El por demás dilatado debate -¿literario?- entre ‘andinos’ y ‘costeños’ se ha convertido en un adefesio que, para pesar de propios y ajenos, no tiene pies ni cabeza.
¿Dónde quedaron las ideas atendibles y los argumentos sólidos? ¿Nos permiten acaso, tanto los unos como los otros, el siquiera intentar asimilar y valorar las dos o más -que de hecho hay más- opiniones en conflicto? No, de ninguna manera: la lucidez, el decoro y el más elemental sentido común han sido, en la mayoría de los casos, canjeados por una ramplonería y un despropósito dignos de la peor sentina.
¿Tendremos que agachar la cabeza y, con vergüenza ajena, seguir resignándonos a que por culpa de taxonomías, tan anticuadas como arbitrarias, se recurra al golpe bajo o a la gastada invectiva que sólo buscan hundir al que se considera ‘adversario’? Por favor, dejemos de lado los sofismas y abramos los ojos a una literatura sin etiquetas, donde la saludable coexistencia impere, y donde todos seamos realmente peruanos; es decir, en donde todos estemos dispuestos a enriquecer lo que ya somos (andinos, costeños, etcétera) con lo que no somos (andinos, costeños, etcétera).
Estoy convencido de que la protección, el enriquecimiento, la difusión (y la exaltación, si se me permite) de la literatura ‘rural’ o ‘andina’ no debe pasar, en ningún caso ni bajo ninguna circunstancia, por la animadversión contra la literatura ‘urbana’ o ‘costeña’.
¿Se me podrá acusar de paladín de los ‘costeños’ por afirmar que mis particulares y genuinas preferencias de lector me indican que Vargas Llosa está muy por encima del gran Arguedas? En todo caso, ¿cuál de las dos trincheras debe arropar a Vargas Llosa sabiendo que, siendo serrano de nacimiento, ha elucubrado historias que se desarrollan en costa, sierra y selva? Menudo problema para aquéllos que quieren partir al país en dos.
A mí, como lector, sólo me queda agregar una sola cosa: cuando uno se somete a la lectura de una ficción no le interesa -no debiera interesarle- si el autor de la misma es costeño o serrano (mucho menos si es fascista, nazi, neoliberal o marxista). Lo realmente importante es que, con su talento para contar historias, el autor persuada, atrape al lector, y lo haga de tal manera que el libro no se le caiga de las manos. Lo demás está de más. Como también están de más esos atroces mecanismos de satanización que utilizan algunos para reducir, y a veces censurar abiertamente, al que consideran rival; porque señalar que fulano es marxista para ningunearlo es tan hilarante como sentenciar que la últimas obras de mengano no sirven porque ahora es neoliberal. Ahora, sólo falta que en el colmo del delirio algún despistado me acuse de “marxista rabioso” por afirmar que leo y releo, con indecible fruición, toda la obra de Oswaldo Reynoso. Pero, mejor me anticipo y lo cito textualmente: “no me jodan, ¡carajo! ”.
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