2012/11/29

Alberto Fuguet: "el profesor de redacción me empezó a poner malas notas y un día me llamó y me dijo que yo estaba equivocado, que no podía confundir no ficción con ficción"




–¿Tenías esas certezas a los veinte años? 
Alberto Fuguet: No sé si certezas, intuiciones… La única certeza que tuve rápidamente fue que no debía decir cosas que no sintiera. O sea, si llegaba una película de Tarkovsky y todos decían «qué obra maestra» y yo me aburría, tenía que decir «no entendí nada» aunque me despreciaran. Al comienzo, me pasó que escribí dos o tres críticas falsas, porque decía cosas que no pensaba, y después dije: prefiero pasar por tonto que publicar algo que no pienso.
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"Una vez en la escuela de periodismo me obligaron a quemar una chaqueta militar que andaba trayendo, una chaqueta que había sido de mi tío, el de Missing, (novela) que era del ejército gringo, yo creo que ahí me vino como una liberación, un ya, basta". 
–¿Cuándo te pasó eso? 
Alberto Fuguet: Justo después de que Estados Unidos invadió Granada, creo, o en alguna de las tantas invasiones. Eso afectó mucho a la escuela de periodismo, a mí me decían gringo, y yo usaba esta chaqueta del tío mío que se perdió. La usaba porque decía Fuguet y yo encontraba cool que tuviera mi nombre, y quizás me faltó un poco de tino, en medio de una dictadura andar con una chaqueta militar… 
–Ha sido un karma para ti, una crítica que te ha perseguido, esto de ser agringado… 
–Pero yo siempre he dicho que yo no he cambiado, que finalmente ha cambiado el país. En esa época yo estaba súper fuera de onda, pero con los años me he vuelto más normal… Ahí hay una experiencia que tal vez algún día me sirva para un libro. En la escuela de periodismo viví dos dictaduras, la de Pinochet, que en realidad a mí no me afectaba, y la maoísta, que era la de buena parte de mis compañeros de curso. Era gente cartucha, fascista para mi gusto, que te obligaba a escuchar a Silvio Rodríguez porque era lo único válido.
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Esos cuentos, los de Sobredosis , nacieron cuando el profesor de redacción me empezó a poner malas notas y un día me llamó y me dijo que yo estaba equivocado, que no podía confundir no ficción con ficción. Yo mentía, es cierto que mentía, pero a mí nunca me pareció que fuese una mentira flagrante. Por ejemplo, alguien había asaltado un camión. Yo me ponía en el papel del asaltante y sentía nervio y calculaba el tiempo. Y mi profesor me decía: cómo sabes esto. Bueno, le decía yo, lo intuyo. Y ahí fue cuando me dijo que si yo quería pasar su curso tenía que escribir como él quería, que si tenía ganas de usar todos esos recursos de la ficción, que escribiera cuentos en mis ratos libres. Y ahí empecé. Fue Raúl Muñoz, profesor de periodismo informativo a quien le atribuyo haberme cambiado la vida aunque seguro que lo mitifico y que las cosas no ocurrieron de esta manera. El asunto fue que me metí en un taller literario con Poli Délano, por casualidad también, y después empecé a escribir para mis compañeros de curso, mis más amigos eran mi público, y era una manera de reírnos de cierta gente de la escuela. Entonces repartía fotocopia en las clases
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–Alberto, volvamos a las diferencias entre ficción y no ficción. Missing , por ejemplo. 
–Dije que ese libro tenía 95 por ciento de verdad y 5 por ciento de ficción, tal vez no debí haber dicho nada.

– Pero se vendió como novela . 
–Es que es una novela. Volvemos a esto de Soriano: cuando reduces la información, cinco, diez, veinte horas de entrevistas, y lo convierte en una sola conversación, estás novelando. 
–Pero lo de Soriano se presenta como periodismo . 
–Yo siempre he dicho que los cronistas ficcionan, que a veces es necesario ficcionar, porque la realidad se queda corta. Creo que un día los periodistas tendrán que asumir que se miente un poco y que eso no tiene nada de malo. En Missing yo digo: qué te importa que sea 5 por ciento mentira si el 95 por ciento es verdad. En el diario no te avisan nada y capaz que la proporción sea la misma, o que haya más mentira incluso. 
–¿En qué mentiras estás pensando? 
–En lo que uno hace cuando transcribe una entrevista y saca las partes aburridas, o cuando el entrevistado se repite, o cuando pronuncia mal y uno lo deja hablando español neutro, todo eso está aceptado en el periodismo y nadie se espanta porque es una convención, y sin embargo hay otros recursos que no se aceptan, o que provocan más polémica. No lo entiendo, me parece que son puras convenciones porque, si hubiera que transcribir la realidad tal cual es, las entrevistas, las crónicas, no se podrían leer. No me parece poco ético o criminal ayudar a la realidad. Todos lo hacen o al menos se hace cuando uno realmente tiene una verdad buena que merece ser mejorada.



Del libro de Aguilar, Marcela (Editor). Domadores de historias: conversaciones con grandes cronistas de América Latina.

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