2014/02/13

Tallarines verdes con queso




Lo conocí hace muchos años gracias a uno de sus tantos blogs (que, al parecer, germinan con la misma rapidez con que se esfuman). En uno de ellos —quizá su primer blog— él citaba un fragmento de una conversación que alguna vez tuve con el maestro Reynoso.

—¿Por qué quieres ser escritor? —me preguntó Oswaldo en el bar Don Lucho del jirón Quilca de Lima.
—Porque me da la gana —respondí con la altanería que dan los buenos tragos y la candidez juvenil.
—Entonces tienes que escribir mucho, leer el doble y vivir intensamente.
—¿Vivir intensamente? —le pregunté mirando su profusa y encanecida cabellera... La gente canosa siempre me resultó sabia.
—¡Por supuesto! —anotó—. Si no vives con intensidad, entonces sobre qué chucha vas a escribir.
*
Intercambiamos algunos escuetos correos electrónicos.
Meses después, me expresó sus temores, vía Messenger, sobre la casa —que él todavía no conocía pero quería pisar cuanto antes, urgentemente— de un profesor universitario de la que se decía que tenía una cama en la sala. El muchacho pensaba que yo lo conocía muy bien. Es decir, que ese profesor y yo éramos íntimos o algo que se le asemeje. Y no era así. Ese profesor, en realidad, era (es) amigo de mi padre, fueron casi condiscípulos en la facultad de Derecho de la UCSM, allá por los años sesenta.
—Yo era el hippie de Derecho —me confesó Juan Carlos alguna vez—. Y tu padre el anti-hippie.
*
Hace medio año me encontré con él en una cevichería, comimos unos choritos a la chalaca y tomamos una Inca Kola. Luego le pedí que presentara mi último libro. Lo aceptó con algo de temor y ansiedad. También le ofrecí un libro de regalo (aparte del mío). Tenía que escoger entre Putas asesinas de Roberto Bolaño y En octubre no hay milagros de Reynoso. Y escogió el segundo (recordemos que él, hace muchos años, citó en su primer blog el diálogo que yo tuve con Oswaldo sin saber de qué Oswaldo se trataba). Me gustó su elección. Tanto así que le sacamos unas fotocopias a El goce de la piel.
            Me dijo que no tenía plata para pagar las fotocopias. No importaba, el monto no superaba los tres soles, pues es un libro muy breve.
            —No tengo ni siquiera para mi pasaje.
            —¿En serio?
            —Sí, pero me iré a casa leyendo a Reynoso.
            Horas más tarde me agradeció por ese libro. Sus palabras fueron muy emotivas. Meses después yo le retransmití el agradecimiento a quien correspondía: Oswaldo.
            Ahora me escribe unas líneas algo confusas (como su propia vida). Habla de muchas cosas. De todo y, a la vez, de nada. Yo sólo quiero que siga escribiendo. Tiene garra. Creo en él.
            ¿Quién es? Una vez le pedí señas biográficas y me dijo algo que expresaba ese ímpetu juvenil que yo ya no poseo:
            —El día que deje de encontrar momentos de mi vida en las canciones de Andrés Calamaro, dejaré de escribir.
            —Y estarás a salvo de todos —acoté y terminé de armar su biografía hiperbreve.
            Luego ya tendría una más extensa: “Nació en Arequipa en 1992. Actualmente está matriculado en la facultad de Derecho de la UNSA. Ha desempeñado diversos trabajos: mozo, baby-sitter, vendedor de carnes, acomodador de carros, técnico de rocolas, entre otros menos presentables. Su último intento fue la venta (con servicio delivery) de películas piratas. Fracasó, pero ahora intercambia cambia DVDs con sus nuevos amigos. Sigue ansiando emprender un cineclub, sólo le falta un pequeño detalle: el proyector.  Tiene constantes líos de faldas, que nutren muchas de sus ficciones”.
            Ahora me doy la licencia de compartir (sin su autorización) un fragmento de algunos de los relatos que seguramente él ya desechó (pero no debería). La selección es muy arbitraria y el título también es mío [sólo trato de decirle que no está muerto, no estamos muertos].

Orlando Mazeyra Guillén

Washington está muerto

La soledad es una puta horrible a la que uno nunca llamó, te pide pagar por adelantado, y te obliga a tirártela. Estoy tan sucio y vulnerable que me gustaría bañarme en mi propio semen, y estar tan blanco y gelatinoso... hermoso como un helado que se derrite al mediodía; tanto como la lengua de Lucía en mi sexo, recorriéndolo como un Banana Split en proceso de fusión. Estoy harto de las veredas alfombradas con el vello público de la puta calle.

*
Rodrigo Málaga dice:
cada vez escribes peor

Facundo Jiménez dice:
¿y quién chucha dice que quiero escribir mejor?

*
 (…) Los últimos invitados, los más alcoholizados, siguen discutiendo en el salón. No sé cuántas veces ya he sido mozo en un matrimonio, no quiero volver a serlo; pero necesito el dinero. ¿Para qué? A ti qué te importa, el cuento todavía no termina. Sergio es el hermano de la dueña del  buffet, nuestro supervisor esta noche, es lo único que interesa ahora. Demoramos todo lo que podemos en cada ronda, lavamos menos platos de los que deberíamos, y nos robamos todo el alcohol posible, en botellas, en bolsas, en cada descuido de Sergio. El trabajo es simple, pero agotador. Alonso, que lleva tres años en esto, también está con nosotros esta noche.

Me gustaría ser invitado, carajo, estar sentado, comer, huevear; todo, menos bailar. Me ahueva cuando una chica insiste en hacerlo. No me voy a casar, carajo, nunca. Hay que domesticarlas.

¿Domesticar? Ja, ja, ja.
Me ahueva cuando se hacen las estrechas, cuando todas todas quieren. Por eso nunca me hago problemas, nunca estoy mucho tiempo detrás de una. Si cae, cae; sino, no Rodrigo es lo que se llama un pendejo y si joden mucho, les tiras su golpe nomás.
Ya… entiendo… Por eso estás tres años detrás de Carol.
Yo no quiero nada con esa cojuda, me gusta, pero sólo somos amigos. Además ahora estoy con una flaca mejor. Tiramos todos los días, en su sala, en su cuarto, hasta en un locutorio, una vez. Tal vez pueda estar con ella después, total, seguimos siendo amigos y vivimos cerca.
(Rodrigo en verdad está muy enamorado de Carol.)
Chucha…
(Yo estoy más enamorado de Carol que él, lo juro.)
Nos ordenan desarmar las mesas, agrupar las sillas y subirlas al camión que ya espera. Otro grupo ya nos adelantó, los más chiquillos están cargando cajas de platos. Cómo me arrepiento de haber aceptado hacer esto. Estoy pagando cincuenta soles la noche. Tienes que traer un pantalón negro y una camisa blanca. Déjame tu número, tengo un evento este sábado, pero ya llamé a todos los mozos; si hubieras llegado antes, ya te habría puesto a ti. De todas formas, te llamaré para el próximo. Cuando vienen así, por su cuenta, es que quieren el trabajo. Algunos traen sólo a sus amigos y no trabajan bien. No, no tienes qué agradecer. Sí, te llamaré con anticipación, en la tarjeta está mi número y dirección. Hasta luego. Cuídate.
Era un capo, llevaba la bandeja bailando. Hallaba cómo tomar en cada ronda de cócteles, cerveza, o whisky; encima le pagaban más. Así recuerdo a Alonso. Él nos enseñó todo. La primera noche en que mozeamos juntos, llenó dos botellas de tres litros con cerveza, las ocultó y terminamos siendo amigos en un parque, festejando que la señorita Beatriz no notó que su mochila era mucho más grande al final de la noche, que incluso le costaba cargarla. 

¿Aló?
Facundo, soy Beatriz, del Buffet
¡Ah!, Buenas noches, señorita Beatriz.
Hola Facundo. Un chico me ha llamado para cancelar su participación. ¿Estás disponible para este sábado?
¡Sí!
Entonces, el sábado a las dos, en la dirección de la tarjeta te estamos esperando. No olvides el pantalón y la camisa.
Muchas gracias por la oportunidad, será mi primera vez.
No hay de qué. Te espero.

Estoy perdido en José Luis Bustamante y Rivero. Debí pedirle más referencias a la tía. "Por la Estados Unidos…" Sí, cojuda. Dónde mierda quedará su maldita casa-almacén. Este lugar siempre fue una plaza de toros. Vengo a fumar mis náuseas, a caminar y arrepentirme de hacer ésa llamada en cada teléfono público. Pequeños parques infinitos, quisiera pasar la eternidad en sus pastos, verdes de rabia. Aquí todavía vale la pena seguir caminando; pero sólo en círculos, cuando la noche se viste de luces y me clava banderillas en la espalda.
¡Buenas tardes!
Perdón, siento mucho llegar tarde, no encontraba la dirección. Le prometo que no se volverá a repetir.
(Calla, vieja de mierda.)
Deja tu mochila y ayuda a los demás en lo que falta.
Hay dos camiones, cada caja de platos pesa unos veinte kilos, las sillas están dispuestas en grupos de diez. Ambos tenemos diecinueve años. Nunca pensé encontrarlo aquella vez, la primera noche. Llegué y ahí estaba, cargando las cajas, levantando las sillas, acomodando las tablas para las mesas. "¿Oe, qué haces acá!"con una sonrisa amable, irresistible para sus enamoradas, y por lo menos esa vez, para mí también. Hay tres puestos: mozo, barra, y maître (meitri, como dicen). Así que el meitri hace los cálculos; tantos platos, tantos mozos, tantos platos por cada mozo; y cuando termine la fiesta, cada mozo a lavar la misma cantidad de platos. El meitri está enojado con Alonso. Pobres chiquillos, los  nuevos, siempre los dejan lavar al final. La primera vez lavé al final, hijos de puta, me dejaron como ochenta platos. Con  Rodrigo intimidamos a quien sea con tal de ser los primeros en lavar, y dejar todo lo que sea pueda de lado. El meitri huevón, lava los cubiertos.

*

Facundo Jiménez dice:

Tengo miedo de verte,
necesidad de verte,
esperanza de verte,
desazones de verte.
Tengo ganas de hallarte,
preocupación de hallarte,
certidumbre de hallarte,
pobres dudas de hallarte.
Tengo urgencia de oírte,
alegría de oírte,
buena suerte de oírte,
y temores de oírte.
O sea, resumiendo,
estoy jodido
y radiante.
Quizá más lo primero
que lo segundo,
y también
viceversa

 Carol Viviana dice:
¬ ¬
MUERETE JIMÉNEZ
jajajaajajajajajajaja
no me gusta Benedetti

Facundo Jiménez dice:
Carol, te odio intestinalmente

Carol Viviana dice:
jimenez, estas loco
yo también
envídiame

Facundo Jiménez dice:
es tarde, Carol, enemiga
Carol Viviana
no te pierdas

Carol Viviana dice:
es muy tarde
chateamos mucho

Facundo Jiménez dice:
otras noches te esperan

Carol Viviana dice:
si
adios

Facundo Jiménez dice:
aDios, no
a ti
Carol
a ti
*


Tengo un blog porque no puedo pagarme un sicólogo. Mi nombre: Facundo Jimenez Pretto, tengo casi veinte años; mi mejor amigo: Rodrigo Málaga; su flaca: mi amor platónico; mi flaca: una puta, que no sabe que... soy su flaco. Lucía, cuerpo perfecto, no implicada, educada, sexy, sólo turistas y empresarios, francés natural, griego, posturas, atiendo de.... Lucía, española.  En el bolso carga cinco teléfonos celulares y, entre papeles doblados, la razón para seguir en este país. La contacté por la web. Herida de bala (lo sé porque mi viejo tiene una así) en el hombro, pechos duros por los implantes. Tiene una cuenta en Facebook, sus clientes la agregan. Estoy escribiendo un cuento que no sé cómo terminar, por ahora titula Washington está muerto. El darle la contraseña a tu pareja es la nueva expresión neurótica del amor, banalizado en las redes demenciales. En un instante de su vida ha muerto, pero sigue vivo. Muere en su ley. Me gustan los tallarines verdes con queso. Escribo para exorcizar a los orgiásticos demonios que se besan adentro mío, para desenredarles las lenguas y me hablen sin volverme loco. Pienso en la gente dejando comentarios de cumpleaños en las cuentas todavía activas de los difuntos, en el amor y la muerte en tiempos de Facebook. Me suicidé una mañana de enero del dos mil once. Washington es mi reflejo en un espejo cóncavo; y así, en medio del teclado, me posiciono de tal manera que la imagen se forme en una pantalla de papel. Escribir es enfrentarse a uno mismo y, casi siempre, perder. ¿Qué más quieren saber de mí? Escribo para olvidar.

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