Para alguien que, en más de una oportunidad, ha
participado de una terapia de grupo, ver películas como 28 días resulta algo parecido a estar frente a un pedazo (poco grato, pero
pedazo al fin y al cabo) de su vida. Todavía recuerdo —y este recuerdo todavía genera en mí
sentimientos encontrados— esa noche, hace muchos años, en que desperté y me vi
desparramado en una vereda de la avenida Estados Unidos (años después, vaya paradoja, me resparramaría en el sofá-cama de un amigo atiborrándome con vino y Lexotanes en ese país). Todo daba vueltas a mi
alrededor. Sin embargo, hasta se diría que el bochorno me causó gracia (y más gracia le produjo esta
escena a mi viejo amigo Aldo). Todavía no lo había comprendido. Pues, cuesta
comprenderlo. Cuesta toda una vida. Y duele. Duele.
—Hola, me llamo Cornell. Soy un drogadicto, alcohólico, jugador
mentiroso compulsivo.
—Hola, Cornell.
—Para quienes son nuevos esta noche... sé que éste no es su mejor
año (…) Y luego me decía a mí mismo: «Esta noche no me emborracharé». Y luego
sucedía algo. O no sucedía nada. Y... tenía esa sensación. Y todos saben qué sensación es. Cuando tu piel
está gritando... y tus manos están temblando... y parece que el estómago te va
a saltar por la garganta. Y sabes que si alguien tuviera idea de lo mal que se
siente estar sobrio... no soñaría en pedirte que te mantuvieras así. Diría: «Ay,
caramba, yo no sabía. Toma. Es bueno para ti. Consume esa montaña de cocaína. Toma
un trago. Toma 20 tragos. Lo que sea para sentirte como un ser humano normal...
hazlo y ya». Y, caray, yo lo hice. Bebí
e inhalé cocaína... y bebí e inhalé y bebí e inhalé. E hice eso día tras día y
noche tras noche. Y no me importaban las consecuencias. Porque sabía que no
podían ser ni la mitad de malas que el no hacerlo. ¡Ay, Dios! Y entonces una
noche ocurrió algo. Me desperté. Me desperté en una acera. No tenía idea de dónde
estaba. No podría haber dicho ni en qué ciudad. Me latía la cabeza y tenía la
camisa cubierta de sangre. Y mientras estaba ahí tendido, preguntándome qué iba
a pasar, oí una voz. Y me dijo: «Señor,
ésta no es manera de vivir. Ésta es una manera de morir».
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