2009/11/06

Mollendo 031109: La senda del perdedor


Uno, me aventuro, es los libros que ha leído, la pintura que ha visto, la música escuchada y olvidada, las calles recorridas. Uno es su niñez, su familia, unos cuantos amigos, algunos amores, bastantes fastidios. Uno es una suma mermada por infinitas restas. Uno está conformado por tiempos, aficiones y credos diferentes. En el momento en que escribo estas páginas puedo dividir mi vida en una fase larga, gustosa y gregaria, y otra, la más reciente, en que la soledad me parece un regalo de los dioses. Ir a fiestas, comidas, tertulias, cafés, bares, restaurantes fue durante largos años un goce cotidiano. El paso al otro extremo se produjo de modo tan gradual que no logro aclarar los distintos movimientos del proceso.
Sergio Pitol, El Arte de la Fuga

El quería ser escritor:
—Voy a aprender todo lo que aquí me pueden enseñar sobre el arte de escribir. Va a ser como desmontar completamente un coche y luego montarlo de nuevo.
—Eso parece mucho trabajo —le dije.
—Voy a hacerlo.
(…)
—¿Todavía quieres ser escritor?
—Claro. ¿Y tú qué?
—También —contesté—, pero es bastante desesperanzador.
—¿Quieres decir que no eres lo suficientemente bueno?
—No, son ellos los que no son suficientemente buenos.
(…)
Y entonces vino Hemingway. ¡Qué subyugante! Sabía cómo escribir una línea. Era puro gozo. Las palabras no eran abstrusas sino cosas que hacían vibrar tu mente. Si las leías y permitías que su hechizo te embargara, podías vivir sin dolor, con esperanza, sin importarte lo que pudiera sucederte.
Pero de vuelta a casa...
—¡apaga las luces! —chillaba mi padre.
Ahora estaba leyendo a los rusos, a Turgueniev y Gorky. Las normas de mi padre incluían que todas las luces habían de apagarse a las 8 de la tarde. El quería dormir para estar fresco y despejado en su trabajo al día siguiente. Su conversación en casa rondaba siempre el tema «del trabajo». Hablaba a mi madre acerca de su «trabajo» desde el momento que cruzaba la puerta por la tarde hasta que se iba a la cama. Estaba decidido a subir en el escalafón.
—¡Muy bien! ¡Ya está bien de malditos libros! ¡Apaga las luces!
Para mí, esos hombres que se habían introducido en mi vida provenientes de la nada, eran mi única oportunidad. Las únicas voces que me hablaban.
—De acuerdo —solía decir yo.
Entonces cogía la lamparita de mi cabecera, reptaba bajo las mantas, metía el almohadón dentro y me leía cada nuevo libro apoyándolo en el almohadón y protegido por el edredón y las mantas. Llegaba a hacer mucho calor, la lámpara ardía y me costaba respirar. Entonces levantaba las mantas para que entrara el aire.
—¿Qué es eso? ¿Estoy viendo una luz? Henry ¿has apagado tu luz?
Rápidamente bajaba de nuevo las mantas y esperaba hasta que oía roncar a mi padre.
Turgueniev era un tipo muy serio, pero podía hacerme reír porque el encontrar una verdad por vez primera puede ser muy divertido. Cuando la verdad de alguien es la misma que la tuya y parece que la está contando sólo para ti... eso es fantástico.
Leía libros por la noche, de ese modo, bajo las mantas y con la sobrecalentada lamparilla. Leer todos esos buenos párrafos mientras te sofocabas... era hechizante. Y mi padre había encontrado un trabajo, y eso era la magia para él.
Charles Bukowski, La senda del perdedor.


1 comment:

Anonymous said...

Olá,
Parabéns pelo Blog....gostaria de convidá-lo a visitar o nosso....minervapop.blogspot.com...e comentar o post sobre René Favaloro e Attaque77...
Valeu!
Anselmo – SP