«Salieron, y si en Dahlmann no había esperanza, tampoco había temor. Sintió, al atravesar el umbral, que morir en una pelea a cuchillo, a cielo abierto y acometiendo, hubiera sido una liberación para él, una felicidad y una fiesta, en la primera noche del sanatorio, cuando le clavaron la aguja. Sintió que si él, entonces, hubiera podido elegir o soñar su muerte, ésta es la muerte que hubiera elegido o soñado» (Jorge Luis Borges, El Sur).
2013/08/24
2013/08/22
2013/08/20
Taller de Escritura Creativa en la Universidad La Salle: 27 de agosto
DIRIGIDO A:
Docentes, investigadores, estudiantes, consultores y público en general interesado en conocer de forma práctica el arte de la escritura.
FECHAS: 8 sesiones
27 y 29 de agosto
3, 5, 10, 12, 17 y 19 de setiembre
HORARIO:
De 16:30 a 18:30 hrs.
LUGAR DE REALIZACIÓN:
Salón 204 Universidad La Salle (Av. Alfonso Ugarte 517 - Cercado)
VALOR:
S/. 100.00 (Cien nuevos soles)
CUPOS LIMITADOS
FORMAS DE PAGO
CAJA DEL CAMPUS ULASALLE
Sito Av. Alfonso Ugarte Nº 517 - Cercado.
Sito Av. Alfonso Ugarte Nº 517 - Cercado.
SCOTIABANK
Cuenta Corriente en Soles N° 0009564713
Cuenta Corriente en Soles N° 0009564713
BANCO DE CREDITO BCP
Cuenta Ahorros Soles Nº 215-26681988-0-98
Más información acá:
http://investigacio0.wix.com/escrituracreativa
Cuenta Ahorros Soles Nº 215-26681988-0-98
Más información acá:
http://investigacio0.wix.com/escrituracreativa
2013/08/17
Mercaderes. Once y media de la mañana. 16 de agosto del 2013
"Es cuando tu corazón puede llorar hasta que tu cuerpo esté adormecido"
Me gustas porque eres distinto
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Foto: Boris Mercado Mar |
«San Martín está que se cae, que se cae del
caballo», mientras la curia celebra, con cautelosa solemnidad y sotanas
maculadas de semen, sus atroces porquerías: «¡Ya era tiempo! Sentado en
veranoinvierno, primaveraotoño. Siempre, siempre mirando: mirando al mar». Esta
tarde-noche la estatua ecuestre del Libertador contempla a Juan Carlos
Ferrando, exudando su homosexualidad con el torso desnudo —ella se sabe gorda,
no cree en pastillas milagrosas ni en dietas asesinas— mientras Coco Marusix,
histriónico, les sonríe a los fanáticos apoyado en su bastón. No todos tienen
razones para festejar. Las cosas claras: los años no pasan en vano.
El día de San Pedro y San Pablo, 29
de junio, se realizó la marcha del orgullo gay. El movimiento homosexual del
país —que reúne a gays, lesbianas, bisexuales y transexuales— literalmente tomó
la plaza San Martín. Llegaron, entre otros, activistas argentinos y chilenos,
quienes se aunaron a su viejo reclamo de igualdad: «No quiero ser feliz con
permiso de la policía», dejó dicho Martín Adán. Podríamos recordar también a
Abraham Valdelomar, Juan Gonzalo Rose y siguen firmas.
Oswaldo Reynoso nunca quiso que se
lo encasillara como gay u homosexual, sino como ‘homosensual’. Y
‘homosensualidad’ es precisamente lo que destila Jessica Rosas —en realidad su
nombre artístico es Jessie Xtravaganza; trabaja haciendo shows en discotecas y
es voluntaria en el Ministerio de Salud apoyando en las campañas de prevención
del VIH— mientras imita a Madonna en el escenario: «¿Te gustó?», me pregunta
con un gesto seductor no exento de ternura y me escudriña con sus lentes de
contacto. Le digo que sí, que estuvo bueno y le pregunto su edad. Treinta.
Pienso que si bien nació con sexo masculino, sabe mentir (o le gusta mentir
respecto a la edad) como mujer. Lleva realizando estos espectáculos apenas tres
años.
«¿Eres homosexual o bisexual?»,
pregunto. «¡Transgénero! —aclara con énfasis mientras nos alejamos del ruidoso
escenario; y palomillas y curiosos me miran con ojos traviesos como si pensaran
que le estoy sacando plan—. Hay mucha confusión al respecto. Ojo, no sólo en el
público en general, sino dentro del mismo ambiente gay. Pocos tienen en claro
las categorías o el tipo de gay que son. Transgénero es toda persona que se
siente identificada con el género opuesto a su género biológico. Tú, por
ejemplo, has nacido con un pene, ¿no? Eso significa que perteneces al género
masculino, pero no necesariamente tiene que ser así. En el caso de las mujeres
ocurre igual: nacen como mujeres biológicas, es decir, con vagina; pero no se
sienten mujeres para nada: en su forma de vestir o en su forma de hablar… Son
apenas dos ejemplos cuando me refiero a la forma de hablar o vestir. Y entonces
se comportan como hombres y su identidad de género es masculina».
—¿Por qué hay tanta desinformación
al respecto?
—Porque en el Perú no se aprueba la
ley de identidad de género y quiero aprovechar esta oportunidad para pedirle a
los legisladores peruanos que aprueben de una vez por todas esta ley porque yo
no tengo un DNI que me represente. ¡Mi DNI miente! No te tengo que poner como
ejemplo el Primer Mundo, acá nomás en Argentina los gays tienen leyes que los
reconocen como tales. No es necesario que te operes, ah. O sea, simplemente es
cómo te sientes, cómo quieres ser tratado por la sociedad y punto. Se acabó.
—Entiendo que tú quieres que en tu
DNI aparezca que tu sexo es femenino.
—¡Claro! Mi género es femenino. Y no
tiene nada que ver con la orientación sexual.
Jessica me explica que tiene varios
amigos transgénero: es decir, personas
que son biológicamente varones pero que se visten como mujeres. Algunos de
ellos, sin embargo, a pesar utilizar maquillaje, prendas femeninas y
comportarse como mujeres —en la calle, en discotecas, en la vida pública o
nocturna—, no gustan de tener sexo con
hombres. Ergo, en la cama sí respetan su género biológico: «la identidad de género es
muy relativa, muy flexible».
¿A qué edad se dio cuenta de que se
sentía más mujer que hombre? «Desde los seis años, más o menos. Me gustaba
jugar con muñecas, jugar a la cocinita, ese tipo de juegos que no son
precisamente masculinos. Me sentía una niña, tal cual como en la película Mi vida en rosa del director Alain
Berliner».
—¿Eso les habrá preocupado mucho a
tus padres, no?
—No. A mi mamá. Yo no me crié con mi
papá.
—¿Y nunca te has puesto a pensar que
ha influido mucho en ‘esto’ la ausencia de la figura paterna en casa?
—De ninguna manera. Yo pienso que es
algo biológico: naces con esto. Así nací.
«Mi madre me llevó a un montón de
psicólogos y me hizo hacer terapias. Pero eso no es nada. Lo más difícil fue
aceptarme yo misma, en la soledad, mirándome frente al espejo: qué importa si
los demás te aceptan o no, si tú no eres capaz de aceptarte tal y como eres. Yo
creo que por eso hay tantos suicidios y tanto dolor. Es cierto: la sociedad te
discrimina, entonces es como nadar contracorriente, ¡algo muy duro!».
—¿Sientes que Lima es una ciudad
cada vez menos represiva con los gays?
—No se puede generalizar. Aunque sí,
¡todavía estamos un poco atrasaditos, ah! La mentalidad machista es todavía muy
dominante en el Perú.
—¿Sueñas con que algún día se pueda
celebrar el primer matrimonio gay en el Perú o lo ves muy remoto?
—Yo pienso que sí, ya estamos en
camino. Se ha avanzado mucho.
—¿La experiencia más traumática por
la que has pasado?
—El poderme aceptar. Es horrible el
tener esa vergüenza, ese temor de que tu familia se entere, de que te pongas a
pensar cómo van a reaccionar. Es un cambio radical: toda una vida te comportas
como hombre y, de pronto, un día apareces convertido en mujer, con el cabello
largo, con maquillaje y diciendo: «¿saben qué? Ahora quiero que me llamen
Jessica». No te puedes imaginar: te afecta mil veces más a ti que a los demás.
—Me hablaste del suicidio. ¿Alguna
vez contemplaste esta posibilidad?
—No —responde con seguridad—. Yo
creo que estoy acá cumpliendo una misión. Ahora soy más feliz que nunca, pues
he asumido la identidad de género con la que siento bien que es la femenina y
realizando mis shows artísticos que es lo que más me gusta.
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Foto: Boris Mercado Mar |
Aunque, al
fin y al cabo, ella se sabe distinta, singular. ¿Qué es lo más bonito de ser
distinta? «¡Ah, qué bonita pregunta! —y se acomoda el pelo con una mano, con la
otra sostiene una corona parecida a las que usan las reinas de belleza—. Pues
todos somos distintos y todos somos únicos. Es como la naturaleza: tú puedes
encontrarte con plantas que son hermafroditas y en el reino animal hay muchos
casos también. Esto es algo natural y todos, absolutamente todos, somos
distintos».
Le
pregunto sobre los hombres que dicen tener repulsión hacia los gays: «yo creo
que en el fondo es temor, miedo a conocerse. Tienen miedo a lo nuevo, a lo
diferente y que, sin embargo, les puede gustar: todos tenemos algo de hombre y
algo de mujer».
—Tú que eres voluntaria en el
Ministerio de Salud, ¿cómo ves el panorama del VIH? ¿La gente se está
protegiendo más?
—Estamos adquiriendo conciencia. Hay
mucha campaña e información. Y la mejor lección te la da la vida: cuando ves
que tus amigos, familiares o conocidos se enferman. Primero son portadores y
luego llegan a etapa Sida. Eso sí es lo más fuerte que nos puede pasar. La
gente, en general, inclusive los heterosexuales, deben tomar conciencia de
esto. He visto a muchos amigos caer en etapa Sida y los he visto morir. Esto
fue lo que me animó a formar parte del voluntariado del Ministerio de Salud y
además me gusta hacerlo. Es una forma de sentirme bien ayudando, sobre todo a
mis pares que son gays, ‘trans’, etcétera.
Tuvo una pareja estable hasta hace
un par de años. Aunque, por ahora, está sola: dedicada a su trabajo al cien por
ciento. ¿Sueña con casarse en un futuro? «No», responde sonriendo con
escepticismo. «Me gustaría tener una pareja ideal como, creo, a todo el mundo…
ya llegará». ¿Adoptar? Vuelve a reír: «por ahora no pienso en eso. Vivo el
presente y haber sido convocada a este evento para mí significa muchísimo, no
te imaginas: he imitado a Madonna en la Plaza San Martín y con harta gente como
puedes ver».
Admira mucho a Madonna, quizá porque
la artista norteamericana tiene todo lo que ella ansía (esta afirmación es muy
arriesgada, atrevida e indecorosa, lo sé). Jessica viajó hasta Buenos Aires
para poder estar en un concierto de expareja de Sean Penn. Cuenta que estuvo en
primera fila y la cantante le dijo: I
like you. Jessica asistió trajeada con un corsé muy parecido al de la reina
del pop. «I like you
because you laugh at everything I say. Mejor te lo digo en
español: me gustas porque tú te ríes de todo lo que yo digo». Y yo me río —como aparentemente lo hizo
Madonna—, pienso que Jessica es una persona muy ganada por la ficción. O yo un
incrédulo. Quién sabe. «¿No me crees, no? Fue como éste: uno de los mejores
días de mi vida».
Orlando Mazeyra Guillén
Plaza San Martín
Plaza San Martín
Lima, 29 de junio de 2013
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Foto: Boris Mercado Mar |
Etiquetas:
Lima,
Orgullo gay,
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transexuales,
travestis
2013/08/10
La cima del Himalaya
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Volvimos en la edición Nro. 164 de Hildebrandt en sus trece (viernes 9 de agosto) con otro relato.
Para ti que te llevaste marzo y te rendiste en febrero.
O.M.G.
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Simplemente Orlando
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Diario Correo de Arequipa, sábado 10 de agosto de 2013 |
Por Yudio Cruz
Mendoza
Ese flaco que me espera, puntual como pocos, en una esquina de la plaza
de Arequipa es el escritor Orlando Mazeyra. Nunca antes lo vi en persona, pero
lo reconozco en el acto. Es más alto de lo que imaginé, más que yo, o sea, y
quizá ese rasgo acentúe su delgadez. Su corte de pelo, casi al rape, es idéntico
al que lleva en las fotos que aparecen en las solapas de sus libros, en su
Facebook y en su blog. Nuestra cita era a la 1:00 p.m. La concertamos, vía
Face, hace sólo un par de horas.
Pucha, llego tres minutos tarde.
Me hablaron por primera vez de Orlando Mazeyra Guillén (Arequipa, 1980)
en el 2010, cuando aún vivía en Puno. Valió la pena pagar 15 soles por estos
cuentos, me dijo un escritor puneño, gran amigo mío, quien había comprado La prosperidad reclusa (2009), el
segundo libro de Mazeyra, únicamente
para no desairar al vendedor, un célebre poeta de la Ciudad Blanca. Otro
amigo, en aquel entonces estudiante de Derecho de la UNSA, me contó que el
viaje de Arequipa a Puno (en bus económico), que en otras ocasiones le parecía
insoportable, ahora, increíblemente, con el texto de Mazeyra entre manos, le
había resultado hasta placentero. Me bastó leer los primeros relatos de La prosperidad reclusa para darles la
razón.
Estamos en el segundo piso de una cafetería de la calle Mercaderes;
Orlando ha pedido, para los dos, unos helados deliciosos. He derribado el mío,
no sé si por nerviosismo o distracción, pero —oh, sorpresa— no se ha
derramado ni una gota. Mazeyra quiere obsequiarme Mi
familia y otras miserias (2013), su último libro de cuentos, pero ya tengo
mi ejemplar, recién compradito de la Libunsa, y se lo alcanzo para que me lo
firme. Hago lo propio con Urgente:
necesito un retazo de felicidad (2007), su ópera prima, pero ocurre que ya
está autografiada por el autor y tiene una dedicatoria tremebunda. Le confieso,
avergonzado, que la acabo de adquirir en una librería de viejo.
Orlando arranca esa página, la dobla en cuatro, se la guarda en el
bolsillo del pantalón y estampa su rúbrica en la segunda hoja.
Enciendo mi reportera digital… A Mazeyra le apasiona el fútbol. Era un
niño cuando su padre lo llevó por primera vez al estadio. Desde ese momento se
quedó encandilado con el balompié. Su contacto inicial con la escritura se lo
debe, quién lo diría, a este deporte. Cuando era colegial leía las crónicas
deportivas de El Gráfico, de
Argentina, y escribía cuentos futbolísticos. Uno de sus personajes era un
arquero imbatible que tenía el mismo apellido que el director de su colegio y
defendía, qué duda cabe, el arco del Melgar, equipo del que Orlando se declara
hincha acérrimo.
Ingresó a Ciencias de la Comunicación en la UNSA, pero su madre le
advirtió que, si no quería morirse de hambre, debía seguir, además, una carrera
con futuro. Así que se fue a estudiar Ingeniería de Sistemas a la UCSM. Sin
embargo, nunca se alejó de la prensa. Actualmente, publica crónicas y
entrevistas en distintos medios locales, nacionales e internacionales. Incluso
fue corrector de estilo en la edición sureña de un conocido diario. Su gran
referente en el periodismo es su amigo César Hildebrandt.
Su escritor predilecto es Mario Vargas Llosa. Dice que devoró todas sus
obras, menos La guerra del fin del mundo,
que dejó a medio leer. Lo admira tanto que, cuando tuvo la oportunidad de
visitar la biblioteca del Nobel, en Lima, estuvo a punto de besar su
escritorio. El libro de Mario Vargas Llosa que lo marcó y con el cual se siente
identificado es El pez en el agua, ya
que el niño Orlando, al igual que el niño Mario que aparece en esas memorias,
tuvo una relación muy tormentosa con su padre.
Formulé poquísimas preguntas —breves, sencillas, obvias—,
en la hora y media que duró nuestra reunión. Mazeyra se anticipó a casi todas
las que había planeado y me las absolvió como si hubiese ensayado las
respuestas. Por eso me despedí feliz, presto a transcribir el audio.
Nunca imaginé, Orlando, que un virus, compadecido tal vez mi torpeza
periodística, borraría esa entrevista.
2013/08/09
Nostalgia y desencanto en "Mi familia y otras miserias"
En la mayoría de cuentos de Orlando Mazeyra –cuentos en los que la nostalgia y el desencanto juegan un papel importante– encontramos aquella “oposición irreconciliable” con la Goethe definía la tragedia. Un buen ejemplo de ello es De cómo mi padre se fue al infierno, la ruptura que allí se plantea, producto de esa característica de la personalidad que suele controlar a los hombres, característica a la que los griegos llamaban hybris, no tiene solución, no hay vuelta atrás después de los actos que se cometen dominados por la hybris. Y qué mejor escenario para ello que el familiar.
2013/08/04
Aires de familia
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"I feel that life is divided up into the horrible and the miserable" (Woody Allen). |
Las
disidencias de la vida a veces nos
distancian: insalvables discrepancias de
gustos, color de equipo, película favorita o confusiones propias a nuestra
humanidad. La literatura siempre termina reuniéndonos, afinando complicidades o
superando majaderías personales. Y es que este gran pretexto literario nos
exige poner a un lado las
ojerizas y olvidar prejuicios para
hablar —o escribir, como es el caso— de lo que representa este libro de Orlando
Mazeyra Guillén: Mi familia y otras
miserias. Sé que jamás coincidiremos
en un concierto de Arjona o del Gran Combo, bebiendo en un bar viendo la final del programa Yo Soy. Pero un libro siempre será un
gran pretexto de reconciliaciones y dulces venganzas.
Quiero
leerles unas breves líneas de El túnel, de Ernesto Sábato:
«—¡
Insensato! —aulló el ciego con una voz de fiera y corrió hacia mí con unas
manos que parecían garras.
Me
hice a un lado y tropezó contra una mesita, cayéndose. Con increíble rapidez,
se incorporó y me persiguió por toda la sala, tropezando con sillas y muebles,
mientras lloraba con un llanto seco, sin lágrimas, y gritaba esa sola palabra:
¡insensato!».
Yo
puedo decirle a Orlando (y estoy seguro que muchas y muchos tienen ganas de
hacerlo) impostando ser una mala copia
de Juan Pablo Castel: «¡insensato!». Si bien es cierto, él no ha matado a nadie, pero ha saldado
cuentas con la vida, con su destino, con su genealogía y lo hace con lucidez
poética; desgarrándose, anunciando redenciones
y desquites a través de estos relatos.
La
típica división que se suele hacer —para efectos de un mejor estudio de un texto— es aquella que separa la hojarasca
personal de la obra; el autor, de la creación; la ficción, de la vida real; las
andanzas de los personajes, de la
existencia del creador. La coartada del escritor es conocida: «Todo es culpa de la ficción».
Orlando
no se somete a este apotegma. No escribe porque es un escritor profesional,
ordenado, con horario de entrada y salida (es decir, no marca tarjeta), hacedor
de historias que no lo incriminen y que se lava las manos luego del compromiso
que asuma el lector con los relatos.
«Mi primera máquina de
escribir» resulta una extraña
catarsis de calvario personal ensalzado en las quimeras literarias. Pero el
relato no se queda en el grito lacrimógeno, pues está lleno de una poesía, de
una estética que deslumbra y una
construcción sólida, superior a los cuentos de anteriores libros.
Cada palabra del relato está escrita con sangre, alma y
llanto. Con la sacrosanta devoción de un pío de la buena prosa, de
alguien que siente la literatura como su alimento o droga.
El
autor convive con sus infiernos: se amamanta de ellos, consume su fuego y se
regodea en sus brasas sufrientes y,
luego, aborta las historias. Por eso estoy seguro que para él,
escribir y vivir, son actos de dolor y
de miseria (para estar a tono con el libro que presentamos) que no le otorgan
ninguna salvación o pasaporte hacia la felicidad, solamente le conceden un valioso tiempo extra.
Orlando Mazeyra ya no es el adolescente de Urgente: necesito un retazo de felicidad, o
la joven promesa literaria que asomaba con temperamento infernal en La prosperidad reclusa, con Mi familia y otras miserias nos demuestra que de las necesidades de ternura,
de calorcito humano, de felicidades
truncadas, de amores idos y esperanzas y desesperanzas filiales, ha
podido construir una obra original y sólida que seguramente muchos no comprenden o
recusan de tono intimista y yo les pregunto: ¿cuál es el problema? Si se hace bien
—es decir, con pericia— nos
debemos tragar los sapos de nuestra inconformidad o tal vez
envidia.
En el cuento «Sueños sucios»
totaliza en unas palabras ese
resquemor que actúa como clave
escatológica y delirante:
«Nunca he sido capaz de imaginar con nitidez
(describir con detalle) a mi madre suicidándose . Con mi padre, pasa todo lo
contrario: imagino su muerte, hasta a veces me imagino defecando sobre su
tumba… esas pesadillas son horrendas, pues luego de zurrarme, descubro que la
tumba era la mía. ¿Quién sueña con defecar sobre su propia tumba?»
Felicitaciones a Orlando Mazeyra Guillén por el hijo o por el libro, que
es, a fin de cuentas, la misma cosa. Todo queda en familia.
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