabajo y en tus ambiciones lo que va surgiendo son mayores complejidades y dificultades. Mira, cada libro ha significado respecto del anterior una complejidad creciente (una complejidad proporcional a tu ambición), bueno sí, es posible que sea eso. Yo creo que La Casa Verde es mejor que La Ciudad y los Perros y que Conversación en La Catedral es mejor que La Casa Verde. Conversación en La Catedral me importa más porque es una experiencia más reciente, pero ya me importa menos que Pantaleón y las Visitadoras. Es decir, me siento muchísimo más comprometido con lo que estoy haciendo que con lo que hice. Sin duda que Conversación en La Catedral es mi libro más ambicioso, el que me costó más trabajo. Ahora,  es el libro más logrado, pues eso no lo puedo saber tanto yo sino los lectores o los críticos, (¿cuál es tu sensación frente al lenguaje ahora?), mira es una enorme incertidumbre, una terrible inseguridad, el lenguaje es algo que yo nunca he sentido totalmente sometido, yo envidio a escritores que pueden escribir directamente, sé que por ejemplo Alfredo Bryce puede escribir sus novelas así, eso para mí es totalmente inconcebible , la primera versión de un texto mío es algo realmente impresentable, es un mundo de deficiencias y caos, incluso creo que hasta en un nivel sintáctico, es un poco mi manera de trabajar, desarrollar primero una historia, a galope tendido, para que surja el monstruo. Y la dificultad mayor tiene que ver siempre con el lenguaje, incluso te diría que tiene que ver más con los diálogos que con las descripciones, es cuando yo tengo que hacer hablar a un personaje cuando siento la mayor inseguridad, y es cuando corrijo y rehago más. Y esta novela, Pantaleón y las visitadoras, me cuesta muchísimo trabajo, porque está principalmente centrada sobre las voces de los personajes, es una historia que está más dicha que descrita, hay muchos diálogos plurales, (lasitud, saturación…), bueno, mira, Conversación en La Catedral tiene un lenguaje mucho menos llamativo o espectacular que el de La Casa Verde,  es incluso deliberadamente monocorde, pero eso es bastante premeditado, mi idea era la siguiente: como la historia que cuenta Conversación en La Catedral es esencialmente truculenta, desmesurada, llena de desbordamientos —crímenes, robos, violencia—, entonces, si esa materia tan excesiva era formulada con un lenguaje espectacular, desmelenado, eso hubiera sido totalmente irresistible para un lector, hubiera tenido los vicios de un radioteatro o una telenovela, mi idea era que ya que la historia era explosiva el lenguaje debía cumplir un papel de contrapeso, que debía apaciguar esos excesos y esa violencia, (una opacidad), sí, que fuera antídoto a la desmesura, (aunque hay excesos contados excesivamente, García Márquez), sí, pero él utiliza otros contrapesos, el humor, por ejemplo, que es disolvente, (La increíble y triste historia de la cándida Eréndira y de su abuela desalmada: juego, pirotecnia, ¿tú qué piensas?), mira, yo creo que el problema principal que tiene ese libro es Cien años de soledad, su cercanía con un libro de semejante riqueza, pero yo no creo que esos relatos deban ser confrontados con Cien años de soledad, creo que ellos son como residuos de ese mundo magnífico, una energía sobrante de Macondo, es un libro que no tiene excesiva importancia pero que está hecho con brillantez, con facilidad, con un cierto tono juguetón, (pero hay algo simbólico: los cuentos se trasladan a un aldea costera, anfibia, una especie de búsqueda de García Márquez por abandonar la mediterraneidad de Macondo, por saltar el charco hacia El otoño del patriarca), bueno, yo creo que ese  es su propósito, salir de Macondo y entrar a otro mundo, (tú no has sufrido ese problema, el problema de la historia-lastre, tú has saltado de un mundo a otro con una facilidad irritante), es verdad, bueno, creo por lo menos no tener un tema (una pluralidad de fantasmas envidiable), aunque eso sea algo que podrá juzgarse mejor cuando esté muerto y pueda ser juzgado orgánicamente, pero tengo la impresión que escribo sobre cosas distintas, que no soy escritor de temas recurrentes. Y además lo que me ha pasado es que yo he empezado a escribir una novela cuando le estaba poniendo el punto final a la anterior, así que no tenía tiempo de sentirme aplastado. Sí, en lo que se refiere a mi trabajo sigo bastante disciplinado, bastante ordenado porque es la única manera como puedo escribir (según Bryce, tú te cuadras antes de escribir), sí, García Márquez decía que tocaba una corneta, pero en lo demás no soy nada ordenado, mira, mi mujer me dice todo el día que soy un caos, desordenado, impuntual. (¿El teatro?), me sigue gustando mucho, me gustaría escribir para el teatro, tengo notas, proyectos, pero es difícil, no sé, siempre estoy metido en novelas que me toman años, pero no descarto la idea de escribir para el teatro. (Leímos hace poco un cable), no creas en los cables, (con declaraciones tuyas sobre la situación económica de Cuba, muy bien explotadas por ciertas agencias de prensa), sí, que me han irritado mucho. Mira, te voy a decir exactamente cómo fue: fue un reportaje que apareció en El Nacional de Caracas y en el que yo fui particularmente detallista en explicar por qué me sentía solidario de la revolución cubana, por qué creo que es tan decisiva para América Latina, dije cuánto me había alegrado ahora que el Perú había restablecido relaciones con Cuba, y luego, después de dejar muy en claro mi adhesión a Cuba, indiqué que eso no significaba que no tuviese discrepancias y que consideraba mi obligación expresarlas cuando las sintiese. Bueno, pues ahora resulta que lo único que se publican en lo cables son mis discrepancias con la revolución cubana, eso es muy irritante, (tu posición sobre lo que está pasando en el Perú no ha sufrido variaciones…), no ha cambiado, no, parto de la base de que este proceso significa un progreso considerable, que en muchos campos se han hecho reformas muy profundas que favorecen al país —la reforma agraria, nuestra política internacional, que ahora sí me parece respetable—, ahora, al mismo tiempo, ciertas reticencias que tenía se mantienen porque no ha habido cambios en eso, creo que el régimen tiene una estructura cerradamente militar, que la participación civil es prácticamente nula —es de segundo orden—, que no existe ningún mecanismo de fiscalización popular civil de lo que se hace —de las medidas que aplaudo y de las que me siento solidario— y eso para mí es sumamente preocupante, porque da a todos esos procesos de cambio una precariedad indiscutible. El día de mañana puede haber una revolución en Palacio, de la cual nosotros seamos ignorantes, que cambie unas personas por otras en los puestos de mando del régimen, y todo ese proceso de reformas se puede venir abajo, puesto que no hay una participación popular que lo garantice y active. (¿Miedo a que los temas se agoten?), no, no creo, yo creo que un escritor deja de ser escritor no cuando se le acaba el tema sino cuando resuelve su problema. Insisto en que uno es escritor por infeliz, porque le han pasado ciertas cosas. Yo nunca he sentido esa especie de temor al vacío que sienten algunos escritores. Al contrario, yo siento una especie de nostalgia premonitoria, tengo la sensación de que me voy a morir dejando muchos proyectos de historias que nunca podré escribir, yo creo que aun si no me ocurriese nada más en mi vida y viviera uso 30 años más, tendría material reunido, es decir experiencias suficientes como para seguir escribiendo hasta mi muerte. En todo caso, mi temor es más universal, es de no poder escribir con rigor, con profundidad. Eso sí, pero la posibilidad de encontrarme un día frente a una página en blanco lleno de angustia, eso estoy seguro que no me va  ocurrir jamás. Mi problema es al contrario, que tengo un exceso de temas que quisiera desarrollar, y no sé si voy a tener tiempo para hacerlo. Los problemas con el lenguaje claro que existen, como te decía al principio de la conversación: mis dificultades crecen con cada libro, hay una angustia creciente. No hay nada garantizado, cada libro es una aventura nueva, hay escritores que fueron muy buenos en el primer libro, muy malos en el segundo y pésimos en el tercero, (eso, Mario, me hace recordar a alguien que decía el otro día  que no debería haber primer libro, que debía empezarse por el segundo, ahora la pregunta es: qué pasaba si el segundo era peor que el primero salteado), una de las cosas para mí terribles, tu sabes, es esos escritores que se instalan cómodamente en una especie de puesto alcanzado, que a partir de cierto éxito  se empiezan a repetir, a degustarse, esa es una imagen que me resulta muy penosa. (Como escritor de moda, por lo tanto constantemente allanado por los críticos, me imagino que te habrás preguntado  si las influencias que te han atribuido son ciertas o no, me imagino que después de 10 años de lucha con tantas especulaciones habrás llegado a reconocer definitivamente cinco o seis vertientes de tu obra), bueno, sí, indiscutiblemente, creo que esas vertientes son bastante evidentes. Creo que debo muchísimo a Faulkner, creo que si no hubiera leído a Faulkner no hubiera escrito como he escrito, creo que debo mucho a Sartre, no sé si en el plano de la técnica o del lenguaje narrativo, pero sí en una cierta visión de las cosas, y de algún modo más genérico creo que debo mucho a la novela del siglo XIX. Y hay otros escritores que han influido e influyen en mí, menos constantemente tal vez. Ahora, por ejemplo, estaba leyendo la obra de George Bataille, incluso releí algunos libros que había leído hace muchos años, y para mí fue una verdadera revelación descubrir cómo muchas cosas que he dicho en Historia de un deicidio proceden indiscutiblemente   de Bataille, de su Literatura y el mal, que yo leí con gran entusiasmo hace unos diez o doce años y que creía haber olvidado. Ciertas concepciones, una cierta visión maldita de la vocación literaria, fue descubierta en mí por la lectura de Bataille. Yo no tengo ningún temor a denunciar mis influencias. Lo que pasa es que un autor no es muchas veces consciente de sus influencias, de pronto una novela, un poema leídos distraídamente, se fijan e influyen más que las obras que más nos gustan. En todo caso, estoy mucho más cerca de los novelistas que escribieron el Amadís… o La guerra y la paz, que de los jóvenes experimentalistas y estructuralistas contemporáneos (a pesar de que has contrasueleado  el lenguaje tanto como ellos), sí, pero yo con la idea de, a través de esos contrasuelazos, hacer más claras ciertas personalidades, ciertas acciones. (¿No hay un libro que últimamente te haya impresionado sobremanera?), bueno, sí, he releído Madame Bovary (siempre recurrente), pero ahora lo he leído por razones más interesadas que otras veces, porque va a salir una nueva traducción y entonces voy a escribir un prólogo, y ha sido una experiencia muy hermosa, porque el poder de hechizamiento del libro se mantiene intacto……Yo reconozco que uno de mis defectos es una cierta tendencia hacia la proliferación, a mí podría  ocurrirme empezar a escribir una novela  y ya no terminar nunca más, seguir escribiendo, es una especie de amenaza que siento como posible, no solamente como una broma….Bueno, yo sigo siendo optimista en el sentido de que el socialismo tendrá que avanzar hacia formas menos rígidas, hacia formas democráticas, de tolerancia, y que el triunfo de los oscurantistas y de los dogmáticos será siempre pasajero, pienso que el socialismo marcha porque tiene que marchar hacia estructuras más plurales (hacia una situación óptima en la cual tú seguirías siendo el cuestionador repulsivo para los congeladores del sistema), yo creo que esa sería la función de la literatura, sí, creo que dentro de esa sociedad infinitamente mejor que admitiera  la discrepancia, el rol del escritor sería demostrar a sus lectores, que serían todos, que la realidad siempre está mal hecha, que siempre tiene imperfecciones, que siempre se debe exigir más, que la historia debe marchar hacia esa imposible felicidad general, (a propósito de felicidad, tú pareces  haber sobrevivido a la fama), mira, cuando yo empecé a publicar y ocurrió todo, bueno, me sentí inmensamente halagado, un poco mareado. Y ahora que han pasado como diez años te puedo decir con toda sinceridad que eso que se llama la fama no ha hecho sino crearme dificultades y problemas, es una de las cosas que conspira más contra mi trabajo, ha disminuido inmensamente mi libertad de movimiento. Es increíble cómo afecta eso de ser un personaje más o menos público, y lo peor es que uno no sabe si todo eso que se rechaza, que conscientemente se juzga como una tontería, de una transitoriedad total, uno no sabe si en el fondo es afectado, dañado por la persecución. Yo acabo de tener una especie de polémica, tú sabes, en Caracas. Ángel Rama nos acusó públicamente a los escritores del llamado boom de ser unas vedettes, de buscar ser personajes públicos, y eso fue algo tremendamente doloroso, porque yo creo que el malentendido que convierte en personaje a un escritor, que le da la popularidad de un futbolista o de un cantante, es algo que ni por el más frívolo y superficial autor puede ser deseado, porque eso sólo trae complicaciones, y tú no puedes decir nada que inmediatamente no sea manipulado, distorsionado, y tendrías que pasarte la vida desmintiendo, aclarando. Entonces dices no concedo más un reportaje y apareces como un pedante, un soberano creído, y es una imagen que tampoco quiero dar. Ahora, lo que me consuela es que sé que eso es absolutamente efímero, (la imagen de Vargas Llosa es la de un escritor congénito, alguien que trajo al mundo ese defecto de fábrica, pero imagínate —haz un esfuerzo  descomunal— que la literatura no existiese sobre la faz de la tierra), pues sería un hombre de acción, no un científico, no un hombre de gabinete, sino alguien volcado hacia afuera, si hubiera vivido en el siglo XIX me hubiera gustado tener la vida que tuvo Conrad antes de ser escritor, un aventurero, un explorador, tengo una nostalgia de la que no me he librado nunca, quizá cierta frustración de ese tipo es la que hace que para mí la acción sea tan importante en lo que escribo, tan fundamental, eso es lo que me hubiera gustado ser, sí.
César Hildebrandt, Revista Caretas (1972)

2013/03/19

Freno de mano

Otro relato de Jordan Martín Jáuregui Meza

Mi propia ley es el roce de tu piel
A. C.

 

Estaba fumando de espaldas al suelo, en el techo, mirando las estrellas. Pensaba una y otra vez en mi «lista de cosas por hacer»: uno, olvidar a Fiorella; dos, dejar de pensar en ella; tres, dejar de soñar con ella; cuatro, dejar de masturbarme pensando en su mirada, aquella tarde, a media luz; cinco, dejar de fumar; seis, escribir algo. Ahora que soy un cenicero humano, creo que puedo comenzar.
No quería ir a la facultad, me hastiaba fingir ante mi padre. Me regaló una moto cuando ingresé, luego esta laptop, en la que suelo refugiarme. «Quiero ser escritor», me repetía tontamente. No quería ir a ningún lado, así que un día me encerré en el hotel Florentino, frente a la universidad. Salía de casa y me iba directo allí, buscaba algunas putas en el periódico y las esperaba, una a una, hora a hora, billete a billete, sueño a sueño. Llamaba a María en la tarde y salía a pasear con ella. Así pasé varios meses. 
Ella todavía estaba en el colegio. Yo le inventaba alguna anécdota exagerada sobre la vida universitaria. Me creía. Todo iba bien hasta que comenzó a contarme cómo sus compañeros la manoseaban, cómo le gustaba y cuánto quería que yo estuviera en clases con ella. Un día le dije: «Ya basta, carajo, deja de contarme esas huevadas». Desde entonces dejó de hacerlo. Pasaba el día en el hotel, pensando en las manos de algún chico bajo su falda, en sus nalgas frotándose contra el pantalón de alguno de ellos, en sus labios en los de algún imbécil de ésos. De todas formas, la llamaba a las seis y nos veíamos. Siempre lo hicimos en mi cuarto. 
Con mucha cautela, sacaba la tarjeta de la cartera de mi madre. Doscientos soles al día, rompía de prisa el ticket de la transacción apenas salía del cajero (ni siquiera quería verlo). Con el dinero en el bolsillo, comenzaba la rutina. Alondra era mi favorita. «Quiero ser tu mujer», me decía: «no importa si algún día me caso, quiero estar contigo siempre», y yo, sin pensarlo, le prometía amor incondicional. Le dejaba el dinero dentro de un libro, sobre la mesa de la habitación. Así perdí todos los de Cortázar. Las demás no fueron muy memorables. Cierta vez casi me quedo dormido mientras la mujer de turno se agitaba sobre mí. Se enojó un poco, no pude venirme —quizá por la droga—, después de diez minutos se fue. 
Los sábados salíamos en la moto, sin casco ni condones. Lo que no me gustaba de María es que no la sabía chupar, sentía sus dientes, me hacía doler y me retorcía como un gusano, haciendo gestos de placer e incomodidad. El exceso de Postinores le produjo retrasos en el ciclo menstrual que poco nos importaban. Nos besábamos en cada semáforo, si es que era necesario detenerse. Cuando iba a mucha velocidad, comenzaba a bajar sus manos desde mi pecho, hacía mi falo. Lo sujetaba fuertemente, yo aceleraba más, y ella lo apretaba aún más. A veces, cuando iba despacio, se me antojaba decirle: «Jala el freno de mano, que quiero detenerme para besarte». A pesar de todo, aquellos fueron los peores días de mi vida. 
Nunca estuve enamorado de María, sin embargo, entre los amigos era requisito tener enamorada. Nos encontrábamos en la casa de Alfredo, entre cervezas y Calamaro. Intercambiábamos nuestros celulares y leíamos los mensajes morbosos que ellas nos mandaban. Nunca les conté lo de mis putas (tampoco hablábamos de la universidad, pues creo que a todos nos llegaba al pincho). Un buen día, dejé de verlos. Yo era el único que iba a la UNSA. Bastó con decirles «Mariátegui» y «marihuana», para que dejaran de tratarme igual. Así que comencé a tomar solo, con la «Alta Suciedad» en los audífonos, sentado en algún parque. 
María tampoco estaba enamorada de mí, quizá porque nunca entendí bien los códigos de su entorno. Un mal día supo lo de Fiorella, fue la primera vez que dijo que me quería. Dejamos de vernos. La última vez que estuvimos juntos, lloraba mucho, por los ojos y la vagina. Yo escupí adentro suyo; y ella lo hizo también, meses después, cuando lloraba por Fiore en algún parque que ya no quiero recordar.
Nunca supe ponerle freno de mano a la melancolía. Quizá por eso quiero ser escritor.
   

Jordan Martín Jáuregui Meza

Watanabe: mire el cielo y dígame, ¿usted cree en Dios?


Allá por los años sesenta, Oswaldo Reynoso se reunió con Eleodoro Vargas Vicuña en un local bohemio de la época, y aburridos del clima neblinoso de Lima, la horrible, decidieron viajar a Trujillo, no sin antes dejar un letrero en la puerta del bar anunciando el viaje hacia la tierra de la marinera. Cuando llegaron a Trujillo, era todavía muy temprano y tuvieron que pasar unas horas en un hotel cerca a la Plaza de Armas.

Casi al mediodía, ambos escritores salieron a dar una vuelta por las inmediaciones, y se dieron con la sorpresa de encontrarse con parte de los narradores del célebre Grupo Narración y algunos jóvenes trujillanos. Una hora después, estaban en Huanchaco disfrutando de un sabroso ceviche y algunas botellas de pisco. De regreso a Trujillo, en la parte trasera de una camioneta, iban echados Oswaldo Reynoso y un joven trujillano. El joven le preguntó:

—Oswaldo, ¿usted cree en Dios?
—No sé, no te podría responder.
—Mire el cielo y dígame: ¿usted cree en Dios?

Reynoso se quedó contemplando el maravilloso cielo trujillano: limpio, sereno, de un celeste intenso que brindaba una paz beatífica, y no supo qué responder.

Años después, en un Congreso de Literatura al que fueron invitados Oswaldo Reynoso y José Watanabe, el autor de El guardián del hielo le recordó a Reynoso que el joven que le había preguntado aquella tarde trujillana sobre la existencia de Dios era él.

Fuente: blog Amores bizarros.

2013/03/09

Nuevo Taller de Escritura Creativa arranca el 14 de marzo


Otra vez, gracias a la Asociación Cultural La Casa de Cartón y Cascahuesos Editores, organizamos un taller de escritura creativa “Las sombras de las palabras: a la caza de uno mismo”. Inicio: jueves 14 de marzo. Inscripciones: Biblioteca del Centro Cultural Peruano Norteamericano (Rivero 408). Las clases se dictarán en el CCPNA (Aula C-405) los jueves y viernes de 5 p.m. a 7 p.m.
En Perú21 (Arequipa)

2013/03/07

¿Con qué sueñas, Landito?


Hace varios años (el 2005, para ser precisos), la escritora Claudia Ulloa lanzó el Proyecto Reciclaje en el que me atreví a participar entusiastamente con un texto titulado ¿Con qué sueñas, Landito?

Me siento feliz (agradecido con la vida) por haber dejado varias cosas atrás. Dios permita que para siempre.


¿CON QUÉ SUEÑAS, LANDITO?

Dime con qué sueñas, Landito: ¿con romperte la crisma en el baño de tu casa, o con aprender a desmayarte los lunes en el patio de La Salle? ¿Con robar dinero del monedero de tu madre para después correr a Mercaderes a comprar El Gráfico, o con descubrir en la gaveta de tu padre videos pornográficos? ¿Sueñas quizá con las viejas casas de madera de Mollendo, los acogedores bungalows de Mejía, o con las chicas ebrias de Camaná?


Seguro que no sueñas con el terremoto que se llevará las altas aulas de sillar de tu monumental colegio; ni con el cura barbudo que, santiguándose, te prohibirá leer libros abyectos… ya descubrirás que sujetos como Vargas Llosa y Saramago son los Heraldos de Satanás.

Dime con qué sueñas, Landito. Dime, por favor, que no sueñas con perder el tiempo estudiando ingeniería informática para poder ser escritor…

Sueña lo que quieras, lo que te dé la gana… pero nunca te sueñes hinchado de cerveza, gastando tu primer sueldo sobre las tetas de una prostituta que cambia de nombre con cada suspiro… ni te sueñes jamás reciclando una foto, una de ésas que después de acusarte, te inhiba de soñar mas no de tararear:

Hubo un tiempo en que fui hermoso, y fui libre de verdad…


2013/03/04

Fin del taller de escritura creativa: La escritura como confesión...

Lima, diciembre del 2009... la escritura como confesión.

El viernes 01 de marzo finalizamos el taller de escritura creativa Las sombras de las palabras: la escritura como confesión. La clausura se llevará a cabo el día viernes 15 de marzo de 2013 en la Biblioteca del Centro Cultural Peruano Norteamericano.
Agradezco, en primer lugar, a Carlos Rivera, Director de la Asociación Cultural La Casa de Cartón por volver a confiar en mí y todos los (nuevos) amigos que participaron del taller (algunos repitiendo plato, pues ya lo habían hecho el año pasado).
Es posible que se realice otro taller en el mes de marzo. Los interesados escribir a mazeyra@gmail.com o a ciudadanocarlosrivera@hotmail.com

BESTIARIO DE ROSTROS*
Escribe Jordan Jáuregui (alumno del taller)

20 de febrero
Orlando nos ha pedido escribir un cuento para el taller. Pero no me siento capaz siquiera de contar cómo fue mi viaje de regreso en combi que es lo que, usualmente, suelo contarme, todas las noches, después de ir al baño. «Cortarme» más que «contarme»: ese pedazo del tiempo y rebanarlo en fotogramas para apreciar la cara sudorosa e indiferente de la gente. Así mantengo mi bestiario de rostros que, uno por uno, intentaré encajar algún día en la historia que olvido antes de decir: «bajo en la esquina».
No llevo borradores, pues nunca en mi vida he escrito un cuento.

21 de febrero
Me quedé sin dinero para el pasaje. No reniego, me gusta caminar. Hoy conté cuatro parejas caminando de la mano, dos policías, tres semáforos, cinco teléfonos públicos y un tipo que entregaba volantes. Los teléfonos me dolían, por eso los conté más. Es que venía pensando en qué decirle al llamarla, si es que me atrevía a hacerlo, porque, de puro nerviosismo, sudo hasta las palabras cuando la oigo hablar. Quería decirle que me existe como un líquido que se hace ganglios en mis ojos, que es un mar, que me extraño sí, a ella no porque estoy perdido y no me encuentro; por eso no la llamo.
22 de febrero
Tomé mucho licor antes de marcar su número, no quiero recordarlo. Cuando comencé a soltar  groserías previsibles como «te amo» y «me has cambiado mucho»—, colgó y rompí la botella contra el piso. Estoy ebrio en una cabina de internet. Tengo ganas de cagar, de llorar, de correr, de matar. Este blog nunca será leído y ésa es mi única esperanza.
25 de febrero
El último viernes pedí permiso para usar el baño de unas cabinas por la avenida Independencia. No había papel higiénico, apenas tenía un volante arrugado en el bolsillo. Había una anotación atrás que no recordaba haberle hecho, porque suelo llevar el número de Ale en algún papel que siempre preparo para llamarla, incluso con las cosas que quiero decirle (y que acostumbro romper antes de cometer alguna estupidez). Decía algo más o menos así:
X
Este es el único volante que he marcado. Voy a matarme bebiendo ácido porque siento todas mis vísceras malogradas, ya no las puedo soportar dentro de mí. Tal vez esta sea mi última forma de buscar ayuda. Contáctame, por favor, mi correo es clemente56@hotmail... y la contraseña es: 156posible

Acabo de enviarle un mensaje y no sé por qué no me atrevo a abrir su correo.
27 de febrero
El sujeto del volante no ha respondido y, por más que trato, no logro recordar su rostro (¿alguna vez lo vi?, ¿forma parte de mi bestiario de rostros?). Ahora tengo la bandeja de entrada de su correo abierta. Más allá de los dos mensajes que le envié, todos son mails que él mismo se ha enviado: diez en total, aparentemente su nombre es Clemente Salinas.
Los tres primeros correos tienen fotos (dos de ellos con una mujer), el cuarto tiene la letra de una canción, el quinto es una escueta despedida que dirigió a sus padres, del sexto al décimo se repite uno: el último.
28 de julio
Esta mañana, durante el desayuno, vi la parada militar por televisión, no podía dejar de pensar en aquel soldado desertor que me pidió ayuda en un volante.  Él se quería matar porque, después de violarlo, le hicieron probar el semen de todos sus compañeros.
Ya no me acerco a casa de Ale. Tampoco la llamo. Porque su papá es oficial del Ejército. Dicen que mata perros y, en verdad, le tengo miedo (sobre todo a su rostro que jamás quisiera incluir en mi bestiario íntimo). Evito ver los noticieros porque dicen que la gente sufre, suda, muere… y, si no muere, entonces mata o muerde… también dicen que los perros muerden (y yo sólo quiero acariciarlos).


Sobre el autor: Jordan Martín Jáuregui Meza. El día que deje de encontrar momentos de mi vida en las canciones de Andrés Calamaro, dejaré de escribir… y estaré a salvo de todos ustedes.

* Publicado en el portal LIMA GRIS (clic acá)