Por Bladimiro Centeno Herrera*
La narrativa peruana se encuentra en una permanente exploración temática, estilística y textual. El desencanto, la introspección dolorosa y la búsqueda de nuevas formas de expresividad descarnada son los rasgos que caracterizan el cuento moderno.
La narrativa provinciana, a pesar de los prejuicios con los cuales se estiman sus logros, profundiza este signo espiritual que identifica a las nuevas generaciones de escritores e intelectuales. En algunos casos produce una vuelta de tuerca a esta visión del mundo que ha perdido la razón de su condición humana.
Orlando Mazeyra Guillén (Arequipa, 1980) profundiza esta perspectiva estética y nos presenta un mundo en el cual los personajes están condenados a una irremediable frustración y vacío. El pesimismo y la pérdida del sentido de la vida estallan ante el menor intento por dar forma a sus destinos.
El libro La prosperidad reclusa (Cascahuesos, 2009) está constituido por veintitrés cuentos breves forjados con el mismo propósito de indagar la condición humana en un contexto de la crisis universal.
Impulsa los cuentos el mismo espíritu desgarrado por el absurdo de la vida. Vacíos es el cuento más breve, de tono poético, en el cual el personaje, adicto a los fármacos, trata de escapar de su locura. La dulce espera nos presenta a la hija de una prostituta latinoamericana embarcada a la eterna espera de que su madre se libere de su destino oprobioso en Europa. En Tras la puerta, un esquizofrénico, convertido en una especie de conejillo de indias, contempla cómo los tratamientos psicológicos mejor intencionados terminan degradando su condición humana, porque la raíz de su locura no está en su ser sino en el mundo externo.
La incertidumbre es otro matiz que reviste el universo narrativo de Mazeyra. En Ganas de ti, Matías, un adolescente en pleno proceso de aprendizaje amatorio, descubre la faceta homosexual de su mentor. En La prosperidad reclusa (título homónimo del libro), un recluso por burrier establece una relación muy singular con Nepomuceno, otro recluso que, en su aparente impasibilidad, revela haber jugado en el pasado con los brazos del infierno.
La idea de la muerte intensifica el tono sombrío del libro. En El faquir y la equilibrista, el recepcionista de un hotel termina sirviendo como modelo a una artista plástica, quien, ante su creciente insistencia amorosa, le revela una verdad que lo obliga a construir una cama de clavos con el fin de ahuyentar la muerte que ronda a la artista.
En Cuando ya no tengas secretos, un estudiante universitario que satisfacía sus obsesiones sexuales hurtando el cuaderno de sus compañeras de estudio, termina (en una de las visitas a una casa de citas) descubriendo el otro secreto desgarrador que practicaba una de sus compañeras de estudio y terminan ligados por las mismas impurezas del mundo.
Las tribulaciones son permanentes en los personajes. En La entrevista, un indeciso buscador de trabajos, aguarda en la sala de espera la entrevista de su vida con Dios, pero (por la misma razón de su indecisión) termina expulsado de la sala hacia la vida real. En Patada al tablero, el sueño imposible de una vida lésbica termina desintegrando la personalidad de la autora de una improbable carta, en la cual se pone de manifiesto un mosaico de espejismos y frustraciones.
Los impulsos incestuosos forman parte de los vacíos vitales en el libro. En Colección de Souvenirs, dos hermanos, unidos por un accidente en el cual ella queda semiparalítica y él con dificultades mentales, terminan envejeciendo juntos en la misma casa paterna, con deseos incestuosos que el hermano apenas logra sublimarlos en una colección de perchas robadas. En ¿Y si tu voz me hiciera falta?, Orlando, enamorado de su prima Lucero, la más bella del barrio, sufre una locura interminable a raíz de la muerte de ella como producto de una violación y consume diversas drogas para reducir su locura que paradójicamente termina intensificando su terror ante vida.
Confesiones desde el infierno parece cumplir la noción de que el sexo prohibido conduce a la locura. En este texto, una monja privada de todas las experiencias amatorias en el Convento de Santa Catalina pone de manifiesto sus desvaríos sexuales ante la imposibilidad de una vida sexual más espontánea.
La frustración de la escritura narrativa no queda al margen. En Esperanza capital, un personaje homónimo al autor, después de varias frustraciones como escritor y lidiar contra las vanidades humanas, termina profesando la religión evangélica. En Pánico en La Punta, un aprendiz de escritor trata de suprimir su pánico al fracaso mediante las drogas que no hacen más que intensificar su incertidumbre.
Y el único modo de procesar estas frustraciones es a través del juego con los fantasmas que intervienen en los cuentos Autorretrato de una ilusión y El crepúsculo nunca viene solo.
La mujer como personaje fundamental aparece en La felicidad está en algún lugar del mundo que se llama Micaela. En él, ella es una fanática de las películas de Almodóvar que, tras su crisis existencial, acompaña a un camionero hasta la capital del Perú, donde termina igual sin objetivos ni perspectivas de vida.
Completan el libro varios cuentos que presentan mundos frustrantes para el mismo lector. Un aprendiz de escritor que imagina una pederastia como una forma de luchar contras las fuerzas del tánato se presenta en “Trayectos”. En “Un café en el Capriccio”, otro escritor trata de acceder al verdadero amor de su pretendida mientras mantiene el absurdo vinculo amatorio con la madre de ella.
Concluye el libro con dos cuentos en los cuales los personajes están condenados a la perplejidad. En Humor de sentido –anticuento–, un ex jugador trata de reconstruir un vida dentro de un perfil familiar que no tiene otro sentido que un humor negro. En Confesiones de plaza, un parroquiano de las casas de cita se enamora de una prostituta, convive con ella con todas licencias que le permite el caso, hasta que ella pretende procrear un hijo conduciendo al hombre a una visión perpleja de la vida.
Este es el universo narrativo que nos presenta Orlando Mazeyra, éste el absurdo que experimentan los personajes, este el espíritu pesimista con el cual visiona la vida el escritor arequipeño, como una forma de apertura a otras zonas oscuras de la condición humana.
La narrativa provinciana, a pesar de los prejuicios con los cuales se estiman sus logros, profundiza este signo espiritual que identifica a las nuevas generaciones de escritores e intelectuales. En algunos casos produce una vuelta de tuerca a esta visión del mundo que ha perdido la razón de su condición humana.
Orlando Mazeyra Guillén (Arequipa, 1980) profundiza esta perspectiva estética y nos presenta un mundo en el cual los personajes están condenados a una irremediable frustración y vacío. El pesimismo y la pérdida del sentido de la vida estallan ante el menor intento por dar forma a sus destinos.
El libro La prosperidad reclusa (Cascahuesos, 2009) está constituido por veintitrés cuentos breves forjados con el mismo propósito de indagar la condición humana en un contexto de la crisis universal.
Impulsa los cuentos el mismo espíritu desgarrado por el absurdo de la vida. Vacíos es el cuento más breve, de tono poético, en el cual el personaje, adicto a los fármacos, trata de escapar de su locura. La dulce espera nos presenta a la hija de una prostituta latinoamericana embarcada a la eterna espera de que su madre se libere de su destino oprobioso en Europa. En Tras la puerta, un esquizofrénico, convertido en una especie de conejillo de indias, contempla cómo los tratamientos psicológicos mejor intencionados terminan degradando su condición humana, porque la raíz de su locura no está en su ser sino en el mundo externo.
La incertidumbre es otro matiz que reviste el universo narrativo de Mazeyra. En Ganas de ti, Matías, un adolescente en pleno proceso de aprendizaje amatorio, descubre la faceta homosexual de su mentor. En La prosperidad reclusa (título homónimo del libro), un recluso por burrier establece una relación muy singular con Nepomuceno, otro recluso que, en su aparente impasibilidad, revela haber jugado en el pasado con los brazos del infierno.
La idea de la muerte intensifica el tono sombrío del libro. En El faquir y la equilibrista, el recepcionista de un hotel termina sirviendo como modelo a una artista plástica, quien, ante su creciente insistencia amorosa, le revela una verdad que lo obliga a construir una cama de clavos con el fin de ahuyentar la muerte que ronda a la artista.
En Cuando ya no tengas secretos, un estudiante universitario que satisfacía sus obsesiones sexuales hurtando el cuaderno de sus compañeras de estudio, termina (en una de las visitas a una casa de citas) descubriendo el otro secreto desgarrador que practicaba una de sus compañeras de estudio y terminan ligados por las mismas impurezas del mundo.
Las tribulaciones son permanentes en los personajes. En La entrevista, un indeciso buscador de trabajos, aguarda en la sala de espera la entrevista de su vida con Dios, pero (por la misma razón de su indecisión) termina expulsado de la sala hacia la vida real. En Patada al tablero, el sueño imposible de una vida lésbica termina desintegrando la personalidad de la autora de una improbable carta, en la cual se pone de manifiesto un mosaico de espejismos y frustraciones.
Los impulsos incestuosos forman parte de los vacíos vitales en el libro. En Colección de Souvenirs, dos hermanos, unidos por un accidente en el cual ella queda semiparalítica y él con dificultades mentales, terminan envejeciendo juntos en la misma casa paterna, con deseos incestuosos que el hermano apenas logra sublimarlos en una colección de perchas robadas. En ¿Y si tu voz me hiciera falta?, Orlando, enamorado de su prima Lucero, la más bella del barrio, sufre una locura interminable a raíz de la muerte de ella como producto de una violación y consume diversas drogas para reducir su locura que paradójicamente termina intensificando su terror ante vida.
Confesiones desde el infierno parece cumplir la noción de que el sexo prohibido conduce a la locura. En este texto, una monja privada de todas las experiencias amatorias en el Convento de Santa Catalina pone de manifiesto sus desvaríos sexuales ante la imposibilidad de una vida sexual más espontánea.
La frustración de la escritura narrativa no queda al margen. En Esperanza capital, un personaje homónimo al autor, después de varias frustraciones como escritor y lidiar contra las vanidades humanas, termina profesando la religión evangélica. En Pánico en La Punta, un aprendiz de escritor trata de suprimir su pánico al fracaso mediante las drogas que no hacen más que intensificar su incertidumbre.
Y el único modo de procesar estas frustraciones es a través del juego con los fantasmas que intervienen en los cuentos Autorretrato de una ilusión y El crepúsculo nunca viene solo.
La mujer como personaje fundamental aparece en La felicidad está en algún lugar del mundo que se llama Micaela. En él, ella es una fanática de las películas de Almodóvar que, tras su crisis existencial, acompaña a un camionero hasta la capital del Perú, donde termina igual sin objetivos ni perspectivas de vida.
Completan el libro varios cuentos que presentan mundos frustrantes para el mismo lector. Un aprendiz de escritor que imagina una pederastia como una forma de luchar contras las fuerzas del tánato se presenta en “Trayectos”. En “Un café en el Capriccio”, otro escritor trata de acceder al verdadero amor de su pretendida mientras mantiene el absurdo vinculo amatorio con la madre de ella.
Concluye el libro con dos cuentos en los cuales los personajes están condenados a la perplejidad. En Humor de sentido –anticuento–, un ex jugador trata de reconstruir un vida dentro de un perfil familiar que no tiene otro sentido que un humor negro. En Confesiones de plaza, un parroquiano de las casas de cita se enamora de una prostituta, convive con ella con todas licencias que le permite el caso, hasta que ella pretende procrear un hijo conduciendo al hombre a una visión perpleja de la vida.
Este es el universo narrativo que nos presenta Orlando Mazeyra, éste el absurdo que experimentan los personajes, este el espíritu pesimista con el cual visiona la vida el escritor arequipeño, como una forma de apertura a otras zonas oscuras de la condición humana.
* Bladimiro Centeno Herrera (Yunguyo, 1970). Estudió Literatura en la Universidad Nacional de San Agustín de Arequipa. Actualmente es docente de la Universidad Nacional del Altiplano de Puno. Comentarista de la nueva producción literaria que va apareciendo en la nueva hornada de escritores. En 1995, ganó el segundo premio denominado Concurso Nacional de Cuento y Poesía, organizado por la Municipalidad de Paucarpata de la ciudad de Arequipa. Tiene en su haber literario publicado los siguientes libros: El imaginario de la palabra (2003), donde reúne varios artículos de crítica literaria, algunos de los cuales han aparecido en diversas revistas literarias.
No comments:
Post a Comment