Este libro de
Orlando Mazeyra Guillén tiene un parentesco con la película El espejo de Tarkovski: una serie de
escenas y situaciones aparentemente inconexas van armando la memoria de un
hombre conflictuado, el espejo de su memoria quebrada. Pasajes y recuerdos de
padres no siempre modélicos o comprensivos, de amores turbulentos que aún
queman, de familiares y amigos que fallan en el peor momento, del oficio de la
escritura que, al igual que el alcohol, puede ser al mismo tiempo una condena y
una salvación, son como las esquirlas de la imagen esquiva de su autor, pero no
una complaciente o idealizada, sino una despojada de todo adorno y, por lo
mismo, certera. Estos relatos, estampas de una vida en realidad, tienen la
limpieza y la fuerza de un latigazo, y nos muestran las cicatrices de quien lo
ha perdido todo en el combate diario, menos la pureza de la infancia y el poder
liberador de la palabra. El niño de La Arboleda es una botella arrojada
al mar que alcanza, resonando, aquella otra costa hacia la cual fue enviada: la
memoria del lector.
Marco García Falcón
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