2004/12/11

LA PLUMA LIBÉRRIMA

I
«Sin usted la sociedad funcionaría bastante mejor de como funciona ahora. Pero sin usted aquí, emputeciendo, envenenando y recortando la libertad humana, ésta no sería tan apreciada por mí, ni volaría tan alto mi imaginación, ni mis deseos serían tan pujantes, pues todo eso nace como rebeldía contra usted, como la reacción de un ser libre y sensible contra quien es la negación de la sensibilidad y del libre albedrío. De modo que, fíjese, por dónde, a través de qué vericuetos, resulta que, sin usted, yo sería menos libre y sensible, mis deseos más pedestres y mi vida más hueca.»

MARIO VARGAS LLOSA, Los cuadernos de don Rigoberto
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I

Para nadie es un secreto que Mario Vargas Llosa (Arequipa, 1936) es, desde hace un buen rato (y a pesar de muchos estultos), uno de los más preclaros paladines de la libertad: su admirable vocación, su esencia intelectual, sus grandes preocupaciones, sus mayores desencantos, sus más viscerales compromisos, están subordinados a esa palabra vital que, todos nosotros, en algunas ocasiones acariciamos y arropamos denodadamente, y en otras, denostamos y maldecimos con infatigable fervor: la libertad.

Porque si, para la lúcida pluma de Mario Vargas Llosa (MVLL), la vocación literaria “no es un pasatiempo, un juego refinado que se practica en los momentos de ocio. Es, más bien, una dedicación exclusiva y excluyente, una prioridad a la que nada puede anteponerse, una servidumbre libremente elegida que hace sus víctimas (de sus dichosas víctimas) unos esclavos”; entonces debemos inferir que él considera a la libertad como el valor supremo –¡el ente rector de cada uno de los actos!– de todos los seres humanos.
Por lo tanto, para entender la ideología vargasllosiana es necesario rumiar con detenimiento el significado de la ‘libertad’, pues, el individuo MVLL, con sus aciertos y errores, es el fiel reflejo de la libertad en movimiento, de la edificante metamorfosis, del constante e insobornable cotejo entre lo real –actual– y lo ideal.
Para ser realmente libres debemos tener un aprendizaje intelectual de la libertad. Y como decía Nietzsche, aprender nos transforma; entonces el ejercicio pleno de la libertad nos mantendrá, como en el caso de MVLL, en incombustibles transmutaciones de toda índole... ¿Y qué es la libertad? La libertad es una palabra que está irremisiblemente atada a una paradoja: porque es, a la vez, una bendición y una maldición (pero es nuestra mejor garantía); y dentro de esta enrevesada contradicción debemos descubrir su esencia, como trata de hacerlo el librepensador español Fernando Savater cuando afirma: “ser libre implica equivocarse y aun hacerse daño a sí mismo al usar la libertad: si por ser libres jamás puede pasarnos nada malo o desagradable… es que no lo somos.

MVLL –sus más logradas novelas lo demuestran– es un hombre de contradicciones: donde él identifica una contradicción, allí mismo encuentra los gérmenes de una nueva ficción. Revisemos, por ejemplo, su última novela “El paraíso en la otra esquina” (2003): el deseo de escribir una obra sobre la feminista y pionera del socialismo Flora Tristán, nació en su juventud, cuando terminó de leer “Peregrinaciones de una paria” (recordemos que en esos tiempos MVLL era más sartriano que el propio Sartre, y se exaltaba con los nuevos vientos que soplaban en Cuba gracias a esos ‘barbudos’ idealistas que defenestraron al dictador Fulgencio Batista); pero, luego, cuando empezó a indagar sobre la vida del nieto de Flora Tristán, el pintor Paul Gauguin, encontró una historia diametralmente opuesta que le podía servir para expresar, mediante una ficción, sus preocupaciones (y, desde luego, sus posiciones) de carácter político e ideológico. Revisemos, para más referencias la contratapa de su última novela, publicada por editorial Alfaguara el año pasado: “¿DÓNDE SE ENCUENTRA EL PARAISO? ¿En la construcción de una sociedad igualitaria o en la vuelta al mundo primitivo? Dos vidas: la de Flora Tristán, que pone todos sus esfuerzos en la lucha por los derechos de la mujer y de los obreros, y la de Paul Gauguin, el hombre que descubre su pasión por la pintura y abandona su existencia burguesa para viajar a Tahití en busca de un mundo no contaminado por las convenciones. Dos concepciones del sexo: la de Flora, que sólo ve en él un instrumento de dominio masculino, y la de Gauguin, que lo considera una fuerza vital imprescindible puesta al servicio de su creatividad. ¿Qué tienen en común esas dos vidas desligadas y opuestas, aparte del vínculo familiar por ser Flora la abuela materna de Gauguin? Esto es lo que Vargas Llosa pone de relieve en esta novela: el mundo de utopías que fue el siglo XIX. Un nexo de unión entre dos personajes que optan por dos modelos vitales opuestos que develan un deseo común: el de alcanzar un Paraíso donde sea posible la felicidad para los seres humanos.” (Desde luego que si pudiéramos volver a los años sesenta, ese Mario Vargas Llosa joven y con mostacho, nos diría que el paraíso se encuentra en el socialismo. Pero ahora él es un convencido de que el paraíso no existe, y que la mejor manera de caminar hacia el progreso es mediante el liberalismo).
Es importante resaltar ese espíritu contradictorio de Vargas Llosa, porque a así comprenderemos de dónde nace ese desmedido e insaciable amor por la libertad (y, como consecuencia de esto, por el liberalismo): si uno lee sus memorias –El pez en el agua– inmediatamente descubre a su ‘demonio’ mayor.
Si el bardo César Vallejo tuvo el momento más difícil de su existencia en prisión; Mario Vargas Llosa lo tuvo cuando –frisando los diez años– descubrió que su padre no había muerto. Este exaltante hecho es fundamental en su vida: lo echó para siempre del paraíso... Cuando aparece su inefable padre –Ernesto Vargas Maldonado–, el niño Marito siente la presencia del más grande e indoblegable ‘demonio’ que haya podido germinar en su individualidad. La relación conflictiva con su progenitor lo invitará lenta e inevitablemente a gestar su espíritu de contradicción: “Y es probable que sin el desprecio de mi progenitor por la literatura, nunca hubiera perseverado yo de manera tan obstinada en lo que era entonces un juego, pero se iría convirtiendo en algo obsesivo y perentorio: una vocación. Si en esos años no hubiera sufrido tanto a su lado, y no hubiera sentido que aquello era lo que más podía decepcionarlo, probablemente no sería un escritor.”Así se gesta su vena contradictoria, y, así, también, MVLL empieza a considerar a la libertad como el valor más preciado de los seres humanos. Él está convencido de que si no hubiera sido por su padre (y, por supuesto, por sus sinuosos días en el colegio militar Leoncio Prado), nunca hubiera sido consciente de la importancia de la libertad individual. (En esto del ‘demonio paterno’ se parece mucho a Franz Kafka. Ver, para más referencias, la desgarradora “Carta al padre”.)
II
En la primera parte se habló más del artista MVLL que del ciudadano MVLL. Lo hemos hecho para dejar en claro cuál es la más grande preocupación vargasllosiana (y que, como veremos, abarca tanto al artista como al ciudadano). En MVLL es imposible disociar la convicción y la responsabilidad, el pensamiento y la acción. Él es ante todo libre: MVLL es lo que escribe, y él elucubra lo que piensa. Y en ello pone toda su sangre, entrega toda su pasión. Esta plausible coherencia lo ha llevado a la selectiva palestra donde se encuentran los intelectuales comprometidos con su tiempo.
MVLL siempre ha sido consecuente con sus ideas, no ha traicionado nunca a su pensamiento. Lo que pasa es que por diversos motivos muchos no entienden (o no quieren entender) su prédica democrática: “Yo reprocho a quienes creen que la responsabilidad de un intelectual de izquierda consiste en ponerse al servicio incondicional de un partido o un régimen de esta etiqueta, no es que fueran comunistas. Es que lo fueran de una manera indigna de un escritor: sin reelaborar por cuenta propia, cotejándolos con los hechos, las ideas, anatemas, estereotipos o consignas que promocionan; que lo fueran sin imaginación y sin espíritu crítico, abdicando del primer deber del intelectual: ser libre”.

El garrafal error parte de haber encasillado a MVLL en la “izquierda”; decir tajantemente que él era socialista, progresista, sobre todo en los años 60, justamente cuando aparece como una grata realidad literaria (ganando el Premio Biblioteca Breve en 1962 con La ciudad y los perros, y el Premio Rómulo Gallegos en 1967 con La Casa Verde). Cuando se gesta el ‘boom’ de la literatura hispanoamericana MVLL fue partidario de las revoluciones (ver sus novelas Conversación en La Catedral y la quijotesca Historia de Mayta), también celebró la revolución cubana encabezada por Fidel Castro, y fue seguidor incondicional de Sartre (tan así que sus amigos lo apodaban ‘el sartrecillo valiente’), hizo planteos de insurrección a partir de la literatura, etcétera y etcétera. Pero el punto de quiebre lleva el nombre de un desaparecido poeta cubano: Heberto Padilla.

El célebre ‘caso Padilla’ hizo que varios intelectuales –Octavio Paz por citar un ilustre nombre–, desencantados, se alejaran para siempre de la revolución cubana. Padilla fue premio Nacional de Poesía de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba y su ‘delito’ fue ser demasiado crítico con el régimen castrista. Este escándalo desembocó en su encarcelamiento en 1971, año en el que editó ‘Provocaciones’. Además fue obligado a retractarse públicamente de sus opiniones. Fue en ese año que MVLL, decepcionado de la revolución cubana, reevalúa a la democracia (lo que muchos llaman obtusamente ‘derechizarse’, abdicar ante la burguesía), y llega a la conclusión de que, como ya lo dijo una vez el Nobel W. Churchill, era el menos malo de los sistemas políticos inventados por el hombre.
Lo cierto es que MVLL fue siempre un liberal (como afirman jóvenes críticos): no estuvo consciente de ello cuando era un novel escribidor. Moral, éticamente, él se comprometió con el socialismo, pero cuando descubrió que en el socialismo no se respetaba la libertad individual (caso Padilla) y mucho menos los más elementales derechos humanos, se divorció de inmediato de esta ideología.
Su alejamiento del socialismo se robustece cuando advierte que programas capitalistas de simientes liberales comienzan a tener éxito en varios países, sacándolos del subdesarrollo… Descubre, entre otros, a Karl Popper, Hayek, Isaiah Berlin, grandes difusores de la ideología liberal: defensa de la libertad individual y social en lo político y de la iniciativa privada en lo económico.
Así, MVLL, se lanza “Contra viento y Marea” en defensa de la libertad y la democracia: “Defender la opción democrática para América Latina no es excluir ninguna reforma, aun las más radicales, para la solución de nuestros problemas, sino pedir que se hagan a través de Gobiernos nacidos de elecciones y que garanticen un estado de derecho en el que nadie sea discriminado en razón de sus ideas. Esta opción no excluye, por supuesto, que un partido marxista-leninista suba al poder y, por ejemplo, estatice toda la economía. Yo no lo deseo para mi país, porque creo que si el Estado monopoliza la producción, la libertad tarde o temprano se esfuma y nada prueba que esta fórmula -y su alto precio- saque a una sociedad del subdesarrollo. Pero si es éste el modelo por el que votan los peruanos lucharé porque se respete su decisión y porque, dentro del nuevo régimen, la libertad sobreviva”.MVLL nunca fue de izquierdas ni de derechas. El es un inclasificable, una pluma libérrima, rebelde e insaciable que sabe muy que –y parafraseando a Albert Camus– la libertad no está hecha de privilegios, sino que está hecha sobre todo de deberes.

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