2004/12/15

UNA IMAGEN VALE (¿VALÍA?) MÁS QUE MIL PALABRAS

Para empezar, habría que lanzar una interrogante que a muchos les puede parecer fatua: ¿qué es el napalm? Yo no lo sé a ciencia cierta, aunque, en repetidas oportunidades, esa complicada palabra visita mis erráticas lecturas y se cuela en la algún poema de Benedetti, en un artículo de Saramago o, en todo caso –y con mayor persistencia–, en esa tortuosa maraña de páginas web que tienen como cáustico tema central esos estólidos inventos del ser humano que no tienen otro fin que deshumanizarlo a pasos agigantados: las armas químicas y biológicas. (Sí, esas armas que George W. Bush no encontró en Irak, pero que le sirvieron como impresentable coartada para devastar y someter a un, ahora, ruinoso y caótico territorio que, otrora, albergó a las más imponentes civilizaciones asiáticas, como lo fueron la babilonia y la asiria.)

Pero, retomemos la pregunta inicial: ¿qué es el napalm?
Si, primero, reviso el diccionario de la R.A.E. encuentro una definición que me parece infelizmente fría (y, ojo, no estoy ironizando): “Sustancia inflamable, a base de gasolina en estado de gel, usada en lanzallamas y en bombas incendiarias.”

Después de esto, mi creciente descontento me lleva a explorar alguna que otra página de Internet; y, con estas pesquisas simplonas, me voy acercando un poco más a lo que estoy buscando. “Napalm: Gasolina pegajosa, que simboliza el horror y los crímenes. El napalm arde a unos ¡3000 grados centígrados!; se pega en la piel y puede quemar hasta el hueso”.
Suficiente: ya sé que el napalm me puede volatilizar en instantes y, desde luego, no deseo experimentar sus efectos. Ahora sólo quiero saber por qué simboliza el horror y los crímenes; y para disipar esta duda no tengo que hacer el mínimo esfuerzo pues la Superpotencia, arrogante y fiel a su costumbre, se presenta sola: “Estados Unidos descargó siete millones de bombas sobre Vietnam, Camboya y Laos –EL TRIPLE DE LA SEGUNDA GUERRA MUNDIAL–: armas químicas como el napalm, bombas incendiarias de fósforo blanco, ‘Agent Orange’, y gas lacrimógeno y neurotóxico”.
En la absurdamente desigual guerra de Vietnam, Estados Unidos puso de moda el napalm. Pero a pesar de su mefistofélica bestialidad no ganó la guerra, porque –como bien sabemos– en la guerra no hay ganadores: en la guerra perdemos todos... Y, también, en la guerra (como en todo, o casi todo) una imagen vale (¿valía?) más que mil palabras; tal como lo demostró Nick Ut, un fotógrafo de la agencia noticiosa AP que tomó la célebre foto de la niña vietnamita Kim Phuc (quien, junto a otros párvulos, corría desnuda-espantada-enloquecida-atribulada con quemaduras de napalm). El autor de la foto, recuerda: "Había napalm en todos lados y saqué muchísimas fotos de ataques con napalm. Ese día, saqué una foto de un niño que murió frente a la cámara. Minutos después saqué la foto de Kim Phuc".





Aquella niña de tan sólo nueve abriles le ganó la guerra a la abyección humana (que la estragó, pero que no pudo matarla): estuvo en estado de coma durante muchos días, deambuló por hospitales vietnamitas de campaña; después estuvo en una clínica germana, y, posteriormente, fueron unos médicos cubanos los que lograron, milagrosamente, ponerla en pie. Estudió la Universidad de La Habana; hoy es una mujer comprometida con su tierra y es Embajadora de Buena Voluntad por la Cultura de la Paz.
La aparición de la estremecedora foto en pleno conflicto bélico, fulminó a la opinión pública internacional y la acercó –lo más que pudo– al holocausto que desangraba al pueblo vietnamita. No cabe duda de que la imagen obtenida por Nick Ut pasará a la posteridad y servirá para documentar en el futuro (en el supuesto de que nuestra civilización tenga un futuro), los más execrables atributos de la condición humana. Pero, a la vez, esa atroz postal bélica nos servirá para cotejar la alarmante pérdida de sensibilidad del ser humano: cada vez, nos volvemos más insensibles, la televisión crea una barrera infranqueable que adormece, minimiza e extingue nuestra capacidad de conmiseración... Tal vez en Irak hubieron (hay, habrán) instantáneas peores que la de aquella niña (que hoy en su madurez sigue curándose las viejas heridas del napalm); lo que pasa es que esas imágenes, vía TV, ya no nos estremecen, ya no nos chocan, pues nos parecen parte de la rutina diaria, un condimento más del recargado menú televisivo. El argentino Ernesto Sábato afirma que: “Lo paradójico es que a través de esa pantalla [Televisión, computadora] parecemos estar conectados con el mundo entero, cuando en verdad nos arranca la posibilidad de convivir humanamente, y lo que es tan grave como esto, nos predispone a la abulia”.
Hay una vieja frase sacada de un personaje de Shakespeare: “Soy humano y, por lo tanto, nada de lo humano me es ajeno”. ¿Pero seguimos siendo humanos? ¿En qué nos hemos convertido? Nuestra indiferencia parece excomulgar nuestra condición humana y nos da, de paso, un oscuro hálito que nos pone más cerca del monstruo que del ser humano. Y como dijo Simone de Beauvoir: “nadie es monstruo si lo somos todos”. ¿Estoy exagerando? No lo creo. Antes, cuando todavía la humanidad portaba los últimos resquicios de sensibilidad y conmiseración, una imagen valía más que mil palabras; hoy una imagen vale menos que mil palabras: poco menos que nada. Somos unos monstruos.
Bah, qué importa saber qué es el napalm. Podemos hacer un sesudo tratado sobre los efectos de esta sustancia inflamable (con la valiosa colaboración de la propia Kim Phuc), pero eso sólo servirá para darle más alas a la imbecilidad humana... Sí, está más que claro: nos podemos documentar, devorar textos sobre el napalm, ojear y re-ojear la fatídica foto; pero la respuesta a la mórbida pregunta –¿qué habrá sentido, en ese mismo instante, esa niña vietnamita?–, siempre permanecerá lejana e inasible.
Y creo que a Kim Phuc le importa nada que tratemos de ponernos en su pellejo. Porque, en realidad, esa instantánea forma parte de larga lista de fotos que le dan forma al más genuino de los mensajes: mientras alguien encarne la resistencia, siempre habrán nuevos horizontes para la humanidad. Esa niña vietnamita cocida por el napalm, encarnó (y sigue encarnando) la resistencia: ¡podrán estragarla pero no matarla!
Para muchos, hoy, en Irak, hay una resistencia nacional contra la ocupación extranjera. Sólo alguien tan obtuso como G. W. Bush podría intentar tapar el sol con un dedo: Irak es un interminable caos, imágenes de esto hay muchas y por doquier; pero, como ya dijimos, en estos tiempos una imagen vale menos que estas mil palabras.

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