2009/01/25

CRÓNICA IMPÚDICA DE UN MATRIMONIO


Ayer, sábado, ––y después de años de idas y venidas–– por fin se casó el Leonel. Mientras escribo estas líneas combato la resaca con ayuda de un ‘RIVO’.
Es sorprendente lo que uno puede llegar a conmoverse en este tipo de ceremonias. Al ver a un amigo dar el definitivo (eso, al menos, es lo que uno augura para los que queremos); las sensaciones se entrecruzan: alegría por una novia que llora vivamente y pena ––nostalgia–– por un amigo que nos deja. O digo mejor: que lo dejamos ir… a esa ruta que ahora él recorrerá para siempre de a dos.
Siento que debería decir mucho al respecto, pero la verdad es que no puedo ––no debo–– decir nada porque yo no he pasado por esto. ¿Lo haré? La mayoría de las veces pienso que no, pero en otras ocasiones creo que sí. La vida me está jugando sucio, aunque no descarto que en el fondo el sucio soy yo. El matrimonio es una cosa grande, quiero escapar de este rito, pero quiero estar más cerca de Johanna. Si la vida me da una tregua quizá llegue a casarme. Si Johanna se la sigue jugando por mí, entonces siempre estaremos juntos. ¿Qué más puedo decir? Dame, dame, dame un poco de tu amor, yo a cambio te ofrezco una montaña de horror. Y me viene a la mente la frase del Hermano Fabio. Entender el fracaso como ese mirar atrás y darse cuenta de que uno nunca ha amado. Yo miro atrás y descubro que sí he amado y me han amado. Pero en mi mezquindad infinita sólo fulguran dos personas: mi madre y mi mujer (porque no es necesario un papel para llamarla así). Mi madre y mi mujer. Lo demás es otra historia. Es la historia de mis deudas pendientes. Hay muchas deudas pendientes en mi vida y mi chequera es muy corta. No me alcanza para nada. El amor no se compra, por suerte. El amor no tiene precio. Seguramente eso es lo que más jode (y me jode hasta la enfermedad etérea que arrastro por dentro), me escupo a mí mismo y sigo cayendo: abrí los ojos y estoy vivo, ¡tendré que vérmelas con la resaca! ¿Qué hago? Navego en barcos que se estrellan con mi alma. Vivo atormentado de mis sinsentidos, creo que ésa sí es la parte más pesada. El youtube me trae a Fito y con él navego mientras cae la tarde y va menguando la resaca, él dice “no sé si es Baires o Madrid” y yo respondo: no sé si es sólo una cuestión de actitud.
Voy a mojarme la cabeza con agua helada, ojalá el agua se lleve la ansiedad y la pena. Ojalá Johanna toque la puerta pronto y me eche a andar por otros lados. A Fito le gusta estar al lado del camino, a Benedetti en cambio le gusta algo que me gustaría decirle al Leonel (algo que siempre me dice el Ciego): “No te salves ahora ni nunca, ¡no te salves!”.
Ayer estuve desesperado por abrir la botella de whisky. Hoy estoy desesperado por habérmela terminado. Y quiero llorar, pero río. Me acuerdo de la esposa del Leonel preguntandole al Chino Bellatín: ¿Tú eres la Bertha? Yo no lo escuché, me lo contó Luis Valencia (“la Bruja” Verón), un compañero del cole que creía perdido, pero que ayer recuperé en medio del hielo y la lluvia de alcohol. Entonces otra vez vivir vale la pena.
Lo último: los finales felices son para los estúpidos (y yo soy tan estúpido cuando bebo: "más no te asustes, flaca, siempre se me pasa"): la vida nunca tiene finales felices. Pero sí tiene grandes finales. Que Leonel y su esposa lo tengan. Yo sé que sí.


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