2013/03/26

Vargas Llosa según Vargas Llosa

Una entrevista de César Hildebrandt publicada en Caretas hace más  de cuarenta años (1972)

VARGAS LLOSA SEGÚN VARGAS LLOSA
Mira, tengo un borrador terminado (otro magma), sí, un magma que tiene la ventaja sobre  los otros de ser considerablemente más corto (¿cuántos miles de páginas?), no, no, éste no tiene sino trescientas y pico de cuartillas, de tal manera que si ocurre, como ha ocurrido con mis otros libros, que el resultado final sea un recorte bastante grande de ese magma, será una historia bastante corta, para felicidad de muchos. Cada vez me cuesta más trabajo escribir, cada vez me resulta más difícil. Ese primer borrador es el que más trabajo me da, el que me hace sentir más inseguro, el que me produce más angustia, (¿no exageras un poco?), no, no, es muy curioso pero creo que a muchos escritores nos pasa que mientras más escribes no obtienes un mayor dominio del oficio, al contrario, a medida que progresas más en tu trabajo y en tus ambiciones lo que va surgiendo son mayores complejidades y dificultades. Mira, cada libro ha significado respecto del anterior una complejidad creciente (una complejidad proporcional a tu ambición), bueno sí, es posible que sea eso. Yo creo que La Casa Verde es mejor que La Ciudad y los Perros y que Conversación en La Catedral es mejor que La Casa Verde. Conversación en La Catedral me importa más porque es una experiencia más reciente, pero ya me importa menos que Pantaleón y las Visitadoras. Es decir, me siento muchísimo más comprometido con lo que estoy haciendo que con lo que hice. Sin duda que Conversación en La Catedral es mi libro más ambicioso, el que me costó más trabajo. Ahora,  es el libro más logrado, pues eso no lo puedo saber tanto yo sino los lectores o los críticos, (¿cuál es tu sensación frente al lenguaje ahora?), mira es una enorme incertidumbre, una terrible inseguridad, el lenguaje es algo que yo nunca he sentido totalmente sometido, yo envidio a escritores que pueden escribir directamente, sé que por ejemplo Alfredo Bryce puede escribir sus novelas así, eso para mí es totalmente inconcebible , la primera versión de un texto mío es algo realmente impresentable, es un mundo de deficiencias y caos, incluso creo que hasta en un nivel sintáctico, es un poco mi manera de trabajar, desarrollar primero una historia, a galope tendido, para que surja el monstruo. Y la dificultad mayor tiene que ver siempre con el lenguaje, incluso te diría que tiene que ver más con los diálogos que con las descripciones, es cuando yo tengo que hacer hablar a un personaje cuando siento la mayor inseguridad, y es cuando corrijo y rehago más. Y esta novela, Pantaleón y las visitadoras, me cuesta muchísimo trabajo, porque está principalmente centrada sobre las voces de los personajes, es una historia que está más dicha que descrita, hay muchos diálogos plurales, (lasitud, saturación…), bueno, mira, Conversación en La Catedral tiene un lenguaje mucho menos llamativo o espectacular que el de La Casa Verde,  es incluso deliberadamente monocorde, pero eso es bastante premeditado, mi idea era la siguiente: como la historia que cuenta Conversación en La Catedral es esencialmente truculenta, desmesurada, llena de desbordamientos —crímenes, robos, violencia—, entonces, si esa materia tan excesiva era formulada con un lenguaje espectacular, desmelenado, eso hubiera sido totalmente irresistible para un lector, hubiera tenido los vicios de un radioteatro o una telenovela, mi idea era que ya que la historia era explosiva el lenguaje debía cumplir un papel de contrapeso, que debía apaciguar esos excesos y esa violencia, (una opacidad), sí, que fuera antídoto a la desmesura, (aunque hay excesos contados excesivamente, García Márquez), sí, pero él utiliza otros contrapesos, el humor, por ejemplo, que es disolvente, (La increíble y triste historia de la cándida Eréndira y de su abuela desalmada: juego, pirotecnia, ¿tú qué piensas?), mira, yo creo que el problema principal que tiene ese libro es Cien años de soledad, su cercanía con un libro de semejante riqueza, pero yo no creo que esos relatos deban ser confrontados con Cien años de soledad, creo que ellos son como residuos de ese mundo magnífico, una energía sobrante de Macondo, es un libro que no tiene excesiva importancia pero que está hecho con brillantez, con facilidad, con un cierto tono juguetón, (pero hay algo simbólico: los cuentos se trasladan a un aldea costera, anfibia, una especie de búsqueda de García Márquez por abandonar la mediterraneidad de Macondo, por saltar el charco hacia El otoño del patriarca), bueno, yo creo que ese  es su propósito, salir de Macondo y entrar a otro mundo, (tú no has sufrido ese problema, el problema de la historia-lastre, tú has saltado de un mundo a otro con una facilidad irritante), es verdad, bueno, creo por lo menos no tener un tema (una pluralidad de fantasmas envidiable), aunque eso sea algo que podrá juzgarse mejor cuando esté muerto y pueda ser juzgado orgánicamente, pero tengo la impresión que escribo sobre cosas distintas, que no soy escritor de temas recurrentes. Y además lo que me ha pasado es que yo he empezado a escribir una novela cuando le estaba poniendo el punto final a la anterior, así que no tenía tiempo de sentirme aplastado. Sí, en lo que se refiere a mi trabajo sigo bastante disciplinado, bastante ordenado porque es la única manera como puedo escribir (según Bryce, tú te cuadras antes de escribir), sí, García Márquez decía que tocaba una corneta, pero en lo demás no soy nada ordenado, mira, mi mujer me dice todo el día que soy un caos, desordenado, impuntual. (¿El teatro?), me sigue gustando mucho, me gustaría escribir para el teatro, tengo notas, proyectos, pero es difícil, no sé, siempre estoy metido en novelas que me toman años, pero no descarto la idea de escribir para el teatro. (Leímos hace poco un cable), no creas en los cables, (con declaraciones tuyas sobre la situación económica de Cuba, muy bien explotadas por ciertas agencias de prensa), sí, que me han irritado mucho. Mira, te voy a decir exactamente cómo fue: fue un reportaje que apareció en El Nacional de Caracas y en el que yo fui particularmente detallista en explicar por qué me sentía solidario de la revolución cubana, por qué creo que es tan decisiva para América Latina, dije cuánto me había alegrado ahora que el Perú había restablecido relaciones con Cuba, y luego, después de dejar muy en claro mi adhesión a Cuba, indiqué que eso no significaba que no tuviese discrepancias y que consideraba mi obligación expresarlas cuando las sintiese. Bueno, pues ahora resulta que lo único que se publican en lo cables son mis discrepancias con la revolución cubana, eso es muy irritante, (tu posición sobre lo que está pasando en el Perú no ha sufrido variaciones…), no ha cambiado, no, parto de la base de que este proceso significa un progreso considerable, que en muchos campos se han hecho reformas muy profundas que favorecen al país —la reforma agraria, nuestra política internacional, que ahora sí me parece respetable—, ahora, al mismo tiempo, ciertas reticencias que tenía se mantienen porque no ha habido cambios en eso, creo que el régimen tiene una estructura cerradamente militar, que la participación civil es prácticamente nula —es de segundo orden—, que no existe ningún mecanismo de fiscalización popular civil de lo que se hace —de las medidas que aplaudo y de las que me siento solidario— y eso para mí es sumamente preocupante, porque da a todos esos procesos de cambio una precariedad indiscutible. El día de mañana puede haber una revolución en Palacio, de la cual nosotros seamos ignorantes, que cambie unas personas por otras en los puestos de mando del régimen, y todo ese proceso de reformas se puede venir abajo, puesto que no hay una participación popular que lo garantice y active. (¿Miedo a que los temas se agoten?), no, no creo, yo creo que un escritor deja de ser escritor no cuando se le acaba el tema sino cuando resuelve su problema. Insisto en que uno es escritor por infeliz, porque le han pasado ciertas cosas. Yo nunca he sentido esa especie de temor al vacío que sienten algunos escritores. Al contrario, yo siento una especie de nostalgia premonitoria, tengo la sensación de que me voy a morir dejando muchos proyectos de historias que nunca podré escribir, yo creo que aun si no me ocurriese nada más en mi vida y viviera uso 30 años más, tendría material reunido, es decir experiencias suficientes como para seguir escribiendo hasta mi muerte. En todo caso, mi temor es más universal, es de no poder escribir con rigor, con profundidad. Eso sí, pero la posibilidad de encontrarme un día frente a una página en blanco lleno de angustia, eso estoy seguro que no me va  ocurrir jamás. Mi problema es al contrario, que tengo un exceso de temas que quisiera desarrollar, y no sé si voy a tener tiempo para hacerlo. Los problemas con el lenguaje claro que existen, como te decía al principio de la conversación: mis dificultades crecen con cada libro, hay una angustia creciente. No hay nada garantizado, cada libro es una aventura nueva, hay escritores que fueron muy buenos en el primer libro, muy malos en el segundo y pésimos en el tercero, (eso, Mario, me hace recordar a alguien que decía el otro día  que no debería haber primer libro, que debía empezarse por el segundo, ahora la pregunta es: qué pasaba si el segundo era peor que el primero salteado), una de las cosas para mí terribles, tu sabes, es esos escritores que se instalan cómodamente en una especie de puesto alcanzado, que a partir de cierto éxito  se empiezan a repetir, a degustarse, esa es una imagen que me resulta muy penosa. (Como escritor de moda, por lo tanto constantemente allanado por los críticos, me imagino que te habrás preguntado  si las influencias que te han atribuido son ciertas o no, me imagino que después de 10 años de lucha con tantas especulaciones habrás llegado a reconocer definitivamente cinco o seis vertientes de tu obra), bueno, sí, indiscutiblemente, creo que esas vertientes son bastante evidentes. Creo que debo muchísimo a Faulkner, creo que si no hubiera leído a Faulkner no hubiera escrito como he escrito, creo que debo mucho a Sartre, no sé si en el plano de la técnica o del lenguaje narrativo, pero sí en una cierta visión de las cosas, y de algún modo más genérico creo que debo mucho a la novela del siglo XIX. Y hay otros escritores que han influido e influyen en mí, menos constantemente tal vez. Ahora, por ejemplo, estaba leyendo la obra de George Bataille, incluso releí algunos libros que había leído hace muchos años, y para mí fue una verdadera revelación descubrir cómo muchas cosas que he dicho en Historia de un deicidio proceden indiscutiblemente   de Bataille, de su Literatura y el mal, que yo leí con gran entusiasmo hace unos diez o doce años y que creía haber olvidado. Ciertas concepciones, una cierta visión maldita de la vocación literaria, fue descubierta en mí por la lectura de Bataille. Yo no tengo ningún temor a denunciar mis influencias. Lo que pasa es que un autor no es muchas veces consciente de sus influencias, de pronto una novela, un poema leídos distraídamente, se fijan e influyen más que las obras que más nos gustan. En todo caso, estoy mucho más cerca de los novelistas que escribieron el Amadís… o La guerra y la paz, que de los jóvenes experimentalistas y estructuralistas contemporáneos (a pesar de que has contrasueleado  el lenguaje tanto como ellos), sí, pero yo con la idea de, a través de esos contrasuelazos, hacer más claras ciertas personalidades, ciertas acciones. (¿No hay un libro que últimamente te haya impresionado sobremanera?), bueno, sí, he releído Madame Bovary (siempre recurrente), pero ahora lo he leído por razones más interesadas que otras veces, porque va a salir una nueva traducción y entonces voy a escribir un prólogo, y ha sido una experiencia muy hermosa, porque el poder de hechizamiento del libro se mantiene intacto……Yo reconozco que uno de mis defectos es una cierta tendencia hacia la proliferación, a mí podría  ocurrirme empezar a escribir una novela  y ya no terminar nunca más, seguir escribiendo, es una especie de amenaza que siento como posible, no solamente como una broma….Bueno, yo sigo siendo optimista en el sentido de que el socialismo tendrá que avanzar hacia formas menos rígidas, hacia formas democráticas, de tolerancia, y que el triunfo de los oscurantistas y de los dogmáticos será siempre pasajero, pienso que el socialismo marcha porque tiene que marchar hacia estructuras más plurales (hacia una situación óptima en la cual tú seguirías siendo el cuestionador repulsivo para los congeladores del sistema), yo creo que esa sería la función de la literatura, sí, creo que dentro de esa sociedad infinitamente mejor que admitiera  la discrepancia, el rol del escritor sería demostrar a sus lectores, que serían todos, que la realidad siempre está mal hecha, que siempre tiene imperfecciones, que siempre se debe exigir más, que la historia debe marchar hacia esa imposible felicidad general, (a propósito de felicidad, tú pareces  haber sobrevivido a la fama), mira, cuando yo empecé a publicar y ocurrió todo, bueno, me sentí inmensamente halagado, un poco mareado. Y ahora que han pasado como diez años te puedo decir con toda sinceridad que eso que se llama la fama no ha hecho sino crearme dificultades y problemas, es una de las cosas que conspira más contra mi trabajo, ha disminuido inmensamente mi libertad de movimiento. Es increíble cómo afecta eso de ser un personaje más o menos público, y lo peor es que uno no sabe si todo eso que se rechaza, que conscientemente se juzga como una tontería, de una transitoriedad total, uno no sabe si en el fondo es afectado, dañado por la persecución. Yo acabo de tener una especie de polémica, tú sabes, en Caracas. Ángel Rama nos acusó públicamente a los escritores del llamado boom de ser unas vedettes, de buscar ser personajes públicos, y eso fue algo tremendamente doloroso, porque yo creo que el malentendido que convierte en personaje a un escritor, que le da la popularidad de un futbolista o de un cantante, es algo que ni por el más frívolo y superficial autor puede ser deseado, porque eso sólo trae complicaciones, y tú no puedes decir nada que inmediatamente no sea manipulado, distorsionado, y tendrías que pasarte la vida desmintiendo, aclarando. Entonces dices no concedo más un reportaje y apareces como un pedante, un soberano creído, y es una imagen que tampoco quiero dar. Ahora, lo que me consuela es que sé que eso es absolutamente efímero, (la imagen de Vargas Llosa es la de un escritor congénito, alguien que trajo al mundo ese defecto de fábrica, pero imagínate —haz un esfuerzo  descomunal— que la literatura no existiese sobre la faz de la tierra), pues sería un hombre de acción, no un científico, no un hombre de gabinete, sino alguien volcado hacia afuera, si hubiera vivido en el siglo XIX me hubiera gustado tener la vida que tuvo Conrad antes de ser escritor, un aventurero, un explorador, tengo una nostalgia de la que no me he librado nunca, quizá cierta frustración de ese tipo es la que hace que para mí la acción sea tan importante en lo que escribo, tan fundamental, eso es lo que me hubiera gustado ser, sí.
César Hildebrandt, Revista Caretas (1972)

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