2007/11/29

REÍR LLORANDO


Uno de los recuerdos más nítidos que guardo de mi abuela fue la vez en que, al verse rodeada de todos sus nietos, recuperó momentáneamente la lucidez y se animó a recitar su poema favorito: "Reír llorando" del mexicano Juan de Dios Peza. Aquella tarde su elocución me impactó tanto que, ni bien llegué a mi casa, decidí conseguir las rimas para memorizarlas. Cosa que hice con inusual pasión y en muy pocos días.
El texto en mención hablaba de las máscaras que todos utilizamos, de las mentiras que fabricamos para escondernos tras ellas mientras nos sea posible. Y, claro, las mentiras están hechas de palabras. José Saramago, premio Nobel de literatura 1998, afirma que cada palabra es dicha para que no se oiga otra. La palabra no responde ni pregunta: encubre. Lo saben los políticos, los artistas, los científicos y, en general, cualquier ser común y silvestre: el verdulero, la secretaria, el abogado y la periodista.
El poemita que descubrí gracias a mi abuela termina así:
El carnaval del mundo engaña tanto,
que las vidas son breves mascaradas;
aquí aprendemos a reír llorando
y también a llorar con carcajadas.
No fue nada grato corroborarlo. Tardé un poco en comprender que somos parte de un carnaval de embustes, un festival perpetuo de antifaces e imposturas en donde gato pasa por liebre y el camaleón resulta siendo un paradigma estimable. La vida, lentamente, me enseñó que casi nada es transparente y, además, que no todo lo 'bueno' produce el bien ni todo lo 'malo' el mal, sino que suele ser al revés. El infierno, pues, está empedrado de buenas intenciones.
Entendí, por ejemplo, que podemos "reír llorando" el día en que ingresé a la universidad: mi madre lloraba pero, en realidad, reía de felicidad infinita. Y cuando digiero a diario las agudas y estupendas caricaturas de Carlín o Heduardo, lloro, pero con carcajadas. El Perú lastima, oprime el pecho, pero ¿quién no disfruta de la genialidad de estos eximios artistas que transforman nuestra jungla de otorongos en una imagen que grafica y retrata con hondura el alma de las personas que conducen al país?
Las caretas son perversas, tan aviesas que la carroña amañada resulta siendo maná seductor: un policía corrupto como Víctor Ketín Vidal puede parecer durante muchos años un héroe moderno. Y un ciudadano japonés puede no sólo hacerse pasar como peruano sino que, para colmo, convertirse en presidente y en el supuesto salvador de la patria. Aunque también hay otro tipo de gente cuya ruindad rebasa cualquier límite: aquellos para quienes la decencia, la honestidad, la coherencia y la integridad no son más que buenas ficciones. El empeño de este tipo de personas –ha dicho Mario Vargas Llosa– sólo busca demostrar que, como en el tango, el mundo es y será siempre una porquería.
Vladimiro Montesinos, macabro prestidigitador de masas, trató, muy a su manera, de demostrarse a sí mismo –y, sin quererlo, a todos sus compatriotas– que cualquier peruano podía ser sobornado, comprado, corrompido y utilizado por el gobierno a cambio de unos buenos fajos de billetes sobre la mesa. ¿Lo logró? A veces uno piensa que sí. Que estamos fatalmente perdidos en este carnaval del espanto y la patraña. Hace poco, acabamos de descubrir que el honorable Baruch Ivcher (ciudadano israelí supuestamente naturalizado peruano), sigue siendo fervorosamente israelí cuando la chequera lo solicita. Dualidad moral, le dicen: doble cara y doble pasaporte. Fujimori fue el taimado precursor en esta práctica que -si lo vemos con los ojos de Mefisto o, para ser más prácticos, con los de Ivcher- antes que condenar, hay que emular: hoy por hoy, tener dos pasaportes es inteligente. Lo digo sin ánimo de reír ni llorar, pues quizá las dos cosas vienen a ser lo mismo: los malos se confunden tanto con los buenos que, al final, todos vamos a resultar siendo lo mismo. Mi abuela, lamentablemente, se murió creyendo que Fujimori era todo un estadista. Yo, antes de morirme, espero verlo en prisión y, así, resarcir a la Mamá Julia.

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Publicado hoy en el diario El Pueblo (29/11/2007)

2007/11/24

El Perú no sabe de revanchas (*)


El fútbol siempre da revanchas”, reza el refranero popular del deporte rey. Pero, cuando éstas se presentan en bandeja, el Perú nunca sabe aprovecharlas, pues no estamos hechos para ganar ni para darnos el gusto de saldar viejas deudas. Sólo sabemos sacar adelante partidos por azar o gitanería. ¿Es un error de fábrica, genético, o, acaso, el masoquismo es el único deporte que practicamos con un éxito masificador? No lo sé. Nuestro traje deportivo se disfraza de rojiblanco pero, en el fondo, siempre tendrá un tono sombrío: el de la cerviz gacha con un eco que resuena lamentándose. “Es nuestra realidad, el fútbol peruano es mediocre”, para salir del paso y justificar lo injustificable, porque todos sabemos que hasta los mediocres tienen lo que no tuvo el equipo de todos: vergüenza deportiva.
Un Ecuador decadente y vapuleado, que estaba a un paso de recibir el tiro de gracia, resucitó como Lázaro porque se encontró con el rival perfecto, el más chato y accesible, el que todos quieren enfrentar: EL PERÚ. Nuestro seleccionado tuvo en Quito una tarde tan impresentable y bochornosa como lo es ese dirigente caradura que se aferra a la presidencia de una Federación que para encontrar el rumbo lo necesita lejos, lejísimos, en otra galaxia.
Ecuador ratificó, una vez más, su paternidad sobre nuestra selección y la sonrisa cínica de Del Solar luego de los últimos goles del rival me resulta insoportable, o cuando menos amonestable. Sonreír al ver nuestra valla vencida es, en primer lugar, una falta de respeto a él mismo, a su cargo de entrenador, a sus pupilos y, por último, a todos los aficionados peruanos; porque una derrota duele, pero un 5 a 1 mata, aplasta.
La campaña rumbo a Sudáfrica no sólo es fallida y mediocre sino que, a su lado, las de Oblitas, Maturana y Autuori son la gloria, el clímax. No creo que sea apresurado pedir que el Chemo se vaya a su casa. Él eligió quemarse, Burga fue su verdugo (en realidad, fue el verdugo de todos, porque ese equipo sin alma es de todos, por eso esta pena sin fondo).
Sé que Burga no entiende, se aferra a la estupidez recalcitrante y a la necedad maratónica; pero estoy seguro de que Chemo sí tiene dignidad, además todos reconocemos que Del Solar sí es un ganador. Al chaval habrá que decírselo de la manera que más le gusta: ¡Hombre, o te vas o te vas! ¿Vale?

(*) Publicado en el diario El Pueblo
Imagen: Manuel Burga (fuente El Comercio)


2007/11/11

EL DEVENIR ESTÁ EN LAS IDEAS QUE NOS AYUDAN A SALIR DE NUESTRAS JAULAS


Empiezo rescatando una frase que se la adjudican –o se la estoy adjudicando yo– al escritor uruguayo Mario Levrero, quien es uno de los denominados 'raros' de la narrativa latinoamericana:

"No me gustan las ideas,

son como una jaula ".

Creo que a nadie de nosotros le gusta(ría) estar enjaulado literal, intelectual, cultural o ideológicamente… pero, a su vez, no es necesario ser muy agudos para percatarnos de que la sentencia de Levrero es, en sí misma, también una idea –como muchas de las que impelen la mayoría de nuestros actos–; así que, cuidado, no hay que hacer nuestro su disgusto por las ideas, ni tomarlo a pie juntillas, porque podríamos quedarnos aprisionados para siempre, como los inquietos canarios que solía criar mi abuelo en una minúscula jaula enclavada en una de las paredes de su patio. Además, la buena literatura no cierra puertas, más bien, las abre, las construye (a veces sin proponérselo)…

Entiendo que las ideas o experiencias que nos educan –las que valen la pena de ser retransmitidas– son las que encontramos en aquellas lecturas que nos liberan y hacen de nosotros, otros, y en donde todos los otros, pese a su lejanía y excentricidad, caben en nosotros. Todos, como Simone de Beauvoir, somos conscientes de que no se vive más que una sola vida, pero a veces –por simpatía, desdén, amor, espanto, curiosidad, asco, atracción, odio o una mera necesidad vital– es posible salir de la propia piel y adentrarnos en La vida de los otros, como Gerd Wiesler, aquel capitán informante de la República democrática alemana que practicaba el 'chuponeo' para espiar, día a día, la vida de sus compatriotas sin saber que, por azar o destino, su vil oficio lo iba a llevar a una inevitable introspección que, antes que redimirlo, lo iba a ser merecedor de una Sonata para un hombre bueno.

Pensar que una sonata, una película o una novela pueden redimir a los rufianes y corregir a los pobres diablos es, sin duda, pretender darle alguna utilidad al arte. Paul Auster al recibir el premio Príncipe de Asturias se cuestionaba al respecto, y él mismo intentaba proyectar una respuesta: "¿Qué sentido tiene el arte, y en particular el arte de narrar, en lo que llamamos mundo real? Ninguno que se me ocurra; al menos desde el punto de vista práctico. (…) Un libro nunca ha impedido que la bala penetre en el cuerpo de la víctima. Un libro nunca ha evitado que una bomba caiga sobre civiles inocentes en el fragor de una guerra. Hay quien cree que una apreciación entusiasta del arte puede hacernos realmente mejores: más justos, más decentes, más sensibles, más comprensivos. Y quizá sea cierto; en algunos casos, raros y aislados. Pero no olvidemos que Hitler empezó siendo artista. Los tiranos y dictadores leen novelas. Los asesinos leen literatura en la cárcel. ¿Y quién puede decir que no disfrutan de los libros tanto como el que más? ".

Quizá Paul Auster acierta y lo único que nos queda, a los que quisiéramos contradecirlo, es agachar la cabeza y reconocer que la literatura no puede cambiar al mundo y que cada día que pasa el compromiso sartreano se empolva un poco más en la galería de grandes recuerdos del siglo XX. Y es cierto, también, que La Náusea no sirve de nada ante un niño que se muere de hambre; pero me parece que aún sirve para abrir jaulas e invitarnos a agitar las alas, que no es otra cosa que desmontar los moldes más rígidos de nuestro pensamiento para que éste se estire en todas la direcciones como le sea posible.

Ahora, voy a intentar entregarles algo así como un collage de ideas; no mías, por supuesto, sino de otros veneros: voces más autorizadas que la de este desechable escribidor. Ideas que he recogido gracias a esa poderosa y vasta herramienta de intercambio de información en que se ha convertido la bitácora o blog literario. Los blogs, hoy en día, nos están ayudando a salir de nuestras jaulas locales y ser cosmopolitas de una manera simbólica explorando todo (o, al menos, casi todo) lo que pasa en Lima o Trujillo, en Estados Unidos o en Inglaterra, en Madrid o en Barcelona, porque en Internet, por suerte, no hay (todavía) pasaportes, salvoconductos ni mucho menos visas negadas. ¿Qué nos separa hoy, a los escritores arequipeños, de los narradores y poetas de Buenos Aires, La Paz o Bogotá? Un simple clic: eso es todo… o sea, nada. Ojo, que no intento decir que si no apareces en el google no eres nadie, sino que el google y cualquier otro buscador de información son manantiales que nunca terminan de crecer y que por eso mismo, si sabemos empaparnos en ellos, nos pueden llevar a donde queramos.

Y si queremos hablar de el devenir de la literatura peruana entonces debemos resaltar con mayor razón la relevancia y el papel protagónico que tiene en la actualidad Internet en la difusión de la producción literaria local, nacional e internacional. Un portal mexicano de bitácoras literarias llamado Blogueratura lo explica de una manera más didáctica y sencilla: " Una generación se leerá en boceto, antes de la obra". Y el boceto, antes de convertirse en obra, navegará o naufragará en Internet.

Ahora, sería interesante empezar citando a un escritor que es peruano sin haber nacido en nuestro país. Hablo de Mario Bellatín, a quien descubrí gracias a Salón de Belleza, una extraña novela corta que está impregnada de ese deliberado intento de romper las marcas nacionales. Pues, cuando uno se introduce en la historia de ese negocio descubre que, detrás de él, hay galpón que resulta siendo un moridero de portadores del virus del sida (claro que el narrador siempre evita llamar por su nombre a la enfermedad que poco a poco acaba con la vida de los travestis que llegan al Salón de Belleza, pero, como es obvio, uno presume que se trata del Sida y no de una gripe asiática o una Enfermedad Africana, título del libro de Jimmy Britto), y de igual manera uno presupone que la historia está ambientada en Lima, aunque también podría estarlo en México DF, Arequipa o incluso en Santiago de Chile: la narrativa de Bellatín es ubicua, rechaza cualquier frontera, y a la vez las atraviesa todas. Es por eso que, en una entrevista que le realizaron en Argentina, su interlocutor le dice que él es un raro dentro de una tradición como la mexicana que le rinde culto a los caudillos literarios y la identidad nacional. A lo que Bellatín responde:

"Uff, cierto. ¡Y la [tradición] peruana es aun peor...! Yo empecé a escribir en el Perú, que es donde me formé como lector y autor. En el Perú escribes a lo Arguedas o a lo Vargas Llosa. Eres autor urbano, costeño o andino, la pregunta por el ¿qué-viene-a-decir-tu-obra? es inmediata y espontánea. En Perú los lectores y la crítica, el medio en sí, son muy binarios ".

Si queremos entender el devenir de la narrativa actual no podemos ser de ninguna manera binarios, pues caeríamos en el error de Santiago Roncagliolo, quien, luego de alcanzar el Premio Alfaguara de Novela en el año 2006, se ha convertido en uno de los escritores nacionales más mediáticos (La cuarta espada su último libro, ya levantó harto polvo). Él, hace poco, con motivo de la vigésimo quinta edición de la Feria LIBER de Barcelona, en donde el invitado de honor fue el Perú, publicó en el diario El País de Madrid un artículo titulado: "El Perú se está mudando". En ese texto, el autor de Abril rojo va más a allá de una infeliz dicotomía y llega al exabrupto de inventar dos buques insignia que, según él, no dejaron de bombardearse mutuamente: hablamos del duelo entre Mario Vargas Llosa y José María Arguedas. El enfrentamiento entre ambos, concluye Roncaglilo, tuvo un claro ganador. Y uno se pregunta: ¿se habrá dado por enterado el autor de La casa Verde de este combate en donde él resultó siendo el ganador? ¿O es que acaso a Roncagliolo le gusta tanto el pogo que, después de tanto empujón, ha confundido a la literatura con ese peculiar baile y ahora cree que escribir consiste en saltar para que a uno lo vean y chocarse unos contra otros buscando un rival a quien bombardear y superar?

A los pocos días, en el blog del crítico Gustavo Faverón, apareció una respuesta del escritor arequipeño Fernando Rivera Díaz. El título es más que elocuente: "La flota inexistente o las ideologías navales de la literatura". En donde Rivera deja en claro que si bien es cierto que tanto Arguedas como Vargas Llosa son referentes indiscutibles de la narrativa peruana, no se puede de ninguna manera inventar alguna confrontación entre ambos, mucho menos si se ha leído la La Utopía arcaica, ensayo en el que Vargas Llosa hace un minucioso repaso de una relación que él mismo llega a llamar entrañable.

Una visión más sensata –y por ende más certera– acerca de la literatura peruana última nos la alcanza el escritor Iván Thays, quien anuncia que la naturaleza actual de la literatura peruana es la dispersión, por no decir, el saludable caos. ¿Ejemplos? Los encontramos en esta mesa. Febrero Lujuria, señala el sociólogo José Luis Ramos Salinas, es una novela que "nos permite sumergirnos en la ciudad de Lago Grande, que es Puno y no lo es al mismo tiempo". Por su parte, Miguel Ildefonso opina que el Cromosoma Z que posee Jennifer Thorndike le ha valido para escribir un libro de relaciones lésbicas que contiene diez relatos urbanos, tan cercanos y tan actuales que pareciera que podemos tocar a sus personajes. Otro ejemplo lo da Jimmy Britto que cuando habla de Israel no se refiere a ese estado asiático sino a un pueblo joven arequipeño. Y, si me lo permiten, URGENTE: Necesito un retazo de felicidad que no es el título de mi primer libro sino el improbable aviso clasificado que deja estupefacto a su también improbable lector. cuatro autores y cuatro obras que ratifican la visión de Thays: muchas voces, muchos estilos, muchos temas.

La pluralidad imperante nos permite acceder a todas las historias que hay detrás de una fiesta descomunal y excelsa como la de la Virgen de la Candelaria de Puno (donde, paradójicamente, Mefisto parece ser el agasajado); pero la pluralidad también nos hace cómplices del diálogo de dos mujeres que han entablado una relación por Internet y que llegan a conocerse, una de ellas es de México, es por eso que confunde arrocharse con arrecharse, cuando, en realidad, es mejor arrecharse sin necesidad de arrocharse.

La narrativa peruana, en conclusión, tendrá salud y variedad, en la medida que sepamos que nuestro primer compromiso es con nosotros mismos. ¿Por qué escribimos? Pues, porque no hay otra salida, escribir o escribir, no se puede hacer otra cosa: así de simple.

Finalmente, entiendo el devenir de nuestra literatura tal y como también entiendo mi oficio de escritor; es decir, como un proceso o cambio incombustible que, por su propia naturaleza, resulta siempre abierto e inacabado: el devenir es un vaso sin fondo al que por más que le eches toda el agua del mundo nunca terminarás de llenar o acabar. El mejor libro será siempre el que estamos escribiendo, como dice Vargas Llosa, y son nuestros proyectos futuros los que albergan lo que mañana llegará a la imprenta. El devenir no es más que un perenne 't-o-d-a-v-í-a' que, desde luego, no es estático sino dinámico. Esto me hace recordar al periodista marplatense Jorge Lanata, célebre por fumar en televisión mientras entrevista a sus invitados. Él una vez quiso saber si uno de sus entrevistados era homosexual y le formuló la pregunta que para algunos sigue siendo políticamente incorrecta pero, eso sí, utilizando la palabra correcta… Fue la misma pregunta que me hicieron los primeros lectores de Todo comenzó en la universidad, mi primera historia, en donde me valgo de un arequipeño sodomita para burlarme del arequipeñismo menguante. Algunos de ellos, amigos cercanos o compañeros universitarios, sólo eran capaces de preguntarme si lo que escribí era cierto, si acaso me había pasado a mí o a alguien que yo conocía; pero los más curiosos –"la curiosidad tiene, de hecho, una dimensión moral", ha dicho Amos Oz– y arriesgados se me acercaban y, sin mayor preámbulo, disparaban el "¿Eres gay?" Mi respuesta era mala, un no rotundo. En cambio, la respuesta que le dieron a Lanata en esa entrevista televisiva fue insuperable, abierta, decidida pero sin énfasis. ¿Eres gay? "Todavía no". Creo que todos los que nos dedicamos a este inútil oficio de contar historias deberíamos responder de la misma manera. ¿Eres escritor? Todavía no.

Orlando Mazeyra
Arequipa, 29 de octubre de 2007.
(Texto leído en el Primer Festival del Libro AREQUIPA 2007)
http://www.letras.s5.com/omg081107.html

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Imagen: Mario Levrero (fuente www.dissidences.org )

2007/11/08