2006/01/23

Suspiro Surrealista

Publicado en Gambito de Peón
de Ricardo Sumalavia.
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Ayer franqueé ariscos ríos voladores de enardecidas aguas sólidas, y alcancé a auscultar una miríada de cebras violetas con cuernos de unicornio gallego.

En un sendero evanescente, me bramaron un millar de perros sofistas (que, de rato en rato, maullaban como anacondas astrales); y, más luego, me hicieron ceremoniosas venias unos gatos políglotas (que ladraban en silencio como los alacranes marinos del desierto de Atacama).

Arribé, extenuado, a un paraje locuaz en donde olí a nerviosas estatuas de sillar que, movedizas, inhalaban un viento pétreo; y se me aproximaron unos huracanes de olores amargos (y con sabores hirvientes): fui, allí, presa de un kilo de colores transparentes bañados en una oscuridad luminosa que provocó incipientes risas entre almas de hojalata y masas etéreas.

Y, con la ayuda de un tentáculo de alfil londinense, tomé presurosa nota de sucesos inextricables que devendrían en el otoño: Mayorías ricas y minorías pobres, ¡Liberales bermellones y Comunistas anémicos!, ¡Incas que invadirán Madrid y Aztecas que devastarán Barcelona!

Cuando sentí mi propia muerte, un cuervo níveo me masculló entre sollozos turgentes: “La América será para los americanos y no sólo para los de la buhardilla, sólo habrá armas de juguete… y panes de a verdad. Las fronteras serán de cartón y las manos estarán enlazadas...”
Yo, antes de despertar, lamí al cuervo con el ombligo de la oreja de mis caderas, y le dije: “Esto es una patraña, Odiseo: ¡es un suspiro surrealista!”.
© Orlando Mazeyra Guillén, 2006.

2006/01/20

OSWALDO REYNOSO: «El agnosticismo es una reverenda pendejada»

PARTE II





El escarabajo y el hombre: una novela experimental

–Hablando de la novela corta, ¿por qué su novela corta El Escarabajo y el hombre lleva el nombre de “novela experimental”?
El Escarabajo y el hombre es una novela experimental por lo siguiente: Primero, por el tratamiento del lenguaje. En la lengua hay tres formas de expresión: a) popular, b) estándar, c) literaria. En la lengua popular nos emparentamos con la jerga; estándar es la forma, digamos, culta; literaria es cuando utilizamos la lengua para la expresión de la belleza. Uno puede hacer literatura tomando la lengua estándar o tomando la lengua coloquial…
–Se puede mezclar ambas, también –lo interrumpo.
–A eso voy a llegar. La lengua popular o regional es peculiar y tiene un par de características: Primero, su ámbito de comprensión es limitado: las palabras que se emplean en Lima no se emplean en Arequipa, y las palabras que se emplean en Miraflores no se emplean en Huaycán. Y en segundo lugar: son efímeras.
–Pasan de moda.
–Así es. Pero la forma estándar no pasa de moda. La forma estándar es la que en este momento estamos utilizando, es la que yo utilizo cuando doy una clase, es la que utiliza un señor en México cuando escribe un tratado y cualquier hispanohablante lo entiende. La forma literaria, en cambio, busca la belleza. Puedes emplear una de las dos para expresar belleza. Antiguamente se creía que sólo se podía hacer belleza sólo con la forma estándar. Pero ahora la literatura puede hacer belleza con las dos, que es lo que dice Arguedas. El escarabajo y el hombre es experimental porque allí tu encuentras dos formas trabajadas..
–Son capítulos alternos.
–Así es; pero además hay otra cosa: son 3 historias. Una es la que cuenta el alumno al profesor, otra es lo que se habla del escarabajo y finalmente los diálogos de los dos hombres que caminan en la carretera. Durante la lectura ninguna de las tres historias tiene que ver.
–Son independientes.
–Sí, pero cuando tú terminas de leer, la novela estalla.
–Como que convergen –apostillo.
–Los tres convergen: encuentras lo popular, lo estándar y el diálogo. En el proceso de la lectura tú encuentras vínculos que no están dichos. Cuando terminas de leer se te aclara. Es un experimento en lo que se refiere a lenguaje, experimento también en lo que se refiere a bloques narrativos, y, además, experimento en otra cosa: todo lo que dice el alumno a su profesor sucede en la noche, es la sombra de la vida; pero los dos tipos que caminan en la carretera lo hacen a pleno sol.
–Hay contrastes.
–Por todo esto hay un trabajo experimental.
–En la contratapa de esta novela aparecen unas palabras de Beto Ortiz. ¿Qué relación lleva usted con Beto Ortiz?
–Bueno, yo cuando llegué de China, el vino a buscarme para hacerme un reportaje. El trabajaba en canal cinco.
–¿En Panorama?
–Así es. De allí nació mi amistad con él.
–Y le gustó lo que él escribió.
–Sí, él escribe bien.
Cuando el escritor se acomoda a su sociedad no sirve: la literatura es ver a la sociedad con otros ojos
–Si lo obligo a elegir una de todas las obras que ha escrito, ¿cuál elegiría?
–Ninguna. Porque para mí todas las obras de un escritor pertenecen a una sola novela.
–Su novela En octubre no hay milagros es una especie de, digamos, burla de algo tan inveterado, tan arraigado en nuestra sociedad, ¿no le pareció demasiado peligroso?
–Pero la literatura siempre es riesgo. Cuando el escritor se acomoda a su sociedad no sirve. La literatura es ver a la sociedad con otros ojos, ver otro punto de vista…
El agnosticismo: una reverenda pendejada
–Usted, ¿qué religión profesa?
–Ninguna: yo soy ateo.
–¿Y por qué no se da el beneficio de la duda: el agnosticismo?
–No, no, no. Eso del agnosticismo a mí me parece una pendejada… una reverenda pendejada.
–Como decía Engels –le digo–: “El materialista vergonzante”.
–Una reverenda pendejada –me lo repite–: o uno cree o no cree.
–Pero si lo vemos como algo que es inaccesible a nuestro entendimiento, podemos ser agnósticos, porque es algo que no entendemos.
–Yo entiendo que no puede existir –me dice con firmeza y agrega–: Y, además, yo soy un ateo comprobado.
–Benedetti dice: “yo soy ateo, pero creo en un Dios personal: mi conciencia
–Yo creo en la conciencia –me dice, y acota–: pero no como un Dios. Y yo soy un ateo comprobado.
–¿Y por qué me repite eso?
–Yo soy un ateo comprobado porque cuando… –trata de recordar– estaba acá –señala su habitación– y tuve fuertes dolores de estómago y tomé pastillas para el dolor y vino el médico y no ubicaba mi enfermedad. Y yo caí en un estado de inconsciencia y me llevaron moribundo al hospital. En el hospital, al llegar me hicieron unos análisis y me iban a hacer una operación muy riesgosa. Yo me recuerdo en el quirófano y también recuerdo a un cura que me decía que me arrepienta de mis pecados y yo le dije que yo era ateo.
–Este testimonio es bien fuerte.
–Yo le digo al sacerdote –continúa–: “Yo soy ateo”, y él insistió. Yo le dije: “mire, usted señor, usted no tiene ningún derecho de venir a perturbar mi tránsito a la muerte. Usted no tiene ningún derecho: serán sus creencias pero no mías. Así que le pido, por favor, que se retire”. Estaban los médicos y las enfermeras, pero el otro insistió. Entonces le dije: “Oye, conchatumadre, ¡te vas, carajo, o me levanto y te saco a patadas de acá!
–Eso confirma totalmente su ateísmo porque dicen que en el temor de la llegada de la muerte, muchos ateos se convierten, se arrepienten.
–Por eso soy un ateo comprobado. Muchos se arrepienten, pero yo estuve al borde de la muerte y lo mandé a la mierda al cura –y sonríe, como sintiéndose orgulloso.
–Benedetti dice que “la vida es un paréntesis entre dos nadas”. ¿Para usted qué es la vida?
–Nunca me he preocupado en definir la vida, lo único que me interesa es vivirla.
–Pero en base a su experiencia personal, ¿no le puede dar una definición?
–No, ¿para qué?

La soledad, la muerte y Aladino
–Usted es soltero. Pero el tema de la soledad no lo ha expresado en sus obras…
–Yo exploté… No exploté, sino que hablé de la soledad en Los Eunucos Inmortales. Hablo de la soledad. Pero yo no he vivido solo, siempre he estado bien acompañado. Para mí no hay ningún momento de soledad y, al contrario, yo quisiera tener soledad y no puedo.
–Y el tema de la muerte, ¿usted piensa en la muerte?
–Por el momento no pienso en la muerte.
–¿No le teme a la muerte?
–No pienso en la muerte –me lo repite–, no tengo tiempo para pensar en la muerte: estoy muy ocupado en vivir como para pensar en la muerte.
–Y ¿qué me puede decir de su libro En busca de Aladino?
–Te voy a leer la primera parte: Sheherezada inicia el relato del cuento de Aladino y la lámpara maravillosa diciendo que en la antigüedad del tiempo y el pasado de las edades y de los momentos, en una ciudad de China, de cuyo nombre no me acuerdo en este instante, había –pero Alá es más sabio- un hombre que era sastre de oficio y pobre de condición. Y aquel hombre tenía un hijo llamado Aladino, que era un niño mal educado que desde su infancia resultó un palomilla muy enfadoso... ¿Pero cuál es esa ciudad entre las ciudades chinas? Mohamet, un amigo palestino, me informa que, por lo general, las alusiones a ciudades chinas que aparecen en los cuentos árabes se refieren a las de la actual región autónoma uygur* de Xinjiang, en el centro de Asia, Por otra parte, amigos chinos dedicados al folclor me indican que ninguna etnia de China tiene un relato con tema similar al de Aladino, es decir, en cuanto al tópico central de una lámpara dispensadora de maravillas. Sin embargo, es posible, hacen la salvedad, que en la tradición oral o escrita de los uygures se descubra algunos vestigios de tal tema. Pues bien, decido viajar a Xinjiang. Mi objetivo es ubicar esa ciudad entre las ciudades de China. Deseo encontrar a Aladino jugando en plena calle con los muchachos de su barrio, como se dice en el relato. Es preciso advertir, desde ahora, que en esta búsqueda no hay ningún interés de investigación erudita sobre tal tópico literario. Presiento que es la apasionada exploración de una moral de la piel. Y en esta aventura, sólo utilizaré como referencia la atmósfera voluptuosa que emana del cuento de Las mil y una noches y las descripciones sensuales y frutales que se hacen de Aladino. Ojalá que pueda encontrar el ambiente real del cuento que me mostró lo que pudo ser la maravilla de mi adolescencia.
–Usted trata de encontrar el lugar de origen del cuento…
–Buscando a Aladino quiero encontrar el ambiente real del cuento.

La política, la religión y el poder de la literatura

–Usted es de izquierda, pero ¿nunca ha tenido una filiación política?
–Lo que pasa es que la filiación política recorta la libertad del escritor. Porque si tú perteneces a un partido político tienes que seguir una línea política.
–Lo que habla Vargas Llosa de los gregarismos que te quitan la libertad individual…
–Claro, tienes que ponerte al servicio político. No es lo mismo la política que la ideología. Yo soy de izquierda, mi ideología es de izquierda, pero no pertenezco a ningún partido político.
–Dicen que la religión es el opio de los pueblos. ¿Cómo puede hacer el escritor para exterminar este opio?
–Dejando de creer en la religión como yo.
–Pero uno, sólo, puede dejar de creer pero ¿y los demás?
–La gente siempre cree en lo sobrenatural: cuando no se explica lo que se ve, inmediatamente se cree en lo sobrenatural.
–Vargas Llosa en su juventud era sartriano. Creía que la literatura podía cambiar el mundo. Pero ahora ya no cree eso. ¿Usted cree en la literatura puede cambiar el mundo?
–Sí, y la prueba de ello es que los regimenes dictatoriales, cuando llegan al poder, queman los libros.
No hay gran ni pequeño escritor
Mientras, recargo la grabadora, Don Oswaldo me ofrece un trago. Le digo que me gustaría un pisco. Y mientras sirve dos copas, le sigo lanzando preguntas:
–Si usted tuviera que elegir al mejor escritor peruano, ¿a cuál elegiría?
–En estos momentos a ninguno porque estoy tomando pisco.
–Pero todavía no ha bebido ni una gota –le digo, sin esperar un instante.
–Pero voy a tomar pisco. Porque para mí un escritor tiene valor en el momento en que lo leo. Hay veces que tengo deseos de comerme un cebiche y hay veces que no me agrada comer un cebiche, ¿no es cierto? Lo mismo pasa con los escritores. Porque para mí la lectura de un poema o una novela es un placer, y ese placer está en relación directa con lo que a uno le está pasando. De tal manera que para mí no hay ni gran ni pequeño escritor. La literatura cumple una función cuando alguien la lee: hay veces que leo a Proust y me aburre y hay veces que no me aburre.
–Pero si le lanzo nombres, usted puede decir que prefiere a uno de los dos. Por ejemplo, si le digo: ¿Ribeyro o Vargas Llosa?
–Depende del estado en que me encuentre –y, levantando su copa, agrega: ¡salud!
Bayly: un payaso en la vida y en la literatura
–¡Salud! –respondo y sorbo el pisco–. Usted dio una conferencia, hace unas semanas, en el Centro Cultural Peruano Británico y habló, entre otros, de Bayly. Yo creía que a usted le gustaba la literatura de Bayly.
–¡No, no, no! Bayly a mí no me agrada en absoluto. Me parece un payaso, payaso en la vida y en la literatura. Las novelas de Bayly son una farsa… La única novela de Bayly que me agradó ha sido Los últimos días de La Prensa: allí hay cosas muy interesantes. Pero los otros libros no pasan de ser novelitas rosas, ¿cuál es la característica de la novelita rosa? La característica de la novelita rosa, que después la han tomado en la televisión, en las telenovelas, es la siguiente: hay un tipo que tiene “nombre”, dinero, comodidades y se enamora de la florista o de la modistilla, en el siglo XX se enamora de la criada, y en base a ese desencuentro funciona el conflicto, como Natacha.
–Para usted ¿la literatura de Bayly es muy light?
–En las novelas de Bayly siempre hay un personaje rico, con poder, y que tiene amores de clase media. Allí viene el problema: ¡siempre es lo mismo! Él, en ese esquema, ha variado a la modistilla, a la florista y a la empleada con un joven… Pero si tú desnudas la novela resulta que siempre es el mismo esquema: ¡por eso tiene éxito!
–Y es repetitivo, da vueltas en lo mismo…
–Es el mismo esquema de novela: ¡una farsa! Pero yo no considero que las novelas de Bayly sean light. Hay una muy buena literatura light (…) Lo que hace Bayly no es literatura light, es literatura basura.
–O sea que para usted la literatura de Bayly no sirve para nada.
–No, para nada. ¿Tú puedes leer a Bayly tres veces?
–No.
–¿Entonces?

Alberto Fuguet
–Y ¿ha leído algo del escritor chileno Alberto Fuguet?
–Sí.
–¿También le parece asociado a lo de Bayly?
–No.
–¿Es mejor?
–Es mejor, ¡por supuesto! ¡Tinta Roja es superior, por supuesto! Hay otro libro…
–¿Sobredosis?
–No lo recuerdo ahora…
–Pero a ambos los enmarcan en el mismo grupo…
–No. Ya te dije que hay una gran literatura light y Bayly no tiene, tampoco, que hacer nada frente a la gran literatura erótica. Absolutamente nada, es un farsante.
Vargas Losa y el reconocimiento social
–¿Y la literatura erótica de Vargas Llosa?
–¡No! No me gusta, es muy fría.
Elogio de la madrastra, ¿no le gustó?
–Muy fría…
–Y ¿Los cuadernos de don Rigoberto?
–Muy fría también –repite, con desdén.
–¿El tema del Nóbel?
–No –con mayor desgano.
–Es un tema que me parece muy complejo: ¿usted cree que Vargas Llosa merezca el Nóbel de Literatura?
–Para mí el Nóbel de Literatura no tiene ningún significado. Porque en el siglo XX se dieron 100 premios. A esos cien ¿quiénes los leen?
–¿Has leído algo de Echegaray?
–No.
–¿Algo de Jacinto Benavente?
–No.
–Gabriela Mistral ¿te gusta?
–Sí, pero la he leído muy poco… en el colegio.
–(Aplaude) ¿Ya ves? A mí nunca me han gustado los premios…
–Pero si usted es ateo y, en consecuencia, todo se acaba con la muerte; entonces el hombre, que es consciente de todo esto, busca algo que lo inmortalice, que lo haga pasar a la posteridad…
–En primer lugar, eso es una masturbación inútil, porque después de muerto nadie te va a avisar que pasó. ¡Es una masturbación! “Yo imagino...”, “yo no sé que va a pasar...”. Las cosas se deciden aquí, ahora y para siempre. Lo demás es masturbación.
–Pero –insisto– es una forma de defender la vida: el reconocimiento social es una forma simbólica de vencer a la muerte porque Vargas Llosa puede morir o mañana.
–Claro.
–Pero con el reconocimiento ya trascendió…
–Pero él ya sabe, pues...

2006/01/15

El Duque

Tal y como acostumbraba todos los fines de mes, Don Eleuterio –nuestro patrón– juntaba a sus peones, y nos leía alguna historia a la luz de una enorme fogata que, de cuando en cuando, atizábamos con arbustos secos y algunos residuos que a menudo nos dejaba la cosecha.

Los cuentos siempre nos resultaban aburridos; pero, esa noche, desde un inicio, todos quedamos prendados de la historia. La muerte de los Arango, era el título del relato (no podría olvidarlo). Trataba sobre una epidemia de tifus que aniquilaba sin piedad a pueblitos andinos como el nuestro. Recuerdo que ni bien don Eleuterio terminó de leernos la historia, Pancho echó unas lágrimas y, tembloroso, se persignó dos veces mirando al cielo.
Nadie abría la boca. El patrón nos contemplaba en silencio, aunque yo presentía que nos quería decir algo pero como que no se atrevía (o no encontraba las palabras)… Y así permanecimos hasta que la fogata se agotó.

–Ya es tarde –dijo por fin el patrón–. Vayan todos a dormir.

Yo me acerqué a él y casi agachando la cabeza, le pregunté:
–Patrón, ¿eso del tifus es cierto?
–Claro –me dijo y, señalando al Duque, agregó–: así que siempre hay que tener cuidado con los piojos, Teodoro.
Yo lo quería mucho al Duque, lo consideraba el hermano que nunca tuve. Cuando el patrón lo trajo era un cachorrito muy tímido y escurridizo. Me ofrecí a cuidarlo apenas lo vi. Siempre dormía en mi cama y me levantaba temprano lamiéndome la frente. Pero esa noche, después de escuchar a don Eleuterio, no quise dormir con él:
–No vayas a tener tifus –le dije y lo espanté de mi catre lanzándole mis ojotas sobre la cabeza.
El lo comprendió inmediatamente, porque me miró con tristeza y se salió de mi habitación.
***

–¡Teodoro, Teodoro! –me despertó por la mañana Pancho–. ¿Dónde está el Duque?
–No sé –le respondí desperezándome.
–¿Acaso no siempre duerme contigo?
–Ya no –le dije con cierta congoja.
Lo buscamos infructuosamente. Nunca más lo volví a ver… Tampoco volví a ver al patrón, porque el mismo día que desapareció el Duque, don Eleuterio cayó gravemente enfermo.
–¡Yo lo he visto al patrón! –exclamó Pancho, persignándose–. ¡Tiene manchas, manchas como costras en toditita su cara!

–¿Manchas? –pregunté, asustado.
–Sí –me dijo–. Le ha dado tifus. Nos tememos que ir como el Duque.
–¿Adónde iremos?
–Adonde sea –dijo antes de pronosticar una gran calamidad–: ¡si nos quedamos, moriremos!
–¡Cállate! –exclamé–. No va a pasar nada. Te apuesto que el Duque aparecerá pronto… debe andar tonteando por ahí.
Pero lo único que apareció fue esa maldita epidemia. El patrón murió justo a fin de mes. Luego de enterrarlo decidimos quemar el libro de cuentos. Lo buscamos por todo el caserío pero nunca lo encontramos (talvez don Eleuterio ya lo había quemado).
–¿Por qué no me hiciste caso? –me preguntó Pancho, postrado en su catre.
Me puse a llorar y lo abracé desconsolado.
–Al menos el Duque se salvó –me dijo, y se persignó dos veces con los ojos cerrados.

15/I/2006

2006/01/10

OSWALDO REYNOSO: «VARGAS LLOSA MANEJA GRANDES ESTRUCTURAS PERO SU USO DE LA LENGUA ES MUY POBRE»

Parte I
Las líneas que vienen a continuación conforman –dentro su caos y de su estructura sui géneris– la primera parte de la castigada síntesis a la que fue injustamente sometida una larga y amena conversación entre un experimentado escritor (destacado representante de la pródiga generación del 50) y un escribidor que, como se notará en los párrafos ulteriores, en todo instante trató de ocultar sin criterio su vasta ignorancia en temas de índole literaria.



Cartas a un joven poeta
La fría tarde de un sábado del mes de mayo fui al encuentro de Oswaldo Reynoso. Él vive en una pequeña habitación atestada de libros (y de objetos de inconfundible raigambre china), en una casa del distrito de Jesús María. Allí me recibió dándome, desde un inicio, muestras de una inmerecida calidez: «No me digas Doctor, dime Oswaldo nomás». Pero mi admiración y, sobre todo, la plena conciencia de mi carácter de escribidor incipiente (y a la vez insipiente) no me permitieron el siquiera atreverme a tutear a este magnífico escritor:
–Don Oswaldo ¿qué les podría decir a los jóvenes que tienen miedo de emprender este camino de la literatura… de las letras… y no saben si dar o no dar el paso? ¿Cómo puede estar uno seguro de dar ese paso en este mundo tan mediático en donde todo gira alrededor del dinero y cuando sabemos que esta actividad es, como el título del programa de Thays, un “vano oficio”?
–(Sonríe de buena gana) ¿Tú has leído Cartas a un joven…?
Cartas a un joven novelista de Vargas Llosa –lo interrumpo–. Sí, sí he leído ese libro.
–No. Te recomiendo que leas Cartas a un joven poeta de Rainer María Rilke (1).
Entre la poesía y la narrativa
Le cuento que estuve en el jirón Quilca comprando sus libros y le comento, con algo de molestia, que lo único que se encuentra de su producción literaria en Arequipa es una edición pirata de En octubre no hay Milagros. «Yo te hubiera regalado mis libros –me dice–. ¿Tú has leído Los Eunucos…?»
–No –le respondo–, recién lo acabo de comprar. También me he comprado El escarabajo y el hombre… En algunos de sus libros aparece 1931 como el año de su nacimiento, y otros 1932 ¿Cuál es el verdadero año?
–Yo nací en 1931. Tengo 73 años.
–Y su primera obra fue a los treinta años.
–Más o menos…
–Antes, usted había publicado Luzbel, un poemario. ¿Al comienzo usted quiso ser poeta?
–Sí.
–¿Y por qué abandonó la poesía y se metió en la narrativa?
–¡No sé por qué! –responde con fuerza e inseguridad.
–¿Hasta ahora no lo sabe?
–No… Aunque yo, en realidad, siempre he escrito poesía… poesía y narración al mismo tiempo.
–¿Y por qué no ha hecho reimprimir su poemario Luzbel?
–Porque me parece que no es una buena poesía.
–¿Acaso usted todavía era muy joven?
–Pero de todas maneras te repito que yo siempre he escrito poesía y narrativa desde cuando era joven. Pero después dejé la poesía y me dediqué a la narrativa.
Los Inocentes
–Su primera obra narrativa, Los Inocentes, la escribió en pocos meses.
–Más o menos.
–¿Cómo pudo hacer una obra magistral en tan poco tiempo?
–¡No! No se trata de tiempo. La creación literaria tiene varios procesos. El último proceso es la escritura. Pero anteriormente uno va elaborando de acuerdo a sus experiencias, de acuerdo a lo que ve. Así va acumulando una serie de cosas y va buscando la técnica, el tratamiento del lenguaje. Y fundamentalmente en una obra narrativa hay que ver dos aspectos: el trabajo del lenguaje y el trabajo de las macroestructuras. En el trabajo del lenguaje hay que lograr una expresión bella. Eso no quiere decir prosa poética, poética entre comillas.
–Arguedas dice que Los Inocentes muestran una mezcla de la jerga juvenil con la alta poesía.
–Claro.
–Pero no le parece que no se trata de alta poesía sino de una prosa bien tratada, bien elaborada.
–Es que tenemos que entender qué es la poesía: ¡es la expresión de la belleza! Esa expresión de la belleza tú la puedes expresar a través de la palabra, de la música, los colores, a través de las formas. La belleza tú la puedes expresar por diferentes medios. Ése es el concepto que tiene Eielson, por eso cuando publica su primer libro le pone Poesía Escrita porque él también hace poesía pintando.
–Claro, hay diversos medios para crear poesía.
–Y como te decía, la poesía, en términos generales, es la expresión de la belleza y ésta puede expresarse a través de la palabra. Y a través de la palabra lo podemos hacer a través de la narrativa o a través de un poema, por ejemplo.
–¿Usted hace poesía a través de la narrativa?
–Sí, pero la poesía no necesariamente es lo que podríamos llamar «poesía poesía». La poesía se caracteriza porque trabaja la imagen, el ritmo y la musicalidad de la palabra. Entonces la expresión escrita, para ser poesía, necesariamente tiene que trabajar con la imagen y al mismo tiempo la lengua tiene que ser trabajada en ritmos. La narrativa también es la expresión de la belleza, pero ésta se da a través de asuntos, estructuras temporales. En toda narrativa tú encuentras dos elementos: la palabra (y en eso se emparenta con la poesía) y al mismo tiempo se encuentra el empleo de las macroestructuras (el manejo del tiempo, de los personajes, de las situaciones, etcétera).

«VARGAS LLOSA MANEJA GRANDES ESTRUCTURAS PERO SU USO DE LA LENGUA ES MUY POBRE»

El tema de la poesía atrapa a Oswaldo Reynoso: «Hay narradores que dan mayor importancia a la macroestructura. Y, digamos, su lengua es un poco pedestre: ¡no dan importancia a lo bello! Ellos hacen grandes construcciones novelísticas, ése es el caso de Vargas Llosa: él maneja grandes estructuras, pero, si uno examina bien, el uso de la lengua es muy pobre»
–¡Usted me está diciendo que la lengua de Vargas Llosa es pedestre?
–No pedestre –y se detiene un instante–. Digo que a él lo que más le preocupa son las macroestructuras. El lenguaje en Vargas Llosa no es bien trabajado. Cuando uno lee a Vargas Llosa no encuentra imagen, no encuentra una prosa bien trabajada. Y, últimamente, lo que más le interesa en sus novelas, como La fiesta del Chivo y El Paraíso en la otra esquina, es sólo dar información.
–¿Cuál le parece la mejor novela de Vargas Llosa?
La guerra del fin del mundo, y como novela corta Los cachorros.
–¿No le parece muy extensa?
–¡No! A una novela nunca se la juzga por su extensión.
–Pero algunos dicen que las mejores novelas son las que son largas…
–No, nadie ha dicho que la novela es corta o extensa.

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(1) Si deseas -en formato PDF- el libro que recomienda Oswaldo Reynoso (Cartas a un joven poeta), lo puedes descargar en la siguiente dirección: