Triciclo con zapato, un vaso de chicha, un buen reloj,
camisas, chucherías, de todo en las calles, y en montón:
persigna la “primera venta”, las calles están repletas
empuja el triciclo ambulante llamado ¡PERÚ!
Los micros están repletos, la gente se apresta a trabajar:
obreros, empleados, doctor, enfermera, y hasta un capitán,
van mirando sus relojes mientras el microbusero
impulsa estos pistones llamados ¡PERÚ!
(Fragmento de «Triciclo Perú» de Los Mojarras).
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Acerca del Perú, dejó dicho en su momento el maestro Julio Ramón Ribeyro: «somos un pueblo no sólo pobre y jodido y maltratado, sino privado hasta de esos júbilos inmateriales que son los júbilos deportivos: ni pan ni circo (circo sí, pero en el cual nos comen los leones o el gladiador rival nos despedaza). No creo que las victorias deportivas aplaquen el hambre de un pueblo, pero les proporciona una satisfacción cualitativa, interior, que forma parte de los bienes de la vida».
Que esta reflexión de un escritor amante del buen fútbol, nos sirva para recordar que en setiembre del 2010, un mediocre entrenador que, aparte de estar acostumbrado a pelear la baja, hace diez años fracasó rotundamente en la Ciudad Blanca con la generación Sub-17 de Jefferson Farfán y Paolo Guerrero, dijo, sin el menor empacho, que lo peor para nuestro seleccionado Sub-20 no era la falta de partidos internacionales, lo verdaderamente dañino para la rojiblanca era jugar de locales en Arequipa. Según César Gonzáles, más conocido como Chalaca, «jugar en Arequipa es peor que jugar en Chile. Los arequipeños no apoyan a los valores peruanos».
Quisiera, a nombre del aficionado local (y en especial en mi calidad de hincha del F.B.C. Melgar, como buen arequipeño), decirle a él y a todos los obtusos que piensan que la selección peruana es exclusividad de los capitalinos ombliguistas, que, al pie del Misti, los arequipeños atiborramos el estadio Monumental: un lleno de bandera que nos hizo recordar la inauguración de este coloso deportivo, allá por el año 1995, en un choque entre el F.B.C. Melgar y Alianza Lima (más de uno, invadido por la nostalgia, recordará ese intenso partido y, por supuesto, el certero cabezazo de Jorge Luis “el Pato” Tapia que selló el empate 1-1 entre rojinegros y victorianos).
Decía, pues, que colmamos las graderías de nuestro mejor escenario deportivo ansiosos de disfrutar de una victoria de nuestro joven seleccionado para, de una buena vez (y después de mucho tiempo), hacer morder el polvo de la derrota al rival de siempre. Por eso alentamos sin remilgos a once futbolistas que nada tenían de equipo: simplemente una suma (o habría que decir resta) de individualidades con distintas y clamorosas taras: fútbol amarrete en los delanteros, defensas inseguros y unos volantes bisoños que están tan verdes que no parecen comprender que ellos constituyen el necesario tránsito entre la defensa y el ataque (y viceversa).
Chile, por su parte, ya tiene una marca registrada desde que Harold Mayne-Nicholls (la antípoda de Burga) tuvo el acierto de contratar a Marcelo Bielsa (que preparó a este equipo juvenil antes de su arribo a Arequipa, mientras Markarián sólo se ocupa de los mayores, primera gran diferencia). El rival se valió de una elogiosa solidaridad aunada a un juego efectivo y paciente que los puso arriba comenzando el segundo tiempo. Ese equipo modesto, pero comprometido, aprovechó entonces el nerviosismo y la fragilidad defensiva de los ¿locales? para darnos el tiro de gracia. Dos a cero y, claro, Burga no se despeina, la taquilla es su inocultable recompensa, por supuesto. Eso lo aprendió de su mejor maestro: Nicolás Atilio Delfino Puchinelli, quien vendría a ser para el fútbol peruano lo que Agustín Mantilla es para el Apra.
La prensa deportiva limeña, para variar, hizo bien su tarea: nos vendieron un arquerazo (y no a ese manojo de nervios que nunca brindó seguridad) y a una «nueva generación» para empezar el cambio. Humo, señores, sólo humo. Por eso el Perú jamás participó de un mundial Sub-20. No hay vuelta de página, seguimos en lo mismo: nos hemos hecho viejos sumando «nuevas generaciones» y «nuevos procesos». Llevamos 40 años buscando al heredero de Teófilo Cubillas y nos encontramos nada menos que con Reimond Manco. Pero vamos más allá, ¿acaso Claudio Pizarro ha hecho méritos, con la camiseta nacional, para ponerse esa cinta del Capitán de América, Héctor Chumpitaz? No, porque sus récords empiezan y terminan en Alemania. La mecha se apaga ni bien pisa el aeropuerto Jorge Chávez… para dar paso a los caballos y a las apuestas, ¿verdad?
Manuel Burga Seoane (o el «aprendiz de pobre diablo» diría César Hildebrandt) es sinónimo de fracaso, el vergonzoso emblema de un fútbol que da manotazos de ahogado de cuando en cuando… la personificación del pícaro o criollazo que se sirve de los imbéciles (prensa y afición, si me permiten) para amasar dinero, viajar a cuerpo de rey y reelegirse de manera grosera.
Sean hidalgos, señores periodistas capitalinos, y resalten que Arequipa quiso ser generosa con una sarta de borrachines que aprendieron bien la lección de los “mayorcitos”. Estos peloteros cambiaron el lugar, pero no las malas costumbres: esta vez no fue el hotel El Golf de La Molina, sino el El Lago de Sabandía. Francachela y jarana con el visto bueno de Ferrín. ¡Feliz 2011 y a seguir fracasando!
(Hoy, Deporte Total, el bloque deportivo del diario El Comercio de Lima afirma que el “Perú debutó de la peor manera posible: con una derrota ante Chile que lo dejó mal parado y con el mundo (y Arequipa) en contra”.
PARA LA PACHOTADA Y LA BROMITA INNECESARIA SÍ SOMOS PILAS, ¿NO?)
A estas alturas hay que reconocer que Chile empezó a ejercer una paternidad futbolera que, duele cotejarlo, guarda coherencia con la paternidad económica que muestran sus copiosas inversiones y sus flamantes centros comerciales: los chilenos nos pintan la cara, en Lima o Arequipa, y no pasa nada. Duele llenar el estadio, la garganta está rota y las ilusiones aplastadas por botines mapochos. Así no vale… Así no juega Perú… ¿Cuándo rayos nos pondremos si no a competir, aunque sea a tratar de jugar en serio? ¿Alguien les hará entender a nuestros juveniles que el fútbol es una profesión y como tal se debe asumir con responsabilidad, y no como un derrotero que busca la camioneta del año y el coqueteo con la vedette del momento? ¿Saben qué le dice el fútbol chileno a su par peruano? “Tócame, que soy realidad”. Burga, por su parte, muestra la sonrisa cínica de costumbre, pues se sabe intocable: una mentira andante cuyo blindaje se hace más patente con los nuevos fracasos.
Ferrín ya ensaya un lavado de manos: “asumo la responsabilidad en la derrota del domingo”, dijo el entrenador uruguayo antes de sacar el látigo: “pero no soy responsable de los últimos 20 años en los que el Perú no gana nada”. Pilatos no lo hubiera hecho mejor.
Este texto transido de impotencia y desazón, y escrito al calor de una derrota que duele el doble por el rival que tuvimos enfrente, se lo hice llegar al periodista limeño (Cable Mágico Deportes) Alberto Beingolea, quien me dijo: “todos estamos molestos, Orlando, ¿cuáles son tus propuestas?”. Conclusión: la prensa vende humo pero, a falta de ideas, le pide a la afición que proponga algo nuevo (y la actitud es insoportablemente elocuente en el caso de Beingolea, pues él aspira a una curul congresal). ¡Así estamos: ni pan ni circo, como decía el bueno de Ribeyro! Es imposible cambiar si la cabeza está podrida (embriagada de poder) y la prensa obnubilada fabricando nuevas coartadas para hacernos creer que estamos “¡RUMBO A BRASIL 2014!”. Amañar elecciones y comprar votos para eternizarse en el poder es renunciar al cambio (gracias Aníbal Calle, otro arribista amateur). Manuel Gonzáles Prada pedía que los viejos se fueran a la tumba, para que los jóvenes se pongan manos a la obra. La truculenta realidad nos obliga a seguir recurriendo a Cubillas, Chumpitaz y Cachito Ramírez para escapar de estos atroces descalabros deportivos y recordar que algún día fuimos un equipo digno. ¿En qué momento se jodió el fútbol peruano, Zavalita? No importa, pues a Markarián le dicen “el Mago”, ésa es nuestra única esperanza.
Nota final.- La violencia no se justifica, pero Burga provoca al aficionado arequipeño haciéndose presente en el estadio. A los muchachos, a pesar de sus falencias y errores, hay que apoyarlos. No nos queda otra. Además, y esto es lo más importante: no nos podemos bajar, porque ésta no es la combi de fantoches de Barba, Kouri o Bayly, no estamos hablando tampoco del helicóptero que soporta el ego colosal y la prominente barriga de ese fiasco apellidado García Pérez; ni siquiera podemos apelar a las ostentosas camionetas que le “arriendan” a Humala… o del avión presidencial que lleva a Toledo a Punta Sal.
Este es el triciclo (o lo que queda de él): nuestro triciclo maltrecho llamado PERÚ. Sigamos pedaleando y recordemos a José Saramago: La derrota tiene algo positivo: nunca es definitiva. En cambio, la victoria tiene algo negativo: jamás es definitiva.
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